domingo, 14 de diciembre de 2008

Encuentro con Osvaldo Lamborghini.Luis Thonis


Luis Thonis


Encuentro con Osvaldo Lamborghini, cazador nocturno de la vanguardia local ( [1]).

La obra de Osvaldo Lamborghini puede parecer breve si partimos de la convención que remite lo legible de un texto a su cantidad de páginas. No obstante, El Fiord, (1969) , Sebregondi Retrocede (1973) o su reciente libro Poemas(1981), ediciones Tierra Baldía, - hablan de esa otra cantidad, la de sus insistencias, fundadoras de una nueva literatura argentina.
Es posible hablar ya de lo lamborginesco para designar una contramitología tramada en y sobre los escombros rítmicos de las líneas menores de nuestra cultura-
En sus varias inflexiones dichos libros pueden aparecer como vanguardia, es decir, como algo previamente informulado – Lamborghini en varios tramos de la conversación define su vanguardia- respecto de las leyes, los patrones, los verosímiles que impone el mercado. Pero basta habitar una página de Sebregondi para entrever que este cazador nocturno no retrocede sin abrir un juego donde coexisten diversas hechuras lingüísticas en un trabajo inusual con el lenguaje.
La dificultad de clasificar el ya mítico Fiord, o seguir linealmente las andanzas del marqués de Sebregondi- ¿poemas? ¿novelas?¿falsas novelas que fracasan en ese lugar donde no hay victoria ni derrota y sólo queda la dicha y el riesgo de escribir?- se acentúa al extremo en Poemas.
Su reciente publicación, entre otras cosas, nos acercó a la ciudad de Pringles. Dialogamos en la casa del poeta Arturo Carrera, una casa ostensiblemente pompeyana, con dos espejos necesarios para prefigurar cierto infinito – del mismo modo que dos voces bastan para fundar la apariencia de un diálogo interminable- donde una niña pintada desde antiguo por Renoir, o una muchacha salida sin premura de un Veermer, fueron otras tantas leyes de hospitalidad a los restos de tango, lunfardo, gauchesco, a las eufonías de la palabra. Por momentos, era sospechable que el Niño Diablo de Hudson acudiera, luego de amansar otra vez el cimarrón, pero convirtiéndose en el quicio y por una magia menor, en un personaje de Gombrowicz al cual está tan próximo Sebregondi.

LuisThonis-: La aparición de Poemas introduce una variante respecto a El Fiord o Sebregondi Retrocede, obras por sí diferentes ¿Se trataría menos de una diferencia entre prosa y poesía, que de la continuidad de una obra indefendible genéricamente?

Osvaldo Lamborghini-: Hay menos la ilusión de equivalencia con un posible – imposible- “pase al acto” en Poemas – en fin – que en El Fiord y Sebregondi Retrocede. De todos modos la Narración de la Historia – título de un cuento de Correas pero mías son las mayúsculas- no está excluida de este libro “último”. La Narración de la Historia es un arte en la Argentina: una cuestión capital y, al mismo tiempo, o por lo mismo, federalizable: contra el despotismo de Una sola Aduana, contra el despotismo de Una “organización nacional”
L.T.-:Las referencias al gauchesco, el tango, el lunfardo, las glosolalias hacen a una poética – en Poemas – que recorre diversos tópicos de nuestra literatura, la reescriben. Se va engendrando otro lenguaje, de señas inciertas, por ejemplo, “Soré y Resoré, divinidades clancas de la llanura?” ¿Piensa que una nueva escritura sólo puede nacer de una “vieja lengua”, de su tesoro verbal?
O.L-: inscribir lo ya escrito, inscribir. El parche glosolálico – batirlo – es un triunfo momentáneo, breve, de cierto exceso de sentido: el paqué de Girando En la Masmédula resucita a millones de hablantes frescos como lechugas, y decapita, afortunadamente, la tartamudez engolada de los catedráticos. Son demasiadas las lenguas que se añudan en la Argentina. Y el aquí me pongo a cantar, la potencia doble de poder decirlo, es un buen ejemplo de glosolalia feliz.

L.T-: ¿El Fiord y Sebregondi Retrocede carecen de antecedentes directos en la literatura argentina? O si los tienen, ¿no es más legible lo que en ellos se pierde que la deuda cultural en que se apoyan?

O.L-: Lo que en ellos se pierde es una generación de lectores aldeanos descerebrados por la ecriture, nada más.

L.T-: Opongo la “pérdida” que refiere a las posiciones del sujeto en el lenguaje a la idea positivista – cualquiera sea la ideología en que se ampare – de recuperación porque ésta ha dado lugar a un historicismo lineal, binario, escolar, que excluye de sí el cuerpo, el deseo, el goce, pensando el no sentido como sinsentido – sólo hay historia del Sentido. En cuanto a las rupturas, recordemos que en Muerte y Transfiguración del Martín Fierro, Martínez Estrada ya establecía todo un sistema de analogías formales entre algunas partes separables del Poema – las escenas de la Pelea y la Payada – y los procedimientos de montaje, ex corpus, del cine de Eiseinstein; explicaba también que su lectura es otra a través de Kafka. Si usted reivindica esa tradición, en sus textos habría montaje…
O.L-: Pienso – pero yo nunca sé si pienso o “escribo”- que toda literatura es montaje, incluida la puramente “facial”, como ocurre ahora con los punks, que se dibujan cicatrices en la cara. Montan, sobre sus propios cuerpos, el relato no vivido de aquella historia: la pesadilla de papá y mamá. Claramente, esto no responde a su pregunta: se trata, más bien, de una maniobra de “diversión”: montaje, por supuesto…Martínez Estrada, Eiseinstein, José Hernández…es montar demasiado: creo que así se nos van a cansar pronto los caballos. Estoy jugando con las palabras, y lo único que puedo responder, “¡ex corpus!” en cuanto a “mi” libro y su relación con el montaje, es el “mi” entre comillas.

L.T-: ¿Y?

O.L-: Y que escucho, mezclo, repito, y tacho y cambio de lugar, y cito. Exageradamente tal vez. Macedonio leía “a oscuras”, y así entonces se produjo ese perfecto acontecimiento de moviola: el film quebrado plantea el espacio y el tiempo ( la metáfora) simultánea de Shopenhauer, Quevedo, Del Campo, y William James

L.T-: Usted también tiene varios caballos.

OL-: Más el set “bajo” del Ropero, la Pava, el Mate, la Pensión.

L.T-: En sus libros hay una ausencia de “conciencia moral” o de “visión del mundo”.¿Esa ausencia inscribe al autor como un fragmento más entre otros? ¿Cuántos Lamborghini han escrito y cómo se deslazan en las letras de Poemas?

O.L-: La mía es una literatura familiar: el deseo( y también las ganas) de prolongar indefinidamente la sobremesa. Pero la historia no lo permitió: presencias entrañables, ineludibles distanciamientos. Hay otro Lamborghini, Leónidas: los dos, más tantos otros que no tienen la suerte/desgracia de portar el Lamborghini, estamos precisamente allí, en ese fragmento que pretende, sí, conservar un museo de vanguardia, algún chiste de Macedonio. Porque el Museo, siempre irrisorio en estas latitudes, es preferible al universo concentracionario de los comentaristas sabios: “ en el lento divagar del cabaret…”

L.T-:Respecto de los narradores, ¿qué pueden tener que ver entre sí, por ejemplo, la voz monótona que organiza el espacio clausurado de El Fiord con el atonalismo, esa voz que llega a disgregarse en relatos como La Mañana aparecido en la revista Escandalar?

O.L-: El Fiord es un final. Mi primer libro, pero que está pensado como el título. Pero claro: ¿quién se entiende? Me gusta El Fiord como intento de frontera, de “últimas poblaciones”. Lo que usted llama voz monótona cumple aquí otra función: ¿se habrá acabado lo que se daba? Si después los narradores se multiplican, el hecho se debe menos a un efecto “barroco” de polifonía que a una escisión cada vez mayor del Narrador, no de Osvaldo Lamborghini. Como si dijéramos, empezar eternamente para llegar a los mismos resultados.

L.T-: Y esa escisión, esa “esquizia” del narrador hará que la mirada caiga hacia algo no representable, haciendo imposible la lectura transparente. Sin embargo, en cuanto a la mirada que no quiere caer, a la crítica que se desprende de ella, fundada en el mito del Escribir Bien, las cosas no están de todo claras; por una lamentable paradoja, en la literatura suele considerarse como ajeno lo que podría leerse a la vista: ¿a qué se debe ese efecto de extrañeza que produjo y sigue produciendo Poemas?

O.L-: Es cierto lo que usted señala: esa “baja” paradoja que hace aparecer a mis escritos como “extraños”, cuando la verdad es que ellos se limitan a cortar y plegar diferentes propuestas de la literatura argentina: sólo que sin respetar sus supuestas intenciones, ni su aparente linealidad. Ascasubi, Le Pera, Hernández, Cayol, Del Campo, Gardel, conviven – violentamente,¿hay otra manera?- en mis textos.
Contrario ejemplo es el caso de nuestro actual( y lamentable) teatro realista, en el (lamentable) estilo de El gran deschave. Pero punto final aquí: es casi de mala fe ponerse a deschavar (aquí), tanta, pero tanta mala fe.


























[1] Este diálogo - con la introducción respectiva - apareció por primera vez en el diario Convicción – 4/3/l98l. Era el diario de los militares y a muchos les resulta insólito. Pero no lo es tanto si se tiene en cuenta que la línea política la escribían periodistas como Alejandro Horowitz y en la parte cultural tenía cierta independencia. Estábamos en la cada de Arturo Carrera y a Osvaldo se le ocurrió el reportaje, aparecido por la generosidad de Ernesto Shòo, que se tomaba sus riesgos en ciertas cosas que publicaba. En realidad, fue un corte en una conversación ininterrrumpida en la que no todo era acuerdo. El reportaje causó indignación a algunos dentro del diario por la forma de expresarse de Lamborghini – hay que tener en cuenta el contexto militarizado de ese momento – y afuera también hubo una cuota de mala fe, ya que no había nada que sonara oficial. Al contrario. Antes había escrito sobre Néstor Perlongher, también publicado en la editorial de Rodolfo Fowguil…finalmente los militares vinieron a preguntar quién era yo: lo que decía sonaba raro. Jorge Dorio, después me contó que el director le dijo: a ese tipo pueden llevárselo, escribe en griego…parece que eso desalentó a los defensores de la patria.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Austria Hungria de Nestor Perlongher

Luis Thonis

Austria Hungría de Néstor Perlongher([1])

La disgregación de lenguas y el sueño de un imperio

Una paradoja de Pascal cuanta que sólo es posible dar crédito a los relatos de quienes murieron en batalla, más novelístico, el Sthendal de La Cartuja de Parma hace girar los planos en derredor de una batalla jamás narrada sino por los restos – un cadáver, cañones, un grupo de generales cruzando la pradera- que ve Fabrice. Estas disyunciones entre el lenguaje y la guerra habrán de se tenidas en cuenta en la lectura de Austria- Hungría.
Convergentes, los distintos poemas de Néstor Perlongher carecen de esta mirada, pero traen, actúan las voces de la caída de las águilas, del imperio astro húngaro – donde tan cómodamente vivieron Freud y Joyce – dejando correr la diseminación de sus jergas. Y decepcionando la llegada del andantino marcial, el poema se inicia con la venida de los polacos: “Es una murga/marcha sobre la noche de Varsovia, hace milagros con las máscaras, confunde/ a un público polaco/Los estudiantes de Cracovia miran desconcertados: nunca han visto/ nada igual en sus libros/ No es carnaval, no es sábado, no se marcha, nadie ve, no hay niebla, es una murga, son serpentinas, es el papel picado, el éter frío/como la nieve de una calle de una ciudad como Polonia/que no es/que no es.”
Polonia siempre en el centro de las catástrofes de Europa: la Gran Guerra, el nazismo, el estanilismo. Como el poema el sueño – y Polonia – ignoran la contradicción o la inscribe fuera de la alternativa verdadero- falso: es y no es Polonia, la murga está y no está, no es carnaval pero la escena es carnavalesca, no se ve. Acaso el autor piense con Ubú rey – por otras razones, del corazón, para reincidir en Pascal- que de no haber habido Polonia no hubiera habido polacos y así sucesivamente. Esto lo lleva a la reconstrucción de un imperio virtual, lugar flotante donde se refractan los asaltos vocálicos posteriores a las “escenas de guerra” cuyos conflictos son círculos descentrados que están en todas partes y su centro en ninguna.
La virtualidad de Austria Hungría alude a un territorio en cuyo interior se dio una lucha por la dominación de una lengua – había rutenos, eslovenos, croatas, italianos, rumanos, etc – y al reverberar oblicuo de otras mitologías, lejanas o próximas: copla de los orientales - los orientales no se doblegan- , Marlene Dietrich cantando en Baviera e ilusionando a los nazis, una escena remota en Eritrea, donde unos anónimos cuentan que alguien olvidó el lenguaje de las flores.
Lo cursi y lo fútil abundan en el poema pero no son tales. Lo cursi no implica la cursilería; es, antes bien, la flexión del sujeto respecto de su objeto de amor; lo fútil, antes de ser lo superficial, implica un trabajo sobre la tontería amorosa que enuncia el deseo en un lenguaje extrapoder; en ambos casos, se elude el efectismo populista que hace de ellos la excusa para una naturalización. Ningún buen salvaje. La Historia es un cadáver hambriento, insaciable, que envía a los cuerpos a las fosas. Pero hay otras historias. Soldados desconocidos y desconocidos placeres. Aquí las voces se dividen, se fragmentan.
A veces, la frase de Perlongher se subordina en curvatura, según las exigencias de la sintaxis barroca: “Las más exhaustas glorietas donde en más se pasea, indiferente él, con esa rutilancia que deja el abandono, ese vil resplandor que esparcen las estrellas cuando caen desde el cielo y se deshacen.”
Sin embargo, de continuo abandona esa construcción tan cercana al silogismo, para producir varias cesuras en el interior explorando al extremo la estrecha relación que hay en castellano entre el acento lexical y el ritmo.
Cambian los acentos, las palabras se aliteran o conforman anagramas, proliferan las cesuras: “¿Coser los bordes de la herida, debo? ¿es debido? ¿He podido? suturarla doliente ya, doliéndome, rastreramente como un perro/ oh señor”.
La sutura o el cierre no suceden jamás, el verso es esa “pierna amputada” que emerge en sus miembros fantasmas. A diferencia de lo carnavalesco tradicional, cada voz es nítida, está dividida, no es una suma masiva de voces y a menudo esta división reniega – musicalmente- de la diferencia de los sexos: no se sabe quién habla, si es hombre o mujer.
La castración que “produce” la diferencia de los sexos, vuelve sobre el poema – de ahí la pregunta de coser o no los bordes de la herida – pero a diferencia del perverso, que queda fijado en el cuadro fetichista(el fetiche es garantía de estabilidad), las voces, dispuestas en varios ritmos, cortando la línea de entonación vocal, se engendran, vuelven de sí a sí y reverberan.
Este libro no puede conjeturarse a través de nociones como la de influencia, porque éstas dividen al poema – objeto de análisis – en lenguaje y lenguaje objeto, explicando lo último por lo que supuestamente está antes, suturando bajo la protección( pretexto) de otro texto las pérdidas del texto que se ha de leer.
Cuando Perlongher cita a Lezama Lima: “deseoso es aquel que huye de su madre” importa menos la influencia de Lezama en Perlongher – reconocida desde ya por el autor – que la fluencia de lo que huye, se muestra y se extravía en Austria Hungría: “Pues ve y búscale ve no ves acaso lo que buscas? ¿Buscas acaso lo que ves? esa herida”.
El desmembramiento del imperio, esa herida, producen un vástago, el soldado astrohúngaro, que habla de los efectos del imperio: “Partido uncido soy/ a cualquier carro que levante voy/ la polvareda de la historia”, quien a la vez es un hombre y una mujer, una chica de Oliverio Girando y un soldado astrohúngaro.
Austria Hungría. Inicio de la caída de las águilas, fin de los imperios que anuncia el advenimiento de los fascismos de la Segunda Guerra mundial y una sucesión de tensiones étnicas.
Austria Hungría. Astro que se desprende errante, mientras resuenan otras tantas dicciones – un ucraniano, un albanés, un yugoeslavo, un búlgaro- y el poema, sesgando el eje axial de un cuerpo da a leer el polvo y el placer de sus palabras, estrellas.
[1] Este texto, que fue la primera publicación sobre Néstor Perlongher se escribió en febrero de 1981 en el diario Convicción. Esto me valió por parte de Eduardo Saguier, aprovechando el paso del tiempo que torna borrosa la memoria, ser ubicado en una lista de colaboracionistas, en la que figuran quienes escribieron una nota esporádica como cómplices de las peores aberraciones de la ESMA. En otra parte respondo a sus argumentos que llegan a ver como legítimas a organizaciones parapoliciales como las Tres A por pertenenecer a un gobierno constitucional. Perlongher no pensaba lo mismo: destacó mi valor por atreverme a escribir sobre él. Curiosamente - la historia sería larga - en otros medios no había consenso para este tipo de escritores que sonaban escandalosos. En una entrevista en España en Banda Hispánica - se encuentra en Internet - con Miguel Angel Zapata, Perlongher entre otras cosas, dice: " Austria Hungría sale en el 80 silenciosamente, a no ser por una brillante crítica de Luis Thonis..."

martes, 9 de diciembre de 2008

Eunoe,el brillante paisaje de los sueños

LA VOZ DEL INTERIOR CULTURA Jueves 27 de febrero de 1992
LIBROS
EL brillante paisaje de los sueños
Por Silvio Mattoni

Eunoe, por Luis Thonis, Edic. Ultimo Reino, 1991, 119 páginas.

Recuerdo un sueño en el que encuentro libros, volúmenes fervientemente deseados que mezclan sus colores con una pincelada mucho más asombrosa y ajena por ser precisamente la mía; pudo ocurrir que haya descifrado allí rasgos olvidados, perfumes de obras que hubiera querido escribir, reminiscencias legibles. Pudo sucederme, como dice Benjamin, que “aún antes de asegurarme de cualquiera de ellos, me había despertado, sin haber vuelto a tocar, siquiera en sueños, los antiguos libros de la infancia”.
No es otro sabor el que me brindaron estos poemas de Luis Thonis que el de esa clase de frases soñadas, intensamente rítmicas, de una sintaxis cuya velocidad deja tras de sí una colina colmada de anacolutos y elipsis en hileras.
“Somos el fragmento de un vasto poema cíclico”. Cada poema fabrica la caja de resonancia de muchos otros, de un tiempo y de una historia que rasguñan el sonido de los versos desde Arquíloco a Hopkins, de Dante a Joyce, de Milton a Pasolini. Dentro de estos contornos habla una voz de una intimidad más nueva que la del “yo” moderno, más débil, ya sin otra conciencia que la de ser capaz de nombrar el hic et nunc con palabras viejas, con antiguas geografías del idioma, que han llegado a constituir maneras de la subjetividad.
Estallido de esporas
Los dichos de Benjamin sobre el Angelus Novus y las descripciones de los mundos según Giordano Bruno se mezclan en las citas múltiples de alguien que apura el veneno de su propia agonía; en Antioquía, un soldado se sacrifica para salvar a una prostituta, cuya mirada lo ha fascinado, de ser linchada por una horda protocristiana; Calibán, nuevo Mefisto, un tanto shakesperiano, dialoga con un enamorado para sellar extraños pactos a cambio de una esperanza de hablar con ella o de ella, que no tiene nombre; y el poeta dice: “Yo sé de una fábula de dioses y de hombres / donde hay un gavilán y un ruiseñor / es la celosa agonía de sus postreras voces / consignas que no logran decir nada / las muchas vidas que viviste / por la única que tenías que vivir / envuelto en una cresta / de una ola olivácea y lenta”.
Los poemas de Thonis, según vimos, son argumentales, apuntan a una situación narrativa, que no se desarrolla en una sola línea sino que se recorre como siguiendo un estallido de esporas, hacia todos sus posibles rincones y recovecos, todo lo que, estando ahí y siendo dicho en el poema, puede hacer infinitamente posible. Alguien dijo un día que la belleza era el arte de encontrar la posibilidad más perfecta y acabada entre todas; Thonis parece decir, más bien inmerso en la noche, que es mejor tomarse todas las posibilidades de un trago, aunque a veces resulte amargo, porque detrás de cada mínimo signo, de palabras vulgares o consagradas, pueriles o científicas, citas bíblicas o insultos, puede esconderse la inalcanzable amante de cualquier poema, su verdad y su belleza.
Es este vacío repentino de la muerte brotando en el lenguaje de siempre, e inmediatamente el nacimiento de estrellas, a partir de los esplendores pulverizados de su cadáver, que definen la distancia de la poesía. ¿Qué dice Thonis? “Triste Virgen: saludé la Melancolía / más profético esta vez que pensativo / plumas de rocío son la prueba / de un himno cristalino”.

Cuerpos ineditos,cuando cada género nutre a los otros

LA GACETA SAN MIGUEL DE TUCUMAN
Domingo 4 de junio de 1995
Cuando cada género nutre a los otros
No es una obra de esas que se rinden en la primera lectura
CUERPOS INEDITOS,
Luis Thonis.
(Grupo Editor Latinoamericano – Buenos Aires)

En Cuerpos inéditos, de Luis Thonis, sorprende, antes que nada, su gran dominio del lenguaje. No se trata de narrativa, ensayo ni poesía únicamente. Es más bien todo ello: cada género nutre a los otros por vaso comunicante. De esta obra cabe decir lo que Lin Yutang respecto a ciertos escritos chinos: “consideraciones hechas de paso”. Sólo que, como en los orientales, se trata de profundas consideraciones. Algunos de estos “pasos” medulares tocan lo existencial, otros lo social y teológico.
Hay aquí, aparte de abundante y rica poesía propia, un análisis ensayístico sobre la historia de la conquista americana, los dandis, y la crítica a hermosos libros (destacamos en particular una revalorización de Shakespeare y Oscar Wilde y un extenso comentario de una obra de Junichiro Tanizaki). Los excelentes relatos insertados estudian la condición humana: su sexo (quizás debimos emplear la palabra en plural), la religión y el acto social.
El capítulo intermedio, Fábulas vedadas es intercambiable en su título con el que denomina a todo el libro. En efecto: Cuerpos inéditos podría haberse titulado Cuerpos vedados, y el capítulo Fábulas inéditas. Porque, según creemos entender, la gran incógnita estudiada aquí, es el cuerpo vedado e inédito de Cristo. Cuerpo místico vedado, prohibido, incognoscible (a menos que uno logre solucionar la contradicción que despierta). Cuerpo inédito en el mismo sentido que a esta última palabra le da el autor: aún sin nominación válida que solucione el enigma. Coherentes con lo antedicho nos impresiona, en particular, el relato El buen cíclope, del mencionado capítulo.
Tenemos aquí, en este profeta de un solo ojo y visión plana, en este monoftálmico señor que aparece como personaje, otra vuelta de tuerca de la negación del dos y la pareja, del terraplenamiento de toda pluralidad.
Un poema del principio del libro prueba nuestra afirmación de que en Thonis los distintos géneros se nutren unos a otros: “Los perros no se deciden a ladrar la maldición del dos / ahí donde los griegos daban por terminado el asunto empezábamos nosotros” “Narciso resulta impersonal comparado con las parejas que son su propio refrito / llamaré binomio a la maldición del dos”. En realidad todo el texto de Luis Thonis está construido con Leit motiv o temas guía que se entrecruzan. Una última frase de poesía superior (está casi al final de Cuerpos inéditos): “creías sólo en los peores / los únicos –decías- que serán perdonados”.
En fin: ésta no es una obra de las que se rinden a la primera lectura. Su riqueza da por lo menos para tres o cuatro. Como en las cajas chinas, siempre hay una muñequita mágica más.
© LA GACETA
GRACIELA SCHEINES

La fuente turca: la guerra de 2006. El conflicto palestino-israelí.



“Para mí, hay dos medios de llegar a alguna cosa: la América y los judíos”; Paul Claudel, Journal, 1950.

Hasta 1970, el Líbano era llamado "la Suiza del Oriente Próximo", el país del cedro era un vergel hasta que Arafat, expulsado de Jordania, lo ocupó ese mismo año volviéndolo cárdeno y ensangrentándolo definitivamente, inventando el mito palestino y utilizándolo como base para atacar Israel. Aquí damos dos versiones distintas de los hechos que desencadenaron la última guerra del 2006. Mi toma de partido es por los hechos concretos que cuenta Claude Lanzmann.
La versión que dan Chomsky y sus amigos es tan falaz que resultaría tan cómica como los elogios que en su momento Saramago hizo de Pol Pot - si no se tratara de un genocido comprobado sobre los cráneos de dos millones de personas en tres años – o Chomsky ( que desfachatadamente niega hasta hoy ese genocidio) que afirmó que Fidel Castro era un héroe para América Latina, “independientemente de lo que uno pueda pensar”.
No hay nada independientemente que uno pueda pensar: pero los ideólogos del estado universitario global forman parte de una mafia que trabaja para lavar y tranquilizar las buenas conciencias.([1])
El documento que se publica abajo- Israel es el verdadero responsable- es una inversión de la cara de la prueba y un monumento universal de la infamia firmado por Noam Chomsky, José Saramago, Harold Pinter y Jhon Berger, dementido por el propio Hezbollah. No es ajeno a los métodos de Mein Kampf que practica Irán para tantear la opinión mundial desde un enunciado "loco"- hay que borrar a Israel del mapa- y produciendo una serie de hechos y efectos donde la guerra de informaciones toma la delantera con la complicidad de los bienpensantes del mundo. Tienen a su favor la tradición del nihilismo occidental y lo que llamo " el negocio de los pueblos oprimidos", del que la enseñanza de nuestras universidades dan prueba.






Se trata en último término de sustituir la Shoá por la Nabka palestina. En la guerra de los mundos - primera plano- Jerusalem es el blanco y la madre de todas las batallas.







Nada fue tan evidente como la guerra de 2006, incluso fue anticipada en nuestros medios por un artículo de Claudio Uriarte, Esto significa guerra, cuando Hamas ganó las elecciones en Palestina.
La declaración de Chomsky y Cía ha sido escrita especialmente para Chomskylandia, o el gran Kindergarden construido a la medida de los apaciguadores. Así la historia denomina a los que mantuvieron contra toda evidencia un pacifismo ciego y suicida ante Hitler que dio lugar al vergonzante Munich donde Europa sacrificó a los checos. Hoy se quiere sacrificar a Israel como prenda de paz. Ni bien tuvo en sus manos a Checoslovaquia, Hitler preparó la invasión a Polonia y recién entonces se le declaró la guerra. Sin ir más lejos, la paz de Dayton, 1995, posiblitó el genocidio de Sbreninca. Que la guerra sea lo contrario al genocidio, no el Mal sino un mal que se hace para evitar males mayores es algo impensable para los consumidores contestatarios de los citados ideólogos.






Hoy los ideólogos del estado universitario global – Chomsky, Vattimo, Agamben, Zicec, Ignacio Ramonet, Alain Badiou – preparan un gran Munich pintando el mundo a medida de un Kindergarden: si el existe el mal es porque hay un estado que molesta, Israel, y unos yanquis malvados que quieren quedarse con el agua y el petróleo en el mundo y por eso llevan la guerra a países de culturas diferentes. La tarea de los ideólogos es atribuir cualquier catástrofe a Estados Unidos e Israel, dos democracias de sólidas instituciones. Una visión contraria a la de Claudel en pleno ascenso del nazismo.






La situación de Cuba, por ejemplo, se explica por un supuesto bloqueo – es sólo un embargo comercial, que por otra parte supone el hecho grotesco de que a ese país le va mal por no negociar con el “imperialismo”- y las desgracias de los palestinos, objetos de la mayor ayuda internacional que se conozca, se deben a Israel, nunca a sus dirigentes.
Consecuencia: Castro puede matar y encarcelar a gusto y Hamas y otras organizaciones mandar a sus jóvenes mártires a hacerse explotar, previo lavado de cerebro. Estarán obrando a favor de los oprimidos.
Así de miserable y abyecta es la argumentación de los ideólogos que han transformado las universidades en grandes ratoneras donde los retratos del Che se mezclan con el “ todos somos Hezbolá” que gritó gran parte de la izquierda argentina ante la embajada de Israel. Nótese el tema de las armas: si se disparan continuamente, incluso bajo el proceso de paz, cohetes “artesanales”, ¿qué sucederá cuando dispongan de armas de destrucción masiva? ¿Tendrán que alcanzar la proporción ideal? Es uno de los interrogantes centrales de la nota de Lanzmann. Los ideólogos ya han dado la respuesta en la guerra de Irak: hay que esperar que las usen contra las poblaciones civiles para comprobar su existencia. Luego, no hay que impedir los avances del programa nuclear iraní y dejar que Hezbolá consiga artefactos más letales.
Para estos ideólogos no existen los hechos objetivos. Lo ilustran los conceptos que Gianni Vattimo pronunció en el Festival internacional de literatura, auspiciado en el Malba por la revista Ñ en noviembre de 2008. Para él no existen los “hechos objetivos” y la “verdad objetiva” es una construcción de quienes dominan el mundo. No lo dominan, por supuesto, el régimen criminal de Sudán, Jartum, que desde 2004 inició un genocidio en Darfour que lleva ya entre doscientas y trescientas mil víctimas ante la mirada “multilateral” de la ONU – esta vez EEUU no intervino, de haberlo hecho hubiera sido acusado como en Bosnia o Kosovo – ni los Tribunales islámicos en Somalía – que lapidan mujeres – ni los chinos que llevan a cabo un programa de represión – tras genocidio – en el Tibet, ni los fundamentalistas que hacen limpieza étnica en Tailandia, entre otras regiones. No, el poder malvado, que se niega al diálogo que todo lo salva, son los militarizados Estados Unidos.
Vattimo, por supuesto, está en contra de la dominación y responsabiliza a Platón de eso porque en el filósofo griego el maestro es poseedor de la verdad objetiva. Yo reprocho a Platón que haya cerrado las puertas de su República a Esquilo por el matricidio de Orestes pero no puedo culparlo de los atentados del 11 de septiembre y la larga serie que se extiende hasta las 180 víctimas de Bombay. Vattimo está contra Platón, Badiou a favor pero es el mismo combate por destruir las pocas neuronas que quedan en Occidente. Por cierto que uno puede engañarse respecto de la verdad objetiva, pero aquí se trata de la mentira calculada, voluntaria y de una maquinaria aceitada en la producción de lo falso por lo falso: “la fuente turca” es prueba. El gran matriarcado es hoy una matriz ideológica donde todo lo que suena a judío o a cristiano es objeto de exorcismo y donde un Occidente totalmente femeneizado y pacifista debe contribuir silenciosamente a su propia desaparición.
Sin pelos en la lengua, Michel Houellebecq ha enunciado este programa: “ Todo enemigo de la libertad individual puede devenir un aliado objetivo. Yo no tengo un enemigo sino el libertario, el liberal”.
Casi todos los asistentes a nuestro Festival de literatura podrían adherir a la consigna que explica el tipo de nihilismo pseudo festivo que es hoy la medida de la cultura de Occidente. Por eso no “existen” los escritores que se niegan a desaparecer como tales, por ejemplo, Maurice Dantec, y no participan en este colaboracionismo sórdido y general que diezma a los sujetos.
El gran Kindergarden y su clausura monástico progre tiende a ocultar que el desierto crece entre explosiones. Nadie quiere enterarse.
El poder lo tiene sólo Occidente, mejor dicho, Estados Unidos, y el terrorismo sólo es usado para denunciar la “violencia disciplinaria” en este país. Este bienpensante ignora que ya se han impedido varios atentados en los Aeropuertos, algo que como saben los israelíes a veces es cosa de segundos.
Veamos algunas consecuencias del método de lectura de Vattimo: los atentados del 11 de septiembre no fueron un hecho objetivo, usted puede inventar a gusto la fábula que quiera, que fueron un autoatentado, por ejemplo, para robarle el petróleo a países que se va a explotar o un sueño del “espectáculo” como lo sugirió un lector de Debord que sin embargo celebraba el hecho que negaba. O que Bin Laden era un socio de Bush que se dio vuelta y que al fin de cuentas los yuppies aplastados no pertenecían al género humano.


La filosofía de Agamben, Zizec, o Vattimo insiste en el tema de la militarización de la sociedad norteamericana – lo que es totalmente falso - pero no dice una palabra de los que se pudren en las cárceles de la Cuba castrista o en el Belarús de Lukachenko, país donde la desaparición de personas fue indiferente a Rafael Bielsa, que votó en contra de la investigación en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, representado al gobierno de Kirchner. Hizo lo mismo con Cuba: las violaciones de los derechos humanos: dijo que no le constaba pese a que sea la dictadura más criminal de toda la historia latinoamericana, blanqueada por sucesivamente por generaciones de intelectuales financiados desde La Habana por míseras prebendas y honores culturales.
Sucede que los ideólogos del estado universitario global – que manejan un complejo sistema de becas, subsidios, la intimidación y las formas más sordas de chantaje – operan para lograr la inmunidad diplomática – o “revolucionaria”- de las peores dictaduras que simplemente no existen.
Ya que Vattimo quiere dialogar sin el estilo autoritario occidental no estaría mal que le reclame al gobierno iraní los funcionarios vinculados a los atentados a la Amia y la Embajada de Israel, o vaya a Zimbaube o Corea del Norte a exigirles a Mugabe o a Kim Il Jong que no dejen morir de hambruna a miles de personas o al presidente de Sudán que detenga el genocidio porque no hay mejor cosa en el mundo que el diálogo. Bin Laden en Tora Bora está ansioso de esperar una propuesta, incluso si está muerto, tan dialogista es este defensor de los oprimidos. También Ayman al Zawahiri, que desde el primer momento declaró la guerra a muerte a cruzados y judíos, se muere por asistir al Boillon de Culture, el hombre es democrático, sin duda, pero para dialogar la culture piensa más Francia que la Argentina, incluso un periodista como Pívot parece más inteligente que algunos de nuestros periodistas cultos que sucumbirían de un ataque cardíaco, habida cuenta del pánico que demuestran cuando se roza estos temas. Irán, Hezbolá, Hamas y los Hermanos Musulmanes, Siria y Sudán ya se están cansando de tanto esperar una oportunidad de paz, que, como en los tiempos de Munich, tiene como condición primera la desaparición de Israel. Después de todo, como dijo un ministro francés, es un pequeño país de mierda.
Vattimo, Chomsky, Badiou y toda la nueva runfla de negacionistas pop son el vómito más nihilista y rastrero que ha conocido en su historia Occidente. Usan los métodos de Goebbels – como la UNESCO en sus programas para los niños palestinos – pero para un público cautivo que se aturde con sus consignas descerebradas para no reconocer la depresión profunda que los trabaja. Y que repite y reproduce sus mentiras a escala global.
Los pensadores de Chomskilandia no reconocen que la política de seguridad de Bush logró evitar un nuevo atentado en Estados Unidos.
De haber ocurrido, lo habrían acusado precisamente de lo contrario. Vattimo y Agamben se muestran extremadamente liberales con los países democráticos y extremadamente tolerantes con países donde la intolerancia es ley, es decir, hay terrorismo de Estado u organizaciones terroristas más poderosas que los estados mismos. Los únicos estados de excepción para Agamben existen en los países democráticos y las dificultades para entrar a un país por razones de seguridad lo convierten en un régimen tan concentracionario como Cuba o Corea del Norte donde no existen los derechos más elementales.
Son, además, increíblemente permisivos con las petromonarquías árabes y no hablan de los intelectuales, que como Robert Redeker en Francia tienen que vivir en las sombras por haber criticado al terrorismo islámico. Más que un estado de excepción se trata de un estado en el interior de un estado. Un individuo, Robert Redeker, filósofo y colaborador de Le Temps Modernes, vive como una rata por haber defendido por la libertad y el silencio de la prensa y los intelectuales del mundo es sugestivo: el pánico ha ganado la batalla. Los Redeker y las Hirsi Alí – la valiente somalí que escribió el argumento del film del asesinado Teo Van Gogh sobre la situación de las mujeres musulmanas – deben vivir prisioneros por haber hecho uso de las facultades constitucionales que le otorgan sus respectivos estados. Agamben sin embargo no vacila en identificar Occidente con estados de excepción y a estos con los totalitarios. Con lo cual borra de un trazo al mismo tiempo al totalitarismo lenino soviético y al terrorismo islámico bajo el eufemismo de “culturas diferentes”.
El siniestro método de Chomsky y Cia es de uso común en parte de la prensa argentina.
Para Claudio Mario Alsicioni ([2]), el atentado de noviembre en Bombay se debe a la “guerra antiterrorista” de Bush, con lo cual repite la misma lectura que se hizo de todos los genocidos desde Bosnia en adelante atribuibles a cualquiera que no fuesen sus autores. Del mismo modo que el ataque de Putin a Georgia la tuvo la independencia de Kosovo – como si esto fuera un grave pecado – según las pautas de lectura de Le Monde Diplomatique, Alsicioni, pasa por alto que esto sucede en momentos de un hecho inédito: por primera vez el gobierno de Pakistán- que salió de una dictadura - se mostraba dispuesto a dialogar con la India. El atentado surge precisamente no por la falta de diálogo sino porque lo hay, India es una democracia y Pakistán comienza a serlo y como sucede con la paz entre Israel y Palestina al terrorismo, en retirada gracias a la guerra, no le interesa que ocurra eso. En parte, se debe a la guerra antiterrorista de Bush, es decir, a la victoria en Irak – es decir la estabilidad de una democracia en la región - porque Al Qaeda ha sido derrotado y el eje se desplaza al eje Afganistán – Pakistán - India.
La India es un blanco propicio porque es una democracia estable que respeta a las minorías musulmanas que se han beneficiado con el crecimiento de un país cuya población adhiere a la economía de mercado. La India ha hecho avances enormes y ha contribuido al cambio de la economía global. A diferencia de China, gobernada por una dictadura, en la India existe una creciente sociedad civil que se ha ido independizando del estatismo burocrático de Nehru, un tipo de estado corporativo jacobino que en la Argentina es idolatrado. La economía Pakistaní depende de la India y el nuevo gobierno pakistaní apunta a una reconciliación mediante una comunidad económica única.
El periodista se pregunta que hará el nuevo ocupante de la Casa Blanca que ha nombrado a un asesor de la anterior administración en el aspecto militar y en ciertos aspectos plantea una estrategia más ofensiva. No necesita una fuente turca para enunciar lo que le viene dictado por los ideólogos. Ellos son la fuente.
Obsérvese que la perversidad más abyecta recorre todos los párrafos de la denuncia de Chomsky y sus pares: el conflicto habría sido causado porque el día anterior hubo un secuestro israelí que sólo informó la “prensa turca”, algo que por la gravedad del caso hubiera necesitado de mayor precisión. Ni el mismo Hezbolá, que se enorgulleció de haber iniciado la guerra – violando los acuerdos que obligaban al estado libanés a desarmarlo – reconoció estos hechos.
Ese “día anterior” funciona como un tiempo mítico: una fuente turca se dice, dijo que los israelíes hicieron un secuestro y ahí están las consecuencias. Es el mismo método con el cual Hitler justificó la invasión a los Sudetes – mil veces prometió que era su único y último reclamo -, para salvar la sufrida minoría alemana, afectada por hechos producidos desde Berlín por agentes infiltrados.


En 1937, Chamberlain adhirió a la política del “apaciguamiento” propiciada por los ideólogos del momento –el exquisito Litton Strachey pedía la abolición del ejército inglés como prueba de buena voluntad ante Hitler – que se basaba en concederle al Tercer Reich todo lo que éste exigía. De marzo a septiembre de 1938 se va gestando un proceso que culmina el 15 de marzo de 1939 con la ocupación de Praga, que viola de modo flagrante el acuerdo de Munich. Arafat y secuaces harán escuela de esa política de promesa y ruptura, apuntando a su objetivo final.
En ningún momento Chomsky y Cia toman en cuenta que el hecho ocurre cuando el proceso de paz estaba avanzado y la ONU debía tratar el programa nuclear iraní. O que la ocupación “ilegal” de Cisjordania se debió a ese intento de genocidio que se intentó en la Guerra de los Seis Días. Y que Israel devolvió Gaza reprimiendo a su propia población como hoy sanciona a los colonos de Hebrón que han hecho burlas a Mahoma. Dos pesos, dos medidas: la justicia no existe para los pobres palestinos y nunca existirá mientras los Chomsky y sus secuaces sigan invirtiendo las pruebas, exceptuando de crítica a quienes el mismo Mahomud Abbas consideró terroristas. En efecto, tras la entrega de Gaza, las facciones palestinas no han cesado de matarse entre sí y mantener con sus aliados de Hezbolá a la población bajo el terror.
Albert Cohen señaló que Churchill fue el primer político que se atrevió a insultar a Hitler. El hoy considerado genio maligno del mundo, George W. Bush, se atrevió a insultar a los talibanes y, tras un momento de falsa piedad tras el atentado a las Torres tuvo a todo el mundo contra sí al pronunciar la palabra guerra.
El lacano revisionista Zizec – un negacionista flagrante de los crímenes documentados en el Libro Negro del comunismo – llegó a pedir que se torture a Bush por Guantánamo, aunque los talibanes prisioneros prefirieron quedarse ahí antes de caer en manos de Putin como lo demuestra el trabajo de Eric Marty sobre Agamben. Ninguna mención para Bin Laden o Moqtada Sadr ni para Nasrallah. Ni cómo la presencia de Israel activa por sí sola la guerra de los mundos: estados que no tienen conflictos de ningún tipo con él como Irán preparan un programa nuclear para borrarlo del mapa.
Hay lacanianos que confuden a Lacan con Badiou que simula el significante- que no es sino un conjunto de sinonimias- y piensan que “el terrorismo es una palabra vacía”, pero entran en pánico ni bien oyen un petardo navideño.
A estos denunciantes les importa muy poco el tema de la tortura, de lo contrario no hubieran defendido regímenes donde se la practicó sistemáticamente como en Cuba - y todavía – sino que el odio a Bush tiene que ver con el estallido de las ilusiones que significó ver a un político que decide dar un paso adelante – en vez de defenderse como en la Guerra Fría ante el avance soviético en tres continentes – a favor de la soberanía occidental, modificando el mapa del mundo para siempre, irreversiblemente, demostrando que el tercermundismo y su cuento de los pueblos oprimidos sólo servía para imponer dictadores – la serie es innumerable, Castro es solo un ejemplo –o defenderlos – el genocida Saddam Hussein convertido en mártir pese al genocidio de kurdos y chiitas - pasando por alto instituciones siniestras tipo ONU que ha favorecido o sido indiferente a los últimos genocidios del pasado siglo.
Bush es responsable de muchas cosas, por ejemplo, del enorme déficit fiscal de EEUU – aunque no de la crisis ya que la Reserva Federal es independiente y en ella tuvieron mucho que ver las clases medias americanas y europeas- pero en cuanto política internacional ha tenido algunos logros: acercándose a China neutralizó el programa nuclear norcoreano, aliviando a Japón, solucionó el tema Taiwan por una salida democrática y pacífica, terminó con el régimen de los talibanes en Afganistán y la posibilidad de la expansión del baasismo ( la mayor fuerza militar de la zona entonces)con la invasión de Irak, apoyó los procesos democráticos en Georgia, Ucrania, Kirguistán, la independencia de Kosovo y la alianza con toda Europa del Este donde es considerado un personaje popular vivado por las multitudes, sostuvo a las repúblicas bálticas como Estonia y Lituania contra el centralismo zarista de Putin, el apoyo militar al presidente Uribe – que periodistas parafraseadores de Le Monde Diplomatique como Oscar Raúl Cardoso asociaban a los procesos del setenta – alejó a las Farc de Bogotá hasta arrinconarlas y derrotarlas casi definitivamente rescatando rehenes.
Pepe Eliaschev, solitario mentor de hechos objetivos, en un extenso reportaje a un militar colombiano demostró que el ejército de Uribe nada tiene que ver con los militares entrenados durante la llamada guerra fría que dejó más víctimas que la Segunda Guerra Mundial. La historia con más distancia reconocerá el arte diplomático de Condolezza Rice y el genio militar del general David Petraeus que dio un giro decisivo a la guerra a partir de los refuerzos del 2007.
Bush logró buenos acuerdos con México, entró en excelentes relaciones tecnológicas y económicas con Brasil según Alexander Adler. Si se le atribuye la culpa de la crisis actual, también habría que reconocerle que el mundo en ocho años creció a un ritmo vertiginoso, nunca visto, arrancando a poblaciones enteras de la hambruna – en Vietnam, Nigeria, China e India – y favoreciendo a la Argentina que , además de atribuirse el mérito del llamado viento de cola – de no haber habido un golpe de estado, el gobierno radical hubiera hecho un gobierno brillante con esos precios internacionales - desaprovechó la bonanza a diferencia de Brasil y Chile: ni siquiera pudo hacer una política agropecuaria sensata que favorezca las exportaciones como los hermanos de la región. Nadie dijo una palabra del proceso que depuso al criminal dictador Charles Taylor en Liberia ( festejado por la población) y de la política última de armar al ejército del Líbano, país tomado como rehén por Hezbolá luego del retiro de las tropas sirias y los asesinatos del ministro de industria y el primer ministro Rafiq Hariri que Siria con otros aliados impidió investigar en la Onu. Hariri fue asesinado el 14 de febrero de 2005 por la explosión de un coche bomba y estuvieron implicados los servicios sirios: tres días antes de hacerse público el informe de la ONU, el principal implicado, Ghazi Kanaan, se suicidó. Estos asesinatos desencadenan las multitudinarias manifestaciones que dan lugar a la revolución del cedro.

Por la movilización de la gente sumada a la presión de Estados Unidos, Siria retiró desde marzo hasta abril los 14000 soldados que ocupaban Beirut. El jefe de Hezbollah, Hasan Nasrallah, convocó a una gran manifestación para el martes 3 de marzo "en agradecimiento a Siria por las cosas positivas realizadas en el Líbano". Y rechazó la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU, que suponía el retiro de los soldados sirios y el desarme de las milicias, algo que Hezbollah debía haber cumplido desde la paz del año 2000 y lejos de haberlo hecho siguió armándose con el apoyo de Siria y de Irán y preparando una infraestructura para resistir los bombardeos: no hubo nunca la mínima vocación de cumplir la paz firmada. El 12 de julio de 2006 capturan dos soldados israelíes- Ehud Goldwasser y Eldad Regev- incursionando en territorio de Israel, en la ciudad fronteriza de Aitta al-Chabb y bombardeado varios poblados y asentamientos agrícolas israelíes, hiriendo a cinco civiles, y atacando una patrulla israelí. Resultado: ocho soldados israelíes muertos y otros dos capturados.


No hay que dejar de lado que los integrantes de Hezbollah se consideran iraníes. Estaban vencidos por la revolución del cedro y la guerra contra Israel fue un modo de recuperarse hasta tomar como rehén el país. Actuaron en combinación con Hamas que arrojó todo el tiempo sus cohetes Quassam y cruzó la frontera de Gaza mediante un túnel de 250 metros para atacar un puesto de control israelí donde murieron dos milicianos palestinos y dos soldados israelíes, y se produce el secuestro del cabo Gilad Shalit. La ONU consideró desproporcionado el ataque a las bases militares de Hezbolahh en el Líbano. Los Chomsky hicieron su trabajo utilizando las técnicas de Mein Kampf. Ningún intelectual argentino se dignó a leer la carta fundacional de Hamas donde se puede leer que quieren comerse a los judíos que "se esconden detrás de los árboles". Así se fue revirtiendo la situación en la gran Matriz de la opinión mundial: Israel era el culpable. La ola anti fundamentalista de la revolución del cedro fue apagada por el comprensible nacionalismo: Hezbollah apareció como defensor de la nación y fue ganando cada vez más poder hasta tomar el país como rehén.


La obomanía que se apoderó del mundo es un efecto de la hegemonía de los ideólogos de estado universitario global. En Estados Unidos, Obama ganó por el 53% de los votos, es decir, sucedió algo habitual en un país democrático. Obama y su rival tuvieron entre ellos más elogios que críticas, pero en la escena mundial los charlatanes planteaban una guerra de vida o muerte y tuvo un apoyo que va del 80% para arriba. Esto indica que la población letrada mundial ha abdicado de todas las responsabilidades respecto del terrorismo y quiere una política de brazos cruzados. Los ideólogos de la gran dimisión la justifican, incluso la exaltan. De ahí el furor que despertó Obama. ¡Se va Bush y el mal desaparece del universo, podemos volver a los añorados setenta! .

En busca de una “causa justa” que pueda venderse a un público de sonámbulos como en esa época siniestra, recordada nostálgica y depresivamente como un tiempo de nobles ideales. Carlos Fuentes presentó al candidato negro como al mismísimo Mesías. Luis D´ Elía posa con su foto, satisfecho de encontrar con alguien que supuestamente va a aliarse con Chávez.
Obama mismo lo reconoció la victoria en Irak:– victoria que fue lograda en gran parte por la población iraquí que al principio asistió mayoritariamente a las urnas y luego enfrentó a los terroristas - al nombrar a Robert Gates como secretario de asuntos militares, lo que reafirma la política de la administración Bush a la que hará modificaciones, por ejemplo, terminando con la base militar de Guantánamo, aunque el retiro prematuro de las tropas de Irak puede comprometer la victoria. De todos modos, temo que el progresista Fuentes y el fascista D´ Elía pronto no verán a Obama rubio y de ojos celestes.
Volvamos a Chomsky y Cia.
Estos sujetos han sido cómplices objetivos de las mayores masacres y genocidios de los siglos XX y XXI pero gozan de buena prensa. Es tiempo que algunas voces los expongan a la deshonra que largamente tienen merecida. Para lo cual deberán enfrentarse a la farsa de la cultura UNESCO y su apoyo al un nihilismo cultural que apunta a desarmar a Occidente y rifar sus libertades por nada, es decir, por argumentos como la “fuente turca” que muestran los mecanismos ideológicos de la producción de lo falso por lo falso con técnicas afines a Mein Kampf.




Jhon Berger, Noam Chomsky, Harold Pinter y José Saramago ([3])

El último episodio del conflicto entre Israel y Palestina se abrió con el secuestro en Gaza de dos civiles, un médico y su hermano, por las fuerzas israelíes. Al otro día, los palestinos capturaron un soldado israelí, después propusieron negociar el cambio contra cierto número de soldados palestinos – son alrededor de 10.000 en las prisiones israelíes.
Que el “secuestro” de un soldado israelí sea considerado como un escándalo mientras que la ocupación ilegal de Cisjordania y la apropiación sistemática de recursos naturales – en particular de su agua – por las fuerzas de defensa(!) israelíes sean aceptadas como un hecho repudiable pero objetivo: he aquí algo que es típico en la política de dos pesos, dos medidas que Occidente practica como medida sistemática ante esto que resisten, luego de sesenta años, los Palestinos sobre las tierras que les han sido concedidas por acuerdos internacionales.
Hoy, los escándalos se responden, los misiles artesanales cruzan en pleno vuelo los artefactos altamente sofisticados. Estos últimos van a alcanzar su objetivo en las zonas donde los más desheredados se amontonan esperando esto que en otros tiempos se llamaba la Justicia. Las dos suertes de misiles despedazaron los cuerpos de manera muy horrible- ¿quién, aparte de los jefes militares, podría olvidarlo un solo instante?
Cada provocación y contraprovocación es montada en espina y da lugar a lecciones de moral. Pero los debates que resultan, las acusaciones y los juramentos no sirven sino para desviar la atención del mundo de una práctica militar, económica y geográfica a largo plazo cuyo objetivo político no es otro que la liquidación de la nación palestina.
Esto debe ser dicho con voz alta e inteligible pues dicha práctica, solamente expresada a medias palabras y ejecutada secretamente, progresa justamente estos días, y es un deber, a nuestro entender, resistirla y denunciarla siempre donde ella está.

(Traducción: Luis Thonis)












¿Qué queda de las esperanzas nacidas de los acuerdos de Oslo?([4])

Claude Lanzmann

Sabra, Chatila, Jenin, Cana hace cuatro años, Cana todavía hoy, es el mismo clamora desencadenado, en las calles árabes, en nuestras calles, sobre nuestras radios, sobre nuestras pantallas, en las columnas de los diarios, es la misma voracidad casi gozosa ante la palpable evidencia de la criminalidad del pueblo judío, el mismo hipócrita espanto susurrado como una misa por los ciegos de ojos al fin desengañados, el mismo empeño en condenar, a responsabilizar sólo a Israel, a considerar negligentes las muertes israelitas, y también la lluvia de bombas – los llamados cohetes o Katiouscas-, que se abaten cotidianamente y por primera vez en semejante escala sobre la población de un pequeño país como Bélgica, obligando a a 350.000 de sus ciudadanos a refugiarse “más al sur”, ahí donde otras bombas los alcanzarán quizá en los próximos días puesto que Israel está desprovisto de profundidad estratégica.
En el momento en que escribo esto, dudas razonables son emitidas sobre la implicación de Israel en Cana donde lloramos las víctimas. Pero si revela que Israel es el responsable se trata de una impresión borrosa, deplorada y no como las voces estridentes que gritan con júbilo que es un crimen de guerra: “ Nosotros no enseñamos a nuestros soldados a matar inocentes. No es la doctrina del ejército de Israel”, a declarado Ehoud Olmert. Sé, por haber conocido este ejército de cerca que ejemplos innumerables confirman la verdad de sus propósitos.
Israel, antes de estos días, había advertido, por tracs y por radio, a la población a dejar los lugares que la aviación bombardearía, y está visto que Hezbolá oculta en sus camiones plataformas lanza misiles en las ciudades chiitas pobladas, que las dejan para tirar sus salvas y replegarse enseguida. Una palabra extraña se ha pronunciado en mil voces políticas, la de “desproporción”, que Bernard Henri Levy ha sido el primero en revelar como era necesario. ¿Qué desproporción?
Israel, se dice, destruye el Líbano por tres desdichados soldados secuestrados, uno por Hamas, otros por Hezbolá. Se olvida de decir que los cohetes caían ya en Sderot y el sur de Israel antes del secuestro del cabo Shalit y que los soldados capturados por el Hezbolá lo han sido mediante una emboscada donde nueve de sus camaradas encontraron la muerte: ellos patrullaban la frontera norte de Israel, en territorio israelí. Se olvida de recordar que antes de la emboscada, los misiles comenzaban a explotar en los kibuts de la alta Galilea.
El secuestro de Hezbolá sellaba en verdad una declaración de guerra a Israel, que nada tenía que ver con el conflicto israelí – palestino: Mahmoud Abbas y Ehoud Olmert, siguiendo en esto la vía abierta por Ariel Sharon, se dieron el espaldarazo en Amman, ante el rey de Jordania, y el no estaba de un lado ni del otro, un beso de Judas. Los dos querían la paz. Pero esta paz judeo palestina, verdadero suplicio de Tántalo, siempre por lograr y siempre llevada fuera de alcance, preocupa al jefe de Hezbolá de barba florida. No la quiere por nada del mundo, él se preparaba, luego que Israel ha dejado el Líbano sur, para su gran ofensiva, construyendo una formidable red de fortificaciones subterráneas y acumulando las armas más temibles: además de los misiles que dispone profusamente gracias a Siria e Irán, posee cañones antitanques capaces de horadar los blindajes más espesos.
Le Monde a recientemente reporteado al presidente de la República, en particular de sus visiones con Irán y el rol que podría jugar este ”gran país que no se puede ignorar”, según sus propios términos. Extrañamente, nadie le ha preguntado qué pensaba de las más recientes declaraciones de su homólogo iraní Ahmandinejad.
Aquél, en el transcurso de la última Conferencia Islámica, afirmó que el único problema fundamental del mundo musulman era la erradicación del Estado de Israel y del sionismo.¿ Se trata de una manía que no hay que tomar en serio, que no vale la pena ni que se plantee la pregunta?
Nasan Nasrallah, el jefe del Hezbolá, ha dado la respuesta. Esto que se juega es actualmente el primer acto, la gran abertura de esta guerra, cuyo blanco final como hace sesenta años tiene la solución del mismo nombre, es la destrucción del Estado de Israel.
Hete aquí hace largo tiempo que Israel no existiría más si no reaccionara con “desmesura”. El Hezbolá no ignoraba nada de lo que iba a ocurrir: sabía que Tasal aprecia la vida de sus hombres y tendía una trama en la cual Israel no podía no caer. Los bombardeos y sus inevitables víctimas civiles eran parte de esto y Hezbolá ganaba sobre dos frentes: la propaganda y la falta de preparación militar de Israel para afrontar esta guerra de tipo nuevo: a pesar de la alta tecnología israelí, y según una constante de la doctrina del ejército, son los conscriptos de 18 años quienes son enviados a desmantelar las fortificaciones enemigas al precio de pesadas pérdidas.
La sorpresa y la dificultad no eran ciertas ni menores al principio de la guerra del Kippour. Israel, no lo dudemos, tomará la delantera. En eso al menos: los enemigos de Israel tienen la libertad de armarse hasta los dientes y de hacerlo libremente.
[1] En Una generación de granito doy detalles sobre el funcionamiento de dicho « estado » como institución supranacional. Se observa que una verdad que enunciada a título personal por Oscar del Barco suscitó en Buenos Aires oficios que grotescamente parodian los procesos de Moscú.
[2] Claudio Mario Alscioni, Un ######## explosivo en una región clave del planeta, Clarín, 27/11/2008. Es curioso que este diario en política internacional siga los delirios antiamericanos de Le Monde Diplomatique – escuela del negacionista Hobsbwaum – y en la política local, luego de un tiempo de romance, critique la destrucción de las instituciones republicanas llevada a cabo por el gobierno de Kirchner.
[3]C´est Israel le vari responsable, Jhon Berger, Noam Chomsky, Harond Pinter y José Saramago, Le Monde. 26/7/2008.
[4]¿Que reste-t-il des espoirs nés des accords d´Oslo?, Claude Lanzmann, Le Monde, 3/8/2008

domingo, 23 de noviembre de 2008

Guantámano y Auschwitz. Reflexiones de Eric Marty


Éric Marty – Con respecto al “Estado de excepción” de Giorgio Agamben[1].

Guantánamo y Auschwitz

El libro de Giorgio Agamben, Estado de excepción[2] – cuasi homónimo de aquél de Saint-Bonet (El estado de excepción, PUF, 2001), del cual toma además numerosas informaciones sobre las diversas teorías jurídico-políticas del pasado –, podría de cierta forma leerse como la larga exposición de las diferentes maneras que tuvo el derecho de esquivar la cuestión de su suspensión – incluso de su anulación – por lo real político. La intención erudita tiene no obstante una “meta” (p. 145) extremadamente singular, y en la cual el objeto es considerar la “excepción”, el estado de excepción, como la norma mundial, el régimen planetario, la regla permanente de nuestra realidad política en occidente.
La exposición de mil y una teorías del estado de excepción es larga y sinuosa. Podríamos, por esto, estar tentados de remitir simplemente al lector al artículo que lleva el mismo título y publicado por el mismo Agamben en Le Monde del Jueves 12 de diciembre de 2002[3]; allí se encuentra la sustancia de sus palabras, pero esa tribuna es más sabia que el libro, más prudente y el lector no tendrá por lo tanto bajo los ojos las verdaderas apuestas filosóficas y políticas que el libro, solo, recela. Hay por lo tanto que, para alcanzar su verdad, pasar por los resúmenes de debates jurídico-políticos de juristas alemanes, franceses, italianos que constituyen la mayor parte del libro de Agamben el cual, sin ellos, hubiera podido en efecto reducirse a un artículo o por lo menos a un corto folleto.
La exposición es larga y sinuosa no solamente porque se trata de una compilación de tesis que se asemejan mucho sino que también y tal vez sobre todo porque el libro está construido de forma curiosa. El pensamiento se detiene ahí sin cesar por extrañas miradas hacia atrás que nos hacen ir y venir de Carl Schmitt al derecho romano y del derecho romano a Carl Schmitt, sin que esas circunvoluciones tomen en ningún momento la apariencia de un método interpretativo, y uno de los misterios de ese volumen es por lo tanto, más allá de la recopilación repelente de las tesis, esa construcción que no avanza sino para retroceder mejor.
La exposición de Agamben es larga y sinuosa, en el fondo, porque es incapaz de ir más lejos que su tesis inicial, a saber que si no hay teoría satisfactoria del estado de excepción, es porque el estado de excepción se sitúa en el límite entre el derecho y la política, y, también porque Agamben no puede superar una cuestión lancinante: si lo propio del estado de excepción es una suspensión (total o parcial) del sistema jurídico, ¿cómo una suspensión así puede estar aun comprendida en el orden legal? (p.42).
Esta cuestión es en evidencia puramente sofística ya que supone que la regla sería lógicamente incapaz de pensar la excepción, pero le es indispensable a Agamben para mostrar y mostrar sin cesar ad nauseam que es la excepción la que domina al derecho y no a la inversa, que la excepción es lo impensado y lo real del derecho que por lo tanto se encuentra sin fundamento. En realidad, el estado de excepción no es en modo alguno una contradicción lógica interna al derecho mismo, pero da testimonio solamente de una contradicción objetiva en la situación del derecho, lo que no es lo mismo.
Para dar cuenta de ese libro, no es sin duda necesario entrar en el detalle de un cierto número de discusiones ociosas y aparentemente eruditas llevadas por Agamben sobre ciertos textos jurídicos de Roma o de la Grecia antigua y donde rompe inútiles lanzas contra la “habitual miopía filológica”, no más que lo inútil de examinar con lupa la exactitud relativa con la que trae de nuevo tal o tal tesis de Santi Romano, de Biscaretti, o de Carré de Malberg; todo aquello no tiene a decir verdad mucha importancia sino una función decorativa. Sólo nos detendremos por lo tanto sobre dos cuestiones, en primer lugar sobre la manera en la que Agamben resume el grandioso texto de Benjamin Crítica de la violencia[4] luego sobre el estudio concreto de un caso contemporáneo en donde se aplica el estado de excepción: Guantánamo.

El nombre de Walter Benjamin aparece en el capítulo IV del libro en el contexto que se describió, a saber rodeado de dos exégesis de la cuestión de la excepción en la antigüedad romana. Agamben sólo resume un aspecto del texto de Benjamin donde éste propone una tipología de la violencia que define por un lado la violencia fundadora del derecho, por otro lado la violencia que conserva el derecho y finalmente la violencia más allá del derecho, la violencia pura, revolucionaria. Esa violencia que Benjamin quiere apartar del derecho, Carl Schmitt la piensa por el contrario incluida en el derecho en razón misma de su exclusión. El debate es claro entre Benjamin que quisiera emancipar la violencia del derecho y Schmitt que desea mantener un lazo con el derecho y que no soportará que la suspensión de la Constitución de Weimar por Hitler no de lugar a una nueva constitución a pesar de todos sus esfuerzos por producir los fundamentos de la misma.
Benjamin aparece por lo tanto como el apologista de una violencia pura en el sentido en que ésta no sería nunca un medio en relación a un fin y en el que sería exposición y manifestación puras al cortar el lazo entre derecho y violencia; violencia que puramente actúa y se manifiesta (p. 106).
Esa violencia conduce a la desactivación del derecho y a su “ociosidad” y entonces da acceso a la era del juego, de una liberación, de un estadío cuasi utópico donde según Agamben, extrapolando el pensamiento de Benjamin, “un día, la humanidad jugará con el derecho como los niños juegan con los objetos inservibles…”(p. 109): en el fondo el libro de Agamben hubiera podido terminar ahí ya que, en su último párrafo, es la tesis neobenjamineana que triunfa pero en el condicional en tanto el futuro de estilo utópico sería sin duda un poco ridículo bajo la pluma de Agamben: “A una palabra no constrictiva, que no ordena ni impide nada, pero se sostiene solamente en ella, correspondería una acción como medio puro que se expone solamente a sí misma, sin relación a un fin.” (p. 148): el epíteto “puro” es sin duda alguna tomado de Benjamin, pero su abuso hiperbólico por Agamben nos llevaría gustosamente a aconsejarle meditar las numerosas exégesis irónicas que hizo Luis Althusser del mismo en su autobiografía póstuma El porvenir es largo.
La lectura que Agamben propone del texto de Benjamin es una lectura débil, muy débil. Débil en primer lugar porque omite un cierto número de declaraciones paradójicas que amenazarían con enturbiar su tesis. Por ejemplo, cuando Benjamin escribe, con respecto al derecho de huelga en tanto que es reconocido por el Estado y legalizado por él, en tanto pues perteneciente al orden del derecho: “Los trabajadores organizados son hoy, al lado de los Estados, el único sujeto de derecho que posee un derecho a la violencia[5]”, ahí se ve un aspecto de las cosas que el unilateralismo de Agamben habría tenido dificultades para enunciar; o aun cuando Benjamin habla de la pena de muerte y explica que al atacar la pena de muerte, es al derecho mismo que se ataca en su origen en la medida misma en que la pena de muerte no castiga una trasgresión sino que otorga un poder al derecho[6]. Este último ejemplo es particularmente interesante en la medida en que la pena de muerte fue abolida en Europa occidental como también en un gran número de Estados de los Estados Unidos y que su supresión incluso se convirtió en un criterio del derecho en Europa para la integración de un nuevo Estado: fenómeno que evidentemente relativiza de gran manera la idea obsesiva de Agamben según la cual, nosotros los occidentales, vivimos bajo el reino del estado de excepción.
Pero hay más que esa miopía en lo que toca a los detalles angulares del pensamiento de Benjamin. Lo que Agamben omite igualmente, es, en primer lugar, la importancia de las referencias a Sorel, el Sorel anarquista y nietzscheneano, que de este modo distingue la huelga general de tipo socialdemócrata y la “huelga proletaria” de tipo revolucionaria, o sea una oposición muy importante ya que sólo la primera es caracterizada como violenta en la medida en que mantiene la violencia del Estado y del derecho al no proponer sino una simple sustitución de amos (los amos socialdemócratas que reemplazan a los amos liberales) mientras que a la segunda se la caracteriza como “medio puro”, es decir “no violento”, en el sentido en que no se propone retomar el trabajo luego de las concesiones sino sólo retomar un trabajo completamente transformado, no impuesto por el Estado[7]. Benjamin va incluso más lejos, a través de Sorel, ya que establece que toda huelga fundadora de derechos es violenta (chantaje, bloqueo, toma de rehenes) y que se opone en eso a la no-violencia de la “huelga proletaria”. La “violencia” de la huelga proletaria es no violenta porque está fuera de la violencia jurídica (fundadora o conservadora) que es, según él, la única violencia.
Ahí se ve en lo que falla Agamben y que es sin embargo lo esencial, a saber que hay un afuera de la violencia y del derecho – en tanto que son identificables – y que ese afuera es lo que Benjamin llama el “medio puro” que es precisamente no violento. No es sino en la continuación de su texto que Benjamin habla de “violencia pura” pero aun allí esa violencia pura es sistemáticamente descripta en términos de no violencia. Es con respecto a la idea de “medio puro” que Benjamin define entonces a la acción como lo que cambia las relaciones de los fines y de los medios y que la describe como pura manifestación.[8] Y es también con respecto a esto que Benjamin es metafísico –lo que Agamben no deja nunca entender – al definir una esencia metafísica del derecho que hace de ella la hermana gemela de la violencia, y en la que los fines –sean cuales fueran – están íntimamente ligados a la violencia de manera necesaria e interior; metafísico también en lo que para él el derecho –y por lo tanto la violencia originaria que se le asocia – no es sino la forma eterna de los privilegios de los poderosos; esa esencia metafísica, y ahí está lo esencial, hace de la violencia del derecho la única violencia real.
Si lo esencial se le escapa a Agamben, es que ese desarrollo a través de Sorel y del ejemplo de la lucha de clases conduce a Benjamin por uno de esos saltos en los que tiene el secreto –y que es el secreto de toda dialéctica verdadera –, pero del cual Agamben no nos hará partícipes, de una definición puramente judía de ese “por afuera del derecho”, de ese “afuera” de la violencia. Esa omisión causa tanto más estupor cuanto que Agamben, a pesar del uso comúnmente prudente de ese tipo de epíteto, calificó con anterioridad a Benjamin de “filósofo judío” (p. 89). ¿Qué sentido puede tener este adjetivo en un comentario que precisamente hace desaparecer el segundo arco del texto de Benjamin, la exégesis bíblica de una escena tomada del Antiguo Testamento, de los Números[9], que va a constituirse como paradigma del antiderecho y de la antiviolencia?
A la violencia mítica del derecho que es fundadora, que impone la falta y la expiación, que amenaza y es sanguinaria, se opone la violencia pura e inmediata de Dios que es destructora de derecho, destructora sin límites, que castiga y lava simultáneamente la falta. ¿Cómo funda Benjamin esa noción de “violencia pura” que se exceptúa en el fondo de la violencia? Simplemente en eso que, si es sin duda destructora de vidas, de bienes, de derechos, no lo es nunca, agrega Benjamin, “de manera absoluta con respecto al alma del viviente[10].” Pero es también (y tal vez sobretodo) alrededor del hecho de la imprescriptible prohibición mosaica de matar y por lo tanto en la Ley judía como tal que Benjamin encuentra el modelo mismo de una palabra justa que se sitúa, según él, en un paradigma totalmente opuesto a aquél del derecho natural o del derecho positivo que se creen sus herederos, y que son, a ese título, fundadores de la mala violencia del derecho[11]. La Ley judía no es el derecho en el sentido por el cual el “No matarás” no es en nada un juicio, un artículo jurídico, sino una palabra: “Está en la persona o en la comunidad en su soledad, ajustarse a ella y en casos excepcionales asumir su responsabilidad de no tomarla en cuenta[12].” Se ve a que altura se sitúa Benjamin y en que lugar: en el desierto, semejante a Abraham o Moisés y también en el aquí y el ahora de toda decisión humana, y por lo tanto siempre en la soledad de una interlocución con lo divino, es decir con el lenguaje. Definir el estatus real de ese “divino” en el Benjamin de los años 1920-1921 requeriría sin duda más que estas observaciones[13], pero lo que hay que retener aquí, es desde luego esa inscripción de la interlocución y la decisión ética enteramente anudada al lenguaje en tanto que es, según Benjamin, un espacio inaccesible a la violencia[14].
Esta idea es fundamental ya que Benjamin, en los últimos párrafos de su texto, vuelve precisamente al aquí y al ahora de la situación política alemana de los años 1920-1921 que vio –no lo olvidemos como Agamben – el aplastamiento sanguinario de la revolución proletaria por el Estado socialdemócrata. Si es verdad que entonces Benjamin, con un acento que de pronto anticipa a George Bataille, escribe que la violencia divina –que no es nunca “medio” sino “insignia y sello” – puede ser llamada “soberana”, enuncia también, con una prudencia más talmúdica, que no es “ni igualmente posible, ni igualmente urgente, decidir cuando una violencia pura fue efectiva en un caso determinado[15]”, ya que “la fuerza de la violencia, aquella de poder lavar la falta, no salta a la vista para los hombres[16]”. En el fondo, el programa de Benjamin entonces parece ser por el principio mismo de esa violencia “pura”, “divina” y “revolucionaria”, el de batir en brecha la violencia disimulada, mítica y engañosa del derecho, en resumen de afianzarse sobre la violencia pura para desactivar y poner al desnudo la única violencia que existe, la única violencia real, la violencia del derecho, a saber la violencia del orden, en resumen de mostrar silenciosamente que la esencia de la Ley judía –como palabra – es de ser trasgresión de todo orden, es decir de toda violencia.
Podemos por lo tanto sorprendernos de que Agamben haya omitido mencionar el modelo hebraico de la “violencia pura” en Benjamin, esa violencia pura a la que le da, en lo que se refiere a él, una especie de color utópico en el cual se reconoce vagamente a Deleuze, Foucault, el último Althusser. Si había algo para ahondar en la obra de Benjamin, era esa irrupción del texto bíblico en su propio texto e intentar comprender el poder hermenéutico, inspirador y fundamentalmente escatológico de la palabra divina presente en la tradición judía. Y además, ¿por qué calificar a Benjamin de “filósofo judío” con motivo de alusiones a su admiración por Schmitt el “teórico fascista del derecho público” y simultáneamente callar la dimensión propiamente judía de su pensamiento[17]?

El ocultamiento por Agamben de todo el análisis inspirado en el Antiguo Testamento presente en el texto de Benjamin puede difícilmente ser tachado de insignificante. Toma una dimensión singular si se la refiere al enunciado más sobresaliente del libro de Agamben: al tratarse de la situación de los seiscientos ochenta talibanes retenidos como prisioneros en la base de Guantánamo, situada en la isla de Cuba, Agamben escribe: “La única comparación posible es la situación jurídica de los judíos en los Lager nazis, que habían perdido, junto con la ciudadanía, toda identidad jurídica, pero conservaban al menos la de judío” (p.13-14). La declaración es extraña por más de una razón ya que no se sabe si peca por ingenuidad o por obscenidad. Lo es en primer lugar por su final “pero conservaban al menos la de judío”; no se mide inmediatamente el carácter inconmensurable de la equivocación de Agamben y la primera reacción crítica sólo toca en primer lugar el aspecto trivial del enunciado: por ejemplo, no se ve en qué los talibanes aprisionados estarían, en lo que se refiere a ellos, privados por su encarcelamiento de su identidad de talibanes, de afganos, de sauditas, de australianos, de musulmanes, y se intenta, en vano, imaginar, a la inversa, en qué los judíos de Auschwitz, por su parte, conservaban su identidad, en qué consistía ese extraño privilegio. Pero al releer el enunciado, se mide de pronto el abismo en el cual la ausencia de pensamiento, como tal, puede precipitar al discurso filosófico, porque, en efecto, los judíos de los Lager “conservaban su identidad” ya que era precisamente la condición misma de su exterminio, ya que es en la medida misma en donde la identidad de judío se conservaba a los judíos por medio de innumerables procedimientos (genealógicos, prácticas identificatorias de todo tipo yendo en un cierto número de casos, ligados a la locura antisemita, a la medición de los cráneos, de las narices, de los pies, sin hablar desde luego, para los muchachos y los hombres, de la marca de la circuncisión), que eran conducidos a las cámaras de gas luego definitivamente aniquilados en los hornos crematorios. A la inversa, se registra, en efecto positivamente, el hecho de que los prisioneros de Guantánamo no tengan la alegría de probar ese privilegio: aquél por el cual a la identidad de un prisionero se la garantiza el carcelero ya que un privilegio así no puede sostenerse a no ser que sea precisamente la razón misma de su aprisionamiento.
De hecho, los detenidos de Guantánamo no conservan su identidad simplemente porque no es en tanto musulmanes, en tanto árabes que se los aprisiona sino de hecho porque se los interpeló con las armas en mano en el curso de un conflicto y en el momento de violentos combates militares consecutivos al estado de guerra que se desencadenó por los atentados del 11 de septiembre, de manera que no podemos sino regocijarnos de que su encarcelación no sea, a la inversa de los judíos de Auschwitz, el guardián de una identidad. Ahí se ve lo que, precisamente al nivel del derecho, distingue un Estado democrático de un Estado totalitario, es que una medida de excepción tal como la que el gobierno norteamericano tomó al autorizar la detención sin procesamiento de prisioneros, no trasgrede nada de lo que funda metafísicamente el orden jurídico occidental, a saber la distinción entre la identidad de una persona y los motivos que le hacen merecer el ser encarcelado.
Agamben establece de manera radical su incomprensión de lo que fue Auschwitz ya que por esa equivocación[18] traiciona su creencia de que es a pesar de su encarcelación que los judíos podían conservar su identidad de judíos, mientras que es por el contrario porque conservaban su identidad de judíos en Auschwitz mismo que serían allí exterminados: cuando conservar su condición de judío en Auschwitz es la condición misma de la muerte y que la esencia de Auschwitz es simplemente aquello.
Otras extrañezas caracterizan esa declaración, el empleo de la palabra Lager, por ejemplo, cuyo significado en alemán es campo: ¿cuál es el sentido de este uso? ¿Por qué Agamben hace uso del eufemismo? ¿Por qué no escribe “campo de exterminio”? Se adivina sin esfuerzo que al emplear el término exacto, lo absurdo de la comparación entre los prisioneros de Guantánamo y los judíos de Auschwitz saltaría a la vista, en tanto que la palabra Lager engaña ya que en cierta medida los talibanes también están en Lager. En fin, podemos sorprendernos por la hipérbole del comienzo (“la única comparación posible…”): ¿Realmente? ¿No hay en la historia de los hombres un sólo ejemplo de combatientes aprisionados sin ser procesados, ya que tal es el estatus de los detenidos de Guantánamo? ¿Auschwitz es en verdad la única comparación posible? Muy evidentemente la situación de los seiscientos ochenta talibanes en Guantánamo y la de los millones de judíos en los campos de exterminio nazis no tienen medida en común, pero al escandalizarnos demasiado con respecto al carácter espectacularmente chocante de la declaración sin duda satisfacemos su carácter puramente perverso.
Poco después de la aparición de su libro en Francia, Agamben publicó una tribuna en la primera plana de Le Monde, titulada “No al tatuaje biopolítico[19]” donde comparaba la huella digital que piden las aduanas americanas con el tatuaje infligido a los detenidos de Auschwitz. Agamben amenazaba con anular el curso que debía asegurarle a la Universidad de Nueva York si una medida así se mantenía. No comment…

El punto de vista jurídico que Agamben utiliza de manera exorbitante para disolverlo mejor conduce de este modo a caracterizar al III Reich como un “estado de excepción que duró doce años” a causa del decreto del 28 de febrero de 1933 (que se cuida mucho de analizar y detallar) al suspender los artículos de la Constitución de Waimar relativos a las libertades personales (p. 11). Más allá de la insignificancia misma de una descripción semejante y de su no pertinencia ya que conduce a definir el totalitarismo de manera puramente relativa al derecho, ese tipo de análisis autoriza entonces a Agamben a aproximar y a identificar todas las situaciones y así a comparar la América de Bush con la Alemania de Hitler. Tan pronto como el Estado nazi es definible como estado de excepción a partir del simple hecho de haber suprimido tal o tal artículo de su constitución, toda suspensión del mismo género debida a un Estado democrático – incluso si no se la declara en el sentido técnico – puede, en derecho, someterlo a la misma grilla de análisis. En realidad, todo el proyecto de Agamben es el de crear una identificación estructural entre Estados democráticos y Estados totalitarios con la misma puerilidad que le permitió comparar Guantánamo con Auschwitz. Esta identificación pasa por seudo genealogías históricas que hacen así del estado de excepción una creación de la tradición “democrático-revolucionaria” combinación relativa al léxico muy extraña visto que designa al Estado napoleónico (un decreto de Napoleón de 1811) y el Consulado (un artículo de la Constitución del año VIII). Y, desde luego, esas seudo genealogías (desde las leyes de excepción de la guerra de 1914 hasta el artículo 16 de la V República francesa[20] pasando por el título de “commander in chief of the army” de Bush, p. 41) testifican que el estado de excepción es el régimen crónico de Occidente desde que instauró repúblicas y democracias y que rompió con el absolutismo[21]. La identificación del totalitarismo y de la democracia le permite a Agamben hablar como de una sola secuencia jurídica del periodo que, en Francia, va de los plenos poderes votados en diciembre de 1939 hasta la V República, o lo autoriza a escribir que el advenimiento de Hitler al poder es “incomprensible” sin un análisis de los usos y abusos del artículo 48 de la Constitución de Waimar entre 1918 y 1933[22]. Esta identificación de la democracia y del totalitarismo no es posible sino porque, para Agamben, el hecho de que la suspensión del orden jurídico sea parcial o total, provisoria o permanente, no tiene ninguna importancia[23].
Si lo provisorio y lo permanente, si la parte y el todo, si lo parcial y la totalidad son una sola y misma cosa, se entiende entonces porque el Estado nazi y el Estado americano son muestra de un mismo paradigma de análisis. Es por eso que, con respecto al combate llevado por los Estados Unidos de cara al terrorismo, Agamben puede escribir: “Es justamente en el momento en que quisiera dar lecciones de democracia a culturas y a tradiciones diferentes, que la cultura política de Occidente no se da cuenta que perdió totalmente los principios que la fundamentan” (p. 35): nos quedamos intrigados con la idea de saber que realidad política y cultural disimula la dulce expresión de “culturas y tradiciones diferentes” y nos quedamos pensativos con la idea de que Occidente habría perdido los principios que lo fundamentan ya que Agamben nos mostró que el Estado de derecho es un mito (p.17). En fin, extremando radicalmente el sentido de sus palabras, Agamben escribe, “en la urgencia del estado de excepción en el que vivimos”, que la maquina que contiene en su centro al estado de excepción “siguió funcionando casi sin interrupción a partir de la Primera Guerra mundial, a través del fascismo y del nacionalsocialismo, hasta nuestros días. El estado de excepción alcanzó incluso hoy su más amplio despliegue planetario” (p. 145 -146).
Se entendió, el arma por la cual Agamben se autoriza la confusión entre el Estado totalitario y la democracia depende de la ficción jurídica en la cual finge encerrarse para destruirla mejor. Pero ese encierro lo lleva de este modo a declaraciones absurdas tal como la de definir el totalitarismo como estado de excepción, es decir como suspensión del derecho, cuyo ejemplo esta dado por la Alemania nazi, ya que Agamben no puede ignorar que a la URSS se la dotó de una constitución de un formalismo jurídico extremo y caracterizado por la mayoría de los juristas como garante de todos los derechos de los ciudadanos y no ignora que a esa constitución soviética se la ratificó en 1936[24], es decir en el momento precisamente en que la represión entró en su fase más radical, la del terror de masas. No ignora tampoco que ese terror para aplicarse no tuvo ninguna necesidad del estado de excepción. Se podría decir en relación a esto y como entre paréntesis que el hecho de decretar o de hacer votar “leyes” de excepción – que son para Agamben el equivalente al estado de excepción –, como las leyes antidisturbios de los años 70 en Francia, la ley Gayssot contra el negacionismo, la “military order” de Bush, es a la inversa la garantía de su excepcionalidad, de su carácter parcial y temporal y la garantía de que la regla general del derecho constitucional se mantiene, de manera que una vez más se verifica la validez del aforismo convertido en proverbial según el cual, es la excepción la que confirma la regla[25]. Por esa razón, por ejemplo, el Patriot Act que se promulgó luego de los atentados del 11 de septiembre tuvo que, para prolongarse, ser objeto de una votación que tuvo lugar en el Senado el 2 de marzo de 2006: el Patriot Act es una ley de excepción en el sentido en que debe permanentemente ser confirmada democráticamente.
El ejemplo soviético (o chino, cubano, albanés, rumano, norcoreano o camboyano), que Agamben no toma nunca seriamente en cuenta, aniquila finalmente la idea de una solución de continuidad entre el Estado democrático y el Estado totalitario[26], ya que el golpe de Estado bolchevique de octubre de 1917 – como más tarde el golpe de Estado nazi – muestra que el Estado totalitario se burla de los medios que el Estado de derecho le concede o no, según el estado de lucidez de sus garantes políticos, y opera siempre según los procedimientos de una violencia fundadora que supone una cesura histórica y jurídica absoluta con el régimen de derecho anterior.
La ficción jurídica en la que se encierra Agamben con gula lo lleva a rechazar con desdén todos los elementos que justifican que una democracia, con o sin razón, suspenda provisoriamente tal o tal derecho constitucional o bien autorice actos de policía contrarios a las leyes (tales como las ejecuciones extrajudiciales que practicó Israel en contra de terroristas) como el estado de necesidad, el estado de urgencia, etc., y es por eso que Agamben identifica a los seiscientos ochenta combatientes de Afganistán con los millones de niños, mujeres, ancianos, hombres civiles aniquilados en los campos de exterminio.
Aun ahí, Agamben parece omitir algo fundamental que nos mostró el informe del Congreso de los Estados Unidos sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001, es que, además de lo aficionado de las fuerzas de vigilancia y de coerción americanas (lo que por otra parte relativiza en gran medida la imagen de los Estados Unidos como eje esencial del estado de excepción planetario), es precisamente la aplicación escrupulosa de la constitución americana por las fuerzas de policía lo que permitió a los terroristas escapar del FBI y llevar a cabo un asesinato en masa: así, entre otros ejemplos, a Zacharias Moussaoui, detenido por falta de visa el 16 de agosto y pudiendo estar bajo sospecha por mil indicios de estar a punto de llevar a cabo un acto terrorista de gran magnitud, no se le pudo revisar sus efectos personales, al no permitirlo el delito del cual era culpable[27]; de este modo, las medidas de vigilancia, las medidas de retención de talibanes, las medidas de control reforzadas que decidió el gobierno americano, si pueden, desde luego, criticarse en razón de eventuales amenazas que ciertos desvíos podrían tener con respecto a los derechos de los ciudadanos, no pueden por eso describirse de manera aislada como lo hace Agamben.
Es, además, sorprendente que Agamben quien apela al pensamiento de Foucault específicamente sobre la “biopolítica” y que toma de él, al menos formalmente, tantas palabras, objetos teóricos, conceptos, oculte el hecho de que este último haya, en 1978-1979, en el curso que precisamente se titula Nacimiento de la biopolítica, criticando muy severamente una continuidad entre el Estado democrático y el Estado fascista, y aquello para destruir los contrasentidos ligados a su famoso curso de 1976 “Hay que defender la sociedad” sobre las tecnologías de dominación que, en efecto, están presentes en el funcionamiento del Estado moderno y eso particularmente por lo que él llama el “biopoder”. En 1980 por otra parte, Foucault, para disipar las confusiones, explica que si es verdad que los “campos de concentración” son una invención inglesa, eso no permite de ninguna manera decir que Inglaterra haya sido una sociedad totalitaria, ya que hay una autonomía, relativa, de las técnicas de poder[28].
Para Foucault, la idea misma de una “parentesco” o de una “continuidad genética” entre diferentes formas de Estado acaba en el “crecimiento del intercambio de análisis” y por lo tanto “pérdida de su especificidad”[29]. Foucault entonces, criticando anticipadamente las confusiones de Agamben, ironiza sobre aquel que resbalaría de un análisis de la Seguridad social al de campos de concentración. Pero hay otra dimensión en sus palabras, y que de antemano condena la empresa de Agamben y, de manera más general, la corriente neoizquierdista de la radicalidad, es cuando resulta que ese procedimiento lleva a una “descalificación general por lo peor”. Foucault denuncia entonces el “gran fantasma del Estado paranoico y devorador”[30].
Más importante aun, Foucault demuestra la profunda discontinuidad entre el Estado llamado totalitario y el Estado democrático que no tienen ni la misma forma, ni la misma matriz, ni el mismo origen, ya que el Estado totalitario paradójicamente no se caracteriza por la intensificación endógena de los mecanismos de Estado sino al contrario por una limitación y una disminución de éstos en provecho de una gubernamentalidad de partido[31].
Pero sería fastidioso utilizar ese admirable curso de Foucault para el único uso de descalificar la declaración de Agamben.

