lunes, 4 de octubre de 2010

Maurice Dantec. Laboratorio de catástrofe general. 2000 - 2001


Seguimos publicando textos de un escritor desconocido e inverosímil para nuestro medio cultural, Maurice Dantec, que no sólo está en las antípodas de lo correctamente político sino de lo políticamente abyecto que lo ha sustituido. "Un novelista que no ama la guerra, es un poeta que no ama el amor", escribe quien fue uno de los pocos intelectuales que asumió la existencia de la Jihad, es decir, de la guerra misma y apoyó la tentativa de instaurar un polo de soberanía occidental, que rastrea desde Constantino el Grande, Carlomagno y la Constitución norteamericana.

En este mismo blog se encontrarán sus reflexiones sobre lo que llama la cuarta guerra mundial en La guerra de los mundos, en cierto modo escenificada en su insólita novela Villa Vortex, una narración anunciada de la muerte de las democracias europeas destinadas a fuerza de antiamericanismo- y de judeofobia- a un fascismo final, guerra de todos contra todos donde el personaje se sitúa en las fronteras mismas de la vida y la muerte.

La canalla occidental, liderada por Le Monde Diplomatique, lo tuvo en la mira y polemizó con "la paz a toda costa" de las preciosas ridículas, que repitieron, con la abyección elevada a lo sublime y la desinformación, los argumentos muniquenses contra Hitler o el "antes rojo que muerto" de Europa ante sus hermanos del Este, a los que se dejó morir en los campos de concentración- léase El hombre desplazado de Todorov- por temor a enfrentar al Oso soviético y que prevaleció en la década del ochenta.

Abrevio: cuando Europa se despierta de su borrachera pacifista, nihilista y suicida tiene ante si el proceso que va desde la guerra- genocidio- en los Balcanes hasta el cachetazo de Rusia en Georgia. Cuando Europa se preocupa por lo que sucede en el mundo tiene que reconocer que todo el mundo piensa como Europa, salvo Estados Unidos o Israel, los eternos malvados de una película que siempre discrimina a Hamas, Hezbollah, a Ahmanidejad, a Mugabe, a Kim IL Jong, Al Baschir, a Fidel Castro y a otros liberadores de los pueblos.

Con acuerdos o diferencias con el autor, hay que reconocer que Dantec es uno de los nombres que han enfrentado el nihilismo que pretende imponer al zombi planetario como modelo de la civilización del supermono tecnológico.

A quien le interese leer le sugiero tener en cuenta las observaciones de Rodrigo Grimaldi, su primer traductor en estas tierras. LT.


Maurice Dantec

Laboratorio de catástrofe general.

Diario metafísico y polémico: 2000 - 2001

(Fragmentos)

Pero para un escritor, no poder escribir es señal de que otra necesidad se volvió provisoriamente más poderosa, por no decir voluntaria: el apetito de lectura.


Noche blanca... santísima noche blanca, noche que transcurrió emborronando el píxel catódico, como se emborronaba el papel no hace mucho tiempo, noche blanca de la antimemoria, allí donde la vida se desdobla, como en compañía de los muertos, de la música y de las insignias de neón, noche atómica de la consciencia dividida, y sin embargo reinante, como un ícono de devastación sagrado, qué presunción pensar domesticar la propia escritura, querer amansarla, hacer de ella un buen perrito listo para levantarse sobre sus patas a cambio de su caramelito, qué miseria querer hacer de ella una simple herramienta, por cuenta de un sujeto, de una idea, de un personaje, en tanto que si herramienta es, es sobre su propia materia que esa herramienta trabaja, y que de simple instrumento está en su deber convertirse en el canto mismo en su gracia precaria, ese momento en el que el instrumento se transfigura precisamente a través de la música que toca, y que la mayoría de las veces no es más que un instante frágil, fugaz, efímero, más sutil aún que ciertos matices que colorean la traza del alba.


La mediocridad de una época es generalmente proporcional al volumen de poetas que condena a la nada, incluso antes de que hayan producido o producido del todo. Ese volumen de poesía que se extermina cuando aún está en proyecto es hoy proporcional al número de libros producidos en cadena por la nada expansiva del no-pensamiento contemporáneo.


La libertad, es la soledad del hombre en el mundo.

La igualdad, es la igualdad de los hombres frente a la muerte.

La fraternidad, es la palabra que se usa para ir a matar a otros hombres.


Los raros entre nosotros que habían creído que la música electrónica podría revelarse como el instrumento superior de una síntesis estética que cargase con toda la herencia humana se veían enfrentados a las banalidades humanitarias de la world music y a la filosofía de funcionario onuzi que es la del “músico” medio de nuestra época informe.


En lo que a mi se refiere entendía que todo estaba perdido, la guerra parecía ser el único horizonte viable.


El problema de las máscaras de la identidad humana, es que, pegadas a nuestras existencias, a nuestros cuerpos como lo están, es necesario un ácido particularmente corrosivo para emprender su disolución. Y esta operación es extremadamente dolorosa para quien es sujeto de la misma, debería decir objeto, y que ve toda la pequeña mecánica de su teatro psicosocial derramarse entre sus piernas como una diarrea irreprensible.


No, señores, señoras, señoritas, no tengo identidad. Soy una máquina de escribir. Soy un procesador de palabras. No necesito para nada vuestro mundo, y menos aún vuestras creencias.


El problema central de toda tecnología, es el control del Tiempo.


Por no sé que oscura razón – aquí no explico más que mecanismos del orden biológico o político –, es el “liberalismo” mercantil occidental, burgués, racional y técnico que de ahora en más decidió retomar sobre sus espaldas el burro muerto de los iluminismos ideológicos socialistas. Por culpa, por contaminación, por transversión de valores, el capitalismo postmoderno, en lo sucesivo unipolar y victorioso, “llora” la muerte de su antiguo enemigo, el monstruo que nació de sus propias entrañas y que terminó por sucumbir a sus enfermedades autoinmunes, y pretende conmemorarlo a través de todos los medios posibles, bajo todas las figuras imaginables, a través de todos los fetiches que la mercancía-espectáculo-sistema esta en condiciones de producir.


