domingo, 21 de agosto de 2011

Paisajes del Vivero. Por Sergio Renzi



Hermano, de este lado

de la isla las hojas

bailan, un policía se pone

a comer detrás mío,

digamos que me cubre las espaldas.

Digamos también que es noche de toses negras.

¨

Ay, mirá cómo tiemblo:

árbol en insípido combate,

no tiene chances,

el otoño hace estragos lo que tiene que hacer lo hace,

con la voz dulzona del viento,

cicatriz de tinta azul en la mano,

algo que tengo pero ya perdí.

¨

Huellas dactilares de la noche,

alguien cierra algo con llave

a mis espaldas,

el mausoleo de las sombras de siempre

se mueven, contenedores, tachos de basura naranja,

volquetes con cosas viejas y escombros,

una soledad acariciada,

pero, ¿dónde están mis emociones?

.

Vida que es mía

va camino a volverse madriguera de topo,

me meto tierra adentro, revuelvo,

y la tuya?

Al final, ¿los topos no estarán escarbando

tanta tierra con uñas, dedos, pezuñas,

patas, pensando que más allá de eso,

no habrá algo de luz, otros lugares?

¿Topos de sol?

¨

Sala de espera.

Las amo.

En esta, llena de viejas y viejos callados, de malhumor, por algún malestar que les aqueja el alma el cuerpo o por el estupor, o por la constipación espiritual, o por la falta de vitalidad, o sólo porque eso es la vejez. Escucho a los Rolling Stones, no debería subestimar el poder de la vejez, la vida no me sonríe, no le sonríe a nadie en realidad, en particular, en general la vida es una puta arpía y arisca de corazón duro como pan de antes de ayer que no le sonríe a nadie, pero pasa, como la tarde ésta, y soy yo el que le sonríe, me saco el sombrero inexistente, signo de cortesía, le finjo que le devuelvo un favor que no existe, todos contentos, la vida, yo.

Ventilador de techo. A mi izquierda, una nona de ley, de las duras, con brazos grandes, carnosos, parece que tuviera un brazo de camionero la nona, ya no se hacen mujeres así, de brazos grandes y carnosos y blancuzcos, brazos que baldearon veredas enteras mañanas enteras, brazos grandes que amasaron pastas, ñoquis, ravioles, brazos que lavaron casas enteras, brazos que levantaron medianeras, no es para tanto, pero brazos. Con manchas y ronchas entradas en edad, que parecen orugas pastando en la piel, no, ya no se hacen mujeres así.

Las de ahora, hablan raro, son flaquitas, muy flaquitas e inútiles, y creen ser dueñas de la verdad, tienen mucha bijouterie y muchos clishés de mamá y papá y un autito lindo y chiquito y de color, y son cancheras: las cancheritas… muertas. Las cancheras las cancheras las cancheras, muertas. Las flaquitas pobres postmodernas. Feministas. Igualitaristas. Concienzudas. Caritativas. Falsas.

Incapaces de pedirles a sus novios y maridos que les hagan la cola. Tienen que rogárselo después a otros sementales.

Las flaquitas de ahora.

A mi derecha, un señor desgarbado de unos ochenta, diría yo, menoscabado, socavado por la edad, con la mirada achinada de ojos verdes, y muchas arrugas y lunares gigantes para alunar, en la cabeza. A ese viejo le queda poco, a mi entender, estoy seguro. Estás en la recta final, viejo.

No soy médico pero entiendo cuando la muerte galopa a buscar a su destinatario.

Ganas de decirle pero no, me reprimo.

¿Y si no lo sabe?

( )

Hermanito, ya me estoy empezando a preocupar. Los paréntesis se van haciendo cada vez más grandes, son como lagunas, exabruptos, me preocupa que el texto se extienda, que se haga maleza, yuyo, se vuelva espeso, más espeso, insoportable, no puedo hacer nada más que dejarlo hacerse, así como viene. Te pido disculpas, no sé bien por qué.

¨

Canto, sonrío otra vez sin estrías, vivo, siento mis pies, eso es lo importante, cada tanto sentir que los pies tienen una tierra donde pisar, una baldosa donde hacer casa, donde ser nativos, sí importa dónde, siento como la sangre turbia corre por las venas como rutas sin banquinas para aferrarse, para estacionar, siento el vértigo correr y carcomer los huesos de a poco, el diario de mis huesos, no importa, reescribo ese vértigo, lo espero en el vórtice, en el agujero negro, no, no espero a nada, a nadie.

Sigo, paso de largo, como una sombra.

Las cosas hablan pero nadie las quiere escuchar.

Sergio Renzi nació en Buenos Aires en 1982 y ha publicado dos libros de relatos: Todo se escurre(Gel,2oo5) y Un lugar para mi máscara( Gel, 2007). Los poemas publicados pertenecen a Paisajes del vivero- Nuevo Hacer, Grupo Editor Latinoamericano, octubre de 2010.

En estos paisajes nos encontramos con una poesía árida pero musical, menos preocupada porque la tierra sea baldía o fecunda sino porque esté sembrada de palabras que llaman a combates insípidos: "caminar coger comer", las cosas más simples se vuelven crudas- palabra que no es ajena a la crueldad, crudelis- que en su rumor hasta las heladeras parecen criaturas con vida. Lo real aparece programado por devotos que quieren padecerlo pero creen ser nuestros hermanos y quieren invitarnos o empujarnos a un tren fantasma en el cielo para que lo hagamos con resto. Pero es una, otra, zanja, "no es amor, hermanito". No sabemos si son vivos o muertos vivientes, sólo que quieren concentrar, jibarizar la vida a su programa.

Sergio Renzi invita a meter los pies en el barro, no porque esto nos entregue en bandeja la realidad como los que poniendo las patas en la fuente confunden el ruido del mar ahogándose en las multitudes y el sentimiento oceánico sino para empezar oír, dejar de escuchar el canto de las sirenas cada día más cambiantes y bacanas para descifrar su silencio sobre el que todavía reinan regulando las mismas pausas, la escanción y la métrica, igualando la respiración entre la vida y la muerte. No ceder ahí es una cuestión decisiva, poética y sexual si las hay. LT.





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