viernes, 24 de junio de 2011

Una semblanza del Viejo. Por Luis Thonis.


Domingo, 19 de junio de 2011 a las 17:58. A Corita, Claudia y las chicas.






Walter Benjamín dice que la vida se sostiene en un recuerdo de infancia. Pero ¿Cuál? La infancia hoy está reprimida porque en ella palpita una multiplicidad de orígenes y se quiere un sujeto chato, unilateral. Prevalece una suerte de Juvencia institucionalizada, un sindicato universal que en nombre de los jóvenes gestiona una serie de mitos pretendidamente rebeldes pero que trabajan día y noche para conservar lo existente.






La juventud no designa una edad, hay jóvenes casi nonagenarios, cada vez más, nos quieren dar a beber como viejos jóvenes lo que hace tiempo nos ofrecieron como jóvenes viejos, un elixir que es veneno para colmo podrido por el tiempo. Los jóvenes de mayo 68 quisieron liberarse de todo eso, pero terminaron entrampados como funcionarios, aunque menos patéticos que los que quieren darse una segunda, tercera juventud mediante una axfixante repetición del pasado…La infancia pertenece a lo arcaico. Los llamados niños prodigio- Rimbaud, Mozart- no pasaron por Juvencia, fueron niños prematuramente “viejos”, puer senex según los latinos. Eran arcaicos, obraban sin saberlo contra los arcaísmos de la juvenilia de su tiempo.




Por eso no hay que buscar la juventud en los jóvenes, decía Nietzche. Iche para el Viejo. Hay que ir a beber en las fuentes de lo arcaico.
Sí, también extraño al viejo, me gustaría arreglar cuestiones pendientes con él, hacerle algunas preguntitas. En cuanto a vos, Cora, Corita, yo tenía menos trato, el Pequeño iba para tu casa y yo a la de al lado donde vivía Elsita. No hablaba con ella: ni bien la veía, como un prematuro Strauss Khan, la agarraba y me la comía a besos. Era un amor puro. Teníamos nueve, diez años. Don Boris, el padre vino a quejarse varias veces y el viejo me decía: dale para adelante. Un día vi al hermano desesperado, increíblemente desesperado porque le faltaba una figurita para completar el álbum que yo sí tenía. Tuve una idea. Cuando vi pasar a Don Boris le dije: si usted me da a Elsita yo le doy la figurita que le falta a su hijo.



Un trato de caballeros, con resonancias medievales y todo.
Don Boris era un buen judío, pero en ese momento me trató como si fuera un terrorista islámico. Ofendido, le regalé la figurita al hijo, para que estos rusos vieran lo que es un corazón cristiano. Después la historia cambió al inicio de la adolescencia.



Elsita me sonreía, se acercaba, tenía una carta que yo desconocía- ¿ así que yo valgo una figurita?- pero yo la evitaba como el general de un ejército que se repliega ante una zona desconocida, sembrada de trampas donde había una mina...



Años después leí una frase en un Diario de Kafka, que cito de memoria: “La amo. Estoy al acecho para no encontrarla”.
Entre el viejo y el tio Pedro terminé en una situación de doble bind: cuando el sujeto “vive” dos enunciados, incluso dos mundos contradictorios.



El viejo me decía que lo más importante en la vida era la plata, que uno no es nada sin ella, y saber defenderse, era un boxeador fallido y me enseñaba a boxear, me hacía volar de un ángulo de la pieza al otro, el objetivo es que el rival no viera mis manos. Tenía un cuerpo tipo Tyson, no me trasmitió el físico pero sí la fuerza. Los golpes no me dolían. En la conscripción los rivales no duraban más de cinco minutos, el directo de derecha salía del lugar menos esperado, decidí utilizarlo en cuanta "causa justa" pudiera...llevaría una novela contarlo



Recuerdo un día que venía de la clase de inglés caminando con una chica, los que venían del Abasto- con el cual estábamos en guerra, por partidos de fútbol y escaramuzas de piedras- y me tenían junado, tiraron una lluvia de papas gritándole puta puta a ella. Salí como un rayo con el objetivo de tirarles el carro. Pero era demasiado pesado, ellos eran cinco o seis, los enfrenté retrocediendo hasta la puerta de casa toqué el timbre y salió el Viejo.



Vení, por fin podemos pelear juntos…atiné a decir y me miró muy enojado…¡¡¡vos siempre molestando a la gente!!!, me retó, y se quedó hablando, “negociando” con ellos. Después entró sonriente, yo no entendía nada y me dijo: boludo, no te das cuenta que después me rayan el auto.
El otro mundo me lo ofrecía el tío. Era un socialista de Palacios, me daba a leer a Kant y otros capos del pensamiento con historietas, me hablaba de la integridad y de la ética.



El Viejo mantenía el pico cerrado cuando se hablaba de política, toda la familia era "gorila", incluso el abuelo, albañil de día y dandi a la nochecita, poeta, anarquista y mujeriego al que la abuela iba a buscar a los mismos hoteles, no podían detenerla a la entrada, ya la conocían, lo traía a la rastra y le daba flor de paliza. El veía cómo la Vieja, las abuelas y tías no vacilaban cuando había que cortarles el cuello a las gallinas con una destreza que hubieran envidiado decapitadores jacobinos, debió imaginarse como una cabeza disecada.



Pude ver en vivo y en directo un matriarcado en acción. Si a estas mujeres se les inyectara ideología progre posmoderna no dejarían títere con cabeza, querrían manejar el Estado. Por suerte eran católicas. La Virgen las separaba de las actuales posmodernas. Y eran antifascitas: la abuela putearía a Mussolini hasta el fin de sus días. Era la verdadera Lider de familias cruzadas. Me adoraba sin ocultarlo. Y lo decía, ganándome cierta hostilidad de mis hermanos. Me daba vía libre para cometer cuanto desmán quisiera, salvo cuando le gritaba "vieja fascista", entonces iba a buscar la escoba. Si al Viejo lo apretaban se decía peronista “porque conviene” pero nada que ver con los sentimientos, nunca cantó la marchita, se refería a cuestiones de negocios. No entró en la Corte de los empresarios del cincuenta que nos legó el gusto corporativo del General, esos que década tras década se sientan el la Rosada desde el primer día en el nuevo gobierno, asegurando que no tuvieron nada que ver con el anterior, para conseguir mercados cautivos y que van a pisar fuerte en devastadora patria contratista de los setenta, donde el Pequeño iba tomando las riendas, tratando de conciliar el legado del viejo con las enseñanzas del abuelo anarquista, del que era el protegido, aunque sin que se notara: el papel de capitalista salvaje le salía al pelo.




Eurnekian padre venía a casa, daba consejos, veía en el joven matrimonio la imagen humilde del capitalismo fordista en pleno apogeo. Para uno, el Viejo, el mundo era una jungla donde el lobo es el lobo de hombre, para el otro se volvería un Jardín si las manos que lo cultivaban no eran perversas. Y había leído a Voltaire. Al viejo lo sorprendí más de una vez haciendo gestos generosos. Héctor Alterio había trabajado en la fábrica, lo reconoce en sus recuerdos. Se quedaba dormido. A veces, no tenía un peso, me decía el Viejo, y se iba caminando de Chacarita al Centro para ensayar, y no me lo pedía.


Alterio venía tan cansado de los ensayos nocturnos que se dormía ante la máquina y el Viejo le decía que se fuera a dormir nomás. No puede sacarle mucho de la historia porque contradecía sus principios. Al fin, en otra versión, lo escuché decir: lo dejaba dormir porque algo me decía que este boludo iba a triunfar. ¿ Entonces tenía olfato artístico el Viejo? Al menos a mi me explotaba. Ibamos a Punta Mogotes y en el hotel yo recitaba poetas que me daba leer el tío, Lugones y Piquito de Oro, por ejemplo. Tenía siete años y me alentaron a que cantara tangos. Así fue durante tres años más o menos. El éxito fue rotundo, el Viejo había hecho una suerte de contrato con el hotel, la noche que yo cantaba comíamos gratis lo que quisiéramos. Me di cuenta de que no me gustaba que me aplaudieran, no tenía alma de artista popular. Un montón de mujeres me encontró en el garaje: había ido a ver los autos. Vinieron en malón a manosearme y besuquearme y la voz del coro me preguntaba: ¿qué quiere Luisito que le regalemos? Un auto, dije, pensando en un Ford que tenía en la mira. Más besos y apretones, un autito para Luisito, comenzaron a decir. Me fui enojando: dije un auto. Y otra vez: un autito...



Creo que ese día nací como sujeto, tal vez como escritor. Cambiar una palabra por otra se volvería una cuestión de guerra con el tiempo. De haber aceptado la palabra autito, no me refiero al chiche, mi vida hubiera sido otra.





Al Viejo no le gustaba aparecer como bueno. Creo que con sus pocos recursos defendía lo arcaico sin lo cual el mundo que proponen los socialistas como el tío desemboca en un progresismo que no es más que su negación bienintencionada y ya se sabe lo que las buenas intenciones pavimentan.
Como consecuencia de mundos e imperativos contradictorios, salía hecho una fiera con ideales a transformar el mundo, a veces mezclaba los lenguajes, me volvía arbitrario y me expulsaban de la escuela…tal vez por eso no fui guerrillero, había vivido a los diez años lo que muchos a los veinte, el tío de entrada me informaba de lo que pasaba en Cuba, pero nadie quería saber nada de eso.





Mi amigo Hugo, traidor predilecto, me dijo: la Revolución es una palabra de mierda. Para él lleva al apocalipsis profesional. Aja, por eso podía ser hecha por todos para producir más mierda al querer socializar la caca. La palabra Revolución fue sucesivamente vaciada de su sentido arcaico, la Sociedad tuvo mucho que ver con eso. Por eso comienza matando siempre a sus mejores hijos, hay que leer el siglo XX via Lefort, Furet, Orwell y otros tantos ignorados por crédulas universidades.




Caca, esa palabra pronunciada por el niño polimorfo freudiano, es una resonancia arcaica. Vibración de un origen múltiple que nada tiene que ver con el arcaismo que en la historia desemboca en el kitch del nacional vanguardismo. En las juvenilias de ayer y de hoy. Tanto el nazismo como el comunismo fueron movimientos revolucionarios en el que las juventudes tuvieron un papel capital. Son retornos fallidos del origen, Hitler retrocede a la raza, Marx al comunismo primitivo, a orígenes que niegan la multiplicidad de la división misma que lo causa. Al infinito. A un pueblo elegido portador de ese relato.



Millones de muertos para limpiar al mundo de todo resto de lo arcaico.



Un día le conté como pude al viejo la teoría del eterno retorno de Nietzche y me dijo: “Ese Iche hizo esa teoría para no laburar". Y de cuando en cuando me preguntaba: ¿cómo anda Iche?



El Viejo no me dejaba trabajar y cuando más hacía bien las cosas más me condenaba…pero si yo corté bien la prenda…no es eso, es tu presencia, le quita a la gente las ganas de trabajar…empezó a pagarme el sueldo para que no estuviera...me di cuenta que era alguien inepto para la cadena fordista de producción en serie que hoy todavía se quiere reproducir en la Argentina a fuerza de nostalgia- la nostalgia misma es una fuerza- y cosas menos románticas.
Hasta el último momento, el Viejo le escribió cartas de amor a la Vieja, le regalaba flores, parecía que estaban siempre en un primer día de novios. Antes de morir los vi besarse por última vez, él ya no podía hablar creo que por la trombosis, trató desesperadamente de decirle algo y no pudo antes de que se lo llevaran y como siempre sucede en la familia yo fui el encargado de cerrarle los ojos. Nunca entendí porque los vivos tienen tanto miedo a la muerte en un mundo poblado de muertos vivientes…en fin. A los viejos los tuve en cuenta al escribir el prólogo de las cartas de Joyce a Nora que estando casado le escribe en actitud de amante retornando siempre al primer encuentro, nada que ver con el amor a primera vista, aclaro.
Creo que este tipo de entre dos- fundado en un secreto, intraducible a la Sociedad- que perdura por el tiempo es hoy la cosa más subversiva- en cuanto a la Creación- que existe en el mundo, pero no lo anden diciendo porque en la jungla de Juvencia creen que todo es comunicable y se especializan en deformarlo todo.
Hace unos años, Dani, el que hace los números en la fábrica y que vive pensando en el teatro como Alterio, me dijo algo que me dejó atónito, pregúntenle. Pasaban cerca de mi pieza que estaba iluminada y le dijo: ese trabajó más que todos nosotros, día y noche, noche y día, no para. Y Dani le dice: pero si usted toda su vida lo llamó vago. Y el Viejo, imagino su aire desentendido, le contestó: una cosa no tiene nada que ver con la otra.



Me quedé con las ganas de saber quién era ese hombre que fue mi padre, pregunta sin respuesta si las hay. Supongo que eso les sucede a todos los que tuvieron un padre que valga la pena...espero no haber contribuido a la inflación sentimental, no menos peligrosa que la real.



Aquí les dejo la semblanza del Viejo sobre el que escribí un poema, Blondinette, que fue uno de los seleccionados en la antología bicentenaria donde estoy con Borges, Lugones, Girondo y otros tan sospechosos como yo, imaginen, como si por este HDP del Viejo estuviera sufriendo la humillación de los gorriones, mientras el poema hace llorar a las estatuas, que me susurran que para ser absolutamente moderno hay que saber reinventar lo arcaico, para mí la literatura es eso mismo, con afecto, Luis.

No hay comentarios: