lunes, 25 de octubre de 2010

Belgitud de Michaux Por Simon Leys




Henri Michaux, poeta y pintor francés de origen belga (Namur 1899–París 1984), persigue una experiencia solitaria y patética y afirma, desde su primer volumen (Quien fui, 1927), una rebelión inspirada por la hostilidad que siente de parte del mundo. Desconfía del lenguaje y de su falaz coherencia, lo desarticula con una exaltación que no excluye el humor. Para Michaux, el lenguaje se vuelve exorcismo puro. Puesta en acusación permanente de la mediocridad de lo real, su obra poética, rica en sarcasmos, imprecaciones y audaces extravagancias verbales, es la expresión de un desgarramiento de origen metafísico. Un viaje alrededor del mundo (1928) en el que permanece un tiempo en América del Sur y en el Lejano Oriente, lo llevó a descubrir costumbres y paisajes extraños (Equateur, 1929; Un Barbare en Asie (1932), sin embargo afirma que la verdadera aventura es de orden interior. Sus obras poéticas, a menudo compuestas en una prosa lapidaria y rica en invenciones terminológicas, evocan el mundo interior (La nuit remue, 1934), la dificultad de vivir (Plume, 1937) y su proyección fantástica en mundos imaginarios de una tremenda y mágica crueldad (Voyage en Grande Garabagne, 1936; Au pays de la magie, 1942). Explorador del inconciente y del sueño, va a tratar, con el uso de la mezcalina, una exploración en busca de esta ruptura con el tiempo y el espacio (Miserable miracle, 1955). Desde 1926 había empezado a dibujar y a pintar, sustituyendo cada vez más la expresión gráfica al poema; en sus composiciones fantasmagóricas, sus seres humanos aparecen bajo el aspecto de figuras filiformes en vastos movimientos ideográficos. De hecho, él mismo había acuñado, para caracterizar su estilo, el término de fantasmismo. Si Michaux recogió lo mejor de la herencia surrealista, persiguió los más altos propósitos de aquél con un vigor notable.
Lejos de ser anecdóticos, los orígenes belgas de Henri Michaux han influenciado la obra por venir. Simon Leys nos ofrece aquí un texto inédito y a veces iconoclasta, destinado a un libro que ilustre los lazos entre biografía y creación literaria.


Georges Perros quien era un lector maravillosamente sensible […]me decía: “aun cuando no se sabe nadad de su biografía, al leer con atención a Henri Michaux, forzosamente se nota que es belga.” Michel Butor
Esta necesidad de profundizar, esta insistencia[de Michaux] no es francesa. Ventaja e inconveniente de haber nacido en Bruselas. Cioran.
En Bélgica
Me doblego / Me hundo /Me apoyo sobre los golpes que me asestan /[…] Y tú, quien en tu miseria tienes abundancia /Y tú, por tu sed, eres sol por lo menos /¡Gavilán de tu debilidad domina! Henri Michaux, Epreuves, exorcismesLos artistas que se conforman con desarrollar sus dones, finalmente no llegan a gran cosa. Quienes dejan realmente una huella son los que tienen la fuerza y el valor de explorar y explotar sus carencias. Desde el principio, Michaux tuvo esta intuición: “”Nací agujerado”, y supo sacar partido de aquello con genialidad. “Tengo siete u ocho sentidos. Uno de ellos: el de la escasez […] Existen enfermedades que no dejan nada al hombre cuando se les cura.”. Por esto, hay que tomar muchas precauciones: “Siempre guardar en reserva algo de inadaptación”. Y en este rubro, era bastante bien dotado.
Sin título, 1948
Porque, para empezar, Michaux era belga. No sólo era belga sino que, para colmo (como lo acabamos de anotar) era de Namur −la provincia de una provincia. (Los franceses cuentan historias belgas; en cuanto a los belgas, cuentan historias namurenses). Jorge Luis Borges, quien estaba él mismo en el mejor lugar para apreciar la cosa (porque Buenos Aires no es exactamente el ombligo de nuestro planeta) subrayó (a propósito de Michaux, precisamente) la total ventaja que se puede aprovechar de un origen culturalmente marginal: “Un escritor nacido en un gran país corre el riesgo de presuponer que la cultura de su patria le basta. Paradójicamente, él es quien tiende así a ser provincial.”En el fondo, la belgitud es esta conciencia difusa de una escasez. Primero, la falta de una lengua. En su uso del francés, los belgas están asaltados por incertidumbres. Unos se tropiezan en las zanjas valonas, otros se atascan en un pantano de giros flamencos. Perturbados, preocupados, cojean a veces de un pie, a veces del otro. Pero para Michaux, el achaque resultó todavía más fuerte: nacido en el fondo de la Valonia, luego encerrado entre cuatro paredes en un internado totalmente flamenco, logró esta proeza singular de empezar su existencia sufriendo de AMBAS desventajas a la vez.Por supuesto, se liberó pronto del valón, y se olvidó completamente del flamenco de su infancia, pero sin embargo, le quedó esto, que es esencial e impregna su dicción de un sabor distinto: “No pienso siempre directamente en francés.” Esta situación debió volverlo particularmente sensible a la relación desconfiada, torpe y vacilante que sus compartió tas mantienen con el lenguaje. En uno de sus primerísimos textos, ya observaba que en Bélgica “el insulto mas común es stoeffer, que se traduce por hombre presuntuoso, presumido. El belga teme la pretensión […] de las palabras dichas o escritas. De allí su acento, esta famosa manera de hablar francés. Esto es el secreto: el belga cree que las palabras son jactanciosas, las abotaga y las ahoga lo más posible hasta que se vuelvan inofensivas, bonachonas. Debe hablarse, piensa él, como se abre la cartera, escondiendo los billetes de a mil, o como señal de alarma en caso de accidente −y eso que habla con muchos gestos, éstos ayudando la palabra a pasar.”

Luego, la falta de espacio. “Este país triste y superpoblado… una campiña arcillosa que chapotea debajo de los pies, tierra para ranas… no vacía. ¿Qué está vacío en este país? En cualquier lugar en el que se hunda la mano, ésta saca betabeles o papas, o un nabo, o un colinabo; para rellenar el estómago; para el ganado y para esta raza entera de tragones de cosas harinosas y pesadas. Algunos ríos sucios, lentos y que no saben adónde ir. ¡Caminen ataúdes! […] Una campiña de montecitos para excursionistas; interminables hileras suben, bajan, en zigzag, en espiral: hormigas, hormigas de este país laborioso, laborioso entre todos…”Europa cuenta con un buen número de pequeños países; pero parece que es el único que se enorgullece de su exigüidad. Proclama su pequeñez, la reivindica con satisfacción, se complace en ella, la enarbola. ¿Acaso han escuchado alguna vez a los holandeses, daneses, portugueses o suizos, calificarse de “holandesitos”, “danesitos”, etc.? Por lo demás, tal como está en la actualidad, Bélgica no se siente confortable, no está a sus anchas −se encuentra todavía ¡demasiado grande! Quisiera hacerse cada vez más pequeña, y lo logrará. Se están estudiando nuevos planes que le permitirán una mayor fragmentación; escindirse en múltiples trozos, recortados cada vez más menudos, y que podrán agitarse con toda su autonomía como una lombriz cercenada por el trinche del jardinero.Pero, desde su nacimiento, lo mas abrumador para Michaux es la gente: “Los belgas son los primeros humanos de los que tuve la ocasión de sentirme avergonzado.” “¡Raza de nariz grasosa! raza repugnante que cuelga, se arrastra, rezuma, ésta es la raza en medio de la cual nació. Pobres numerosos, o más bien ricos pequeñitos. Ricos […] Pueblo abotagado, pero con un montón de fuerzas adentro, sin nobleza, pero que empujan.” Este mal original es muy íntimo: “Siempre me he sentido extraño a mi familia… entre más lejos me vuelvo hacia atrás, más fuerte encuentro la impresión de ser extraño con mis padres.”Culpable de ser extraño en su casa, es absolutamente necesario descubrirse un lugar en otra parte para legitimar esta alarmante condición. ¿Pero a dónde huir? “… ¡Y esta campiña flamenca! No puede uno mirarla sin dudar de todo. Estas casas enanas que no se atrevieron a levantar un piso hacia el cielo, luego de repente se lanza un alto campanario hacia arriba como si fuera lo único en el hombre que pudiera elevarse, que tuviera su oportunidad en las alturas.” Él también había buscado “su oportunidad en las alturas”: su primer deseo fue el de ser un santo. De este deseo, desafortunadamente, se repone uno después de un tiempo, sin curarse jamás, sin encontrar consuelo: “Mi padre rehúsa dejarme entrar con los benedictinos… El sueño de mi adolescencia era el de ser un santo. Caí de las nubes −muy desamparado− cuando perdí la fe alrededor de los veinte anos… A falta de otra cosa estoy en la literatura… Demasiado impresionado por los santos para tomar en serio a los otros hombres y sus escritos… Lo que soy, lo que hago, me aparece y sigue apareciéndome, con una visión muy justa y para nada por modestia, como miserable. Las realizaciones de casi todos los demás igualmente miserables, si no peores. El santo, aun si su punto de partida es, como me parece, un error […] refina al hombre de modo magnífico.” (Mucho más tarde, por lo demás, durante su viaje a India, esta aspiración de adolescencia, nunca olvidada, le dará una percepción crítica particularmente penetrante de cierta forma de santidad profesional: “No hay nada más triste que las cosas erradas. La actitud de estos religiosos hindúes lleva de modo sumamente escaso la marca divina. La llevan como el crítico de El Tiempo y los profesores de literatura en los liceos llevan la huella del genio literario.”)
En otras partesA menudo el autor vivió en otras partes […]Se encontraba más a sus anchas allá que enEuropa. Ya es algo.A veces, estuvo a punto de familiarizarse.Pero no del todo. De los países,nunca desconfía uno demasiado. Henri Michaux, Ailleurs (Prefacio)
De entrada, el viaje aparece como la actividad esencial de Michaux. Se ha dicho que las enfermedades son los viajes de los pobres; más justo sería decir que las enfermedades son los primeros y más prodigiosos viajes de los niños. Muy pronto, Michaux tuvo su parte, y durante su vida entera, por lo demás, siguió sacando inspiración de aquellos. Al lado de la experiencia de la enfermedad, empieza también la exploración botánica y entomológica del jardín familial −preludio a las grandes expediciones de su juventud y de su madurez. Observa las batallas de las hormigas, frecuenta las plantas (“a los 8 años, soñaba todavía con ser admitido entre las plantas”). De hecho, insectos, moluscos e invertebrados no dejarán jamás de fascinarlo: “a los 34 años, solamente a los 34 años, descubro la sepia. La adopto y creí comprender después de horas y horas de presencia, que ellas también me adoptaban.”La forma más elemental de respeto hacia los demás, es la atención que se les presta. Michaux no ve por qué esta atención debería limitarse sólo a los humanos: “sobre los animales, nos entregamos a una psicología de multitud. Los gorriones, los ratones. ¿Pero, este gorrión, aquel ratón, cuál es su nombre?” En sus relaciones con los árboles, aporta toda la penetración sicológica y la cortesía que manifiesta a sus semejantes (¿pero quiénes son realmente sus semejantes?) −vuelva a leer el relato de sus encuentros con los bambúes, las higueras de la India, los baobabs… Con naturaleza, sin esfuerzo ni afectación, puede adoptar el punto de vista de un borrego o de un tigre −incluso ponerse en el pellejo de una pulga: “No hay prueba de que la pulga que vive sobre el ratón tema al gato.” El bestiario de Michaux no es antropomorfo −son sus insectos más bien los que nos proponen una entomología del hombre: “Los insectos civilizados no comprenden por qué el hombre no secreta su pantalón. Los otros insectos no encuentran allí nada extraordinario”. Ecuador (obra todavía experimental en ciertos aspectos, pero ya magistral) proporcionó una primera demostración del método del poeta, método muy bien resumido por dos frases del insólito ruego de inserción: “El Autor no dice una palabra del canal de Panamá, y le sucede platicar de una mosca.”En Plume encontramos un reflejo revelador de su experiencia del viaje. Plume viaja sin cesar, pero no está dotado para esta actividad: no conoce más que sinsabores, constantemente encuentra sólo desaires, accidentes, es víctima de malentendidos, desventuras, sufre humillaciones y pruebas a veces ridículas, a veces siniestras. “Plume no puede decir que la gente tenga excesivas atenciones hacia él cuando está de viaje. Unos lo atropellan sin decir ¡agua va! Otros se limpian tranquilamente las manos en su saco. Terminó por acostumbrarse. Prefiere viajar con modestia […] No dice nada, no se queja. Piensa en los infelices quienes no pueden viajar para nada, mientras que él, en cambio, viaja. Viaja continuamente.”
¿Por qué viaja Michaux? Se trata de una experiencia esencialmente pesada como lo sugiere la inquietante metáfora de su expedición al corazón de “la vida opaca y lenta” de una manzana: “Pongo una manzana sobre mi mesa. Luego me meto en esta manzana […] Hubo tanteos, experiencias, es toda una historia […] Partir es poco cómodo, lo mismo explicarlo. Pero, en una palabra se lo puedo decir, sufrir es la palabra. Cuando llegaba adentro de la manzana, estaba helado.” En cuanto a sus experiencias en América del Sur, en Asia, lo afectaban de modo de ninguna manera metafórico; confiesa a un amigo: “yo me brutalizaba, me obligaba a caminar, pero mi cuerpo respondía mal a las aventuras.” Y en otra conversación todavía: “Físicamente no estoy hecho para las aventuras; mis llagas no cicatrizan; estuvieron a punto de cortarme la pierna ocho veces y tuve crisis cardiacas.”En el lacónico —pero muy significativo— esbozo de autobiografía que redactó para uno de sus comentaristas, explicó (hablando de él en tercera persona) lo que esperaba de los viajes: “Viaja contra. Para expulsar de él su patria, lazos de toda clase y lo que en él y a pesar de él está mancillado de cultura griega o romana o germánica, o de costumbres belgas. Viajes de expatriación.” Viaja como se purga uno: “No, no adquirir. Viajar para empobrecerte. He aquí lo que necesitas.” De viaje, Michaux no está a sus anchas, pero el viaje le trae un alivio —porque se siente todavía peor en casa. El mal-estar, anormal para el sedentario, es por lo menos natural para el viajero: en el extranjero, el malestar existencial encuentra un tranquilizador pretexto.

Después de haber terminado sus estudios intermedios en un colegio de jesuitas, en Bruselas, como Michaux no pudo hacerse monje (su padre se oponía a su entrada con los benedictinos), acabó por inscribirse en la Universidad libre de Bruselas, en primer año de ciencias, preparatorio a medicina. Pero la abandona después de algunos meses y decide volverse marinero. Cortando los puentes con sus padres, sale para Francia y durante tres meses, yerra de un puerto a otro —Dunquerque, Malo-playa, Boloña-al-mar— buscando desesperadamente una oportunidad para embarcarse. Su humor pasa sin cesar de una extrema excitación a la más negra depresión. Mirificas oportunidades de embarco se proyectan, luego se desvanecen cada vez. Hacia el fin de julio de 1920, anuncia a Herman Closson, el amigo íntimo y antiguo compañero de colegio con quien había mantenido una correspondencia continua desde su salida de Bélgica: “Dentro de una semana, seguramente habré salido ya.” Después de esto, total ausencia de noticias. El año siguiente reaparece en Marsella, regresa a la casa de sus padres en Bruselas, luego empieza su servicio militar —estará reformado unos meses más tarde por insuficiencia cardiaca. La primera vez que Michaux evocará su carrera marítima, será un cuarto de siglo después (1946) en una carta-memo que dirige a René Bertelé quien le había solicitado informes biográficos: “Me iba [de Bélgica] a los 21 años y me enrolé como marinero.” Luego, once años después, en 1957, en sus Algunos informes sobre cincuenta y nueve años de existencia que redacta para otro exegeta y biógrafo, Robert Bréchon, entra un poco más en los detalles de sus aventuras marítimas: “1920, Boloña-al-mar. Embarco como marinero sobre un schooner de cinco palos.“Rótterdam: Segundo embarco. Sobre el Victorioso, de diez mil toneladas, de bella silueta, que los alemanes acaban de entregar a Francia. Somos catorce en un pequeño puesto de equipaje, a proa. Compañerismo sorprendente, inesperado, fortificante. Bremen, Savannah, Norfolk, Newport-News, Río de Janeiro, Buenos Aires. Al regreso de Río, la tripulación que se queja de la mala alimentación, rehúsa continuar y, como un solo hombre, se declara enfermo. Por solidaridad, deja con ellos la bella nave… perdiéndose también de esta manera el naufragio que tendrá lugar veinte días más tarde al sur de Nueva York.
“1921, Marsella. El desarme mundial de los barcos (antiguos transportes de tropas y de víveres), está a su máximo. Imposible hacerse contratar. Se cierra el ventanal. Debe abandonar el mar.”Finalmente, a la edad de 80 años (1979), en respuesta a una editora de la obra de referencia Contemporary Authors, agrega una última precisión: “Nunca he navegado bajo la bandera belga. Dos veces, me embarqué mal que bien como marinero (sailor o seaman) a pesar de que ignoraba el oficio, a bordo de barcos franceses. Yo tenía 21 años.”El carácter curiosamente tardío y fragmentario de estas informaciones me deja perplejo. El primer navío a bordo del cual se contrató a Michaux era un velero. Y ¡vaya velero! —“un schooner de cinco palos”, nos dice. De hecho este término no existe. Michaux navegaba sobre un barco francés; por más aprendiz que fuera, se concibe difícilmente que después de varios meses de vida a bordo, no haya aprendido nunca, ni memorizado, el nombre que designa en francés este tipo de navío. Agreguemos por añadidura que estos navíos de cinco palos (aparejados en goleta) difícilmente se encuentran en Europa —este tipo de aparejo aparecido tarde y pronto desaparecido, se utilizaba sobre todo en los Estados Unidos (costas este y oeste; transporte de madera y gran pesca). Tal navío, bajo pabellón francés, debía ser verdaderamente un bicho raro. En cuanto al segundo barco, Michaux no se dio el trabajo de precisar si era de vela o de motor; en cambio, nos indicó el nombre, El Victorioso, y el origen (compensaciones de guerra, entregado por Alemania a Francia). Sobre la base de estas dos informaciones, podría ser posible rastrear este navío en los archivos marítimos, especialmente en los archivos de la Lloyd’s. Además, si El Victorioso naufragó a lo largo de Nueva York en 1921, la prensa de la época debió reportar este naufrago. Así, por ejemplo, la gran parte de los buques sobre los que navegó Joseph Conrad pudieron ser identificados con precisión por sus biógrafos (nombre del armamento, tonelaje, aparejos, papel del equipaje, etc.). Para los dos barcos de Michaux, este trabajo de investigación sería más simple, pero debería hacerse.
Las navegaciones de Michaux presentan todavía otro enigma. Durante su espera febril de un embarco, Michaux dirigió (como acabamos de señalarlo) un flujo ininterrumpido de cartas a Herman Closson —el único amigo con el que se desahogaba, lo pone al tanto de todas las vicisitudes de su persecución, le confiesa sus alternancias de esperanzas y fracasos. A veces, si le creemos —pero creerlo se vuelve cada vez más difícil— sólo dependió de un hilo para que pudiera por fin soltar las amarras. Finalmente (como lo vimos arriba), Michaux anuncia con orgullo: “Dentro de una semana, seguramente habré salido”. Michaux no tiene vanidad sino un orgullo terrible: después de semejante declaración, no pudo echarse por atrás. Pero ¿qué pasa después? Desaparece. Silencio completo…Si de veras se fue e hizo escala en esos puertos exóticos, cuyos nombres bastaban para inflamar la imaginación de estos dos adolescentes, ¿por qué no manda al menos una tarjeta triunfal al viejo cómplice a quien le gustaba tanto apantallar (y precisamente, durante su vida entera, Michaux siempre fue pródigo de tarjetas postales)? Pero esta vez, ni una palabra, ni una tarjeta, NADA. Solo a fines de 1921 retomará la correspondencia… ¡desde un cuartel belga en donde Michaux acaba de empezar su servicio militar!

Para terminar, un último motivo de asombro —y no el menor. Para cualquier hombre sensible y con imaginación —y con más razón, para un poeta genial— un primerísimo embarco sobre un velero de altura es una aventura ruda, turbadora e inolvidable. En el caso de Michaux, sin embargo, esta experiencia no dejó ninguna huella sobre su creación poética con excepción de dos cortas frases sibilinas en medio de una larga prosa que explora un terreno totalmente diferente: “Pobre A., ¿qué haces a bordo de este barco? Meses pasan; sufrir, sufrir. ¿Marinero, qué haces? Meses pasan; sufrir, sufrir.” Por contraste, cuando, siete años más tarde, se traslada a Ecuador, las tres semanas de travesía de Ámsterdam a Guayaquil le inspiran el soberbio principio de Ecuador —veinte páginas. Así, esta modesta experiencia, trivial y rutinaria, de simple pasajero en un barco de media carga, logra alimentar su observación y excitar su imaginación ¡mucho mejor que lo pudieron hacer dos años de mar cuando era marinero!...En su cronología de Michaux (que figura al principio del primer volumen de Oeuvres complètes de la Pléiade) Raymond Bellour e Ysé Tran concluyen para los años 1919-1921: “No existe ningún documento que permita precisar los viajes de Michaux como marinero, sólo lo que confió o hizo público.” Y J. P. Martín confirma: “De estas travesías, ninguna huella. Solamente los testimonios lacónicos, retrospectivos de Michaux. Solamente una noticia biográfica escrita más de treinta años después”. Pero no saca ninguna conclusión.Por mi parte, mientras no se compruebe la realidad de este episodio marinero, persistiré en creer que atañe al campo de la imaginación. Lo que no significa para nada que Michaux sea un mentiroso. Es un poeta. Y entiendo esta palabra en los dos sentidos primeros dados por el diccionario del gran Samuel Johnson: “Poeta: un inventor; un autor de ficción.”La tumba de Michaux. Tengo miedo; tengo miedo, cuando esté muerto, de tener de cierto modo que vivir más tiempo todavía. Henri Michaux, Apuntes sobre el suicidio
Los errores se vuelven definitivosEn estas biblias [de la Pléiade] Aragon, anotado por Mathieu Galey, Journal IComo en mis escritos sobre China había expresado mi admiración varias veces hacia Michaux, un día recibí, hace por lo menos veinte años, una carta de un lector desconocido; este corresponsal me preguntaba cómo era posible que yo manifestara tanta consideración para un autor que había sido tan servil con el maoísmo. Cuando publica uno libros, se expone inevitablemente a recibir cierto número de cartas excéntricas y bizarras, pero ésta se pasaba de la raya, descabelladamente. Las virtudes que nos hacen querer a Michaux de modo tan particular son precisamente su irrespeto tónico, su aguda inteligencia y su originalidad absoluta —a cada una de sus ideas llegó por sí mismo, con una especie de ingenuidad bárbara y jamás se dejó guiar por ninguna moda. Por lo demás, añaden que, cuando viajaba en China (1932), el nombre mismo de Mao era todavía ampliamente desconocido. Evidentemente, mi corresponsal no podía ser más que un grafólogo lunático. Tiré la carta pero su recuerdo siguió perturbándome vagamente porque, por más absurdo que fuera su contenido, su forma y estilo no eran los de un desequilibrado. Pero ¿a que podía aludir? La clave del enigma me fue revelada mucho más tarde cuando el primer volumen de las obras completas de Michaux se publicó en la Pléiade: así supe que, de 1963 a 1972, Michaux se había aplicado a una reedición de todos los libros que había publicado en Gallimard; para este propósito, emprendió la tarea de revisar, corregir y volver a escribir varios de sus antiguos textos. Esta vasta revisión por lo general resultó desastrosa (y vamos a ver cómo) −pero desgraciadamente, esa versión fue la escogida ciegamente por los editores, quienes, según parece, olvidaron que el primer deber de un editor literario es el de ejercer un juicio crítico, y que el primer deber de un crítico es, a veces, (como lo decía D.H. Lawrence) el de salvar la obra de las manos de su creador. El fenómeno de los escritores geniales, quienes, en sus últimos años, dejan de entender lo mejor de su obra, la condenan y la distorsionan, o se aplican en rehacerla y a mutilarla, es deprimente, pero nada excepcional. Si la muerte no lo hubiera interrumpido, Gogol habría acabado de sabotear sus Almas muertas colgándoles el añadido de una segunda parte bajo la forma de sermón moral. Tolstoi, en el ocaso de su vida, se juzgaba culpable de haber desperdiciado su energía escribiendo una novela frívola como la de Ana Karenina, cuando tenía que haber empleado su tiempo en redactar propaganda piadosa. Henry James, en sus últimos años, se propuso volver a escribir gran número de sus novelas para una nueva reedición de sus obras completas; cierta verbosidad tortuosa que, a menudo, parece característica de su estilo, no es más que el resultado de esta revisión tardía y poco afortunada que, en esa época, causó horror en el medio de la crítica de Nueva York: “Desearíamos que M. James tuviera más respeto para los clásicos, comenzando por los que salieron de su pluma.” Conrad, quien padecía en sus últimos años una verdadera esclerosis de la imaginación, renegó la rica ambigüedad de las grandes novelas de su madurez. Aun los creadores de historietas sufren a veces de esta desoladora revisionitis: Hergé volvió a dibujar todos los Tintin de la primera parte de su carrera y, al hacer esto, mató la inspiración y el sabor que habían animado el grafismo de las láminas originales. Entre más original y perfecta una obra, más vulnerable, con el riesgo ulterior de padecer los maltratos de su progenitor. Una obra inspirada, por definición, es una obra que se salvó de su autor −el peligro es, entonces, que quiera alcanzarla y trate torpemente de restablecer su control sobre ella. Ningún artista está a la altura de lo más hermoso que ha hecho: esta distancia puede volverse para él una fuente de perplejidad y de hostilidad. En el caso de Michaux, no es sorprendente que haya sido Un barbare en Asie −su obra maestra− el que, al fin, fuera el libro maltratado de manera más cruel por sus revisiones.Los altercados que tuvo con su hijo prodigio y rebelde aparecen muy pronto. El malestar ya se asoma en el nuevo prefacio de 1945: “Doce años me separan de ese viaje. Allá está. Aquí estoy. No puede profundizarse. Tampoco corregirse.”¡Y sin embargo se muere por corregirlo! Su prefacio a la edición americana (1949) es de mal agüero. Ėl, que no tenía nada de tonto, tuvo que empezar a hacerse el zonzo. Eructa moralizantes llanezas, totalmente fuera de contexto: “El hombre necesita una inmensa y lejana meta que transcurre más allá de su propia vida. Algo que lo arrastre hacia la venida de una nueva civilización planetaria y que no lo obstaculice. Para evitar la guerra -construir la paz.” Bla-bla-bla. (Piensa uno en Charlie Chaplin quien, después de crear su genial Dictador, sintió la necesidad de pegar al final un largo sermón embadurnado de mermelada, dirigido a todas las almas bondadosas del planeta). Finalmente, treinta y cinco anos después de su Barbare…, no se aguanta; esa vez se las va a ver con el texto mismo y acabar con él. Empieza por redactar un nuevo prefacio en el que se disculpa por haber cometido semejante obra: “Este libro me molesta, me hiere, me avergüenza.”Le hubiera gustado, “en contrapeso”, introducir allí algo “más grave, más pensado, más profundizado, más experimentado, más ilustrado”, pero (¡a Dios gracias!) el libro le resiste. ¿Qué hacer? Primero cortar de todos lados todas las impertinencias que le chocan ahora de modo insoportable. Por falta de lugar, me conformo en citar aquí algunas muestras de esta censura -muestras breves y al azar (las cursivas indican cada vez lo que ha sido suprimido):_ La religión hindú tiene una doble cara, una para los iniciados, otra para los cretinos. La humildad, ciertamente es una cualidad de primera orden, pero no el embrutecimiento. _ A menudo el hindú es feo, de una fealdad viciosa y pobre._ En Francia se cuentan obscenidades y se ríe la gente. Aquí [en India], las cuentan, se impregnan de ellas, sin reírse. Las persigue uno soñando. Se busca el juego de los órganos._ El chino que hace poca poesía plañidera, que no se queja, llama poco la atención del europeo, excepto de una centena de bibliotecarios quienes, por leerlo tanto, ya no saben nada de nada. _ Un general chino que se hace en sus calzones, que suplica al coronel que lo mande al combate en su lugar, no sorprende ya a nadie. Nadie pide ver los calzones. Todos encuentran esto natural. Un día, vi a cinco oficiales quienes juraban que iban a exterminar a no me acuerdo quien. Parecían conejos._ Una prostituta china aparentemente es menos sensual que una madre de familia europea. Pronto muestra más afecto. Busca atarse.

_ [Chino,] viejo pueblo de niños que no quiere conocer el fondo de nada, que no tiene principios, sino “casos”, nada de derecho, sino “casos”, nada de moral, sino “casos”._ [en Japón], los hombres son feos, no irradian, adoloridos, secos. Parecen pequeños, pequeñísimos empleados sin porvenir, caporales, todos subalternos, servidores del barón X y del señor Z de de la papatria… De pequeños ojos de puerco, dientes con caries. Las mujeres son macizas, robustas antes que nada y en caderas desde las piernas hasta los hombros. A veces de cara gentil, de una gentileza sin horizonte y sin emoción, la cabeza siempre tan enorme, ¿enorme de qué, del vacío? ¿Por qué una cabeza tan enorme para una fisonomía tan chiquita y una expresión todavía más chiquita? Y luego una risita cosquillosa y sentimental (como los militares), una risita loca y superficial de criada._ Una religión de insectos, exactamente la religión de las hormigas, el shintoismo con este famoso culto de la hormiguera, pueblo de hormigas._ [Japón,] país en donde una joven no muy rica se vende normalmente a una meretriz para servir a la multitud […] ¡Servir, servir siempre!
En la versión censurada y revisada, Michaux, por lo demás, creyó necesario agregar a la cabeza del titulo dedicado al Japón, una nota especial de disculpas pidiendo que se le perdone estas páginas que vuelve a leer “con molestia, estupefacción en ciertos momentos del texto. Medio siglo ha pasado y el retrato es irreconocible.” (Al contrario, es jocoso y aullando de verdad). Termina esta nota preliminar en un tono dulzón y satisfecho, intolerablemente enfático: “Este Japón de aspecto raquítico, desconfiado y nervioso, está rebasado. Ahora está claro que, al otro extremo del planeta, Europa ha encontrado a un vecino.” A menudo, los recortes se combinan con un trabajo de reescritura. Esta nueva formulación tiene el propósito de limar las puntas, redondear los ángulos y volver desabrido el tono. ¡Cuántas precauciones para que todo el mundo se ponga contento, para no ofender los oídos delicados! ¡Ninguna indecencia, ninguna familiaridad, respetar todos los tabúes, no pisotear a nadie! ¡Consideración para los ancianos y los estropeados, simpatía para la viuda y el huérfano! Así, “los brahmanes son celosos como jorobados e ignorantes como carpas” se vuelve sobriamente: “los brahmanes son celosos, a menudo ignorantes.”O también: “El sacerdote es un chulo y su templo está lleno de mujerzuelas” se reduce púdicamente a “hay mujerzuelas en el templo”.En la versión original, comparando la naturaleza natural de los árabes y de los hindúes, “los europeos parecen todos simples obreros u office-boys”. En la versión revisada “los europeos parecen precarios, secundarios, transitorios”. En la versión original, comparando con la exquisita modestia de las mujeres bengalíes, “las europeas parecen putas”. La versión revisada, después de haber evocado la modestia de las mujeres bengalíes, se conforma en eructar castamente: “¡qué diferencia con las europeas!”Los giros se vuelven académicos y obsoletos […] Los jocosos zarpazos desaparecen […], el vigor de la expresión deja el lugar para la reverencia (con agregados gratuitos de paréntesis culturales para recordar que el autor es de buena compañía) […], las palabras duras son reemplazadas por palabras fláccidas: “¿Quién medirá el peso de los imbéciles en una civilización?” se vuelve:” “¿Quién medirá el peso de los mediocres en una civilización?” […]Al cortar y reescribir múltiples pasajes, Michaux echó a perder Un bárbaro en Asia; pero lo que acabó de desfigurar el libro son los agregados. […] Acepta sin discutir la imagen de China cuya propaganda maoísta se difunde en Francia al momento de la “Revolución cultural”. Niega la realidad que había percibido con inteligencia ayer, a nombre de las burdas mentiras que le machacan hoy hasta el hartazgo. […] A lo largo del libro, inserta una retahíla de nuevos comentarios para rectificar, a la luz de la santa revelación maoísta, todo lo herético de sus reflexiones originales. […] Al comentar un pasaje en donde había descrito el temor que impedía a los chinos establecer un contacto con las visitas extranjeras: “Ha de ser extraordinario para quien regresa allá, ahora, en las mismas ciudades en las que se alejaban de él, ver las caras confiadas, sin volverse sonrientes, amigables, abiertas.” Amarga ironía: agregaba esta nota al momento más ardiente de la “Revolución cultural”, cuando, en plena calle, los transeúntes ni siquiera se atrevían a indicar el camino, ya que el hecho de haber intercambiado dos palabras con un extranjero podía considerarse como crimen…
FotografíaHenri Michaux / Manuscrito con correcciones
El poeta quien, sin embargo, había entendido tan bien, quince años antes que, “Quien canta en grupo pondrá, cuando se le pida, a su hermano en la cárcel”, se une ahora al vasto coro de los “idiotas útiles” para celebrar los méritos del presidente Mao: “El hombre audaz, quien escribe el Pequeño Libro rojo, tan simple, tan razonable… Mao Tsé-Toung quien volcó China, transformó completamente, en algunos años, una sociedad milenaria, quien tuvo los más audaces proyectos, algunos irrealizables, pero que fueron realizados [sic], otros insensatos por su audacia… […]Acortemos la enumeración de estas lúgubres tonterías. Triviales, aun bajo plumas famosas, son colosales bajo la de Michaux. ¿Cómo esta mente irreductiblemente independiente pudo haber aceptado de manera tan dócil una propaganda que unos criminales dictaban a cretinos? ¿Cómo este poeta, de una originalidad absoluta puede volverse ventrílocuo que piensa en clichés y escribe en eslóganes? ¿Cómo este genio de la impertinencia pudo arrodillarse para agitar el incensario? ¿Qué es lo que pasó?Lo que pasó es que Michaux se volvió francés; Pero ¡cuidado! Sobre todo que no haya aquí ningún malentendido; no soy tan tonto como para pensar que la nación que produjo Rabelais y Hugo, Montaigne y Pascal, Stendhal y Baudelaire sea particularmente deficiente en cuanto a inteligencia literaria a pesar de que, acerca de la cuestión del maoísmo, algunos representantes de la elite intelectual francesa hayan efectivamente tenido el record mundial de la estupidez. No, lo que quiero decir no tiene nada que ver.Si hay una cosa de la que el belga está impregnado es de su insignificancia; esto, en cambio, le confiere una incomparable libertad -un saludable irrespeto, una tranquila insolencia, rozando la inconciencia. La hormiga no tiene ningún escrúpulo en pisar el pie del elefante; y hay pajaritos que vienen a picotear en el hocico abierto del cocodrilo. O también el belga es una especie de bufón del rey: ya que no tiene consecuencias lo que dice, puede decir todo. Espontáneamente, de este modo Michaux se vio a sí mismo durante la primera mitad de su larga existencia. […]En realidad, es a sus compatriotas que Michaux lanzó sus flechas más feroces -lo que es totalmente natural ya que conocía muy bien a esa gente y no los quería. Pero, cuando sobre la marcha en sus viajes asiáticos, publicó en una revista un corto ensayo -de una agudeza festiva increíble- sobre Argentina y los argentinos, la reacción furiosa de la prensa de Buenos Aires lo asombró y lo consternó; de inmediato, vertió su desconcierto en una carta vehemente y reveladora a una amiga latinoamericana -aparentemente no entendía cómo estos argentinos, a quienes bien quería, podían sentirse heridos por sus palabras; siendo belga, está acostumbrado a escuchar cosas peores sobre su país.Michaux se instaló en Paris desde la edad de 25 años. Huyó de Bélgica; al principio, regresará lo menos posible -y finalmente no regresará para nada. Pero -es significativo anotarlo- para redactar Ailleurs (uno de sus libros más importantes), siente todavía la necesidad de instalarse durante seis meses en Amberes, en un hotel. En Paris, de modo insensible y progresivo, su vida se volverá más fácil; empieza a disfrutar una suerte de existencia inteligente, sociable y agradable. Aunque solitario y reservado por naturaleza, Michaux no tiene nada de ermitaño. El círculo de sus frecuentaciones, sin ser mundano, no es para nada estrecho. Cioran, con quien tenía amistad y quien lo conocía bastante, (en Cioran, el afecto no menguaba jamás la agudeza del juicio) le aplicaba gentilmente la frase cruel de Forain: “un ermitaño que conoce el horario de los trenes”. Cuando digo que Michaux se volvió francés, no hablo por supuesto de la adquisición de un pasaporte nuevo sino de la adopción de otra actitud; ahora está calificado para entregar diplomas de buena conducta y medallas para recompensar el esfuerzo meritorio, trátese de la China de Mao o del Japón de la posguerra (cuando era belga, no se le hubiera ocurrido). Pero está en la obligación de vigilar su lengua. Un belga arrogante es una contradicción en los términos -una noción cuyo simple enunciado da risa. Pero, para un francés, la arrogancia es una sospecha de la que hay que protegerse constantemente. En el extranjero, en medio de indígenas desheredados, el francés, de buen o mal grado, se siente empujado a pasear su identidad nacional como una suerte de Sagrado Sacramento y es imperativo no deshonrarlo. Y Michaux, hombre de gran corazón, se sintió entonces en la obligación moral de censurar Un Bárbaro en Asia.
Finalmente, Michaux olvidó sus propios principios. Liberado de su belgitud, se distanció en parte de la inspiración central de su genio, pero vivió menos difícilmente. Tal vez hasta logró alcanzar a final de cuentas cierta felicidad. Aun si sus lectores perdieron algo, ¿quién osaría reprochárselo?
Notas.1 Hay que subrayar que, en realidad, Michaux no nació en Bruselas sino en Namur. (Es todavía más característico.)
Tomado de le Magazine littéraire 460, Enero 2007Traducción: Marie- Claire Figueroa




Voltaire. Camus. Por Phillippe Sollers



Voltaire
Contra los religiosos y los filósofos que tienen tendencia a encontrar que « todo está bien », o que « todo es para mejor en el mejor de los mundos posibles », Voltaire, en 1756, escribe su gran poema El Desastre de Lisboa. Ante la catástrofe del terremoto en Haiti, es sorprendente leerlo hoy. Lisboa, ciudad hundida en 1755, Puerto Príncipe, ese tiempo aquí: mismo horror, mismo sufrimiento. Cierto, los socorros y las donaciones afluyen, pero hay y las habrá siempre, puesto que el viejo Dios ha devenido enteramente Sociedad, con sus funcionarios del optimismo para dar vuelta la página y volver rápidamente a la Bolsa. ¿Qué dice Voltaire? Estas no son sino « ruinas espantosas, restos y jirones de cadáveres, miembros dispersos, cenizas, mujeres y niños amontonados unos sobre otros, cien mil infortunados que la tierra devora. » ¿Dios ve todo eso con ojo indiferente? Es probable. ¿Dicen que Dios no existe más? Sin duda, pero su sustituto numérico funciona a pleno régimen, y los bancos nunca estuvieron tan bien conducidos. Queda este grito memorable, que conducirá a Voltaire más tarde, a la ironía superior de Candide, esta pequeña novela fulgurante y siempre actual.





Camus


A fuerza de conmemorar a Camus, de panteonizarlo, de transformarlo en fantasma abstracto, se ha logrado volverlo aburrido. ¡Qué fatigosas son todas esas historias con Sartre, el comunismo y los Tiempos Modernos! Fue hace largo tiempo, en el oscuro siglo XX. El Camus vivo (por piedad, ¡que se lo deje dormir tranquilo bajo el sol de Lourmarin !) es, para mí, el de Bodas y El Verano. Camus no dice que« todo está bien », puesto que está la miseria y lo absurdo. Pero tiene confianza, sobre un fondo trágico, a algo que siente más físico y animal en él y que llama « el orgullo de vivir ». « Hoy el imbécil es rey, y llamo imbécil a quien tiene miedo de gozar » Insiste, Camus, con toda sus fuerzas « retomar a los Griegos ». « El sentido de la historia de mañana no es el que se cree. Está en la lucha entre la creación y la inquisición. A pesar el precio que pagarán los artistas con sus manos vacías, se puede esperar su victoria. Una vez más, la filosofía de las tinieblas se disipará por encima del mar destellante. »
Estas líneas fueron escritas en 1948. En 2010, la lucha entre la creación y la Inquisición sigue siendo la misma. En 1950, Camus escribe todavía: « Yo no odio sino a los crueles. En lo más negro de nuestro nihilismo, he buscado solamente las razones para sobrepasarlo (...)Esquilo es a menudo desesperante: sin embargo, irradia y reanima. En el centro de su universo no es un magro no sentido que encontramos, sino el enigma, es decir un sentido que se descifra mal porque deslumbra. » En 1952, he aquí una recusación de « las tumbas chillonas», ¿qué es el Panteón sino un tráfico ruidoso de ataudes ?: « Un día, cuando estemos dispuestos a morir de agotamiento e ignorancia, podré renunciar a nuestras tumbas chillonas, para irme a extender en un valle, bajo la misma luz, y aprender, una última vez, esto que sé »
Enigmático y silencioso, Camus, a quien a todo precio se quiere simplificar y reducir. En 1953, cuatro años antes del novel, siete años antes de su mortal accidente, escribe: « Un busco amor, una gran obra, un acto decisivo, un pensamiento que transfigura, dan a ciertos momentos la misma intolerable ansiedad, doblada de una atracción irresistible (...) Siempre he tenido la impresión de vivir en alta mar, amenazado, en el corazón de una dicha real » Esto es bello.
Le Journal du Dimanche, 31 janvier 2010.
Traducción : Luis Thonis

viernes, 22 de octubre de 2010

Cuaderno de citas



Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes



Ya lo decía Gracián: "Más vale esencias que fárragos". En este cuaderno de citas pretendemos reunir aquellas microlecciones que distintos creadores han esbozado, con forma de breves sentencias, sobre la creación literaria. Les proponemos algunas, pero contamos con sus aportaciones: si guardan alguna frase magistral que estimen de interés para la comunidad de aprendices de escritores que formamos este Escaparate de Obras, les rogamos que nos la hagan llegar a Escaparate@cervantesvirtual.com (asunto: Citas).
Anónimos
Un anónimo solo es admisible cuando quien lo escribe no es realmente nadie. (Stanislaw Jerzy Lec)
Arte
El arte es la expresión de lo inexpresable. (Johann Wolfgang von Goethe)
El arte hace visible lo invisible. (Paul Klee)
El arte es el gran estimulante para vivir. (Nietzsche)
El mundo está loco, y lo único cuerdo está en el arte. (Truman Capote)
Ser artista es como un acto de fe; no reporta nada salvo la satisfacción del arte mismo. (Truman Capote)
El arte es la verdad y la vida un espejismo. Un ejemplo: Vélázquez ha muerto y Las Meninas, no. (Adolfo Marsillach)
El arte que satisface la necesidad más imperiosa será siempre el más honrado. (Charles Baudelaire)
Aventura
Desde que tengo memoria quise ser escritor. De pequeño pensaba que quería una vida aventurera para poder narrarla, y cuando en la dictadura argentina vino la Triple A a por mi padre y me prendieron a mí, yo no paraba de pensar: qué gran cuento. (Rodrigo Fresán)
Biblioteca
Leer nos permite el placer de recordar lo que otros han recordado para nosotros, sus inimaginables lectores. La memoria de los libros es la nuestra, seamos quienes seamos y estemos donde estemos. En ese sentido, no conozco mayor ejemplo de la generosidad humana que una biblioteca. (Alberto Manguel en "Elogio de la lectura")
Biografía
Siempre me parecieron detestables las autobiografías. Qué pérdida de tiempo la del narrador que intenta hacer pasar gato por liebre, cuando lo que un escritor de verdad debe hacer es atrapar dragones y disfrazarlos de liebre. (Roberto Bolaño)
Nunca hubo una buena biografía de un buen novelista. No podría haberla. Un novelista son demasiadas personas, si es que es bueno. (Francis Scott Fitzgerald) Los poetas no tienen
biografías. Su obra es su biografía. (Octavio Paz)

