miércoles, 29 de octubre de 2008

Retrado de Giacometti de James Lord. Bettina Bonifatti

Comentario del libro RETRATO DE GIACOMETTI de James Lord
Editorial Antonio Machado Libros

Un libro escrito con los dichos de un escultor y pintor recopilados por su modelo. En los momentos en que Giacometti iba a atender el teléfono o al baño, Lord anotó durante sucesivas sesiones de posar, lo que minutos antes el pintor había dicho mientras trabajaba. De esa lectura salí al encuentro de otras anotaciones referentes a modelos y pintores. Reuní dos más: Simonetta Vespucci modelo de Boticelli y varios modelos en la visión de Oskar Kokoschka.
Diferentes lógicas, porque no es desde el saber sino desde el nombre que aprende a su gusto en los golpes felices y únicos de la humanidad.
Estos hallazgos bien separados y distintos encienden diferentes brasas. Fuego de ver.
No abrí el libro. Me senté en un bar de Retiro. Me dije: voy a anotar antes de abrirlo, antes de leer. Para mí la mirada es un acelerador y la visión obtenida un freno. Usar los ojos como un auto, queriendo ser un auto. De visiones obtenidas autolimitadas por la intención es como se hace una mirada. No es la intención lo que hace a la mirada. No es la visión una percepción pura ni un automatismo -tema largo: dirigir.
¿Qué dirá Lord, el modelo? Me preguntaba. Es difícil pintar en silencio. Si el que pinta habla no es para establecer diálogos. Hablaría solo. La cosa es con el cuadro: verlo en general, verlo todo y el mayor tiempo posible. Ver el modelo sin mirarlo, rechazar la mirada -su actitud- que vuelve a meter el pie en el acelerador. Ver no es contemplar algo que se muestra. Ver es abrupto. Algo bravo. Se habla para eso.
La escultura es la disciplina más justa que hay. La pintura es injusta. La escultura vale la pena, se trata de tocar y ver, no hay eso más alto del pincel. No hay un costado al que no se llega nunca como al pintar. En la escultura si todo sale horrible se puede pegar con un palo a la obra, a tablazos hacer un rostro.
Vociferar malas palabras cumple para mí una función. Ir sacando los nervios, ahorrándose los sentimientos. Usar el cuadro tacho de basura del piso y al de enfrente decirle cosas: Te tengo.
El modelo no es la persona. La persona está en el cuadro. Algunos retratados lo supieron desde el principio. Los niños celosos también lo saben: le hablan a los retratos siempre. Los saludan. Un hombre que conocía a otro retratado lo besó en la frente una noche al llegar, sobre la tela, en puntas de pie, en mi casa. La chica que limpia deja la cama sin hacer por la vehemencia de la mirada de otro cuadro. Le tiene miedo.
Lo que hay que pintar lo tiene el modelo. No lo sabe. Pero lo tiene.
Que alguien pose, tener modelo a discreción, es difícil de conseguir.
El ojo no es inofensivo. Pero aunque se traten los lenguajes acabados
Giacometti franquea el límite porque ya llega al punto de jugar a que no hace lo
que está haciendo para ver todo como si fuera la primera vez: obligar al ojo a
desconocer decía Paul Klee.
El que posa vive algo de irrealidad y de protagonismo anónimo.
Muchos artistas piensan en voz alta al pintar.
En el libro Retrato de Giacometti que escribió James Lord (su modelo) distingo varios niveles o capas. Uno, en el que Lord, si hubiese posado para cualquier pintor hubiera escuchado lo mismo: nada del otro mundo. Ahí Giacometti dice y hace lo mismo que muchos. Cotidiano y básico: (son observaciones de Lord algunas) trapos mojados, el nylon sobre el busto, el desenvolverlo como una momia y hasta el asombro-este es de Giacometti- de que mantenga la humedad, es común también.
Hay una napa o nivel del libro que es como en geología la Cordillera de los Andes frente a la piedrita de Tandil (su abuela): cordillera, pero recién nacida: eso es cuando Giacometti dice novedades enormes que parecen antiguas: por ejemplo hay un punto maravilloso con Cezanne. Lo de las esferas cilindros y conos y qué lastima que no lo dijo él primero y que los cubistas se lo tomaron al pie de la letra. Constaté entonces lo que pensaba: el modelo no es la persona. El modelo es el cuadro. Pero el pintor también es el cuadro. Un problema. La persona no es el cuadro.
