Fragmentos de El Puente suburbano( Editorial La Bicicleta, Agosto, 2010)
En los rostros hay un signo del cual no pueden escapar.
Una construcción que se disipa. Ascienden la calle empinada
donde se despedirán.
La ciudad será un mirador nocturno donde se despiden.
La tinta traza su huella, ciertas cartas existen en su punto de partida. Los años acumularon los papeles en armarios. En sillas,
convirtiéndolas en envoltorios muy difíciles de remover. Seguro que su silencio se disuelve.
El día y la noche son dos momentos en los que se habla, y nadie vuelve atrás, pasando por el campo sembrado, mirándolo, con las piedras que cubren el tiempo (sólo una presencia)
que elige entre la ingenuidad y la desdicha.
En diminutas imágenes. El río es una superficie oscura en la noche, durante años ella miraba tercamente sus manos. La llevó hasta el mar para que dijera todo lo que tenía que decir.
La arena de la playa los consumía, mientras estaban callados.
Grandes tormentas en el cielo
y las imágenes de una pieza
desvalijada, donde se vive
Duermo y la noche es incontrolable
van llegando de uno a uno
La loca está tirada en la vereda, tomó su sopa sin preocuparse de la curiosidad de los demás.
Después se detuvo junto al paredón buscando encontrar algún indicio que la ahuyentara.
Acostumbrada al ruido de la ciudad, oye nebulosamente( no ve porque no puede ver) a ese hombre que se acerca y la toca. Se pone a pensar en que llegará la oscuridad.
En la plaza lo rodean para preguntarle sobre todo, revolotean los pájaros sobre los árboles. Después lejos parecen rostros y manos esperando que alguien los ayude. Cuando camina solo por el sendero, se sabe que terminará en el banco de madera. Los juegos se quedan desiertos cuando lo hacen, la hamaca se balancea pausadamente. Comienza por un relato que reanuda a cada momento y por eso conmueve. El horizonte de la plaza está cubierto, y remolinea la delgada arena del piso. Todos esperamos que venga porque sabemos del horario justo, uno que otro no se mueve, pero es atraído por esa voz que no se oye, que nos llama, que nunca finaliza. De la mano de uno de nosotros se pierde para no irse, tiene los ojos entrecerrados como añorando, se desliza por la hilacha de sol que entra en el patio, porque ha comenzado otro día más.
Una construcción que se disipa. Ascienden la calle empinada
donde se despedirán.
La ciudad será un mirador nocturno donde se despiden.
La tinta traza su huella, ciertas cartas existen en su punto de partida. Los años acumularon los papeles en armarios. En sillas,
convirtiéndolas en envoltorios muy difíciles de remover. Seguro que su silencio se disuelve.
El día y la noche son dos momentos en los que se habla, y nadie vuelve atrás, pasando por el campo sembrado, mirándolo, con las piedras que cubren el tiempo (sólo una presencia)
que elige entre la ingenuidad y la desdicha.
En diminutas imágenes. El río es una superficie oscura en la noche, durante años ella miraba tercamente sus manos. La llevó hasta el mar para que dijera todo lo que tenía que decir.
La arena de la playa los consumía, mientras estaban callados.
Grandes tormentas en el cielo
y las imágenes de una pieza
desvalijada, donde se vive
Duermo y la noche es incontrolable
van llegando de uno a uno
La loca está tirada en la vereda, tomó su sopa sin preocuparse de la curiosidad de los demás.
Después se detuvo junto al paredón buscando encontrar algún indicio que la ahuyentara.
Acostumbrada al ruido de la ciudad, oye nebulosamente( no ve porque no puede ver) a ese hombre que se acerca y la toca. Se pone a pensar en que llegará la oscuridad.
En la plaza lo rodean para preguntarle sobre todo, revolotean los pájaros sobre los árboles. Después lejos parecen rostros y manos esperando que alguien los ayude. Cuando camina solo por el sendero, se sabe que terminará en el banco de madera. Los juegos se quedan desiertos cuando lo hacen, la hamaca se balancea pausadamente. Comienza por un relato que reanuda a cada momento y por eso conmueve. El horizonte de la plaza está cubierto, y remolinea la delgada arena del piso. Todos esperamos que venga porque sabemos del horario justo, uno que otro no se mueve, pero es atraído por esa voz que no se oye, que nos llama, que nunca finaliza. De la mano de uno de nosotros se pierde para no irse, tiene los ojos entrecerrados como añorando, se desliza por la hilacha de sol que entra en el patio, porque ha comenzado otro día más.
Jorge Quiroga publicó Cuaderno Nocturno (1991), Las otras historias,(1996), La casa Abandonada(2000) y El puente suburbano (Agosto,2010) es su último libro de poesía.
Jorge Quiroga: un agonista interesante, desde los tiempos de Literal El éxodo del peronismo inicial, tema tabú si los hay en la “ideología argentina”, el mismo tema al cual no temía abordar Osvaldo Lamborghini, en dos versiones incompatibles. Sekkupu fue mi respuesta.
La mayoría todavía no sabe o no quiere saber de qué se trata. Lo resolvió masivamente por la parodia y con distinta suerte.
Jorge Quiroga: un agonista interesante, desde los tiempos de Literal El éxodo del peronismo inicial, tema tabú si los hay en la “ideología argentina”, el mismo tema al cual no temía abordar Osvaldo Lamborghini, en dos versiones incompatibles. Sekkupu fue mi respuesta.
La mayoría todavía no sabe o no quiere saber de qué se trata. Lo resolvió masivamente por la parodia y con distinta suerte.
Quiroga volvió al Génesis, o viceversa- a riesgo de petrificarse como otros en el mito- para comprobar el extravío de esos orígenes.
La noche se volvió incontrolable.
Ha ido construyendo una poesía seca, empecinada, que desplaza el origen del lenguaje hacia un punto fijo donde entre fragmentos y relámpagos vuelven memorias y voces que se van haciendo audibles a medida que son más silenciosas.
Para Quiroga el universo no culmina en un grito o en un sollozo sino en un resto de luz del Génesis que nos excede y ahí alguien comienza ha hablar con un ritmo y una voz que suena con una intensidad que la recepción estándar apenas si la oye. LT
La noche se volvió incontrolable.
Ha ido construyendo una poesía seca, empecinada, que desplaza el origen del lenguaje hacia un punto fijo donde entre fragmentos y relámpagos vuelven memorias y voces que se van haciendo audibles a medida que son más silenciosas.
Para Quiroga el universo no culmina en un grito o en un sollozo sino en un resto de luz del Génesis que nos excede y ahí alguien comienza ha hablar con un ritmo y una voz que suena con una intensidad que la recepción estándar apenas si la oye. LT
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