Brevedad
Sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo. (En El Quijote, de Cervantes)
Lo bueno, si breve, dos veces bueno. (Baltasar Gracián)
Mi relación con las palabras es cada vez más aguda. Al escribir es importante la exactitud. Los mejores no escriben. Porque los mejores se expresan con tanta brevedad que prefieren dejarlo. Soy muy susceptible con las palabras mal empleadas. (Ilse Aichinger)
La brevedad es el alma del ingenio. (Shakespeare)
Pascal una vez escribió una extensa carta a un amigo, y en la posdata se disculpó por no haber tenido tiempo de redactar una misiva más breve. Como Pascal, los guionistas aprenden que la clave está en economizar, que la brevedad cuesta tiempo, que la excelencia es sinónimo de perseverancia. (Robert McKee, El guión)
Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. (Jorge Luis Borges)
Cine
Es imposible hacer una buena película sin una cámara que sea como un ojo en el corazón de un poeta. (Orson Welles) ¡Nueva!
Lo fascinante del cine es colocar al espectador en posiciones morales en las que nunca estuvo. (Álex de la Iglesia) ¡Nueva!
El rectángulo de la pantalla debe estar cargado de emoción. (Alfred Hitchcock)
Una película es magnífica cuando tiene mucha acción y poco diálogo. (John Ford)
Cotidianidad
Escribo sobre las aventuras que están a la vuelta de la esquina. Un día algo se rompe. La mayoría de las cosas trascendentales están en lo cotidiano. No sé, de repente un día suena el teléfono y resulta que lo que te dicen es lo más importante de tu vida. Somos una especie muy compleja, muy frágil. (Luis Mateo Díez)
Creación
Los buenos actores crean a partir de sus cicatrices... (Adolfo Marsillach)
Crítica
Al mirar hacia atrás, el crítico ve la sombra de un eunuco. ¿Quién sería crítico si pudiera ser escritor? (George Steiner)
Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas. (Publio Cornelio Tácito)
Un mal escritor puede llegar a ser un buen crítico, por la misma razón por la cual un pésimo vino puede llegar a ser un buen vinagre. (François Mauriac)
La prueba de lo peor es la muchedumbre. Busquemos qué es lo mejor, no lo más acostumbrado, y lo que nos ponga en posesión de una felicidad eterna, no lo que apruebe el vulgo, pésimo intérprete de la verdad. (Séneca, Sobre la felicidad)
... reconozco que algunos críticos me han ayudado a "explicarme" mi propia obra. (Javier García Sánchez)
Eula-Beulah era propensa a los pedos. En su variedad sonora y olorosa. En ocasiones, avecinándose uno, me tiraba en el sofá, me ponía el culo en la cara (con falda de lana interpuesta) y disparaba, gritando eufórica: "¡Bum!". Era como quedar sepultado por fuegos artificiales a base de metano. Recuerdo la oscuridad, la sensación de asfixia y las risas; porque, sin dejar de ser horrible, la experiencia tenía su lado divertido. Puede decirse que Eula-Beulah me fogueó para la crítica literaria. Después de haber tenido encima a una niñera de noventa kilos tirándote pedos en la cara y gritando "¡Bum!", el Village Voice da muy poco miedo. (Stephen King, Mientras escribo)
Escucha todas las críticas con la mente bien abierta. (Nancy Kress, Los diez mandamientos del
escritor de ficción)
Cuento
El cuento perfecto solo lo hacen los grandes; la novela corta, sin embargo, me permite acercarme a la perfección. La novela larga siempre conlleva la imperfección. (Luis Mateo Díez)
La verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista, y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad. (Augusto Monterroso)
Estoy muy seguro de que, en el momento exacto de la muerte, uno se cuenta a sí mismo un cuento y no una novela. (John Cheever)

Un cuento es algo vislumbrado con el rabillo del ojo. (V. S. Pritcher)
Un buen cuento no puede ser reducido, sólo puede ser expandido. Un cuento es bueno cuando ustedes pueden seguir viendo más y más cosas en él, y cuando, pese a todo, sigue escapándose de uno. (Flannery O'Connor)
Cultura
La cultura ayuda a un pueblo a luchar con las palabras antes que con las armas. (Gugliermo Ferrero)
Detalle
La multitud de detalles es lo que da la sensación de realidad en la literatura, y el detalle es un alegato contra la generalización. (Philip Roth)
Cada día leo, con mucha moderación, el Daily News de Nueva York. Es interesante conocer el nombre de la calle en la que el amante apuñaló a su amada, y esas circunstancias de las que el New York Times nunca da cuenta. De ese asesinato no resuelto en Staten Island interesa saber que el doctor y su esposa, cuando fueron apuñalados, vestían batas mormónicas, tres cuartos de largo. El desyuno de Lizzi Borden, el bochornoso día de verano que mató a su padre, era sopa de carnero. Los detalles generan siempre muchas más ideas que las que cualquier generalidad puede aportar. Que Cristo haya sido lanceado en el costado izquierdo es mucho más conmovedor y sugerente que si hubiera sido simplemente lanceado. (Carson McCullers)
Escribir
Si un hombre cualquiera, incluso vulgar, supiera narrar su propia vida, escribiría una de las más grandes novelas que jamás se haya escrito. (Giovanni Papini) ¡Nueva!
Ser escritor es robarle vida a la muerte. (Alfredo Conde)
Pueden impedirte ser un autor publicado, pero nadie puede impedirte ser un escritor, o incluso ser mejor escritor cada día. Todo lo que tienes que hacer para ser un escritor es escribir. (Khaterine Neville)
... todo empezó cuando descubrieron una lápida en honor de mi abuelo en Henndorf. Eso lo recuerdo. Hubo esa ceremonia y luego una merienda o algo así con mis parientes en un hostal, con periódicos y periodistas, y todos los que andaban por allí, con banda de música y banderas y cazadores. Mi abuela estaba sentada a mi lado, junto a Kaut, y dijo: "Dios santo, no sé qué voy a hacer con este nieto, no es nada ni hace nada, quizá pudiera escribir. (Thomas Bernhard)
Se empieza a escribir porque se tiene un secreto que solo la página en blanco escucha sin juzgar, sin censurar, sin rechazar. (Juan José Millás)
Cuidar un bonsái es como escribir, piensa Julio. Escribir es como cuidar un bonsái, piensa Julio. (Bonsái, Alejandro Zambra)

El acto de escribir y el de hacer el amor están interligados. Es casi una lucha carnal, existe una intimidad. Tienes también que apretar y abrazar. (António Lobo Antunes)
El lugar más bonito para mí no es Dublín o Galway, Irlanda o España: es estar en medio de un párrafo. En un autobús yendo a casa cuando la última frase todavía suena en tus oídos, y nada importa más que colocar bien un adverbio. Siempre a la búsqueda. Ésa es mi felicidad, la escritura. (Jaime O'Neill)
Escribir es como mostrar una huella digital del alma. (Mario Bellatín)
Escribo para evitar que al miedo de la muerte se agregue el miedo de la vida. (Augusto Roa Bastos)

Al escribir un libro, a la primera persona a la que deberías complacer es a ti mismo/a. Si eres capaz de divertirte durante todo el tiempo que te lleve escribir el libro, más delante también divertirás a los editores y a los lectores. (Patricia Highsmith)
La pluma es la lengua del alma. (Cervantes)
Escribir no lleva a la miseria, nace de la miseria. (Montaigne)

Escribir es luchar para hacer entrar una serpiente en una botella, pero sin matarla. (Peter Elbow)
Escribir es una forma de terapia. A veces me pregunto cómo se las arreglan los que no escriben, o los que no pintan o componen música, para escapar de la locura, de la melancolía, del terror pánico inherente a la condición humana. (Graham Greene)

Escribir sobre las cosas más cercanas a nuestro dolor, a nuestra felicidad. (John Cheever)
Para mí escribir es como respirar. (Franz Kafka)

Escribo porque es un acto amoroso que me da placer. (Juan Carlos Onetti)
Escribo para ser mejor persona. (Francisco Mateu, maître y poeta)

Escribo porque no sé bailar como Fred Astaire. (Antonio Lobo Antunes)
No escribo para saber lo que soy, sino lo que quiero ser. (Octavio Paz)
Creo que todo el mundo debería escribir, como ejercicio personal, independientemente de resultados literarios o eventuales publicaciones. Escribir sienta muy bien, es beneficioso para la salud mental del hombre. De la misma manera que el mutismo intoxica, expresarse, hablar y escribir desintoxica. (Carlos Gumpert)
La escritura es quizás el mayor de los inventos humanos, un invento que une personas, ciudadanos de épocas distantes que nunca se conocieron entre sí. (Carl Sagan)
La mayoría de las personas no son escritores, y esta circunstancia no les causa ningún perjuicio. (Julian Barnes, El loro de Flaubert)
Éxito y fracaso
A veces digo en broma que el éxito es el gran riesgo de los escritores actuales; en el siglo XIX el fracaso era el problema. (Ricardo Piglia)
Me asombra la gente que emplea ocho años en escribir algo. Eso es lo que le llevó a ese tipo escribir Madame Bovary, ¿y ha estado alguna vez en la lista de los más vendidos? (Sylvester Stallone)

El éxito es una bendición; el éxito es una catástrofe. (Javier Cercas)
No hay peor fracaso que el éxito. (En El desencantado, de Budd Schulberg)
No me gusta la gente que nunca ha tropezado ni caído. Su virtud es sin vida y no vale mucho. La vida no le ha revelado su belleza. (Boris Pasternak)
No importan el fracaso ni el éxito, sino haber traspasado de parte a parte un solo corazón. (Jean Cocteau)
No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan. (Augusto Monterroso, Decálogo del escritor)


Influencias

Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia. (Horacio Quiroga, Decálogo del perfecto cuentista)
Lector / espectador
El buen lector hace el buen libro. (Ralph Waldo Emerson)
... aún no se ha escrito ningún libro donde el asesino sea el lector. (Umberto Eco)
El teatro no existe solo para celebrar lo que está bien y enviar al espectador a casa satisfechísimo de sí mismo, sino para protestar contra lo que está mal e incitarle a que piense, y en consecuencia actúe, para mejorar la sociedad en la que vive. (George Wellwarth)
Leer

Puede que solo por eso merezca la pena existir, por leer un libro, por ver los inmensos horizontes de una página. ¿La tierra, el cielo? No, solo un libro. Por eso, muy bien se puede vivir. Manlio Sgalambro, Del pensare breve)
No hay dos personas que lean el mismo libro. (Edmund Wilson, crítico estadounidense)
Leer un libro enseña más que hablar con su autor, porque el autor, en el libro, solo ha puesto sus mejores pensamientos. (René Descartes)
Lee y conducirás, no leas y serás conducido. (Santa Teresa de Jesús)

La lectura es una conversación con los hombres más ilustres de los siglos pasados. (René Descartes)
He hecho un curso de lectura veloz y he leído Guerra y paz en veinte minutos. Trata de Rusia. (Woody Allen)
Tanto o más importante que saber los alimentos que hemos de comer para estar sanos es saber los libros que hemos de leer para ser sabios. (Robert Sydney Smith)
Cuando alguien lee no sólo está haciendo algo, también se está haciendo alguien. (Prof. Víctor Manuel Peralta López)
En el fondo de mi corazón sólo considero compatriotas a quienes leyeron los mismos libros que yo he leído. (Adolfo Marsillach)
Uno no es lo que es por lo que ha escrito, sino por lo que ha leído. (Jorge Luis Borges)
Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído. (Jorge Luis Borges)

Libertad
Solo es un artista libre aquel que le dice a la gente lo que la gente no quiere que le digan. (Bertolt Brecht)
Libro
Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra. (James Lowell)
Los libros nos dan consejos que no se atreverían a darnos nuestros amigos. (Numa Pompilio)
He buscado la felicidad por todas partes, pero no la he encontrado en ningún sitio, excepto en un rincón y en compañía de un pequeño libro. (Tomás de Kempis, principios del siglo XV)
Donde se quiere a los libros también se quiere a los hombres. (Heinrich Heine)
Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres. (Heinrich Heine)


Hay libros cortos que, para entenderlos como se merecen, se necesita una vida muy larga. (Francisco de Quevedo)
Los malos libros provocan malas costumbres y las malas costumbres provocan buenos libros. (René Descartes)
Un libro vale por el número y la novedad de los problemas que crea, anima o reanima. (Paul Valéry)
Por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca pública puede medirse la cultura de un pueblo. (John Steinbeck)
Los libros son como los amigos: no siempre es el mejor el que más nos gusta. (Jacinto Benavente)
El recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo. (Gustavo Adolfo Bécquer)
Los libros siempre son vidas de más. (Almudena Grandes)

Su libro es bueno y original, pero la parte que es buena no es original y la parte que es original no es buena. (Samuel Johnson)
Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora. (Proverbio hindú)
La sociedad más espiritual no es la que visten los sastres, sino los encuadernadores. (Jean-Paul Richter)
No hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena. (Plinio)
Cuántas personas hay en cuyas bibliotecas se podría escribir, como en los frascos de las farmacias: "Para su uso externo". (Alphonse Daudet)

Un libro tiene que ser el hacha que rompa nuestra mar congelada. (Franz Kafka)
El libro es, hoy por hoy, el instrumento más fácil, cómodo y ergonómicamente manejable para transportar información. Puede ser leído sobre una vaca, en la taza del baño y hasta haciendo el amor, con sus consecuencias. En cambio, con una computadora no se puede, o al menos no resulta tan buen compañero. (Umberto Eco)

La literatura es siempre una expedición a la verdad. (Franz Kafka)
La literatura, y no la medicina, es la mejor vía de conocimiento para entender al ser humano y saber más de las personas. No han sido los psiquiatras, sino los escritores, los que nos han explicado más y mejor el comportamiento humano. Tolstói, Chéjov, Flaubert... Yo, por ejemplo, tengo un conocimiento superior de Anna Karenina que de mi propia mujer. (Carlos Castilla del Pino)
Escribir es olvidar. La literatura es la manera más agradable de olvidar la vida. (Fernando Pessoa)
La única forma de soportar la existencia es aturdirse en la literatura como en una orgía perpetua. (Gustave Flaubert)

Narrar
Todos somos Simbad, ese mercader que vive pacíficamente en Bagdad y que un día embarca para ir a negociar a lejanas tierras, sufre un naufragio y vive aventuras magníficas. Y esto le sucedió siete veces. Luego, con los años, regresa definitivamente a Bagdad, retoma su vida ociosa y se dedica a contar sus andanzas a un reducido auditorio de amigos: se ha convertido en un narrador. [...] El hombre es sobre todo un animal narrativo. Al fin y al cabo, nos pasamos la vida contando historias: es decir, contando lo que nos pasó ayer, lo que esperamos hacer mañana, lo que hemos pensado, imaginado o soñado, contado lo que alguien nos contó, o recordando, que es también una forma de contar. (Luis Landero)
... y cada noche yo le contaba a mis nietas historias que no acababan nunca porque ellas no me permitían ponerles el "vivieron felices" y me pedían que las prolongase con nuevos personajes hasta que se rendían al sueño. Entonces yo las arropaba y me iba hasta la puerta, desde donde las miraba una vez más. Sentía allí que un narrador, en el fondo, no es más que eso: el que apaga la luz. Y apagaba la luz y salía. (W. Somerset Maugham
Novela
Una novela es la vida secreta de un escritor. El oscuro hermano gemelo de un hombre. (William Faulkner)
¿Qué son todas las novelas sino una búsqueda del padre, de los orígenes? (Michel Foucault)
Sin disciplina se puede escribir teatro, ensayo, poesía, pero no una novela, porque es una imagen de la vida y cuando uno está escribiéndola es como otra vida que transcurre en paralelo y que no puedes aparcar. (Almudena Grandes)
Observación
La mayoría de las personas no ven lo que sucede a su alrededor. Este es mi mensaje principal para los escritores: por el amor de Dios, mantengan los ojos bien abiertos. (William S. Burroughs)
El que lee sabe mucho, pero el que observa sabe más. (Alejandro Dumas)

Personaje

El escritor no copia su original. Toma lo que desea de él, unos pocos rasgos que han llamado su atención, un giro que ha inflamado su inspiración, y con ello construye su carácter. (Somerset Maugham)
Poesía

Un grano de poesía es suficiente para perfumar un siglo. (José Martí)
No hay mejor nave que un libro para viajar lejos. Y siempre es la poesía un corcel ligero. (Emily Dickinson)
El poeta (...) toma una existencia particular y la pinta en toda su estricta individualidad; pero lo que en ella nos presenta es toda la existencia humana, pues no ocupándose en apariencia más que de lo particular, donde en realidad tiene puestos los ojos es en aquello que es de todos los tiempos y de todos los lugares. De ahí que las sentencias, sobre todo las de los poetas dramáticos, y aun aquellas que no son máximas generales, tengan tan frecuente aplicación a la vida real. (Nietzsche)
Si el poema solo quiere decir lo que quiso el poeta, es un mal poema. (Borges)
La poesía tiene que ser humana. Si no es humana, no es poesía. (Vicente Aleixandre)
Después de Auschwitz no se puede escribir poesía. (Theodor Adorno)
Tras Auschwitz sólo queda la poesía, sólo queda resistir con palabras ciertas. (Imre Kertesz)
Nunca he creído ese dictamen de Adorno que, sin embargo, no dijo exactamente que no se pudiera hacer poesía después de Auschwitz, sino que hay un cambio después. Claro que hay que escribir poemas después de Auschwitz, pero sin olvidar Auschwitz. Tras Auschwitz somos distintos. (Adam Zagajewski)
No hay mejor nave que un libro para viajar lejos. Y siempre es la poesía un corcel ligero. (Emily Dickinson)

La poesía es un recuerdo de los mejores y más felices momentos de los mejores y más felices ingenios. (Percy Bysshe Shelley)

Sé que la poesía es indispensable, pero no sabría decir para qué. (Jean Cocteau)
Un poema nunca está acabado, solamente abandonado. (Paul Valéry)


Un poema es la proyección de una idea en palabras a través de la emoción. La emoción no es la base de la poesía: es tan solo el medio de que la idea se sirve para reducirse a palabras. (Álvaro de Campos, heterónimo de Pessoa)
Cuando escribo poemas necesito saber que tengo mucho tiempo por delante y crear un estado de ánimo. Me gustan los atardeceres. La poesía no se puede forzar. Machado decía que hay que esperar como una barca en la orilla a que suba la marea. (Luis García Montero)
La poesía es una forma de defensa contra las cosas que rechazo, que desdeño. Y hoy el mundo está lleno de desvergüenza, de mentiras, de patrañas, de atropellos. Eso me ofende mucho, y es un acicate para escribir otra vez. (José Manuel Caballero Bonald)
Rescribir
Yo soy el primer espectador de mi propia obra, y si no me provoca emoción, la retoco. (Antoni Tàpies, pintor y escultor)
Para escribir algo bueno hay que haber escrito mucha basura. (Anne Lamott)
Tres renglones tachados valen más que uno añadido. (Augusto Monterroso)
La mayoría de los libros nuevos que leo se me antojan a medio terminar. Parece que el escritor se contentó con hacer su trabajo más o menos bien y luego pasó a algo nuevo. Para mí, escribir empieza a ser emocionante de verdad cuando vuelvo a un capítulo un par de meses después de haberlo escrito. En esa fase lo miro más como lector que como autor y, por muchas veces que hubiera reescrito el capítulo, todavía encuentro frases vagas, adjetivos inexactos o superfluos. (Stephen Vizinczey, Los diez mandamientos de un escritor)
Escribir es reescribir. Siempre. (Nancy Kress, Los diez mandamientos del escritor de ficción)

Talento
La receta, por ejemplo, para llegar a ser un buen novelista es fácil de dar, pero la ejecución supone cualidades que generalmente se pierden de vista cuando se dice "No tengo bastante talento". Hagamos más de cien proyectos de novelas, que no rebase ninguno las dos páginas, pero escritas con tal propiedad que no sobre ninguna palabra; pongamos todos los días, por escrito, anécdotas, hasta llegar a aprender la forma más plena, más eficaz; sed infatigables en recoger y pintar tipos y caracteres humanos; relatad siempre que podáis y escuchad los relatos con oído atento para percibir el efecto producido en los oyentes; viajad como paisajistas y pintores de costumbres; extraed para vuestro uso, de cada ciencia, aquello que, bien expuesto, es capaz de producir efectos artísticos; reflexionad, en fin, sobre los motivos de las acciones humanas, no desdeñéis ninguna educación que pueda instruiros sobre este punto y coleccionad todos estos datos noche y día. Invertid en estas múltiples experiencias unos diez años; y entonces lo que produzcáis en vuestro taller podrá salir a la luz pública. (Friedrich Nietzsche)
El talento es una larga paciencia. (Gustave Flaubert)
Verosimilitud
La literatura es mentir bien la verdad. (Juan Carlos Onetti)
A juzgar por lo que yo siento, sólo llega profundamente a los lectores lo que se les da en forma de vida: vida más o menos palpitante. Sólo en acto de vivir es como lo que pensamos puede ser absorbido, sin sentir, por quien lee; al menos nosotros preferimos, al estudio erudito, la fantasía creadora. (Azorín en el prólogo de Con Cervantes)

No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento. (Horacio Quiroga, Decálogo del perfecto cuentista)

Que un relato sea verdad, por supuesto, no descarga al novelista de la responsabilidad que tiene a la hora de hacer que tanto los personajes como los acontecimientos sean convincentes. [Si el escritor] hace su trabajo de mala manera, el lector no se deja convencer ni siquiera cuando el escritor le narra acontecimientos que de hecho ha presenciado como testigo en la vida real. (John Gardner, El arte de la ficción)

¿Estado de derecho o régimen de masas? Carlos Mira


Publicada 11/10/2010
Política Nacional / Carlos Mira
¿Estado de Derecho o régimen de masas?
Las señales de que la sociedad argentina está asistiendo a un formidable choque de valores y de formas de entender el mundo y la convivencia social son innumerables.

La convocatoria a una concentración en la provincia de Santa Cruz por el caso de la reposición del procurador Sosa, fue una nueva demostración del embate del régimen de masas para imponer sus reales sobre el gobierno de la ley y el Estado de Derecho. El retroceso al pasado que significaría la imposición definitiva de un régimen de masas por sobre uno que solidifique el Estado de Derecho es tan obvio como que un sistema de ese estilo depende del poder de convocatoria que ejercen las fuerzas de choque leales al “líder” y no de los consensos apacibles y civilizados de la democracia. La relación que tiene un régimen de masas con el uso de la fuerza y, eventualmente, de la violencia, lo hace incompatible con la modernidad institucional que, justamente, trató de eliminar la fuerza y la violencia de las disputas políticas. Por eso habría que aclarar frente al leitmotiv que se usó para la convocatoria, esto es, que la concentración preparada en Río Gallegos fue “para defender las autonomías provinciales” (y no para atacar a la Corte), que el sistema federal argentino -que el gobierno central debe garantizar- se basa en que las provincias tienen asegurada su autonomía en tanto y en cuanto organicen sus gobiernos de acuerdo a los principios de la Constitución Nacional y a la forma republicana de gobierno. El gobierno federal no garantiza esa autonomía si las constituciones provinciales desconocen los principios de la Constitución o si su gobierno no está organizado de modo republicano. Como todos saben, los principios del sistema republicano imponen la división e independencia de los poderes, la periodicidad de los cargos, la publicidad de los actos de gobierno, etc, etc. Se trata de las clásicas lecciones de Instrucción Cívica elemental de primer año del colegio secundario. Cuando un gobierno provincial no respeta la división e independencia de los poderes atenta contra la organización republicana de su gobierno, por lo que el Gobierno Federal vía la competencia originaria de la Corte, puede intervenir para que esas instituciones se restablezcan. Dicha intervención no implica un desconocimiento de la autonomía de la provincia en cuestión sino el mero funcionamiento de lo dispuesto por la Constitución Nacional que no permite que los principios republicanos se desconozcan en ninguna jurisdicción. De modo que esta demostración de fuerza, típica del régimen de masas, es contraria al derecho de la Constitución y al orden republicano que los argentinos decimos defender. La provincia de Santa Cruz violó los principios republicanos de gobierno cuando su gobernador despidió a un funcionario de otro poder, independiente del suyo, para lo que claramente no le asistía ninguna facultad legal. El entonces Gobernador Kirchner no puede decir que el despido de Sosa lo decidió y ejecutó en pleno uso de la autonomía que le corresponde a Santa Cruz, porque Santa Cruz no tiene autonomía para no ser republicana, y, para ser republicana, el Poder Ejecutivo debe respetar la independencia del Poder Judicial, lo cual incluye, naturalmente, la imposibilidad de que el Gobernador eche funcionarios judiciales. Todo otro razonamiento que no coincida con esta lógica constitucional debe interpretarse como un intento de un régimen de masas para desconocer por la fuerza y la violencia lo establecido por el Derecho. Una vez más, las muestras de que la sociedad argentina está asistiendo a un formidable choque de valores y de formas de entender el mundo y la convivencia social, son innumerables. Ese choque, repetimos, enfrenta un modelo de masas con un modelo de Derecho. La sociedad deberá decidir quién lleva el triunfo en este partido. Pero todos deberemos recordar para dar nuestro voto y nuestra opinión, que las fuerzas de las masas pueden cambiar y, las que hoy nos favorecen, mañana nos aplastan. El Derecho en cambio tiende a asegurar el gobierno de una ley y de una justicia imparcial que no haga descansar en el poder de hordas circunstanciales la paz social y la convivencia pacífica. Estará en nosotros decidir qué queremos. © www.economiaparatodos.com.ar

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jueves, 21 de octubre de 2010

Roberto Arlt y el cero imperativo.





Luis Thonis


Roberto Arlt y el cero imperativo:
androginia, unisexualidad, terror.

“Come you spirits That tend on mortal thoughts,
unsex me here” Macbeth, William Shakespeare


Entre el asombro, el estupor y la fascinación, el Astrólogo, personaje de la novela Los siete locos (1929), se halla en espejo ante un universo mudo, cuyos reflejos multiplican una prodigalidad de fuerza y de odio. ¿Cómo poder explotar esto? Concibe una imagen del universo donde ha sido suprimida toda falta, marca y nombre.
No hay relato de origen que pueda dar una versión del universo y por eso el Astrólogo, haciendo las veces de hermano mayor, se sitúa como supuesto autor de una Ley que nunca alcanza a instituir o a firmar. Es que este hermano mayor –en tanto sustituto paterno- no ocupa sino el lugar de una Madre universal de todos los hombres, por su concepción del origen, la muerte y la sexualidad.
El Astrólogo es el narrador confesional de ese origen sin escena –sin versión- que en su utopía de una sociedad perfecta, al pasar por la palabra, no hará sino reproducir lo ya escrito en la historia, donde coexisten la memoria “nueva” de las revoluciones con el retorno a las formas más brutales de la esclavitud.
Su imposibilidad de dar una versión plural del origen deriva en sucesivas fantasías de exterminio y la hipótesis de una solución para la indecibilidad del deseo, que hace hincapié en las formas de la androginia.
Si la sociedad se constituye simbólicamente como un rechazo de lo femenino, en el orden esbozado por el Astrólogo, su supresión sería total. Ahí la androdiginia se envuelve en la unisexualidad mediante una prótesis totalmente asexuada. Sucede que la relación del Astrólogo con el universo no es de impotencia, sino de imposibilidad. El cómo explotar deriva en cómo cuantificar esa prodigalidad de fuerzas, que desde el lugar del acreedor ausculta en el espíritu de la época. Una gran masa orgánica que amenaza tragárselo.
La escena de ejecución de los peleles en Los siete locos puede leerse como escenificación en miniatura de esa imposibilidad: “Vos, pierrot, sos Erdosain; vos, gordo, sos el Buscador de Oro; vos, clown, sos el Rufián; y vos, negro, sos Alfón. Estamos de acuerdo.”
Una de las pocas lecturas de Los siete locos y Los Lanzallamas (1931) que ha reparado en el lugar decisivo que ocupa el Astrólogo en el contexto –y en la misma construcción- de la novela, ha sido la de Ana María Zubieta [en El discurso narrativo arltiano, Hachette, 1987], que con lucidez refuta las lecturas que de entrada califican ideológicamente a los personajes o asimilan sus enunciados –dialógicos, equívocos- a supuestas ideas de su autor. Argumenta un análisis de las varias reversibilidades que obran entre la utopía, la parodia y el grotesco.
Ahora bien: el discurso del Astrólogo no puede constituirse nunca como un todo, establecer un continuo, habida cuenta del sentido que está en su “mentira metafísica” y que no es ajena a su concepción del origen.
El “todo” siempre se engendra y consuma en su acto de discurso: “No sé si nuestra sociedad será bolchevique o fascista. A veces me inclino a creer que lo mejor que se puede hacer es preparar una ensalada rusa que ni Dios la entienda.” Multiplica así enunciados que no describen hechos, donde la enunciación equivale a la realización del acto como “yo juro”, el cual es en sí mismo un hecho que se sustrae a la diferencia verdadero o falso. El Astrólogo notifica que lo que enuncia puede variar según su interlocutor: “Cuando converse con un proletario seré rojo”. Estos cambios azarosos en lo ideológico y lo ético responden a dos supuestos que obran como axiomas. Por un lado, comprueba la pérdida de toda referencia teológica –“La humanidad, las multitudes de las enormes tierras han perdido la religión. No me refiero a la católica. Me refiero a todo credo teológico”- y, en contraste con el positivismo de las décadas anteriores, advierte que una “peste de suicidio” se manifiesta ante la falta de respuesta de la ciencia que sustituye la religión. Ahí es donde intenta constituir el bloque, su conjunto elegido, el “seremos bolcheviques, católicos, fascistas, ateos, militaristas, en diversos grados de iniciación”.
La función del padre se juega y presentifica negativamente a través de la comicidad más feroz del grotesco. Resuena en el relato El jorobadito (1933). El novio no puede recibir “legítimamente” una mujer del padre según la ley del intercambio. Ella, la novia, la mujer, está fundida con un orden regulado por el goce de dos mujeres –su madre y ella- y por eso el narrador declara resistirse a ser “uno de esos autómatas con cuello postizo, a quienes la mujer y la suegra retan a cada instante porque no trajo más dinero o no llegó a la hora establecida”. El pretendiente pide a su prometida una rara prueba de amor, es decir de separación: que bese al repugnante Jorobadito, como si sólo a través de ese contacto con lo diferente –lo sórdido, lo contrahecho- pudiese salir de ese goce garantizado donde dormita el incesto y en el cual la madre reina como una moral que anula al padre y al novio. Es incapaz de tomarla, “perderla” como mujer para que ella deje de completarse con el total que es la madre.
Lo grotesco en Arlt se va desprendiendo del grotesco marcado por la necesidad –el Mateo de Discépolo- y de la lectura sentimental y filantrópica que hiciera el grupo Boedo de Dostoievski.
El grotesco se estiliza en su obra. En El jorobadito una mueca sarcástica pretende desbaratar el legado mortífero que se urde entre dos mujeres. El desplazamiento de los códigos centrados en la pobreza, la necesidad o la moral se hace ostensible hasta la irrisión cuando el corcovado enuncia su papel como el cumplimiento de la más alta misión filantrópica. Al estrangular al Jorobadito, el cinismo del narrador alcanza su apoteosis. Se muestra en demasía ”fiel” a las formas a las que parecía enfrentarse, afines a la moral de esas dos mujeres: el padre no aparece ni siquiera humillado, cumple una función decorativa, por eso exigen el grotesco más feroz. Al asesinar al Jorobadito, el personaje “cumple” la tácita sentencia de las mujeres contra el estropicio y llega hasta lo delirante: se asombra de que socialmente se lo juzgue por ese crimen. El cinismo que se palpita en este grotesco feroz, deja escuchar el goce mortífero que trabaja los cuerpos desde las mujeres: la posibilidad de un discurso sin tercero.
La ejecución de los peleles es un simulacro demostrativo que el Astrólogo, quien se designa como “hombre de acción”, se ofrece para excitarse, inspirarse. Por un brinco ha entrado en un orden de imposibilidad, común a ese universo sin marca ni nombre. Del teatro de muñecos, que va aniquilando espectralmente como un sombrío titiritero, al teatro de operaciones, media una dificultad: tiene que completar las conexiones entre los silogismos demostrativos, dotar de alguna eficacia a la mentira en función de la felicidad humana, para que el “miente, miente, miente” pueda reproducirse, hasta tomar la posta de una generación.
Antes, le era suficiente dejarse tomar por un rapto mágico, jugar con sujetos reducidos a muñecos. Ahora, la cuestión es hacer muñecos con los hombres. Su monólogo se torna un “sistema telegráfico, vibrante, interrumpido”, que no cesa de inscribir su hipótesis del continuo, el “seremos tales o cuales”, que hace a los diversos grados de iniciación de un programa. Este no logra conformarse y sólo desencadena en cada frase lo no inscrito. Lo que sustrae sin dejar marca: la huida misma de lo femenino que tan sólo podría suprimirse en otra Mujer sin falla.
No es casual que el Astrólogo odie a las mujeres “concretas”. “Las mujeres le eran odiosas: las veía abatirse bajo la sensualidad de los machos para ofrecer por todas partes la fealdad de sus vientres hinchados. Tenían exclusivamente capacidad para el sufrimiento; éste era un mundo de gente fatigada, fantasmas apenas despiertos que apestaban a tierra con su grávida somnolencia, como en las primeras edades los monstruos perezosos y gigantescos.”
El núcleo delirante es su creencia de que hay un hilo hacia esas primeras edades y para eso debe resolver el enigma: la diferencia inquietante de lo femenino-masculino, donde lo que falta a un sexo no se completa en el otro, y por eso hay palabra y transmisión de discurso. Intenta homogeneizar suprimiendo toda posible versión del origen. La consecuencia es que siempre viene a encontrarse-desconocerse en el mismo punto de enunciación que lo aprisiona en el imperativo del cero sin posibles sucesores, a causa de que anula el pasaje de un aleph a otro. Esto impide que el infinito sea axiomatizable.
Así se lo escucha cuando retraduce la fantasía donde ese origen colma el fin: “Es necesario instalar fábrica de gases asfixiantes. Conseguirse químico. Células, en vez de automóviles camiones. Cubiertas macizas. Colonia de la cordillera, disparate. O no. Sí. No. También orilla Paraná una fábrica. Automóviles blindaje cromo acero níquel. Gases asfixiantes importante. En la cordillera y en el Chaco estallar revolución. Donde haya prostíbulos, matar dueños. Banda asesinos en aeroplano. Todo factible. Cada célula radiotelegrafía. Código y onda cambiante sincrónicamente. Corriente eléctrica con caída de agua. Turbinas suecas. Erdosain tiene razón. ¡Qué grande es la vida!
¿Quién soy yo? Fábrica de bacilos bubónica y tifus exantemático. Instalar academia estudios comparativos revolución francesa y rusa. También escuela de propaganda revolucionaria. Cinematógrafo elemento importante. Ojo. Ver cinematógrafo. Erdosain que estudie ramo. Cinematógrafo aplicado a la propaganda revolucionaria. Eso es.”
Este pensamiento telegráfico, paratáctico, no es una condensación apretada, sino la imposiblidad misma del programa que no puede establecer un orden de consecución entre las premisas y las conclusiones: “Es necesario crearse la complicación. Y ver claro. Primero instalar el prostíbulo, la colonia en la montaña... pero ¿cómo hacer desaparecer el cadáver?”
La mayor parte de la crítica -que se apoya en Bajtin- no ha todavía registrado que hoy no estamos en la cultura de la fiesta medieval, de la parodia sacra y de la pérdida: al desaparecer el cuerpo mismo del cadáver tanto el carnaval como el duelo se han vuelto imposibles.
Los enunciados que emite el Astrólogo no pueden afirmarse o negarse, se deslizan hacia una lógica modal donde no se atribuye a tal o cual proposición un valor de verdad o falsedad, sino que se indica el modo que las determina.
El “es necesario que S sea P” es uno de los modos explicitados por Aristóteles, afines a la posibilidad –por ejemplo: “es posible que S sea P”-, la imposibilidad y la contingencia.
El modus –“es necesario que esto sea aquello”- nunca encontrará en este discurso el dictum necesario para constituir una proposición de tipo modal “clásica”, en tanto estos enunciados piden ser traducidos a valores de verdad y falsedad. Más bien responden a las llamadas modalidades deónticas del tipo “es obligatorio que...”, que conciernen a lo obligatorio, lo permitido, lo indiferente y lo prohibido.
Es el dilema de si un acto tautológico debe o no ser obligatorio. Todos estos actos enunciados anteriormente por el Astrólogo están prohibidos. En los enuncia como necesariamente obligatorios. Lo único que no está permitido es su negación, lo cual conduce a un J. Hintikka a la “anarquía moral” o el “nihilismo moral”. Abundan los verbos realizativos en voz activa y con preeminencia de infinitivos, pero sustrayendo la primera persona singular que nunca los asume.
Estamos ante cierta clase de sofisma en tanto argumento aparente. No es el caso de la sofística tradicional, que puede argumentar sobre cualquier clase de dichos, previa asunción de una posición.
Así, por ejemplo, Antístenes, fundador de la escuela cínica, argumentaría que este tipo de frases no pueden ser falsas ya que son predicados de un mismo sujeto, y si no se dice lo mismo que éste ya se habla de otra cosa. En sus antípodas, un Protágoras, las consideraría “verdaderas” ya que para él el lenguaje es un ser, diga lo que diga.
En ambos casos se asimila “lenguaje” a “proposición”; los sofistas parecen estar hablando acerca de éstas, pero su referencia son todas las frases de la lengua; es un sofisma refutado por Aristóteles, quien instituye la delimitación –clásica- entre enunciar una proposición y decir “cualquier cosa”. Se notará que el sujeto no está excluido en la construcción de las frases. Se designa como una “fábrica de bacilos”, pregunta quién soy, afirma, niega, vuelve a afirmar y así sucesivamente. Su posición es distinta a la que ocupa Epiménides respecto de su “yo miento”, ya que éste se incluye –es sofista- en una relación total con lo que enuncia: ahí esa paradoja de origen dividido que insistió en la historia de la lógica. En el enunciado –de la misma forma lógica que “yo miento”- “todos los cretenses son mentirosos”, la paradoja se resuelve diferenciando clases superpuestas de tipos lógicos. Con el Astrólogo esto no es posible: no es un sofista porque se incluye parcialmente en lo que enuncia, cabalga los enunciados en tanto enunciador, los conforma con restos de otros códigos.
Si bien hay una referencia histórica que vincula su discurrir con las revoluciones francesa y rusa, su método de acción terrorista presupone un programa inexistente tanto en lo político como en lo militar. El Astrólogo no es “fascista” ni “revolucionario”. Su “ideología” es el recurrir de esa idea fija, siempre denegada, una remisión interminable a la prodigalidad potencial del universo, que se fractura ante la imposibilidad lógica y política que el mismo modo de su enunciación genera. Su impotencia política resulta de que su programa no existe sino en el acto de enunciarse, y de ahí las oscilaciones “de los sí y de los no”. La recurrencia por la cual se ve obligado a “fundar” retrospectivamente el origen. Pero la inscripción y cuantificación de lo potencial se resuelve en un fallo respecto a “todo”, “lo universal”.
El discurso del Astrólogo retorna siempre a un cero absoluto: Pierce llamaba así a un cero sustraído a la serie de los enteros y exento de repetición. El Astrólogo se amuralla en la ambigüedad performativo-constatativa, jugando las zonas fronterizas de indiscernibilidad. Espera que se inscriba en su discurso una clave universal –Humanidad- a la cual invoca sin poder completar nunca su colección. Esa Humanidad al concebirse como un discurso sin tercero –sin nombre ni ley- es isomorfa a un entre-dos sin salida, alienada en el fantasma “de la Otra mujer que sería la Mujer”, como escribe Daniel Sibony a propósito de esta impasse.
Las potencias se suceden en la línea de un falso tercero –representante de la Humanidad-, cuya encarnación sería el interminable ejercicio del terror en nombre de una compasión universal, la cual no puede hacer nada con el odio del origen.
Al enunciar sus palabras las oye como la inscripción de una imposibilidad: nunca traen a sí el “todo”. El, que se define por la acción, es un sujeto paralizado, vive entre dos tiempos finitos –un antes o un después- donde se urden los meandros de su superstición filantrópica.
Esta vuelta al comienzo mismo de los tiempos radica en su incapacidad para inventar, como los teólogos de Borges, una herejía, y evitar así que los tiempos se agolpen unos sobre otros. Evitar que todo sea simultáneo en un presente tan fugaz, donde siempre es el Astrólogo del minuto posterior.
Nada como ese presente le confirma que algo falla en sus mezclas, en su tratamiento de los “todos” en juego. Pero no quiere saber nada de esto. De pronto, sus dichos suenan a un flatus vocis: esa magia no ha sido ni siquiera parcial. Su impotencia es no poder retornar de ese regreso, por el cual los predicados se suceden, sin imposibilidad de un corte. En tal regreso lo primero es siempre lo último, hyteron proteron.
Sus enunciados son en apariencia amorales: convoca al asesinato, cuyo autor sería un criminal sin remordimientos, a quien el Astrólogo celebra anticipadamente como ideal del Monstruo Inocente: “-Claro, lo ideal sería despertar en muchos hombres esta ferocidad jovial e ingenua. A nosotros nos toca inaugurar la era del Monstruo Inocente.” Pero ese ideal no puede encarnar en un personaje como Erdosain, por la misma concepción del pecado que le expone a Hipólita. “No me mire. Posiblemente... vea... las personas han perdido el sentido de la palabra pecado... el pecado es una falta... yo he llegado a darme cuenta que el pecado es un acto por el cual el hombre rompe el débil hilo que lo mantenía unido a Dios. Dios le está negado para siempre.” En Erdosain hay una versión de corte puritano: desconoce que “el justo peca siete veces por día”. Es para él una falta irreversible sin posible redención, sin metáfora.
El hilo que lo separa de Dios lo anuda a la prédica del Astrólogo que ofrece una promesa a su fantasía de total pureza, y Erdosain oscila siempre en un pasaje al acto suicida-homicida. No odia sistemáticamente como el Astrólogo a las mujeres, sino al deseo mismo.
La trama del Astrólogo responde al imperativo del cero: vuelta al origen sin marca, solución por el terror, donde la moral emerge con yugo más feroz que el del imperativo kantiano.
El discurso del Bien que predica el Astrólogo intenta erradicar lo femenino del mundo, pero está hecho de esa misma materia pues cree en una madre universal. Su moral supone un humanismo apresurado: el terrorismo, un modo de hacer política con la muerte en función de la muerte de la política. La fantasía de solución final y exterminio está en esa imposibilidad de dar una versión del origen. El modo de concebir la deriva de un relato de los fines.
En su conversación con el Abogado, hace un inventario crítico de las exacciones perpetradas por el capitalismo norteamericano en Panamá y Santo Domingo, con las cuales el otro parece estar de acuerdo por su repudio ético al sistema vigente, que lo llevó a abandonar la Facultad de Derecho, en la que era considerado una eminencia.
El Astrólogo detalla la táctica en términos análogos a los del Mayor: apoyar a los militares en la toma del poder, azuzando y utilizando a los comunistas. Con delectación, enumera los vejámenes que se llevarán a cabo. Incluye el ataque con gases a la población civil y frases que serán proféticas con respecto a la filigrana genocida de la guerra: “-La guerra futura es aérea y química.” Esa conjura poco tiene que ver con la lucha de clases y no reconoce ninguna forma posible de solidaridad. El malestar histórico es tomado como doxa para entronizar a una casta que pueda obrar con “la más absoluta de las impunidades” y con un objetivo de paz totalitaria complementario de esa idea de un origen “fuerte”.
Ese “todo” es afín a la supresión de todo asomo de conflicto en la lengua y en el sexo: “Una revolución con una silla eléctrica en cada esquina. El exterminio total, completo, absoluto, de todo aquellos individuos que defendieron la casta capitalista.
-¿Y después?
-Después vendrá la paz.”
La indignación del Abogado resuena en esa “tremenda bofetada” que le da como réplica y que remata en un “cross de izquierda a la mandíbula del endemoniado”.
La materia prima –prodigalidad del odio- se le va de las manos ante la imposibilidad de instituir, inventar una herejía que lo arranque de esa perpetua performación de un “yo juro”.
El Astrólogo carece de un nombre secreto que le permita fundar una secta religiosa con sus locos, como la que Borges ironiza en su cuento “La secta del Fénix”, en la cual el único secreto es un rito trivial, tanto que un niño puede adoctrinar a otro.
La interdicción de pronunciar el nombre (del rito) es una mera convención grupal, lingüística: la tradición de esa secta se funda en la suposición de un nombre secreto –afín a la liturgia más banal- que se transmite de generación en generación, y que evita un acto de fundación constante aboliendo el tiempo y volviendo al origen del universo –como en el caso del Astrólogo-.
Los hombres del Fénix son hombres comunes –ni violentos ni perseguidos, aclara Borges- a quienes esa convención unirá hasta el fin de sus días. Pueden coexistir con la sociedad establecida. El secreto, más que un nombre sagrado, es la elisión del rito que no puede ser traducido a lo público. El nombre secreto permite el ordenamiento de la genealogía de los sujetos en series y el juego de la fantasía, sin el aplastamiento de un imperativo del cero. Algo del origen ha sido articulado por el lugar que tiene el nombre.
La fina ironía consiste en que estos “sectarios” no tienen en lo genérico ninguna diferencia radical con la clase “humanidad”, con el resto de los hombres. El género humano no deviene objeto de una inscripción que quiere ser singular. A diferencia de las sectas que buscan la fusión –uno de cuyos modelos para el Astrólogo es el Ku-Klux-Klan- en este caso es la blancura. A través del terror, la separación del resto por parte de la Secta del Fénix no nace de una segregación sino de la sustracción al todo de una palabra cualquiera: está fundada en la misma elisión del lenguaje. Esto es precisamente lo que no puede hacer el Astrólogo, obligado a “hacer cosas con las palabras” en una sola línea del tiempo. Aquí es posible trazar una frontera –poco atisbada- entre Borges y Arlt.
La trama ordinal del nombre tiene muchas variantes en Borges. Puede ser una mera elisión, como en la Secta del Fénix, pero puede extenderse a todo un relato –el bíblico- y así titula a uno de sus cuentos “El evangelio según Marcos”. En éste, lo que el narrador-personaje da a sus ejecutores gauchos no es sino este relato. El personaje que tiene secretas relaciones con la muchacha –les ofrece a los Gutres- gauchos analfabetos, que han olvidado ese pasado escrito, la escena del sacrificio de Jesús, como si les dictara un guión de cómo tienen que obrar con él: a los Gutres sólo les preocupa si se salvaron quienes lo clavaron en la cruz; él responde que sí y decreta su sentencia. Toda muerte, en su escritura, debe pasar por un nombre que a veces puede cambiar la misma muerte, como sucede en “El milagro Secreto” –aunque aquí se trata no de un relato ni de un nombre sino de una letra, la del nombre de Dios, necesaria para que se posponga la sentencia de muerte: “si de algún modo existo, si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de”Los enemigos”.
La letra aparece en un sueño y le permite a Hladík morir como autor de esa obra y no como mera errata: cambiar el tiempo de su muerte, “crear” su tiempo de vida apelando al Dios de las letras.
Otro tratamiento del nombre en Borges es la sustracción que genera lo indiscernible en la misma teología. En “Las tres versiones de Judas” no se trata del uso que los lógicos atribuyen a los llamados condicionales contrafácticos, contrarios a los hechos, del tipo: “Si Judas no hubiera existido, no habría habido Jesús”. Esto postularía en cierto modo, que Judas es la condición del cristianismo. Esto no constituye ni entuerto lógico ni herejía. Lo primero está en función de lo segundo.
En cambio, la herejía de Nils Runeberg –“miembro de la Unión Evangélica Nacional”- sitúa en simetría invertida a Jesús y a Judas, anulando toda posibilidad de causalidad o de doble. Jesús no deja ahí de pertenecer a la clase única de los hombres que son hijos de Dios. Es separado de la lógica de las procesiones –de la Trinidad-, no igualado ni convertido en otro.
Subyace un tratamiento que evoca la proposición analítica de Leibniz; ahí donde en la mónada el sujeto y el predicado son lo mismo. Jesús y Judas son, luego, indiscernibles. Judas es el mismo Salvador; he ahí el nombre impronunciable que llevará al hereje. Runeberg al infierno para unirse al Redentor.
Por este pasaje en torno a lo teológico, Borges juega en sus ficciones el humor de unas inversiones sucesivas: esos teólogos le permiten como personajes sustraerse a las conversiones indiscernibles y brutales de la historia. A la “infamia” donde unos se convierten en los otros –siglo XIX- o a una contemporaneidad donde no se sabe quiénes son los unos ni los otros y donde el Astrólogo habla de nuevos “amores brujos”, la de los delirios modernos, que nunca han podido dar lugar a una herejía, porque para hacerlo tendrían que pasar por lo teológico como Runeberg. Por eso mismo les privaría de utopía, los apartaría de ese futuro en bruto donde mora ese Bien cuyos grilletes sacuden al Astrólogo.
Kafka asimilaba la posición horizontal al acto mismo de escribir. Pero en el Astrólogo se trata de una verticalidad sin vértigo, definitiva, eco donde lo primero –el odio del origen- será lo último. Aunque lo último no puede ser lo primero, y por eso es siempre el astro-logos del minuto posterior.
La imagen de los cuerpos horizontales recuerda que los hombres han sido igualados en los campos de concentración. El proyecto –con algunas realizaciones a través del Buscador de Oro- de una colonia penitenciaria y tecnológica presupone un estado genocida donde el uso de los gases tiene un lugar central.
En su encadenamiento discursivo, lo posterior resuena como un fallo respecto al “todo” de la prodigalidad potencial y vuelve siempre a lo primero, a su amor por la humanidad, que es la cara posterior de esa abundancia de odio: “Siempre aparece este ‘como’ y yo... yo aquí, sufriendo por ellos, queriéndolos como si los hubiera parido, porque los quiero a estos hombres... a todos los quiero. Están encima de la tierra porque sí, cuando deberían estar de otro modo. Y sin embargo los quiero. Están. Los estoy sintiendo ahora. Quiero a la humanidad. Los quiero a todos como si estuviesen atados a mi corazón con un hilo fino. Y por ese hilo se llevan mi sangre, mi vida, y sin embargo, a pesar de todo, hay tanta vida en mí, que quisiera que fueran millones más para quererles aún más y regalarles mi vida. Sí, regalársela como un cigarrillo. Ahora me explico el Cristo. ¡Cuánto debió quererla a la Humanidad! Y sin embargo soy feo. Mi enorme cara es ancha y fea. Y sin embargo debiera ser lindo, lindo como un dios. Pero mi oreja es como un repollo y mi nariz como un tremendo hueso fracturado por un puñetazo. Pero qué importa eso. Soy hombre y basta. Y necesito conquistar, es todo. Y no daría uno solo de mis pensamientos a cambio del amor de la más linda mujer.”
La vuelta al origen sin marca lo convierte en Madre de todos los hombres: los quiere como si los hubiese parido. Desde ese lugar puede darlo, regalarlo todo. Piensa que su imagen lo contradice. La Madre universal debería ser bella. Entonces es un hombre feo y se vuelve mezquino: acepta todo lo femenino cuando se remite a ese origen, y ese mismo pensamiento es el que excluye a la mujer. Cierta androginia está en juego.
Ama a los hombres con la pasión fusional de un Líder; Lenin, se menciona más de una vez como justificación de los fusilamientos que se evocan en un futuro como regocijo a su corazón. Pero las verdades del corazón no dan razón suficiente para instituir un discurso del amo: lleva a los hombres “atados” a su corazón, pero no posee el discurso con el cual quererlos, fusilarlos.
Lo único que tiene es un apóstol, Erdosain, por el que siente “gran afecto. Representa para la humanidad que sufre, soñando con el cuerpo hundido hasta los sobacos en el barro.” Es para el Astrólogo un anexo, representante dramático de un dictum del cual carece y podría extender un lazo, hacer un nudo con el hilo amoroso y letal que los liga a todos los hombres en tanto clase universal.
El terror que predica es difuso. No hay esbozo de táctica militar y la violencia que fantasea es indiscriminada, demasiado “ruidosa”. Se diría que surge para colmar el vacío –la zona de angustia- sin resolución entre la ausencia de lo teológico y la mudez de la ciencia: “Hay que fusilar. Es lo indispensable. Sólo sembrando el terror nos respetarán. El hombre es así de cobarde. Una ametralladora...”
No puede extender al infinito sus predicados porque esto revelaría su discurso como demagógico y por eso tiene que retornar al origen de su anexión.
El después que se pospone constituye retroactivamente el antes que habrá de suceder después: “Lo sé. También sé que el amor salvará a los hombres, pero no a estos hombres nuestros. Ahora hay que predicar el odio y el exterminio, la disolución y la violencia. El que habla de amor y respeto hablará después. Nosotros conocemos el secreto, pero debemos proceder como si lo ignoráramos. Y él contemplará nuestra obra y dirá: ‘los que tal hicieron eran monstruos, para que El... pudiese hacer estallar sus verdades angélicas.”
El que vendrá, el Elegido, está siempre en camino porque el Astrólogo vuelve a su proton seudos, la primera y falsa premisa que hace a un cero absoluto, exterior a toda combinación con otros números. Esto le impide hacer con el odio otra cosa que no sea fusilamiento y exterminio, en función de una paz universal que declara como objetivo al Abogado, antes de recibir su bofetada.
Que los predicados no puedan dividirse, seccionarse, hace a este cero imperativo fluctuar hacia la modalidad del tipo “hay que predicar que hay que predicar que...” Un acto de discurso que no puede constituirse como un “todo” para “toda” la Humanidad.
Los Siete Locos aparece en un contexto histórico inmediato al golpe de estado de Uriburu, el cual introduce, respecto al período democrático de 1916 a 1930, una nueva vuelta de tuerca institucional: inaugura las sucesivas intervenciones militares y un estado de sitio casi recurrente en la Argentina.
Las analogías discursivas del momento con el discurso del Mayor hacen que el narrador, a pie de página, aclare que la novela se escribió el año anterior, que fue editada en octubre de 1929 y que poco tiene que ver con el “movimiento revolucionario de septiembre de 1930”; aunque no deja de reconocer que sus declaraciones coinciden “ con tanta exactitud con las que hace el Mayor”, quien propone cultivar atentados terroristas, terminar con el parlamentarismo –“la comedia más grotesca que haya podido envilecer a un país”- dar a la nueva sociedad un aspecto “completamente comunista”, alentar huelgas y asesinatos de policías, proporcionar las palabras revolución y bolcheviquismo para que su espanto y esperanza hagan que la gente pida a gritos a los salvadores de la patria. Su estrategia es concreta y obedece a este remate cínico: “Ahora bien, cuando numerosas bombas hayan estallado por los rincones de la ciudad y las proclamas sean leídas y la inquietud revolucionaria esté madura, entonces intervendremos nosotros, los militares...”
A este discurso pronunciado por el Mayor ante el grupo, el Astrólogo le pone paños fríos porque, por un lado, exige un pasaje a la acción directa que el siempre pospone y lo arrancaría de su lugar enunciativo, y por el otro, porque su grupo, el de los locos, serían piezas de la corporación militar que el Mayor dice representar. Sin embargo, la no coincidencia cronológica no significa que los énfasis del Astrólogo no hagan resonar en bruto ese “hambre de revolución” que trabaja la época y donde la crisis institucional se profundiza desde ángulos múltiples.[1]
Los anarquistas, luego de la Semana Trágica, se hallan convertidos en una secta: lo suyo fue un fracaso político, histórico. El Astrólogo, en cambio, reproduce la jerga secreta de las sectas.
Pasando del diálogo al monólogo, de la visión a la confesión, a menudo se olvida del interlocutor que tiene delante, alienado a ese cero absoluto que hace las veces de imperativo de terror: “Quiero darme el lujo de ver caer a la gente por la calle, como caen las langostas”. Está castrado en lo físico: ahí donde debería haber un pene hay “un gran vientre rojo”, luego de ese accidente donde perdió sus testículos, y tras el cual, como confiesa a Barsut, se engendró su idea fija: “-Sí. Esta muriéndome, me pusieron el toma-oxígeno en la nariz... yo pensé: ‘estoy por morirme’... luego la idea se apartó de la muerte y quedó fija en la imagen que representaba un deseo...” En su diálogo con Hipólita –cuando ella lo visita para chantajearlo-, el Astrólogo se pregunta: “¿Qué es la verdad?, me dirá usted. La Verdad es el Hombre. El Hombre es su cuerpo.” Para ella, en cambio, “su cuerpo es su verdad” y su deseo puede variar a cada momento: “El deseo es mi verdad en este momento. Yo he comprendido todo lo que ha dicho usted. Y mi entusiasmo por usted es deseo. Usted ha dicho la verdad. Mi cuerpo es mi verdad. ¿Por qué no regalárselo?”.
El puede cambiar sus argumentaciones según los interlocutores –tácitamente- pero su “estrategia es siempre ese deseo, anudado a una idea fija, a ese todo que intenta desplegar y con el cual quisiera hacer un solo cuerpo. Esto lo llevará a postular otro cuerpo que deja de lado la separación tradicional cuerpo-intelecto, para proponer una fusión binaria, andrógina, que anule a la vez lo masculino y lo femenino.
En Los Lanzallamas en diálogo con Barsut expone su célibe idea, en cuyo fondo palpita un gran vientre rojo. Un modo de reproducción asexuada, una bisexualidad sin sexo como voluntad de poder que parte de una ocurrencia: “Es hombre y mujer simultáneamente. Pero ¿ve?, usted se asombra groseramente. Ha pensado innúmeras obscenidades en un minuto. Se le ha ocurrido un hombre masculino y femenino simultáneamente. No hay nada de eso. Este hermafroditismo es psíquico; el cuerpo envasa al hombre y a la mujer tan perfectamente como sus distintas sensibilidades, que la personalidad doble absorbe las energías de uno y de otro. Es decir, es perfecto, en su perfecta soledad sin deseos. Está más allá del hombre. Es el superhombre”. Esto tiene poco que ver con las teorías de un Nietzsche, tomadas como doxa: este andrógino todo potencia y todo impotencia no es sino un eco del que se cuenta en El Banquete de Platón, que trata de esa vuelta a la unidad mítica posterior a la separación de los sexos, a esa “maldición” de no soportar una división que tiene más que ver con la lengua que con el sexo.
Este hombre nuevo, según el Astrólogo, está “más allá del macho y de la hembra”: desprecia la sexualidad, representa un modelo de reproducción ideal que se limitaría al sólo acto de fecundación. Lo femenino será, gracias a la misma mujer, definitivamente conjurado: “Ella aceptará del hombre esa única función: luego vivirán ambos sus vidas perfectas y armoniosas.”
Superlativo y mísero, este andrógino de los fines sirve a la reproducción de lo indiferenciado. El “amor” ha sido dejado de lado porque implica encuentros, azares, esperas, lucubraciones, imprevistos, crisis, abandonos, “historias” que escapan a una finalidad impuesta de antemano, mucho gasto de palabras y pérdida de tiempo. Todo erotismo y toda sexualidad extravagante son erradicados mediante este bien sexual que se anula en su prótesis biológica.
La homosexualidad no es ni siquiera mencionada. Esta supone un juego con lo femenino entre los hombres. En la trama de sus apariencias y su veneración del falo, existe todavía la diferencia –una heterosexualidad “desviada”-, un “mal” que remite a la antinaturaleza de un sexo haciendo las veces de otro. Al no tener inscripción lo femenino, un hombre puede ser para otro hombre más mujer que una mujer. Lo escandaloso es la diferencia misma de los sexos, siempre indecidible cuando lo femenino está en juego y que la sociedad orienta hacia la reproducción. El Astrólogo va más lejos: no se trata de una represión de algunas sexualidades –de homosexuales o lesbianas-, sino de la erradicación de indecibilidad en función de ese cero absoluto que hará del terror el nuevo amor entre los hombres. El envase andrógino contiene el “todo” de lo sexual, lo regula desde el mismo dictum, que, otra vez, viene a inscribirse como imposibilidad.
La unidad mítica anterior –el andrógino de los orígenes- reaparece en los fines de su proyecto utópico, reapropiado mediante un hermafroditismo psíquico. Resuenan las invocaciones de Lady Macbeth a los demonios: les pide que le arranquen el sexo, le cubran hasta la leche de sus senos, le completen despojándola de sus cualidades femeninas, para que sea “una” y que ningún escrúpulo o piedad se interponga en lo que llama su “efecto”. El hechizo que alcanza a su esposo le hace olvidar el sabor del miedo: no teme a hombre alguno que haya sido dado a luz por mujer. Cada uno obra según los dictámenes de una magia negra que los convierte en dos andróginos asesinos, cuyo fracaso traduce la vida al cuento de un idiota, “full of sound and fury. Signifying nothing”.
Las cuatro manos y las cuatro piernas del Andrógino de El Banquete proceden de un mito que facilita la manía entre Amor e Idea, mediante una escala erótica que hace volátil el peso del ideal, el tránsito hacia lo bello.[2]
Ese punto ideal –el oro, la Hermandad, la buena sexualidad- es el efecto de ese imperativo del cero que se enuncia en dos tiempos que de diverso modo aprisionan a Erdosain y el Astrólogo. Los dos son crédulos de que el “futuro” está “adelante”: esta banalidad progresista es letal cuando no puede conjugarse con una línea de tiempo, con un pasado anterior. También el tiempo es aquí “androginal”.
El Andrógino aludido por Platón no es bisexual sino unisexual: reminiscencia de un dos que había sido uno. Julia Kristeva escribe: “Ni trágico ni cómico, el andrógino está fuera del tiempo; por eso habrá de ser de todo tiempo, punto de fuga de nuestras locas angustias, de nuestro carácter incompleto, de nuestras necesidades, deseos de otro... Absorción de lo femenino en el hombre, ocultación de lo femenino en la mujer, la androginia le ajusta las cuenta a la femineidad: el andrógino es un falo disfrazado de mujer; ignorando la diferencia, él es la mascarada más hipócrita de la liquidación de la femineidad...”
Lo que en Platón no es más que un mito de referencia y preludio para poner en juego un objeto, el agalma, desligado del conjunto y que toma el estatuto de emblema –fetiche-, sustraído entre el cuerpo y el discurso, en el banquete del Astrólogo emerge como liquidación de todo objeto ajeno a su idea fija. Se configura en las ejecuciones imaginadas, la caída de los hombres como langostas; el proyecto de un poder despótico en manos de una nueva casta de marginados y la hipótesis de un hermafroditismo psíquico que es sugestivamente pacifista en lo sexual. Pero sólo puede cuantificar ese goce en su teatro de peleles: su poder es el de un titiritero. La imposibilidad aparece cuando transita a la clase universal privilegiada, la Humanidad, retomada en su mismo origen. En la lectura de las noticias de los diarios como profecías. En ese tiempo, “adelantado” por su regresión anticipada, el que los pospone siempre al instante que sigue.
Ningún otro tiempo, tercero, se abrirá a su escucha. Un tercer tiempo que le permitiría desviarse de ese entrecerramiento de coloración apocalíptica entre dos tiempos, donde lucubra la posibilidad de abolir de una vez la diferencia de los sexos. Todo lapsus: retorno inesperado de lo reprimido.
Abolir el inconciente mediante un “bloque” supone sustituir la escucha de sus intermitencias y lapsus por esa trama donde es siempre “el Astrólogo: del minuto posterior”. En esa zona amoral matar a un hombre “es lo mismo que degollar a un cordero”. El lugar sin resonancia del crimen y la imagen de esas acciones –ejecuciones- son un conjuro para la creciente de angustia que amenaza dividirlo, y lo invita, en su mismo banquete, a la división del tiempo por el surgimiento de un nombre. Todas esas acciones sacrificiales imaginadas en racimo, tienden a conjurar un solo acto de nominación que cambiaría su relación con el origen, donde subyace el cuerpo sin marca ni nombre de una mujer “total”, dadora de todas las cosas, que reaparecerá concentrada, envasada, definitivamente pasteurizada en el andrógino de los fines.
Para dar coherencia a la insatisfacción que desborda la “carne masturbada” y a la cual persigue en el teatro de las masas, necesita de una escena donde pueda representarse un Ideal del yo –réplica de la función paterna. Postula casi una figura grotesca afín al espectáculo –“Elegiremos un término medio entre Krishnamurti y Rodolfo Valentino”- para que tal abundante necesidad de creer encuentre un punto de fusión.
Sus nuevos dioses están más allá del amo y el esclavo de Hegel, donde median la muerte y el trabajo. Son meros “replicantes” del cuerpo fusional; ideal envasado de una reproducción que obraría definitivamente sin firma, nombre o generación, y que está en consonancia con una ciencia sin sujeto. Manifiesta un puritanismo a ultranza: el ideal de Pasteur –cuerpo sano para una sociedad sana- encarna en un Monstruo Inocente sin erotismo ni rostro, sin riesgo en lo existencial y singular.
Así trata de resolver el dilema de la prodigalidad de Vida que Astier había comenzado a celebrar en El Juguete Rabioso, transfiriendo la figura de la traición a la delación; algo de lo cual no puede dar cuenta una escritura como la de Borges. En el discurrir vitalista esta entonación se fuga hacia el origen de los tiempos, pero en el discurso, a diferencia de lo argumentado hasta las lecturas más atentas, no puede constituirse en un “todo”.
La femineidad se diluye en esa trama que busca ser isomorfa a una línea de tierra donde mora la gran Mujer arcaica. No es sino la hipérbole de la capitalización “unisex” –enunciada por Lady Macbeth- que la sociedad contemporánea prodiga en sus imágenes de completud a sus excusados de toda palabra que no sea otro reflejo. En la trama referida, el cero y el infinito no pueden inscribir un solo segmento: “todo” ya está escrito en ese cero absoluto y tiene como consecuencia ese imperativo de terror que decreta el fin del sexo y su malestar. La ensalada y el montaje fantoche no hablan sino de la programación de un crimen –el de Barsut- y el despliegue de un discurso sin tercero que sólo alcanza a tornar grotesco el lugar que éste tiene en el chiste. Habría que detenerse en los distintos crecimientos –demonios- que anclan en los personajes en relación a esa instancia.
En la anulación de un pecado menor por otro mayor que desespera a Erdosain, cuando la angustia multiplica sus potenciales y deriva en un cara a cara con lo femenino, consumado el crimen o suicidio. O en el delirio criminal de Bromberg para el cual la peste reside en la Iglesia y “su tenebroso Papa”, responsable de que el infierno, bajo un sol poniente, crezca como un vientre hidrópico, y del que “sabe” por su cara a cara místico con Dios. Año tras año “el infierno triste crece, sin que haya posibilidad de hacerlo más pequeño”. Matar a Barsut es para él contribuir a achicarlo un poco. El Astrólogo se limita a orientar su goce de idiota y, exacerbando figuras bíblicas, asimila a Barsut al Rey de Babilonia, esa ciudad en donde a partir de la tercera dinastía se comenzó a referir las fechas a los años del soberano reinante –cada vez el tiempo debía pautarse en un nuevo comienzo- y que, remozada y corregida, sería el sitio ideal para instaurar su casta. Pero como los predicados se encabalgan sin que sea posible un corte –al no poder asumir, desdoblar la falta que juega en todo origen- el “conjunto elegido” no podría siquiera conformarse en grupo en su banquete rabioso donde, esta vez sin mentir, vaticina la única verdad de la ensalada: que la guerra futura será aérea y química.

