lunes, 3 de noviembre de 2008

Escorias del accidente.

En las fotos se evidencian las huellas y despojos de un choque. Pero el accidente es el tiempo mismo. Se dice que hay que ver para creer: vemos todo lo que miramos pero cada imagen convoca a otra que repite lo no visto, un primer objeto que no pudimos captar. Hay una prohibición bíblica de hacer imágenes que viene a informarnos que lo real excede la representación. Los artistas siempre se han sentido en relación a lo Invisible que como otro irrepresentable es desafío y llamado. El ser humano es una criatura expósita, expuesta al Otro (nombre de todo aquello que no dominamos o lo que no sabemos, es decir, de casi todo), la intemperie que se muestra en toda su magnitud en un terremoto y sus efectos catastróficos que de improviso nos descubren en plena orfandad.
Ser fotógrafa, en el caso de Nunce de Font, es salir de caza, no en función de capturar un público en función de una propaganda, comercial o política, sino a la caza de algo que excede lo real y está hecho de su materia misma: el accidente presentado por sus escorias, en eco a la novia desnudada por sus solteros.
Cada catástrofe en tanto accidente mayor nos revela como criaturas inermes y evocamos que en la Edad Media los ángeles perdieron su aura protectora luego de la peste. En esta época no hay quien cumpla esa función protectora. En el accidente las formas de memoria y percepción resultan seriamente afectadas. Y en la suma de deshechos que produce el tiempo como accidente imperceptible no hay huellas visibles de una violencia conservadora o fundadora. Hay que salir a cazar otras imágenes más creíbles para poder volver pegar los ojos y materializar en el sueño las escorias.
En menor grado, sucede lo mismo con un accidente que no es un choque sino los tiempos mismos en su acumulación de restos. A cada uno su resto. Las fotos “inventan” una mirada donde fluyen varios niveles de percepción. La imagen total del auto que aparece a la mirada con sus interrogantes: cómo ocurrió eso: en un país que va a la cabeza de los accidentes de tránsito el mismo accidente se vuelve innecesario. Lo que prueba que la imagen es el lugar de una transferencia de historias donde la memoria y la imaginación, pero también las hipótesis, se multiplican a través de otras imágenes.
La información de cada detalle del suceso, por otra parte, no alteraría la técnica y el soporte de las fotos. No hay ningún indicio humano entre tanta hojalata. En las imágenes fragmentadas, semejantes a formas de pintura abstracta, el trompe l¨oeil es desmentido por la imagen del auto, la única información por la cual sabemos que se trata de un auto destartalado y no de una experimentación con la materia informe.
El accidente no es fruto de un choque sino el tiempo que nace desde las escorias, algo que se repite en el orden de la percepción. Si en las lenguas latinas memoria y mentira tienen la misma raíz, mens, estamos ante una verdad muda, o ante cierto tipo de engaño percepción que informan acerca de la verdad y es la del tiempo como accidente, tan inexplicable como la muerte que supone la vida.
La materia presentada en escoria carece de testigo de una obra humana que se destruye, está ahí como puro desecho, ajena a lo humano salvo para la mirada que las constata como formas múltiples, extrañas a la buena forma que permitiría una identificación con ellas.
No hay emoción ni posible catarsis, sólo la colisión de una historia que no ha sido escrita pero donde se cuenta que el mundo vuelve a comenzar a partir de lo expulsado, en otra frontera a la de la comunicación, la información, a las voces de la sociedad que razonablemente piden que el conductor sea más responsable, que tiene en sus manos una máquina que potencialmente es de muerte, etc. Aquí, desde las fotos, la historia de un objeto, de sus propietarios( aventuras, amores, peleas, viajes sobre la noche estrellada) es tomada en otra versión, ocurre en la misma percepción del que lo mira, responde a una “educación” sin imperativos, en imágenes que no se captan desde una primera vez y que hablan muy fuerte, al borde del documento y la información.
Surge ahí cierto pulso novelístico.
Eric Rohmer comentando Journal of my life during The French Revolution, la crónica impresionante de “la incorrigible monarquista”, Grace Elliott – argumento de su film La Inglesa y el Duque – que describe la vida , escenas y personajes durante el período del Terror – julio 1789/junio 1794- afirma que si la novela no hubiera alcanzado en el siglo XIX su perfección en el arte del relato el cine no habría podido en el siglo XX acceder con rapidez a la complejidad dramática y la profundidad psicológica.
Su hipótesis es que la puesta en escena cinematográfica reposa sobre el arte de la novela, incluso si se trata de hechos verídicos. Se podría decir que las fotos de De Font reposan sobre la pintura contemporánea aunque no hay complejidad dramática ni profundidad psicológica que sin embargo resuenan en la stimmung, la atmósfera viciada de historias y coartadas.
Las formas son insólitas pero están construidas por elementos de la misma realidad transformados por una técnica que acusa un efecto traumático que evoca la intemperie en el corazón de la ciudad, la irresponsabilidad, al sujeto ausente en la foto y tanto más presente, expuesto a la jungla urbana, desde otra lengua hecha de restos de escorias diurnas por una cazadora de formas insólitas que hace vibrar el tiempo.

No hay comentarios: