Podrá parecer original que un filósofo haya escrito tanto, y en disciplinas tan diversas: teatro, novela, cuentos, artículos, ensayos, algo de filosofía y hasta letras de canciones, aunque si se mira bien no llegó nunca a ser Joyce, Ionesco o Kierkegaard, no fue nunca “el mejor”. Pero con el paso del tiempo, lo que resulta más evidente es el apabullante conformismo político de Jean-Paul Sartre. No empezó así: Sartre fue un estudiante díscolo y un profesor bohemio. Le interesaba poco la política y no votaba. En 1933 está en Berlín y ni se entera de que existe un tal Hitler, mientras estudia a Husserl. Aunque desde el punto de vista literario sus primeros libros son los más interesantes, tratándose del “político” dejaré de lado los años de La náusea, indicando solamente que Sartre, prisionero de guerra en 1940, como la mayoría del ejército francés, escribió una obra de teatro antisemita, Bariona, y, liberado antes que sus compañeros, desarrolló sin problemas con la censura una gran actividad intelectual durante la ocupación nazi de Francia. Sin ser “colaboracionista”, su amistad con estos le permitió encontrar un empleo para Simone de Beauvoir, expulsada de la enseñanza por “perversión sexual” con sus alumnas, y nada menos que en Radio París, totalmente filonazi. Pero el fenómeno Sartre estalla con la Liberación, por los años 44-45, y eso en dos terrenos diferentes y hasta opuestos. La prensa popular le convirtió de la noche a la mañana en “Papa de los existencialistas”, con la fama de una estrella del rock, pero esos “existencialistas” no eran ni sus discípulos ni sus lectores, sino los protagonistas de esa peculiar movida de Saint-Germain-des-Près, que nada tenían que ver con Heidegger. El otro aspecto de su fama, más discreto y tradicional, es el del intelectual comprometido, fundador de “Les Temps Modernes” y autor de El existencialismo es un humanismo (de izquierdas). El primer comité director de la revista es Sartre, M. Merleau-Ponty y Raymond Aron. Por curioso que pueda resultar hoy, el “comisario político” era Merleau-Ponty, el más filocomunista, y por eso no está Albert Camus, ya que los dos habían disputado violentamente en torno a Artur Koestler y otras cuestiones políticas. Por semejantes motivos Aron hará rápidamente mutis por el foro. Sartre es diferente, le interesan más las ideas que los partidos y las elecciones. Pese a ser violentamente criticado por los comunistas, e insultado por los soviéticos, Sartre mantiene una postura ambigua: no se puede ser comunista, porque no entienden nada a la cultura, ni a la filosofía, pero no se puede ser anticomunista porque es la antesala del fascismo. Sigue desinteresándose de la actividad política hasta 1950, cuando de pronto todo cambia y se convierte en prohombre del “movimiento de la paz” soviético. ¿Qué ocurre en 1950? Comienza la guerra de Corea y nuestro filósofo considera que ha comenzado la III Guerra Mundial, la definitiva, entre socialismo y capitalismo, la URSS y EE.UU:, ya no se puede permanecer neutro, y él elige el campo de “los buenos”, la URSS.Al mismo tiempo, Merleau-Ponty, quien en Humanismo y terror justificaba el terror soviético en nombre de la Revolución, se convence, gracias a David Roussoet, de la existencia del Gulag y de la mentira comunista, que hizo suya, también en relación con la guerra de Corea: no son los imperialistas yanquis y los fascistas surcoreanos los que han agredido a la pacífica Corea del Norte, sino todo lo contrario, y abandona “Les Temps Modernes” y rompe con Sartre. éste escribe “Los comunistas y la paz”, himno a la URSS y al PCF, que hubiera podido publicar en “LHumanité”, pero que publica en su revista. No vale la pena comentar la abundante prosa del neófito compañero de viaje; sí, en cambio, su sorpresa al constatar la potencia propagandística del aparato comunista que le hacen famoso en el mundo entero, infinitamente más que su prestigio existencialista en los recintos universitarios.Sigue escribiendo otras cosas, teatro, y Crítica de la razón dialéctica, poco convincente intento por conciliar existencialismo y marxismo. Se ha dicho que rompió con la URSS a raíz de la bestial intervención militar soviética contra Hungría en 1956. No es cierto. Se sorprende y alarma ante esa guerra “fratricida”, pero no reniega en absoluto de la URSS. Condena el XX Congreso del PCUS y la denuncia por Jruschov del “culto a la personalidad de Stalin”, defiende en Francia la unión PCF/ PS, exalta a Fidel Castro, la “heroica lucha del pueblo vietnamita”, el FLN en la Guerra de Argelia y si, en 1964, rehusa el premio Nobel es porque lo considera antisoviético. También es cierto que, siguiendo los soplos de la moda progresista intelectual, Sartre radicaliza su discurso y abandona la literatura. Pueden señalarse como jalones de esa evolución la guerra de Argelia, durante la cual, pese a una exquisita prudencia personal, defiende el FLN y su terrorismo, como Mayo del 68, y su conversión al peculiar maoísmo parisién, cuando por primera vez en su vida, y a los 60 años cumplidos, se convierte en militante, arranca su traje/chaqueta/corbata para disfrazarse con un chaleco de jubilado arrabalero, vocear la prensa maoísta por las calles y hacer el ridículo. Si esto puede resultar divertido -o enternecedor-, lo que escribe en su última etapa no lo es. Llega a tales extremos que para él todo terrorista es revolucionario, y todo revolucionario debe ejercer el terror, para conquistar o guardar el poder. Exalta el terrorismo palestino, los Black Panters, ETA. Y eso hasta que, enfermo, cansado, abandonado por los suyos, particularmente por su ama de llaves, Simone de Beauvoir, semiciego, escucha lo que le lee la discreta Arlette Elkaïm, conversa sobre metafísica con Benny Levy (ex maoísta) y sobre mujeres con Françoise Sagan. Su entierro fue multitudinario pero ¿a quién enterraron? Aron y SartreQue se haya celebrado en Francia a bombo y platillo el centenario de Jean-Paul Sartre, y apenas recordado el de Raymond Aron refleja la decadencia francesa. Nacidos en 1905, íntimos amigos durante sus estudios, la política los separa después de la II Guerra Mundial. Sartre, más sectario que Aron, no cesará de insultar a su ex petit camarade, mientras que éste contempla con tristeza sus delirios totalitarios. Aron denuncia el nazismo (Sartre, no); Aron denuncia el totalitarismo comunista (Sartre, al revés), defiende la Alianza Atlántica, critica el marxismo, defiende el capitalismo, y se muestra firme partidario de la siempre enterrada y siempre renaciente democracia burguesa, parlamentaria y liberal. Aron tenía razón, sin que eso signifique el fin de la Historia, y aún menos del terrorismo. Como Molière escribía que Monsieur Jourdain hablaba en prosa, sin saberlo, muchos son hoy “aronianos” incluso cuando llevan flores a la tumba de Sartre. C. S. M.
16/6/2005
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