El Gulag sigue siendo ajeno al “deber de memoria”. Ninguna conmemoración silenciosa se anuncia en un futuro cercano por el recuerdo de las 80 o 90 millones de víctimas de los genocidios comunistas. Peor aún, los lacayos de esa ideología en pedazos, y que poseen gran número de revistas universitarias y culturales, decidieron reiterar sobre las víctimas de esos crímenes pasados el gesto repetido miles de veces desde los orígenes de esa forma de pensamiento, e ilustrado por una frase de George Orwell que se hizo famosa: ¿La cara del futuro? una boca aplastada por una bota.


Entre hacer de nuestra vida una literatura – un verdadero acto literario – y hacer literatura de nuestras vidas, espero que todo el mundo haya entendido bien la diferencia absolutamente substancial, ontológica.


La astucia es el primer principio de toda Soberanía, ya que anima a la vez el espíritu de juego y el de la guerra, que de esta forma se revelan como dos manifestaciones contiguas de la misma figura.


A menudo se dice que las tecnologías son medios que permiten a los humanos comunicarse. Fuera del hecho de que me parecen sobre todo medios paradójicos para reforzar la soledad y la separación, parecería que son los humanos quienes se convierten en medios entre las tecnologías, que de este modo comunican y copulan por intermedio de nosotros.


Los que piensan que los veinticinco siglos de civilización occidental están para ser arrojados al basural ahora que entramos en la era de las posibilidades sintéticas se arriesgan a despertarse frente al absurdo devolucionismo que eso impone, pero demasiado tarde.


Un pensamiento que no provoca desastres no merece ser escrito.


Todo sistema de pensamiento es totalitario.


Un novelista que no ama la guerra, es un poeta que no ama el amor.


La economía es charlatana, uno no puede emprender negocios, por definición y en el sentido mercantil del termino, sin dialogar, negociar, vender, comprar, revender, comunicar a cada momento; a la inversa, la soberanía política, y a fortiori religiosa, o artística, sólo se ejerce en el más grande silencio. Las grandes decisiones se toman en el secreto de la reflexión. O de la locura.


No existe peor dictadura que la de la burguesía, exceptuando la del proletariado.

La segunda teniendo como única ventaja, a la inversa de la primera, el hecho de no poder durar eternamente.


Luego de haber ilusionado a dos generaciones de colegiales con que se podía escribir como se habla, no faltaba más que convencerlos de que se podía leer como se “sufre”;es asunto cumplido.


Situemos ahora ese hecho religioso establecido en la perspectiva de las palabras que pronunció Jesucristo cuando dice: Si te golpean la mejilla derecha, ofrece la mejilla izquierda.

¿Se entiende mejor como el cristianismo degenerado de este fin de los tiempos transformó el mensaje crístico original de puro desdén aristocrático en una lamentable mascarada humana?


Ser libre significa ejercer una soberanía sobre la libertad de los otros, y al mismo tiempo infundirle una dinámica creadora, una forma de emergencia crítica de su propia libertad.


La era moderna llegó a hacer del lenguaje una “herramienta de comunicación”, cuando es pura soberanía, pura libertad creadora, por ende técnica de selección y discriminación, técnica de alienación superior, y que se opone de hecho a toda comunicación, toda comunidad, ya que es el Agente específico de la Separación.


Recordar entonces que todo pensamiento antiguo se elabora sobre la idea de que el lenguaje es un eco de la creación divina.


Todo esta condenado a un consumo inmediato, el Tiempo mismo se convirtió en el producto de una espantosa virtualización, todo es desecho incluso antes de haber servido, todo es ruina antes de haber vivido, y peor aún, en el sistema ecolo-industrial de tercer tipo que se propaga por el mundo, todo será reciclado en tiempo real a partir de su utilización.


El dandismo es más que un estado de ánimo, es un estado de guerra. Una guerra declarada a las masas, a la holgazanería, al mal gusto (es decir al buen gusto burgués como al antigusto trash – entiéndase lumpenproletario), a la necedad y a la indiferenciación.


¿Cómo meterse bajo los escombros para encontrar allí el amor? Sobreviviendo, desde luego.


Pero dejen de hacerme reír, ya no es de revolución de lo que hay que hablar, ya que la revolución permanente es precisamente el reino absurdo bajo el cual (sub)vivimos: una larga sucesión de órbitas repetidas sin cesar en torno al mundo-mercadería, a la mercadería-mundo.


Es del todo claro que por esta razón Cristo es un Meteoro Terminator de una alta peligrosidad para nuestra sociedad-(in)mundo. Es porque a través de su naturaleza misma no puede inscribirse en ninguna revolución, ninguna de las órbitas/caídas infinitas que no dejan de sucederse desde hace dos o tres siglos y que parecen delimitar para siempre el círculo de ejercicio de la razón. Es un cometa, el cometa del Armagedón, viene a perturbar todas las órbitas y en primer lugar la del objeto-mundo sobre la que se propone aniquilarse. Es el resultante cataclísmico de fuerzas antiguas que se creían desaparecidas, mientras que siguieron obrando bajo apariencias diferentes, y la mayoría de las veces subterráneas, modeladas a través de las particularidades de las sociedades y de la historia, y que parecen confluir en este siglo que recién nació, y del que acabamos de conmemorar pomposamente el advenimiento calendario a la espera de que todo siga como antes, es decir que todo cambie de manera continua e isotópica a costa del big-bang mercantil, mientras que fuimos algunos, sin duda, los que nos dijimos que ese volver a cero de los contadores sobre los que habrán prosperado tantas religiones en kit podía revelarse como el momento de debilidad psicológica sistémica tan esperado, y que bastaba entonces con seguir los preceptos de Sun Tzu y entablar el combate decisivo en ese instante preciso, en el momento cero del nexo de los posibles.


Pero Deleuze había entendido que es del corazón mismo del proceso que surge la fase milagrosa a través de la cual la conciencia consigue disolver los engranajes de la máquina en el ácido de la luz, ese proceso que hace que el esquizofrénico no vuelva al estado “normal” previo a la crisis (siempre que un tal “previo” sea concebible en los casos de las esquizopsicosis), aquella –diremos – de ese último hombre que desea la nada, pero que más bien alcanza una esfera metaestable que supo surgir del caos mecánico del cual su mente trazaba por así decirlo las topologías delirantes. A la vez radar de las ondas de choque de la hominización, escáner de las estructuras profundas del capital como coextensión enfermiza y natural de la Técnica convertida en metafísica totalitaria a cargo de producir el mundo, pero también prototipo de una superación posible, el esquizofrénico permanece como lo decía Deleuze, “al límite del capitalismo”, es la punta extrema del mismo, “su tendencia desarrollada, su sobreproducto y su ángel exterminador.”


Es necesario por lo tanto que una metanovela salga a la luz, que una literatura considerada como arma estratégica del pensamiento, que tenga como corolario una concepción del pensamiento como recurso estratégico del lenguaje, nazca de esa devastación que se constata por todos lados.


La nada operativa como instrumento de corte de flujo, y de reconfiguración de los posibles, debe ser percibida como el corazón del arsenal literario encargado de hacer de nuevo la vida infinita, y la muerte inmortal.


Ser punk en 1976-1977 significaba por lo tanto ya no serlo en 1978-1979, simplemente porque el dandismo no soporta convertirse en un arte de masas y porque se trataba de perseguir la maniobra de sabotaje al inventar una ética de la conspiración que nos haga adivinar siempre de antemano dónde y cómo hacer surgir una estética de nuestras propias cenizas, a las que se trata sin cesar de volver a prender fuego.

Ya que ahora es obligatorio reestablecer el eje de la verdad: el “punk”, cuando surgió inesperadamente como un ángel de pura destrucción/devastación eléctrico justo en medio de las ampulosidades del rock tosco y progresivo de los mid-seventies, era todo salvo el discurso precalibrado de una organización de masa revolucionaria. Era incluso su antídoto, porque puedo decir expresamente que esa “estética”, entre otras cosas, ocasionó el rechazo total del injerto social-leninista que la sociedad de la época y sus nihilismos intentaron imponer a mi pequeño cerebro. Se trataba, sepámoslo, de la invención semicolectiva de un pequeño grupo de dandies, escritores y periodistas, y de una colectividad aún más restringida de músicos; una suerte de “tradición” oculta, que se remontaba a los orígenes secretos del rock’n’roll, pasaba a través del “garage-punk” de los mid-sixties y el psicodelismo “duro” del primer Pink Floyd (con Syd Barrett), a través del hiperrealismo negro de Velvet Underground y el teatro transgénico de Bowie (que estaba lejos de ser una world-star en 1972 o en 1975) o de los New York Dolls, pero también a través de la estética hipertotalitaria de un Blue Oyster Cult, el teen-rock terminal de un T-Rex, y esa alta siderurgia sónica para adolescencia blanca posturbana que nos ofrecieron Iggy and the Stooges, todo eso para desembocar en las síntesis electro-orgánicas de Fripp, Brian Eno, Roxy Music, Kraftwerk, Heldon, y en primer lugar Pere Ubu o Television. En una época condenada a las delicias de la hiperindustrialización global, eso no representa finalmente sino a un círculo de autores y de compositores muy circunscripto, para un público mucho más restringido y de otro modo más culto que aquél que seguía con furor los encuentros de Boulez en el Ircam.


Los muertos están terriblemente vivos, y los extrañamos; los vivos se muestran definitivamente muertos, y nos agobian.


Aristóteles no aparece ex nihilo. Las preguntas metafísicas frecuentan la sociedad griega desde los presocráticos, al menos. Las grandes preguntas sobre el Ser y el Tiempo ya fueron abordadas por Heráclito y Parménides, y sus consecuencias para la vida forman parte de los debates que desde hace generaciones animan el pensamiento heleno.

¿Qué encubre esa palabra hoy?

Un proceso de complejidad terrorífica. Porque de una cierta manera es el mundo mismo que se está volviendo meta-físico, virtualizado en la tiranía numérica que los racionalismos modernos y posmodernos habrán finalmente instituido, un mundo que desaparece en provecho de una estructura informe, carcinómica, abierta una y otra vez hacia más de nada, o más bien esa poca cosa que satisface los estómagos de hoy, esa abertura transfinita sobre el cierre unitario de las conciencias, en pocas palabras ahí estamos frente a una auténtica fuerza devolutiva que allana el Tiempo para mantenerlo bajo el yugo de un Espacio tridimensional reducido a algunos vectores matemáticos que pronto podrán ser directamente neuro-implantados, vía procesadores biónicos en el corazón de nuestro córtex.


Nunca, creo, habremos asistido a una semejante fabricación en serie de individuos seguros de tener razón en todo momento, que sólo se interesan por si mismos, y sus propias convicciones, sus “maneras de vivir”, que no son tales, forjadas en la nada difusa de los editoriales, incluso en la contemplación obsesiva de ellos mismos, nunca habremos visto tantas traiciones, tantas amistades borrosas para esa pretendida integridad, ese integrismo humanitario de la persona, del yo infantilizado y reducido al consumismo de ídolos modernos, nunca habremos visto tanta barbarie, una barbarie empolvada, en todos los sentidos del término, una barbarie mundana e inculta, un egocentrismo ya sin ningún centro, un altruismo que ya no soporta la mínima alteridad, esa serie ininterrumpida de lloriqueos y de placeres en puericultura, esa incesante letanía reivindicativa e identitaria, es, digámoslo con clama, el grado terminal de la tiranía, es el fin de toda civilización, es el momento en el que los lobos se disfrazan de corderos y terminan por devorarse los unos a los otros sometidos a sus propias ilusiones, el momento en el que un vampirismo viscoso se propaga, en el que todo acto libre y soberano, todo acto de don verdadero está destinado de antemano a la deshonra y a la abyección de las masas, salvo intervención de la Providencia pura, donde a toda gentileza – en el sentido etimológico: nobleza – se la confunde frente a la coalición de almas malvadas, codiciosas, y crapulosas, frente a las nauseabundas confluencias de las cloacas de la prensa y las traiciones en serie de un mundo en el que – ya lo dije pero a veces es bueno repetirse – la única forma de lealtad que hoy tenemos derecho a esperar de un individuo, es su constancia en el cálculo.


Esa verdad es indisociable de nuestras existencias presentes y futuras, y la fría contemplación de su luz no debe impedirnos compadecernos con los sufrimientos que inflinge la cólera divina, el fuego inhumano de la deflagración atómica. Es evidente que sólo el silencio del recogimiento solitario está a la altura del acontecimiento terrible que firmó la sentencia de muerte de esas dos ciudades, como en los tiempos antiguos de Sodoma y Gomorra. Ya que es precisamente gracias a las verdades trágicas que acabo de enunciar que una compasión verdadera puede hacernos entrever las almas de esos cientos de miles de seres humanos, hombres, mujeres, niños, ancianos, cuyo último recuerdo fue un relámpago blanco de una violencia inaudita que saturó con su luz hasta el mismo cielo, en el cual se fundieron, llevadas al punto de incandescencia luego vaporizadas por la enorme onda de choque que levantó en la atmósfera un hongo de polvo y fuego, visible a millones de kilómetros desde el espacio intersideral.


Todo lo que nos une es ilusión. Todo lo que nos separa es nada. La vida sólo tiene sentido en el Infinito.


Cuando descubrí ese álbum, el año de su lanzamiento, acompañó noches blancas muy largas que pasé destruyéndome lentamente. Fue indiscutiblemente una bella y peligrosa epifanía estival, la puesta en marcha de lo que se convertiría en el último periodo nihilista de mi vida, que un día me conduciría a la escritura, y a la disolución final de todas las neuroprogramaciones inconcientes de las que era víctima, como todos nosotros.


“Es un sacrificio de todos los instantes y total ya que hay que, a través de un acto irremediable, – porque todo pensamiento deja un rastro indeleble – renunciar a aquél que se hubiera podido ser si se hubiese pensado de otra manera.” (Drieu la Rochelle, Segunda carta a los surrealistas)


No hay acto literario sin un verdadero enfrentamiento con la muerte, o más bien, en lugar de esa dialéctica oposicional caduca, podríamos decir parafraseando al escritor italiano Giorgio Manganelli, citado por Línea de riesgo[1], que no se puede escribir sin atravesar la experiencia de la muerte, y entiendo por eso la experiencia de la muerte tal cual está contenida por completo en toda vida, ya que es precisamente a través de esa ruta que la atraviesa que escapamos de la muerte, experimentándola de antemano, haciendo de cada momento importante de la propia vida – y escribir, para todo escritor, es el momento esencial en el cual la vida se concentra infinitamente en si misma, hasta la Nada –, de cada acto libre y soberano arrancado de la existencia, un medio de transición a través de la muerte, y así ofrecer, sino a todos los instantes de nuestras vidas destrozadas por la discontinuidad digital-social, tarea aún por encima de nuestros pobres medios, pero en algunos momentos esenciales, estratégicos, altamente peligrosos, la gracia de acabar de una vez con la muerte, con todo lo que nuestras sociedades acarrean de muerte en la menor actividad, el mínimo discurso, la mínima presencia, la mínima relación humana, y así reapropiarse de la muerte, hacer de ella una compañera, atreverse a veces a desafiarla, pero permanecer a su escucha, encarar una forma de amistad secreta con ella sigue siendo el medio más seguro para no pudrirse en el propio lugar.

[1] Ligne de risque, revista literaria francesa fundada en 1997.


Ahí se ve por qué debemos siempre imperativamente escribir como si cada libro llegara a ser el último.


Frente a nosotros el futuro, inmenso, infinito, lleno de todos los posibles, de todos los devenires que fermentan desde hace demasiado tiempo en el sótano oscuro y húmedo de la humanidad, cerrado a toda luz. Con nosotros, en nosotros, y no detrás, toda la vida acumulada en las turbinas de la literatura, todo el pensamiento que actuó en el pasado, y que por lo tanto continúa actuando, indefinidamente. Contra nosotros, el mundo aliado en su totalidad contra el surgimiento crítico de la infinitud, contra la belleza soberana y libre de un acto de justicia, o de un sublime error, contra nosotros, todo lo que hace reinar el terror de los derechos para anular la real[2] libertad de pensamiento, contra nosotros, los representantes de esa siniestra humanidad, de la que todo demuestra que ya se prepara para crucificar lo que vendrá a ofrecerle la salvación.

[2] En francés royale, en el sentido de realeza y no de realidad. [Nota del traductor]


Ah, sí, a no dudarlo, las hostilidades están declaradas. Y esa última guerra que se va a desatar entre los últimos hombres, con los últimos libros, esa última guerra es exactamente la de los Últimos Tiempos que profetizó el Antiguo Testamento. Una guerra santa de términos aún desconocidos se prepara a ser desatada, nada permite aún a los humanos ver formarse sus contornos en las configuraciones de la sociedad-mundo-noosfera que se instaura, pero algunas mentes bastante inhumanas para lograrlo pueden fríamente arrojar allí la iluminación deseada y confrontarse a la terrorífica apariencia de la verdad.


Ruego por los inocentes y los culpables, los asesinos y los corderos, ruego por todos aquellos que me han herido, y todos aquellos que van a hacerlo, ruego por aquellos a quienes la miseria vuelve ciegos, sordos y mudos, ruego por todos aquellos que están llenos de luz y no dan más que rayos débiles de la misma completamente ennegrecidos de buenos pensamientos, por todos aquellos que están atiborrados de saber y están en la incapacidad de escribir un verdadero libro, por todos aquellos que tienen el don de la palabra y que lo ahogan en las cloacas de la charlatanería.


Se tocó algo orgánico. Quiero decir, lo que constituye lo orgánico del pensamiento. Abrí una caja de Pandora de propiedades específicamente aterradoras, temibles. Decidí ponerla al servicio de la verdad y de la Omnipotencia, lo que significa aceptar hacer de las propias ficciones empresas metapolíticas, obras de imaginación, de profecía, formas de vida.


Creo que no hay ninguna salida válida para un escritor. Suicidio o locura. Tenemos que hacer un pacto con la muerte, y casi encomendarnos a ella.


Faye observa con concisión, y no sin cierta ironía, que Nietzsche vivía rodeado de antisemitas cuyas ideologías deplorables buscó combatir cada vez más, hasta su muerte, mientras que Heidegger, sin duda uno de los dos o tres filósofos más brillantes de su tiempo él también, vivía rodeado de estudiantes judíos, y que adhirió, por su parte, plenamente a los valores del Estado nacional-socialista desde su fundación y hasta su ruina.


Todo eso son relatos. Es la extraordinaria energía del relato que actúa ahí. Y que es portadora de una intensa fuerza práctica que pone en movimiento. Digamos: fuerza “narrática”. Tratemos de entender que la Historia, en primer lugar, está hecha de tramas narrativas, y que a los acontecimientos mismos, no los vemos. Somos videntes que nos remontamos en el tiempo sólo a través del relato de los hombres.


La civilización de la Escritura, nuestro orden político patriarcal tan detestado desde hace dos siglos, se basa en efecto en el rechazo del sacrificio humano. Luego en el de la adoración del rey convertido en Dios. Los déspotas decadentes de la baja Antigüedad no vieron con buenos ojos a esa comunidad que se negaba a degollar a sus hijos al pie de altas estatuas de mármol con la efigie de ellos o con figuras simbólicas que los representaban. Faye pone bajo el proyector como narraciones patológicas hicieron de ellos por lo tanto sanguinarios y secretos sacrificadores de niños y conspiradores en potencia.


Roguemos un instante por todos los seres excepcionales que serán devorados por la voracidad dominante del populacho.


Cuando la espiral del pensamiento nos traga, no tiene ni principio ni fin, ya ninguna de nuestras novelas deberían escribirse con esas nociones absurdas de principio y de fin, nada tiene principio y nada tiene fin, somos fragmentos de la espiral, podemos tratar de captar algunas de sus formas, algunas de sus apariciones, algunas de sus circunvoluciones características, incluso, diría sobre todo, gracias a los telescopios de la ficción, pero una vez más, queridos amigos, liberémonos de los conceptos euclidianos de una simple espiral con dos planos, los pliegues del cromosoma nos enseñaron que la naturaleza nos reservaba una inmensidad de posibilidades y de complejidades, entonces intentemos concebir una espiral cósmica que trabaje en todas las direcciones, ¿qué puede hacer nuestro cerebro biológico contra una intrusión semejante? El cerebro sólo sirve por lo tanto – en esos momentos – como dispositivo neural que debe entrar en auto-cortocircuito, en eso entiendo tomar un riesgo mayor: el establecimiento de una masa crítica que, cuando el efecto EMP[3] que produce la inevitable explosión en el neuromundo, provoca el black-out del pensamiento discursivo, esclavo del mundo-inmundo, y hace intervenir directamente al Espíritu Santo, digamos su virus, ese cristal de verdad que, con toda franqueza, al cabo de horas de tipeo cuasi ininterrumpidas, puede merecer el nombre de “agotamiento”.

[3] Del inglés EMP ( electromagnetic pulse) effect: designa una emisión breve de ondas electromagnéticas y de gran amplitud, siendo el efecto secundario deseado de las explosiones nucleares. [Nota del traductor]


Entonces tal vez, lo espero honestamente con toda mi alma, empezaremos a entender mejor ciertos elementos que la escuela separó cuidadosamente, compartimentó, encerró, ¡cómo si Aristóteles, Pitágoras, Descartes o Newton, Leibniz, Heisenberg, Bohr o Einstein, no fueran a la vez, y con razón, matemáticos, físicos, lógicos y filósofos!

Empezaremos a decirnos, si leemos esos libros, que el mundo es tal vez una pocilga, un valle de lágrimas o un centro comercial gigante, los actos de heroísmo y de redención tienen precisamente como fin perseguir la salvación trágica de la vida, la supervivencia del ser como autodeterminación de su devenir, considerado de este modo como vector activo del Verbo.


Sólo los siervos pueden creer que la libertad conduce a la felicidad.


La auténtica libertad es trágica. Cuando la soledad que arrastra se abre paso en nosotros, sólo podemos experimentar una gran melancolía, a medida que el hielo de la lucidez se apodera de nuestra mente.


Efectivamente ya no les pediremos nada, a ustedes criminales de la no-violencia, ustedes funcionarios del orden onuzi, ustedes portadores-de-costales-de-arroz-en-directo.

SIN DUDA NO TENEMOS LOS MISMOS VALORES. Los nuestros se remontan al Sacro Imperio de Carlomagno, a la Roma republicana de Catón y Cincinato, a la Grecia de Pericles, o bien a la Revolución americana de 1776. Nosotros no sentimos más que un profundo desprecio por ustedes, duplicado por la fría cólera de los justos.


Una de las promesas más interesantes de la música electrónica de hoy me parece en gran parte, desde hace apenas una decena de años, sostenerse entre las manos de una nueva generación de mujeres jóvenes, autoras y compositoras de gran clase, que por fin hacen de ese arte una versión postatómica de la romanza del final del último siglo. De Björk a Dalbello, pasando por PJ Harvey o Garbage, de Portishead a Crustration, de Sinead O’Connor o de Stereolab a Meredith Brooks o Pain Teens, los niveles y los tipos de experimentación son sin duda diversos y variados pero se constata un cambio de escala mayor. Una pesada tendencia tectónica se afirma: un cataclismo subterráneo de fuerte magnitud hizo de ese puñado de mujeres jóvenes músicas y lyricists de tiempo completo, dotadas de una extrema sensibilidad acústica, por ende poética, que el rock no había alcanzado hace un montón, salvando algunas excepciones de las que confieso a veces un recuerdo ya oxidado de juventud, por lo tanto sólo ellas van en camino de trazar una línea estética mutante que podría acompañar, por qué no decir producir, nuestros devenires.

Frente a las payasadas psicopatológicas y homofóbicas de un Eminem o los borborigmos escatológicos de Limp Bizkit, frente a los clones “punks” en lo sucesivo reproducibles en cadena, o a los revolucionarios hardcore, neoguevaristas y corpoesponsorizados, frente a la degeneración gangsterizada y terminal del rap, frente a las pobres reproducciones de Woodstock que nos venden a cántaros desde hace mucho tiempo, frente a la tecno descerebrante antitextual, frente a la “house” democrática, metronómica y sub-discoide, y frente a las muñecas inflables posthippies tipo Courtney Love o Spice Girls, un grupúsculo de amazonas libres y soberanas retoma la antorcha ahí en donde se la había abandonado, justo en medio de los años 1980. Hermosas, supremas y peligrosas criaturas androides salidas de un sueño-pesadilla suburbano, “supervirósicas” de la era biónica, elegantes y mortales como armas de largo alcance, su gracia es la de ángeles atómicos sobrevolando los espléndidos escombros de nuestra civilización. Princesas del crepúsculo, acompañarán como banda sonora el crash majestuoso de nuestro mundo, no sabría nunca cómo agradecérselo.


Como en los otros aspectos significativos y esenciales de la vida, el sexo sólo conduce a la “libertad” con la condición de saber hacer de él una especie de arte marcial, una disciplina oculta, cuyos secretos sólo deben ser revelados a la minoría más reducida.


La sub-escritura sociológica y posmodernista de la universidad mató lentamente toda idea de representación plástica (o de reformulación plástica de los acontecimientos y de las singularidades) luego de la Gran Esquizia de 1945. Al mismo tiempo, se ocupaba de deconstruir lo que los novelistas ya habían deconstruído con talento desde hace al menos cuarenta años (Joyce, Proust, Kafka, Schmidt, etc.), es decir la narración tradicional con su unidad clásica y sus dispositivos de análisis sociopsicológicos de los personajes; nos atrevemos a decir que cuanto más mataba al ojo, pretendía extender mejor su necrosis a todos los dispositivos del sistema nervioso central (al ser el nervio óptico como todos saben una red de neuronas particular de un sistema semejante), fase de actividad terminal en la que entró a lo largo de los años 1980-1990, y que apunta a reducir el Logos a una forma de comunicación social, a hacer del arte un medio de expresión “personal”, y que, al adornarse de una glosología infestada de una jerga técnica mal asimilada, mata toda ciencia en el arte, y por reciprocidad, todo arte en la ciencia.


Como en los procesos paradójicos de la personalidad, cuando emerge una psicopatología, las fronteras desaparecían en beneficio de la indiferenciación, el repliegue sobre sí llevaba al vacío metastático.


Niños desparramados

Bajo las estrellas

Sin siquiera un paño

Para cubrirlos,

Asesinos de rostro claro

Ya sin un crimen para cometer,

Animales armados con números

Sin siquiera el Diablo

Para absolverlos y entenderlos,

Flores ávidas

De abejas con dardos venenosos

Secándose en su lugar

Bajo el desierto de un sol charlatán,

Manos sumergidas

En el agua y el hielo

Sin siquiera un ángel

Para escucharlas.


Nada vivo, y aún menos consciente, puede obtenerse por la vía del programa.


No abrir jamás los abismos de la verdad a quien no está en condiciones de perderse en ellos, y de poder regresar.


A la verdad le importa un bledo los acuerdos o desacuerdos humanos que se refieren a ella. Ya que no puede sobrevenir sino en el interior de un cerebro liberado de las categorías socioprogramadas/programables de la existencia. Si constatamos la emergencia de un consenso en cualquier grupo de personas, empecemos por decirnos que una gran mentira colectiva se está elaborando.


Si no se deja correr el pensamiento-lengua como un perro de caza, libre en sus movimientos, pero que se detiene frente al blanco, abriéndonos el terreno a los más vastos espacios, y a los senderos más intrincados, a ese poder no vale la pena invocarlo.


El auténtico amor es inseparable de sus antinomias, el odio desde luego, lo más bajo entre todo, pero también y sobre todo las diversas formas de crueldad sofisticadas a las que los pisos más altos de nuestra conciencia a veces nos abandonan, con raras delicias.

El humor es indisociable de una cierta distancia (auto)irónica, ese disolvente poderoso que a menudo nos hace volver a la humilde medida de nuestra verdadera dimensión, en el gigantismo inconcebible del universo y de la vida.

El humor es por ende indisociable de la grandeza, lo que intuyeron ciertos monarcas del Occidente medieval, y algunos otros imperios antiguos, al inventar la institución del bufón del rey, el que podía atreverse a pensar en diagonal.


Hacia 1983-1984 una serie de contingencias de la existencia me lanzaron hacia la humillación y la mentira, luego a la miseria y la soledad, y este regreso al cero social provocó una suerte de alquimia que sólo puedo descifrar prácticamente veinte años más tarde.


Fría pornografía de los cuerpos que cayeron en la trampa de los captores electrónicos de la cámara micrototalitaria. El ojo técnico xerografía los orificios más íntimos, se convierte en la tercia entidad que surge de toda copulación, el imaginario fantasma que se desliza entre los cuerpos, los desnuda, los inspecciona, los ofrece a las miradas, múltiples y obsesivas, del Otro, convertido en macrocosmos multicéfalo, o más bien multisexual, trillones de sexos ávidos perdidos frente al espacio glacial de la humanidad numérica y que intentan desesperadamente clonar el deseo, al ofrecerles la Máquina una colección infinita de micromomentos parcelarios y discontinuos a cambio de su abandono de la vida vivida como continuum.

La libertad sólo vuelve débiles a los débiles.

La verdad sólo vuelve libres a los locos, y a los santos.

La venganza es un plato que se degusta helado, pero se entrega candente.


Entre la decadencia y la mutación hay efectivamente que elegir. Se percibe cómodamente cuál es la elección más fácil.


No soy, por lo tanto pienso.


Si el arte no cambia nuestra vida de arriba abajo, da lo mismo convertirse en soldado provisorio.

Pero cambiar la propia vida de arriba abajo, eso significa entre otras cosas, por no decir sobre todo, transformarse al punto de ser capaz de cambiar la vida de los otros.

En fin, por lo menos aquellos o aquellas que lo deseen.


Odiar sin talento es peor aún que amar sin amor.


Existe un lugar extraño en nosotros mismos en el que absolutamente nada puede alcanzarnos, y en dónde al mismo tiempo ya nada nos es ajeno.


La conciencia sólo surge en favor de su aniquilamiento.

La memoria sólo se inventa cuando la perdemos.

No producimos nada sin abandonar a cambio un poco de nuestra estructura orgánica.


Como todos los decadentes, comunistas y nazis comparten ese gusto tan acentuado por la retórica.


Nuevo dianoche en perspectiva, en promedio uno de tres en este momento, y los otros dos no son mucho mejores (sueños reparadores de una docena de horas, tipo 4 de la madrugada – 3 de la tarde, ya que entretanto sigo trabajando); las metamorfosis de la conciencia obtenidas de esta forma son extremadamente dañinas para el conjunto del sistema nervioso, lo recuerdo, salvo en el caso de una disciplina bien establecida.

Pero una vez establecida esa disciplina para uno mismo, la verdad se descubre, despiadada: el trabajo recién empieza ya que ahora se debe aprender a controlar, lo mejor posible, los daños que esa metamorfosis ocasiona en la consciencia, en la vida de los otros, y en particular de los cercanos, los que amamos, y que vemos, sin saber como hacer, sufrir por consecuencia directa los daños que ocasionan las radiaciones que a cada instante o casi, en lo sucesivo, desprendemos.


Sin embargo no soy más que un microscópico destello de Cristo.


Nunca ceder a los llamaditos de la pequeña razón sin por ello caer para siempre en el abismo de la gran demencia. El pensamiento es un arte marcial, por lo tanto una danza con el equilibrio y la destrucción.


No creo que un verdadero “orgasmo” – en el sentido que Reich le dio a esa palabra, no en aquel de las animadoras de emisiones sexopsicopop de TQS o TF1 – sea posible de la manera que fuera en la soledad masturbatoria, cibervirtual /tecnoasistida o no.

Porque el Orgasmo, ese momento de aniquilación-superación – provisorio – de lo orgánico no puede concebirse sin que los límites del “yo” sean definitivamente transgredidos, lo mismo decir que no solamente la presencia del Otro es una necesidad primaria, sino que su propio orgasmo depende del nuestro, y recíprocamente, imponiendo una teleología de hecho, tantas veces como sea posible inducir tales corrientes neuroespinales transpersonales en algunos minutos o segundos de placer absoluto.


Y aquí estoy de regreso, en mi propio navío-cuerpo-cerebro que observa la pantalla de su computadora y el teclado en el que sus dedos corren sobre las teclas: un escritor no puede sino estar del lado del Infinito, por lo tanto contra TODOS los absolutismos, y en particular el más odioso de todos, el de nuestro final de los tiempos: El relativismo-tirano que se hace pasar por una se-rena[4] verdad. Si se resigna al despotismo, al comunismo, o al anarquismo postmoderno, el escritor se designa como un ser acabado, y la política ya no se convierte en otra cosa para él que en lo que se convirtió para la chusma que se apoderó de ella, un residuo cualquiera del nihilismo que la devoró.

[4] En francés se-reine. Hay juego de palabras entre “se” y “reine”, éste último término signica reina en castellano.


El amor es a partir de ahora tan imposible que se permite asustar, por algunos momentos a menudo cruciales, a aquellos que dejan que su hiancia se abra en ellos, su figura se nos volvió tan ajena que la confundimos con nuestra imagen, y cuando de repente, en el caso en el que a través de un oscuro milagro su seísmo hiciera temblar nuestras certezas, todo lo que la sociedad hizo de nosotros pone el grito en el cielo y se ensaña con poner en duda su primacía, su absoluta legitimidad en destruir el programa, y en escribir su propia música.

Sólo la soledad-libertad-soberanía nos permite enfrentarnos con esa verdad y emprender su superación.


Si las sociedades (post)modernas quieren olvidar todo lo referente al crimen, es porque saben hasta qué punto dependen de él.


Si empezamos una frase sabiendo exactamente a dónde nos va a llevar, corremos el gran riesgo de volvernos a encontrar en el punto de partida. Es a tientas que se camina hacia la luz.


El arte era atemporal porque al navegar sobre lo efímero convertido en instrumento de su propia transfiguración, sólo alcanzaba una forma de eternidad si sabía mantener abierto siempre el rosetón de posibilidades en el corazón del instante más breve, superaba la vida y la muerte porque se reía de ellas, como el niño-dios de Heráclito que juega al tric-trac.


La Epifanía es indisociable del Agapé, incluso de la Aletheia, no puede haber Anunciación sin Resurrección, no puede haber verdad sin Amor.


Tendría que haber alguien que les advierta a los árabes que los mejores “amigos” de su “causa” son los más feroces sepultureros de su pueblo, y que ninguna legión, fuera árabe, romana, germanopratina u otra, podrá acabar con Jerusalén porque la cuidamos en nombre del Espíritu Santo.


Pero mire señor, incluso cuando la noche del cosmos hubo reemplazado la claridad del día, no abrieron las cortinas, por temor a que usted sucumba a la pálida belleza lunar de los paisajes, al frío llamado del infinito, a la amistad de las estrellas. Levántese, venga por lo tanto a ver de qué lo privaron, arroje al piso sus paños sucios de sus propias inmundicias y prepárese a venir a bañarse en las aguas del río.


Por definición, el amor es un “más allá” metacrítico que aniquila las distancias tornándolas infinitas. Es cultivando las distancias que nos queda una chance, frágil, de acercarnos realmente a los otros.


“La fuerza de una lengua no está en rechazar lo extranjero sino en devorarlo.” (Goethe).


Gog y Magog, los dos ángeles de Babilonia, un día le recuerdan a un hombre deseoso de aplacar su sed de conocimientos y de servirse para eso de los procedimientos nuevos los términos imprescriptibles de la Ley: Ya que esta ciencia te fue otorgada por obra de Dios, sírvete de ella, ¡pero ten mucho cuidado de ser infiel!.

Con claridad: la técnica es un instrumento que Dios otorga a los hombres cuando se desprenden de su vientre-matriz nutricio maternal (el paraíso uterino) con el fin de que, librados al mundo de la materia y de los otros hombres (las sociedades), puedan sacar de ella los elementos necesarios para su desarrollo en el universo. Pero por ser el instrumento divino de la libertad, arrebatado por Dios a Dios, por medio de Su criatura, es también el agente de la Ley, la que estipula no adorar más que a un sólo Dios, y por lo tanto, sobre todo no hacer de ella un ídolo. Y esta advertencia se repite desde la puesta en marcha de ese formidable proceso narrático que es el Libro, quiero decir las Santas Escrituras, o lo que nos llegó. Porque de todas las idolatrías, por su origen divino como todas las cosas en este mundo, pero sobre todo por su rol mayor en la evolución filogenética y ontogenética del hombre, la ciencia es de lejos la más poderosa, por ende la más peligrosa.

Sólo vimos, con toda seguridad, las primeras consecuencias.


United colors of Benetton: esta es la única ideología a la que adhiere de ahora en más el Canadá entero, incluido Quebec, como un(a) sólo(a) hombre-mujer posmoderno(a), que tolera todo, y sobre todo lo intolerable, sin discriminar nada, por lo tanto permaneciendo en la incapacidad de administrar la justicia, sin seleccionar nada, por lo tanto sin poder pretender a ninguna soberanía, sin jerarquizar nada, por lo tanto haciendo poco caso de la verdadera libertad, sin elegir nada, sino el relativismo absoluto por lo tanto la discontinuidad híperestable de la mercancía, paralizado(a) por la hipnosis publicitaria de la propaganda onuzi que hizo de Canadá el terreno de experimentación para las futuras abominaciones socialistas que la Organización de la Nada Universal nos prepara.


Pascale Casanova se atreve a invertir el precepto de la crítica literaria edificada desde hace más de un siglo y medio sobre el mito revolucionario-romántico, a saber que la invención de las literaturas nacionales en Europa procedía de la voluntad de unificación cultural y lingüística de las sociedades, mientras que, desde luego, todo aquello partió a la inversa de un “metagrupo” de individuos diseminados un poco por todas partes en el continuum del Renacimiento, tanto sobre el plano espacial como temporal, y que, de Dante a Du Bellay, produjo en alrededor de dos siglos las condiciones iniciales, los principios fundamentales y los métodos específicos para un programa semejante, creando al mismo tiempo el desarrollo de las “culturas nacionales”, tanto políticas como literarias, políticas porque literarias, sobre nuestro continente durante aproximadamente cinco siglos, luego al rededor del globo a lo largo de aquel que acaba de pasar.


Para seguir siendo o convertirse en cristianos en el siglo XXI, les será necesario a los sobrevivientes la fuerza para volver a aprender a ser judíos.


Los serbio-comunistas instrumentalizaron la religión cristiana, la rebajaron al rango de sus delirios de hooligans marxistas y permitieron a formaciones paramilitares compuestas de criminales de derecho común y de psicópatas sexuales violar, torturar, asesinar en masa a hombres, mujeres, niños, en nombre de la ortodoxia, ¡en nombre de Cristo! Pero bajo los uniformes chetniks y los símbolos de la antigua Bizancio, es la estrella ensangrentada del comunismo, ese ateísmo loco convertido en fe, que continuaba dirigiendo el baile de los vampiros, como lo dice con fuerza el escritor serbio Mirko Djordjevic en su Anti-journal[5], que recorre los acontecimientos desde la guerra de Croacia hasta la derrota de Milosevic en Kosovo.

Aquí estamos ante un hombre que un día, siempre se puede soñar, recibirá al menos el premio Nobel de literatura por su obra.

En la más completa soledad, o casi, y una indigencia material cada día un poco más miserable, ese hombre peleó, y continúa peleando, contra la hidra rojo-marrón que tomó posesión de su pueblo y que, como lo constata con desolación, fue la invención de “intelectuales del Partido Comunista serbio: un puñado de malos poetas stalino-titistas, especialistas en la oda ditirámbica a las instituciones muerto-vivientes musealizadas del bolcheviquismo, algunos historiadores ignorantes incapaces de situar Roma en un mapa, y una camarilla de escritores-filósofos de café del Comercio formados por universitarios perfectamente incultos[6], todos los que alabaron hasta el delirio más abyecto las exacciones en masa y las matanzas sistemáticas del ejército yugoslavo y de las milicias serbias. Djordjevic recuerda de esta forma una verdad bíblica muy simple: toda narración es eterna. Cuando un cretino poscomunista procedente de Belgrado explica en Der Spiegel que “el genocidio total de los Croatas es una necesidad”, y que él mismo mató a centenares de entre ellos con sus “propias[7]” manos con su grupito de milicianos, sus “propias” palabras están escritas por la eternidad, cuando el siniestro Dobrinca Cosic sitúa los elementos constitutivos de la “Carta” que conduciría a la exterminación de alrededor de 250.000 personas sobre una población de 5 millones de habitantes, su firma rubrica el documento, cuando una pobre mierda de escritorucho como Edouard Limonov posa frente a los fotógrafos que están rociando Sarajevo con la ametralladora m-84 en compañía del criminal de guerra Karadjic, aquello constituye el cuerpo del delito para su próximo juicio.

[5] L’Anti-Journal: la voix d’une autre Serbie, ediciones Parole-et-Silence Saint Maur, 1999.

[6] Ya que a ellos mismo los formaron instituciones moscovitas basadas en la desculturización programada y total de los pueblos y de los individuos.

[7] Hay veces que esta palabra es francamente... impropia. Las palabras proferidas por la basura no son más que basura. Estiércol petrificado por la eternidad.


Nunca Orwell hubiera podido imaginar esto: Big Brother, somos todos nosotros, la gran fraternidad humana. Ya no el Panoptikon ideal en el que un ojo totalitario, unívoco y separado de la sociedad pudiera verlo todo, sino un dispositivo reticular en plena expansión que hace de la auto-observación espectacular, esa publicitarización de la intimidad y de la mirada, el modo de servidumbre voluntaria más sofisticado que las máquinas sociales hayan jamás inventado, ni incluso soñado inventar. De ahora en más decenas de millares, pronto millones de webcams enchufadas sin interrupción sobre vidas privadas de sentido crearán un modelo de postotalitarismo basado en un excedente de goce permanente: la puesta en circulación constante de objetos virtuales que antes llamábamos “vidas” en una red de multiprótesis continuamente en re-presentación.


¿Cómo puedo atreverme a llamar “libertad” al proceso a través del cual emprendemos una alienación de un orden superior?

En primer lugar, es para establecer su identidad de proceso, y no de estado. Es en eso me parece que difiere profundamente de los “derechos”.

En segundo lugar, es para indicar que una libertad sólo tiene sentido en tanto tenga que ser siempre reconquistada, por lo tanto arriesgada. No se encara únicamente como una reacción a la esclavitud, sino como el momento en el que, para ejercerse y convertirse en soberana, debe ser capaz de perderse por completo para emprender su realización.

En último lugar, es para intentar esclarecer el hecho paradójico que es sometiéndose a la verdad (la narración performativa incomposible con los otros) que nos volvemos libres, y que se trata de un acto trágico.

Dicho de otro modo, la libertad no puede concebirse sino como el lugar de un sacrificio particular en el que el hombre debe separarse de sí mismo y de todos los otros para poder hallarse y entablar el diálogo con ellos.

Montreal, 31 de marzo de 2001.

Traducción: Rodrigo Grimaldi.

1 comentario:

Carlos Suchowolski dijo...

Cierto, Luis: interesantísimo, lleno de coincidencias cerebrales y emocionales (si es que son diferentes), un feroz canto a gritos que refleja la imposibilidad de un espacio aceptable para algunos, la necesidad teórica de irnos en grupo al asteroide Phebe después de convertir los anillo de Saturno en un sol aceptable gracias a un pacto que... nos llevará de regreso (además de otras cosas que llevamos dentro, y realmente sublimándolas) de regreso a lo mismo...
Un abrazo.
Carlos.
(nota: las referencias a Phebe y a Saturno son referencias a la novela que espera mi corrección definitiva, je...)