Lo que tiene de bueno el cuadro de Giacometti es que se parece a una escultura de Giacometti. Pero no viceversa. Puede pintar cuando se obstina en la cabeza. Tiene razón cuando la sigue. Sabe eso.
Las repeticiones:
Lo pensé antes de abrir el libro, después se ve claro: no teorizar y ahorrarse los sentimientos. Limpiar el terreno con la voz. En eso de no agregar palabras nuevas. Eso hace cuadros, esculturas y dibujos.
Hay varias frases de nivel Giacometti puro y único:
• Que venga otro y que lo haga.
• Y la que más me gustó: pintar como una MÁQUINA.
Lo pongo en línea con querer ser un auto. Es la clave sin clave donde ya no haría falta maldecir repetidamente para deshacerse de lo humano. Dice “ya tengo suficientes problemas con el exterior para preocuparme del interior”.
Como una brecha maquinal deseada en la que uno aprovecharía dirigir hasta que se sale de pista aunque pinte lentamente. Pero MÁQUINA hay que ver qué es. No es piloto automático. Máquina para mí es cerebro de pintor, no de persona. Cuerpo de pintor, no de persona. Y sobre todo: trabajo directo. Dirigir y ausentarse mientras se dirige. Ausentar a voluntad la persona que mira y dejar lo otro, el que ve. Que no sé qué es pero es algo y parece alguien. Lord habla de “ojos entornados” de Giacometti. Lamento que no siga por ese camino.
Más repeticiones, Giacometti vive en ese estado maquinal. No hay que desmerecer a la máquina. Es increíble, no se sale de ahí, no lo saca nada. Es maravilloso. No deja entrar nada y sigue repitiendo palabras para mantenerse ahí.
La irritación, el mascullar, lo propio de la bronca: es la máquina que resopla, hecha humo, locomotora que si para de hacer ruido idéntico, será invadida por detalles, cosas puntuales, distracción. Concentrarse y bufar. Eso mantiene a raya ideas, planes, miedos, sensaciones, sentimientos, todas cosas inservibles para pintar.
Todo el tema recurrente de: seguirlo, dejarlo, cinco minutos más, ahora que empieza a ir bien/ O cuando va muy mal no parar ahí. Otro gran tema pero que va en lo mismo “Cuanto más se trabaja un cuadro más imposible resulta acabarlo” Y la curiosidad de Giacometti. “Va tan mal que ni siquiera está lo suficientemente mal para albergar alguna esperanza”.
Le dice al modelo: “De frente irías a la cárcel y de perfil al manicomio”. En cuanto a los perfiles me hizo pensar que era al revés: para mí es más abominable hacer un ojo de perfil que una nariz de frente.
Pintar a oscuras y prender la luz, experiencia intensísima. Otra es pintar al sol en la saturación y verlo a la noche.
Dónde meter el pincel: “Todo debe llegar por sí mismo y en su momento”. Cuando la cosa no va no irse a la camisa: Lo que pasa es que Giacometti lleva tan a fondo la obstinación que termina siendo un recurso -no premeditado- y es lo que hace que pinte y no dibuje:
El agujero del que habla lo grafica bien: agujero por el que no puede pasar. El escultor Giacometti que dice que todo sale del dibujo, pasa por ese agujero pequeño y pinta y maldice mientras agranda el agujero para poder hacerlo. Esto es lo más importante del libro.
En la pág. 80 dice: “Estoy cansado. Ya no tengo reflejos”
Pintar es como boxear, hay que tener cintura-pienso. En la 103 encontré el “te tengo”, dicho a la pintura.
Pag. 149: “No luchar por conseguir un parecido”. A mí igual me encantaría medir, pero medir no deja trabajar como una máquina. Dice “si se realza la cualidad ilusoria, entonces uno está más cerca del efecto de la vida”.
_Pero ¿Cómo se consigue? -le pregunta Lord.
_Ese es el drama -le contesta Giacometti.
Los entusiasmos encendidos de Giacometti son cuando la máquina está en marcha. Dice: “La mujer que cuida la casa posará para mí”.
Bettina Bonifatti

No hay comentarios: