domingo, 13 de junio de 2010

Como ser poshitleriano sin saberlo

Leí en The New York Times del 5 y 6 de mayo de 2002, la selección semanal presentada por Le Monde, un artículo firmado Susan Sachs, titulado “Age-Old Anti-Semitism gets an Islamic Twist” (el antisemitismo secular toma un giro islámico). Se leía allí que en los hoteles cinco estrellas, de Jordania a Irán, se pueden comprar Los Protocolos de Los Sabios de Sión. Leí que la imaginería del judío con nariz ganchuda pulula en los manuales escolares árabes. Amalgama de la imaginería cristiana del judío usurero y pueblo deicida con la imaginería nazi, como la amalgama entre israelí y judío transforma una guerra aparentemente territorial en una guerra de las religiones.

También se leía que en el pasado abril el diario saudita AI Riyadh publicaba un artículo firmado por un universitario, retomando la acusación de homicidio ritual, que se habría creído de otro tiempo, como un “hecho bien establecido”: sangre de niño cristiano (esta vez, encima, musulmán) para consumirla en la fiesta de Purim, para hacer el pan ácimo (ah, tiempo atrás era solamente en Pascuas). Pero una vez el artículo traducido al inglés, el editor del diario lo había desmentido, agregando que no tendría que haber aparecido.

Así va el discurso. Doble. Para el uso interno cumplió con su trabajo. El trabajo hacia el exterior consiste en denegarlo. La denegación, para el Occidente y en sus lenguas, la exacerbación máxima, en árabe. Doble juego, doble lenguaje, doble lengua. Y el juego continúa, que no engaña más que a los “idiotas útiles”. Expresión de Taguieff. Igualmente para cada atentado suicida, una condena; nuevo atentado, nueva condena. Así indefinidamente.

El recurso constante a Los Protocolos de Sión, como un homicidio ritual, acapara una nazificación y una islamización, o más bien la islamización integra todo un pasado múltiple de temas pasados por el nazismo. Es la islamización del antisemitismo. Recupera todas las vulgatas, incluso la vulgata cristiana del pueblo deicida.

Pero no leeremos estas cosas en la gran prensa francesa, esta islamización del conflicto israelí-palestino. A tal punto que ese silencio de la prensa parece extraño.

Ese silencio mediático resulta ser posthitleriano sin saberlo, o sin querer saberlo. Hay que ver lo que hace el poder de desinformación de la mediocracia. O la prensa es incompetente, y debería saberlo. Los libros especializados y documentados no faltan. O sabe y no dice nada. Entonces, es que acepta. Es cómplice. Pero va enseguida a denegar. Ese silencio se apoya sobre diecisiete siglos de entrenamiento cultural de cara al judío. Toda una cultura, que es una incultura. Y acomodamientos con la ética.


Hacer Céline

Ya que esta propaganda funciona. Su principal suceso tal vez es haber ganado para su causa, bajo el manto de justicia y de antiimperialismo, el imaginario de una izquierda idealista. La omnipresencia del complot judío mundial tiene por corolario una omniausencia en la prensa de izquierda. La hazaña: ser a la vez postcomunista y posthitleriano. Comedora de estereotipos. Hacer Céline sin saberlo: el colmo. En tiempos de Paul Morand, estaba situado a la derecha. Ahora, está a la izquierda.

En nombre de una “solidaridad con las víctimas”, como se expresaba el director de las ediciones Fata Morgana, el 7 de octubre de 2001, y se han visto poetas sumarse a esa piadosa comunión. Se vio esta cosa cuyas paradojas y contradicción pasan desapercibidas: una comunión con el odio, que cree comulgar con el amor. Siempre Hegel, la religión del odio, la religión del amor.

Es hermoso, el amor. Ese propalestinismo da muestras de una sordera muy específica y ni siquiera escucha, contrariamente a lo que aparenta, su propia causa. Es un conformismo parecido a la buena consciencia, excepto que es una inconsciencia.

En apariencia, es la causa del oprimido, del humillado. Pero la generosidad no ve los Protocolos de Sión, el mito del homicidio ritual, como tampoco el prefacio de Arafat a Mein Kampf, Mein Kampf que se encuentra en los kioscos de libros y diarios del aeropuerto de Amman. Un prefacio a Mein Kampf. No esta mal, ¿no? Nadie habla de eso. ¿Por qué? Es que no parece dejar ver la representación del palestino como víctima. Lo que ciertamente es, pero tal vez no como se cree. Y la “palestinolatría” como dice Bat Yeor (en Nouveaux visages de l’anti-sémitisme, ed. NM7, 2001) rehabilita el “muerte a los judíos”. Por otra parte, lo vi escrito en mi barrio: “MUERTE A LOS JUDÍOS” (sic). Pero no hay que verlo, no hay que decirlo.

Algunos saberes no pasan. Aquello que exponía en detalle Pierre-André Taguieff en Los Protocolos de los Sabios de Sión, Falsificados y uso de documentos falsificados (Berg International, 1992): que son constantemente reeditados por la Universidad Al-Azhar de El Cairo, y primero traducidos y difundidos a comienzos de los años veinte por árabes cristianos. Traducidos al árabe y al persa, presentados como pruebas.

Reeditados en Damas en 1983, como estaba allí editado El pan ácimo de Sión, en 1985, por el ministro sirio de la defensa: el homicidio ritual, como Taguieff lo precisa en La Nouvelle Judeophobie (ed. Mille et une Nuits, Fayard, 2002).


La Amalgama

Es Los Protocolos de los Sabios de Sión, detrás del padre Pierre, que incriminaba el “lobby sionista internacional”. El mito de los judíos reyes del mundo, por la judaización generalizada del mundo occidental. Para Vichy Francia estaba “enjudiada”. Ahora es la amalgama con un mismo objetivo, los “intereses” americanos o franceses en una cruzada anticapitalista. Por lo tanto los mismos atentados. Sin embargo no se matan “intereses”, sino seres vivos.

Y en principio, cronológicamente, la cruzada fue cristiana luego islámica. Es un odio teológico. Y los odios teológicos son insaciables. Se trata de una demonología. Y esta paranoia, que empezó con el cristianismo “verdadero Israel”, termina por excluir a los judíos de la humanidad; “Our war is with Jews”, dice un video de Ben Laden. La amalgama judío-sionista se prolonga en judío-Occidente. Pero ahí donde la islamización muestra el Occidente, el hombre de izquierda no ve más que el palestino víctima. Así a la causa palestina se la transforma en su interior en antioccidentalismo radical, contra todos los impíos, para que no permanezca sobre la tierra más que el islam, pero los ojos del hombre de izquierda no quieren verlo.

El hombre de izquierda quiere una conciencia tranquila. A lo políticamente correcto no le gusta que le agiten antecedentes molestos. Prefiere el discontinuo a un continuo con relaciones islámicas al nazismo. Ya estaba ese muftí de Jerusalén condenado por el tribunal internacional en 1945 y que de Gaulle, extrañamente, protegió.


Un Néohitlerismo

Prestado de Mein Kampf, el tema de los judíos maestros de la mentira. De donde toma también el negacionismo. Ahí está la izquierda que faurissona sin saberlo tampoco. Decididamente, qué negligencia… Metáforas a la Mein Kampf: los judíos “como un absceso”. O “parásitos”. La metáfora patológica o animalista: “simios” y “puercos” (lo que ya quería decir marranos), radicalizando un pasaje del Corán. La modernidad, un cáncer. De ahí depuración, limpieza. Por la salud. Otro tema hitleriano de la islamización: subhombres. Todos impíos. Pero los judíos, farsantes, traidores, codiciosos. Lo que venga. Y las falsificaciones históricas, para vaciar al judío de toda identidad histórica y geográfica. Abraham es musulmán, y tiene sólo un hijo, Ismael. La eliminación del Estado de Israel no es más que un detalle. La aniquilación completa del judío es el motor y el fin.

Misma amalgama que en Hitler entre la judería, el imperialismo (americano) y el comunismo internacional – salvo que a éste se lo reemplaza por la democracia y los infieles. La victimización maniquea junta un postmarxismo y la guerra santa. La argumentación antiimperialista motiva la simpatía de los herederos de la izquierda, que cierran los ojos ante la utilización de todas las antiguallas del antisemitismo contra el Estado sionista.

Se sierran los ojos ante la enseñanza del odio y de la negación del otro en los manuales escolares palestinos, de la pequeña a la gran escuela (como lo muestra con precisión Yohanan Manor en Nouveaux visages de l’antisémitisme). En Allah aqbar, “Alá es el más grande” resuena el eslogan franquista: “Viva la muerte”.

No obstante esa cultura del odio y de la muerte perjudica la causa palestina. Muestra sin decirlo que tampoco quiere un Estado palestino más que un Estado de Israel. Es finalmente, un falso palestinismo. Un video-juego irrealisante, que ubica al jugador occidental que allí participa en una posición donde esta él mismo desrealisado.

Y ese neohitlerismo es consubstancial a la islamización del conflicto. Es imperioso denunciar esta “islamización del mundo” (Taguieff) que alcanza al reino de mil años de Hitler: un totalitarismo del odio. Un diario saudita presentaba en 1987 a Alá como cumpliendo aquello en lo que Hitler había fallado con respecto a los judíos.

La mundialización del islamismo no es separable de ese recurso constante a los Protocolos de Sión que lo descalifica. En el nombre de Dios: “Hesbollah” significa “partido de Dios”. Politización máxima de lo teológico-político. Que arrastra también con ella “una islamización de la teología cristiana” (Bat Yeor). En lo que agrega, al complot de la humanidad de los Protocolos de Sión, un complot contra Dios. El odio llevado a lo cósmico. Pero el hombre de izquierda no lo ve. El hombre de derecha, por su parte, sigue siendo antiárabe.


Una retórica de la inversión

Hay una retórica en esta maquinaria. Una retórica de la inversión. Y funciona. Esta retórica pone en escena una conspiración judía contra el islam, mientras que se asiste a una maniqueización islamista del mundo. El gran Satán es el agresor. Inversión de posturas, de víctima en verdugo: la cruz gamada sobre la bandera israelí, y el palestino víctima del neonazi israelí. Asimilación del sionismo a un racismo en 1975 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, antes de que esta resolución sea abrogada en 1991. Sin que ningún término aquí siga siendo inocente, ni el de “Palestina histórica” como tampoco el de “colonos”. Y si el sionismo es un racismo, es una amenaza para el mundo entero, un genocidio de musulmanes. Esas ultranzas retoman la causa hitleriana: son los judíos quienes empujan a la guerra. Antes, era la segunda, ahora, la tercera guerra mundial.

Es la inversión del “atraso” musulmán en antimodernidad. Aquí se haría bien en leer, releer, la conferencia de Renan en 1883, “El islamismo y la ciencia”. Ya que permanece sorprendentemente moderna, disociando civilización árabe e islam, mostrando que la civilización árabe es grande cuando el islam es débil, y que ella se debilita cuando él es fuerte, y que “los musulmanes son la primeras víctimas del islam”, oponiendo el fanatismo al “respeto del hombre y de la libertad”.

Pero esos aspectos, no obstante ostentosos, siguen siendo silenciados en los medios a la francesa. Y allí se muestra más a un niño palestino muerto que a un niño israelí muerto. Los muertos no tienen la misma valencia mediática, según el campo en donde están muertos. Es verdad que los palestinos tienden a exhibirlos, no así los otros.

Amalgama fanatizante por un lado, silencio sobre esta amalgama del otro. Dos consensos complementarios. No hay por qué asombrarse que ese pantano vea hacerse público un enano que niega ser antisemita pretendiendo que hay demasiados judíos en ciertos medios, y que están por todas partes. ¿Antisemitismo? No. Solamente una vieja tradición francesa.

Pero estos silencios son estruendosos. Y la solidaridad manifestada se vuelve una solidaridad con toda esta construcción fantasmática. Siempre el viejo socialismo de los imbéciles – el antisemitismo – que toma posturas ventajosas.


Un fascismo de un nuevo tipo

El colmo de lo grotesco es que, de hecho, el hombre de izquierda aplaude el llamado a una guerra de los mundos en la que Huntington con El choque de las civilizaciones es el profeta. El hombre de la laicidad favorece una guerra de las religiones, en donde la democracia, asimilada al ateísmo, es sospechosa de todos los vicios. El racionalista se vuelve el acompañante de una cultura del odio y de la muerte que mitifica la historia. Cómplice pasivo, complaciente. Espectador de una ficción heroica y victimaria, demorada en un sueño revolucionario, el alma bella ve solamente lo que quiere ver.

Versión nueva de lo que Sartre llamaba el “demócrata abstracto”: de ahí una prohibición de la crítica, lo islámicamente correcto. No se critica al islam, sino se es islamofóbico. Todo el lugar al rechazo islamista de toda pluralidad-diversidad. Nada mal para un laico.

Pero es un fascismo de un nuevo tipo que así se deja instalar, creyendo que se lo reprueba. Una pasividad postmuniquesa, un pacifismo blando, por ende una complicidad con “el infame”. Primeramente, el negacionismo: según un diario palestino, es “la ficción del Holocausto”. Y el negacionismo es un postnazismo.

Una vez más el hombre de izquierda es un tonto, como para aportar su solidaridad al rechazo de la democracia. Se toma por un humanista, pero es amigo de la oumma, la comunidad de creyentes, se volvió sin saberlo un oumanista.

Como el estatus que se reserva a la Revolución Francesa lo demuestra, hay una solidaridad histórica entre los enemigos de la democracia y los enemigos de los judíos. No se puede a la vez condenar el terrorismo internacional y no escuchar todo lo que dice. Es no entender la permanencia de la advertencia de Saint-Just: “No hay libertad para los enemigos de la libertad”. Que provoca en algunos aires de espanto. Si se deja hacer no habrá en efecto más libertad. En lo que no se trata de ninguna manera de oponer una intolerancia a una intolerancia, sino de desenmascarar e impedir la intolerancia en su trabajo de odio y de muerte.

El enemigo de la humanidad es lo teológico-político. La ética, teologizada. Lo político mitologizado. Y el humanismo de izquierda, durmiendo sobre su anticapitalismo, mitologiza en coro con el anticapitalismo islamista. No hay peor ciego que aquel que no quiere ver. Mientras que en el nombre de Alá se enseñan Los Protocolos de Sión.

El discurso palestino se deshonra y se autodestruye recurriendo a ese posthitlerismo. El discurso propalestino, lejos de ayudarlo, lo hunde en el horror. La única cosa que queda ilesa, en esa carnicería, es su buena conciencia.

Así hay una demagogia del silencio. El amplificador de la prensa no está enchufado. Lo insostenible es pues inaudible. Ante ese silencio hay un deber de resistencia. Es la libertad, el pensamiento, la vida como un solo conjunto inseparable que está en peligro. Para todos. Incluyendo a los palestinos.


Henri Meschonnic

(Publicado bajo el título La demagogie du silence: le devoir de resistence en Information juive de julio-agosto de 2002).

Traducción: Rodrigo Grimaldi.