[1] La época en que escribe Arlt está marcada por el fracaso del anarcosindicalismo, que alcanzó su punto más alto de lucha en los sucesos de la llamada Semana Trágica –enero de 1919- y donde se asiste a un cruce de posiciones respecto de la huelga –en reclamo por asesinatos de obreros- de los trabajadores de los frigoríficos. La protesta, publicación anarquista, el 8 de enero proclama: “incendiad, destruid sin miramientos”. De un lado, se llama a la violencia popular y, en el otro extremo, aparece el terror blanco de la Liga Patriótica, de los que Julio Godio llama los “play boys terroristas”.
Los socialistas democráticos –como Nicolás Repetto- pretenden mediar en el conflicto y acusan al gobierno de Yrigoyen de obrar “maquiavélicamente”. Pero son desoídos por los anarquistas, contra quienes se unen los nacionalistas de derecha, conservadores, clericales, la prensa que considera a los rebeldes “extranjeros” o “maximalistas” y la Liga Patriótica, grupo paramilitar de derecha que decreta la insuficiencia de las instituciones democráticas y los partidos tradicionales.
El fracaso envuelve a todo el espectro democrático: el radicalismo, por mano de Yrigoyen, termina por reprimir violentamente a los obreros con el discurso de la Sociedad Rural, los socialistas ven que su práctica conciliatoria cae en el vacío y el anarconsindicalismo, luego de estos hechos, verá alejarse de sí a la clase obrera. Pero en estas semanas hay también demostraciones de un furioso antisemitismo. Juan Carulla, pese a que apunta en Al Filo de Medio Siglo a exaltar esa “patriótica misión”, confiesa su estupor ante la visión de lo que llama el primer pogrom en la Argentina: cuenta de la violencia sufrida por un comerciante judío, acusado de hacer propaganda comunista, que alcanza a determinados barrios al grito de “¡Mueran los judíos, mueran los maximalistas!” Así se designaba a los anarquistas que apuntaban lisa y llanamente a la destrucción del Estado –incluso de Dios, a quien tomaban como a un ente no metafísico-; punto que está en la base de la polémica de Bakunin con Marx en el contexto de la Primera Internacional en lo tocante a la “cuestión nacional”. La concepción de la toma del poder por parte del anarquismo hacía imposible la formación de sindicatos: todo lo legal era rechazado de plano e inmediatamente identificado al “sistema”.
El discurso del Astrólogo acusa estos efectos. Pero no hay ningún análisis del crecimientos fascista de la Liga Patriótica ni una reflexión sobre el alejamiento de los sectores obreros de la dirección anarquista. Sigue haciendo su “ensalada rusa”, para que nadie entienda y él pueda seguir en su idea fija. Está más ocupado, deslumbrado por las noticias de la prensa, por las concesiones ganadas por la mafia en Norteamérica. En su necesidad de instituir un símil del discurso del poder se ve llevado a hacer coexistir a Mussolini y a Lenin, al Ku-Klux-Klan y a la mafia de Al Capone.
[2] También puede rastrearse la androginia como insistencia en diversas religiones y mitologías. En la India, Siva se enamora de la andrógina Mohini para percatarse de que no es sino Visnú Hari disfrazada y la abraza con tanta violencia que se convierten en uno. En el tantrismo las dos corrientes opuestas en lo sexual se estimulan recíprocamente; la masculina es el sol y la femenina la luna y la respiración los equilibra según las fluctuaciones que en sánscrito se denominan ida/pingala. El hombre y la mujer utilizan el acto sexual para equilibrarse e “inmortalizarse”. En los textos gnósticos de La Gran Anunciación se mencionan los costados, las dos partes de Dios, la masculina y la femenina. En el Zohar las dos fuerzas se manifiestan en el hombre: lo femenino está del lado del costado izquierdo –de donde la mujer fue creada, luego de la división de Adán por Dios- y se identifica a un principio del mal, que lejos de ser rechazado, debe armonizarse. Lo común de estas versiones del origen reside en el equilibrio, la felicidad, la procreación, la armonía y el deseo de inmortalidad siempre limitado por la sabiduría. En el Astrólogo, contrariamente, el andrógino no es sino una consecuencia de su idea fija en retorno del fin al principio en sucesivas inversiones que no pueden anular o articular lo femenino en un orden de discurso.
Para Erdosain lo femenino es análogo a una línea de tierra que quisiera sellar –aniquilar con la invención de un Rayo mortífero, volando ciudades para esta tierra opulenta, sin marca ni nombre, que susurra una nueva Hermandad, la de un universo finalmente amigo, reapropiado: destruido por él en su misma figura de origen, en un apocalipsis que revela como perteneciente al orden de las cosas cómicas según Nietzsche: invita, si se quiere, a imaginar un nuevo, truculento Aristófanes, que contase ya no un mito de origen sino la pesadilla que sucede a su abolición. Un sueño –utopía- sin ombligo de sueño.

Revista Tokonoma, 1994.