Así se podrían rechazar una a una las argucias desarrolladas por Giorgio Agamben; es a veces molesto hacerlo ya que se tiene el sentimiento de que entrar en ese tipo de discusión es inútil de tal manera, a todas luces, éste maneja la exageración sin preocuparse mucho de convencer a quien sea, incluyéndolo a él mismo, pero con la única inquietud de volver a entrar en las casillas de la radicalidad que parece, hoy, ser indispensable al intelectual europeo que aspira a una posición de maestría, a menos que no se trate, en el caso preciso de Agamben, de un simple dandismo: palabra hiperbólica como lo hemos visto, profetismo charlatán sobre la guerra civil mundial a la cual nos conduciría Occidente (p. 147), analogías rudimentarias y masivas, el todo superpuesto a una erudición de pequeño mandarín, una retórica que exhibe los signos formales del rigor, y un estilo que, maniáticamente, retoma todos los tics conceptuales del momento.
La crítica de esa radicalidad no tiene más nada que hacer, pero el libro de Agamben da la oportunidad de poner en evidencia dos de sus características esenciales.
La primera característica se dice en dos tiempos: primer tiempo, el fracaso de la empresa comunista en la que la URSS fue el paradigma se admite pero, segundo tiempo, nunca se lo trata[32], aun cuando el concepto de Estado totalitario permitiera sin embargo numerosas e instructivas comparaciones que, desde hace una decena de años, los historiadores multiplican. En realidad, si la URSS y la secuencia comunista soviética o china ya no tienen crédito posible y si es obviamente indecente querer salvar lo que sea de esa secuencia, sin embargo no se pensó nada de esa catástrofe y eso por una razón muy simple, es que el modelo político en el cual Agamben cree es simplemente el mismo, es decir el del Terror: “La política sufrió un eclipse duradero porque fue contaminada por el derecho” (p. 148). Para Agamben, ahí se ve la catástrofe, y a lo que aspira – ¿pero aspira a eso realmente? – es al regreso de la política que el derecho no restringiría más, es decir por lo tanto el Terror.
Es verdad que Agamben, como ya se dijo, habla entonces de “acciones puras”, tan puras que son “un medio puro que se expone solamente a ellas mismas”: simple paráfrasis de las palabras de Benjamin sobre la “violencia pura”. Sin embargo, todo nos hace entender que ahí se trata de una fraseología vaga que disfraza torpemente cualquier otra cosa, y que la “pureza” a la que Agamben apela tan a menudo es una manera cómoda de no admitir nunca su nostalgia de la epopeya sanguinaria del Terror. Estas sospechas se deben desde luego al tratamiento tan discreto de la catástrofe comunista que permanece inanalizada pero igualmente a la complacencia de la que Agamben da prueba con respecto al terrorismo totalitario que, suavemente, describió como “las culturas y las tradiciones diferentes” y como pura víctima a través de los seiscientos ochenta prisioneros de Guantánamo y, en fin, el hecho de que a sus ojos, la “guerra civil mundial” de la cual ese terrorismo es el actor principal tiene al Occidente como único responsable.
En fin, si no se puede creer en la seriedad de Agamben cuando finge encarar las “acciones puras”, la “violencia pura” como una especie de liberación del orden, del derecho y de la violencia, es simplemente que una violencia tal es en efecto sinónimo del terror más terrible, el terror arcaico, en cuanto, como Benjamin nos prevenía de eso, que se sitúa apartada de lo divino y que se sitúa fuera de la Ley como palabra. En efecto, Benjamin, en el momento en que encara esa “violencia pura”, escribe esto: “[…] Se objetará que en buena lógica deja a los hombres el campo libre para ejercer los unos contra los otros la violencia que otorga la muerte. Es lo que no admitiremos. Ya que a la pregunta: ¿Se me permite matar? la imprescriptible respuesta es el mandamiento: No matarás[33].” Sigue entonces, en Benjamin, la admirable reflexión que opone la Ley al derecho que ya comentamos. Pero, en Agamben, nada de eso. A pesar de la presencia del nombre de Benjamin, a pesar de la paráfrasis que se hace con sus palabras, a la violencia pura se la encara en tanto tal, en una extraña fascinación de lo “puro” y de la “violencia” que en efecto no puede desembocar sino en el Terror en tanto que el Terror es siempre puro, siempre arcaico, apartado siempre de la Ley y cuyo goce maniático tiene actualmente como emblema la explosión apocalíptica de las dos torres del World Trade Center de Nueva York.
La segunda característica de la radicalidad de la que Agamben es el testigo atañe al término “judío” al que le echamos mano en dos oportunidades en su libro, una primera vez como calificativo de Benjamin y una segunda vez como el compareciente de la suerte a la que a seiscientos ochenta talibanes se los deja en la base americana de Guantánamo. El proceso retórico que caracteriza a esos dos empleos es el mismo, a saber el de la denegación: la palabra judío se emplea para vaciarla mejor de eso a lo que se refiere; se califica a Benjamin de filósofo judío pero simultáneamente se borra lo que tiene de específicamente judío en su pensamiento y de hecho, la “violencia pura” de la que Agamben se apropia tan groseramente es incomprensible fuera de esa referencia judaica. De la misma forma, se habla de judíos de “Lager nazis” pero es para negar mejor la realidad de su situación al reducir la excepción que fue su regla a una simple situación jurídica que los identifica con los seiscientos ochenta prisioneros de Guantánamo. Mientras que a la catástrofe comunista se la admite para ocultarla simultáneamente, a la cuestión judía se la integra como un supuesto retórico al que se recurre para hacer de ella objeto no de un simple ocultamiento sino de una pura falsificación.
Se dirá entonces que lo que caracteriza a los filósofos de la radicalidad, son dos contrasentidos cruciales; el primero concierne a la cuestión del fracaso histórico y metafísico del comunismo, el segundo atañe a la cuestión judía que, de parte en parte, atravesó el siglo XX. Al fracaso del comunismo, lo hemos visto, se lo pasa rápidamente por pérdidas y ganancias y no se hizo de él, en ningún momento por parte de esos filósofos, objeto de un verdadero análisis: a la lucha de clases a nivel mundial que la existencia de la URSS podía mantener como un simulacro que aspire la manía revolucionaria, se sustituyeron combates emancipadores de toda clase de los cuales ninguno tiene realidad histórica profunda y que son los señuelos que disimulan una fascinación que crece sin cesar por el único terror de alcance verdaderamente planetario, el islamismo radical, por el cual se encuentran todas las razones de entenderlo especialmente cuando la cuestión de Israel esta explícitamente en juego.
Si la cuestión del exterminio de los judíos por los nazis durante la Segunda Guerra mundial no es objeto de una reposición en causa, en cambio la obsesión de la radicalidad filosófica es la de disolver su singularidad y de secularizarla para hacer de eso el equivalente de cualquier represión: la ejemplaridad de la Shoah ya no se convierte en una ejemplaridad de la excepción sino en la ejemplaridad de la banalidad de lo político: se recuerda con respecto a esto como Alain Badiou, en una tribuna publicada en Le Monde del 9 de diciembre de 1997, comparaba los procedimientos de regulación de los inmigrantes indocumentados por el gobierno de Jospin con la obligación que se les hizo a los judíos de hacerse registrar en las prefecturas por el gobierno de Vichy, bajo el pretexto de que se trataba de un archivo que podía conducir a expulsiones o despidos[34].
La analogía en la que procede Badiou es idéntica a la de Agamben. En los dos casos, se trata de una analogía puramente formal en la que la realidad operatoria es de hecho nula salvo desde luego en lo que aniquila la realidad del exterminio de seis millones de judíos.

Si Guantánamo tiene por único equivalente a Auschwitz según Agamben, entonces ¿cómo no tomar como un efecto cómico, que sólo lo real puede desplegar en su intensidad trágica de ironía máxima, la información de que los “talibanes” rusos que allí están detenidos se nieguen a ser extraditados hacia Moscú porque consideran que son tratados en ese Lager americano “con respeto[35]”? La obra de Agamben se revela así como el ejemplo mismo de un pensamiento que, girando sobre sí mismo con la complacencia de vanidades avejentadas, no produce sino disertaciones opacas a todo real y en las cuales sería tal vez tiempo de preguntarse de que tiempo de indigencia son el oscuro y patético testigo.
Las tareas del intelectual en Europa son simples. Están estrictamente a la inversa de todas aquellas que un libro como el de Agamben deja traslucir.


Traducción: Rodrigo Grimaldi.


[1] Texto publicado en los anexos del libro del mismo autor, Une querelle avec Alain Badiou, philosophe; Gallimard, 2007. [Nota del traductor]
[2] État d’exception, Editado en Éditions du Seuil en 2003, traducción de Joël Gayraud.
[3] Es un texto que se extrajo de la conferencia pronunciada el 10 de diciembre de 2002 en el Centre Roland-Barthes (Université Paris VII-Denis-Diderot, dirección Julia Kristeva).
[4] Critique de la violence. Este texto, publicado en 1920 y 1921, esta disponible en la traducción de Maurice de Gandillac en Œuvres, t. I, “Folio-essais”, 2000.
[5] Op. cit., p. 216.
[6] Ibid., p. 222-223.
[7] Ibid., p.230-231.
[8] Ibid., p. 234.
[9] Se trata del episodio de Coré (Números XVI, 1-35, ver Benjamin, op. cit., p.238).
[10] Benjamin, Œuvres, t. I, op. cit., p. 239.
[11] Aquí hablamos de la Ley judía y del judaísmo pero es desde luego sin desconocer que a esa tradición la retomaron algunos cristianos de los cuales los más importantes son Pascal y Péguy y es en un sentido puramente benjamineano que hay que entender la famosa frase de Péguy “Tengo tanto horror del juicio que preferiría condenar a un hombre que juzgarlo” (Victor-Marie, comte Hugo, Œuvres en prose complètes, edición establecida, presentada y anotada por Robert Burac, Bibliothèque de la Pléiade, 1993, t. III, p. 325).
[12] Benjamin, Œuvres, t. I, op. cit., p. 240.
[13] Para una introducción a esta cuestión radical y compleja, no podemos sino remitir al lector al capítulo dedicado a Benjamin en el libro notable de Pierre Bouretz, Témoins du futur, philosophie et messianisme, Gallimard, 2003.
[14] Benjamin, Œuvres, t. I, op. cit., p. 227.
[15] Ibid., p. 242.
[16] Ibid., p. 243.
[17] Es verdad que un párrafo en el que ya no se trata más de Crítica de la violencia, Agamben comenta una carta de Benjamin a Scholen de 1934 y su texto sobre Kafka del mismo año, del cual resalta que, por Kafka, quedaría en Benjamin la idea de que “El derecho que no se practica más sino que se estudia” es “la puerta de la justicia” porque según Agamben estaría entonces sin fuerza y sin aplicación (p. 108 y ver Benjamin, Œuvres, t. II, p. 452). Pero las preguntas que la obra de Kafka plantea al derecho y a la violencia, y que Benjamin en efecto comentó admirablemente, solicitarían sólo ellas todo un análisis y no pueden servir de epílogo a las planteadas más de diez años antes en Crítica de la violencia, no son además de ninguna manera una “imagen enigmática” (p.108) sino que fueron enlazadas directamente por el mismo Benjamin a la práctica talmúdica de la Thora (op. cit., p. 426-427 y 452-453).
[18] Empleamos aquí la palabra “equivocación” en el sentido fuerte, en el sentido lacaneano del término en el cual el contrasentido trágicamente lleva en sí una forma de verdad a la manera de un lapsus o de un acto fallido.
[19] Le Monde, domingo 11 – lunes 12 de enero de 2004.
[20] Recordemos que el artículo de 16 sólo fue aplicado una vez.
[21] Ya que el estado de excepción no tiene, nos dice Agamben, relación con el absolutismo (p.16) pero por otro lado, define al estado de excepción como un “umbral de indeterminación [sic]” entre “democracia y absolutismo”.
[22] Agamben va incluso más lejos, escribe: “Es importante no olvidar ese proceso de transformación de las constituciones democráticas entre las dos guerras mundiales cuando se estudia el nacimiento de esos pretendidos regimenes dictatoriales en Italia y Alemania” (p. 29, la bastardilla es nuestra).
[23] “Si lo propio del estado de excepción es una suspensión (total o parcial) del sistema jurídico…” (p. 42). No obstante, Agamben al sentir que esa cuestión es problemática decide que el carácter temporario de tal medida de excepción no debe ser retenido ya que “la excepción se convirtió en la regla” (p. 22), en donde se ve a Agamben utilizar un argumento de hecho (que por otra parte sólo existe a sus ojos) para destruir un elemento del derecho.
[24] A esta constitución que respeta todos los derechos y todas las libertades del ciudadano se la ratificó el 26 de noviembre de 1936, una nueva constitución igualmente liberal se votó, bajo el gobierno de Berejnev, el 7 de octubre de 1977.
[25] El carácter extremadamente frágil de los estados de excepción se testifica por varias decisiones de la Corte Suprema: aquella del 28 de junio de 2004 que reconoce a los detenidos la posibilidad de impugnar su detención frente a los tribunales americanos. A los pseudo tribunales que creo la administración Bush para responder a ésta decisión un juez federal de Washington los juzgó inconstitucionales, prueba de que no hay “implosión del derecho”.
[26] A esta tesis, Agamben intenta ilustrarla en relación a la República de Weimar y al régimen nazi so pretexto del artículo 48 de la antigua constitución que autorizaba al presidente de la República a “suspender la totalidad o parte de los derechos fundamentales” establecidos por una serie de artículos.
[27] Una parte de ese informe se tradujo y se publicó en Le Monde (el 16 de Julio de 2003), ver especialmente p. 10- 11.
[28] Dits et écrits, t. II, editado bajo la dirección de D. Defert y F. Ewald, Gallimard, “Quatro”, 2001, p. 910.
[29] Naissance de la biopolitique, curso del Collège de France 1978 -1979, editado bajo la dirección de F. Ewald y A. Fontana por Michel Senellart, Hautes Études-Gallimard-Seuil, 2004, p. 193.
[30] Ibid., p. 193- 194. Foucault había percibido bien esa deriva “antiautoritaria”, esa “fobia” pueril del Estado y a partir de 1977 en una entrevista sobre la seguridad y el Estado, la denuncia vigorosamente (Ver Dits et écrits, t. II, op. cit., p. 386- 387).
[31] Ibid., p. 196- 197. Sobre la cuestión de la discontinuidad entre las diferentes formas de gubernamentalidad, ver en Dits et écrits, t. II, op. cit., especialmente p. 910- 911.
[32] Agamben alude por ejemplo en su libro a la tesis de Kantorowicz sobre los dos cuerpos del rey (p. 139- 140) e intenta ilustrarla a través de Hitler y Mussolini, pero nada sobre Mao o Stalin.
[33] Op. cit., p. 239.
[34] “¿Cómo nombrar esta práctica gubernamental? Una práctica de mentira y registro. Y cualesquiera que sean las diferencias en lo que se refiere a las consecuencias, hay que admitir que está en la tradición que fijó el gobierno de Vichy, cuando llamó a los judíos a registrarse como tales en las prefecturas” (la bastardilla es nuestra); esa tribuna tenía igualmente por signatarios a Sylvain Lazarus y a Natacha Michel (Le Monde, del 9 de diciembre de 1997). La diferencia entre la practica de registro de los judíos por el gobierno de Vichy y los procedimientos de regulación de los indocumentados no concierne solamente a las consecuencias (pero el gran lógico Badiou, fascinado por Lacan, nos probó sin embargo mil veces que el después es siempre consecutivo al hecho en su misma génesis), las diferencias atañen al procedimiento mismo: el de Vichy convocaba a los judíos en tanto judíos, es decir identificados por características raciales, la gestión de Jospin sólo apuntaba desde luego a sujetos en situación sorprendidos en una infracción jurídica, ilegalidad de la estadía; el verdadero escándalo jurídico, en el primer caso, se debe sin duda, como lo escribía Badiou sin entenderlo, al hecho de que a los judíos se los llamaba a “hacerse registrar como tales”: por lo tanto, además de la existencia de leyes discriminatorias ya operativas, se trataba sin duda de una operación contraria a la esencia misma del derecho propia de las democracias.
[35] Le Monde, 14 de Agosto de 2003.