Jean Claude Milner, La arrogancia del presente
Néstor Kirchner hoy no sería El, podría estar vivo si quienes lo rodeaban hubieran tenido en cuenta a políticos y medios opositores que le recordaban que el principio de realidad no existiría sin lo real de la muerte. No sé si hubiera ido de candidato pero es seguro que Boudou, a quien nunca le tuvo simpatía, no estaría de vice: lo hubiera fulminado por no haber arreglado nada entre tantos viajes con los acreedores del exterior e incluso roto la guitarra. El kirchnerismo se funda como estructura de discurso en el porvenir de una negación, está atrapado en esa circularidad que gira sobre su propio eje en función de acumular poder y para lo cual cualquier recurso es válido.
Entre todos los discursos que escuché- haciendo zapping por la tele- celebratorios o tímidamente críticos a un año de su muerte no hubo uno sólo que recordara el acelerado proceso que lo derrumbó: me refiero al paro con el cual comenzó la crisis y su crónica posterior en septiembre del año pasado donde sufrió un preinfarto, con el antecedente de que ya había sido operado en febrero de una obstrucción en la arteria carótida desoyendo los primeros consejos de reposo absoluto y sobre lo inconveniente de tener estrés, diagnóstico se siempre se repite a lo largo de sus visitas clínicas y partes de médicos personales que no se conocen ya que su historia fue tratada como secreto de Estado.
Ahora no tengo materiales en mano, escribo sobre el pucho, pero me acuerdo bien de que todos los diarios de lo que el oficialismo llama “la corpo”- aunque actualmente sea superada por los medios K- abundaron en trabajos técnicos de médicos especializados que advertían sobre la gravedad de la situación, Nelson Castro entre ellos. Hay un extenso número de la revista Noticias de septiembre, contemporáneo a los sucesos que parece un tratado de medicina cardiovascular al respecto.
Además de las advertencias de los opositores políticos, estaban las hipótesis de los facultativos que advertían que era peligroso para el estado en que se encontraba su salida al ruedo ni bien concluida la operación. Aunque eran trabajos técnicos sin intención política como se publicaban en medios considerados enemigos, fueron desechadas: se trataba ni más ni menos de una conspiración.
Kirchner tuvo su responsabilidad: saltó como un acróbata a un acto partidario del Luna Park como para pararse hacer equilibrio sobre una cuerda floja. Tomó el infarto como si fuera un medio opositor que le había dado una mala “información”, adversa o crítica: lo era, pero esta vez la noticia no venía de Magnetto ni el anuncio de catástrofe de Carrió sino de su corazón. Todo el mundo que lo rodeaba desechó los informes de la ciencia y en vez de desconectarse de la política como hizo Chávez que se fue de su país redobló la apuesta, esta vez contra de propio corazón.
Sus sabuesos le habían informado, un día antes de su internación, de un encuentro de Scioli y Duhalde. Para colmo, Scioli en el acto público del mismo día se salió de su papel de funebrero con esa todavía misteriosa frase de que “tenía las manos atadas” para combatir el delito que lo hizo humillarlo ante el público, enardecido de ira.
El coro de los aduladores le dio manija. El que llevó al extremo la fuerza de la negación, siempre dando una vuelta más a lo que la corona le pide, fue Héctor Timerman que consideró que el caso- textual- “fue menos grave que sacarse una muela”.
Resulta curioso, pero fueron lo medios opositores los que se tomaron en serio su estado de salud, quisieron, voluntariamente o no, salvar su vida. Fueron sus interesados y oportunistas fans los que lo empujaron a la muerte. Kirchner devolvió esas gentilezas. Vendió cara su partida fragmentando una oposición concentrada en su figura. Aparecieron actitudes mezquinas, ambiciones personales, y los medios oficalistas se hicieron una fiesta. Se podría decir que la derrotó con su muerte como un patagónico campeador y le dejó como ofrenda la reeleción a su dama.
El kirchnerismo naturalizó la mentira como política de estado, ha sido la apoteosis de la mercancía espectáculo. La función debía continuar y su hacedor fue víctima de su propia lógica, sembrada de hechizos. Lo sucedió un fetichismo en alza con Cristina vestida de negro, hablando de El en una pausa tipo Andrea del Boca, en ensayada contrición y eso conmovió a las masas.
Para entonces el kirchnersimo ya funcionaba en el discurso del mito, construido sobre el porvenir de la negación de cuanto le sea obstáculo. La dificultad era que entonces los creyentes disminuían. La posibilidad de perder las elecciones significaba ir a los tribunales para responder por su enriquecimiento descomunal, los fondos desaparecidos de Santa Cruz, etc. Todos estos hechos pudieron coincidir en el “evento” que para algunos cardiólogos desencadena el ataque mortal. Es como si hubiera programado su propia muerte para dar crédito a la mitología que se estaba fraguando. Al otro día no hubo ni por asomo autocrítica sino su ascensión a mito, su muerte se transformó en otro recurso para acumular poder mejor que la compra de voluntades que practicó como estilo político, la nueva subida de la santa soja y la masiva voluntad de creer hicieron todo lo demás a través de las puestas en escena de Cristina que en vez se apartarse fuera del discurso de lo sagrado tiende a ser de él su último reducto. Y lo sagrado siempre es fusional, supone violencia porque toda diferencia es herética.Tampoco es considerada- y contribuye a ello- una empleada pública sino una Matriarca que tiene un falo que puede engendrar desde la nada los choriplanes.
Néstor Kirchner fue el político que gobernó la Argentina como su provincia, la feudalizó dando a creer de que se trataba de una transformación condenarlo al un clientelismo del que será muy difícil salir porque se ha vuelto una forma de vida. A que una madre tenga un séptimo hijo para que se le financie a perpetuidad los otros seis, a que se le quite a A para darle a B y así sucesivamente produciendo una nivelación hacia abajo que degrada al que recibe y permite la corrupción del que da.
No son pocos lo que ven una continuidad entre el menemismo y el kirchnerismo que se han fusionado definitivamente. Son lo mismos personajes, pero hay un salto cualitativo. No sólo porque la corrupción del menemismo parece primaria ante el despliegue de los empresarios K de tipo de Lázaro Báez y Cristobal López sino porque se apunta directamente al sujeto: la voluntad de creer y la voluntad de ignorar confluyen para hacer de la servidumbre voluntaria una forma de vida, el culto de una cultura. Más que una causa de sí mismo es el efecto de una casta política delictiva asociada desde los setenta a la burguesía prebendaria- la patria contratista, financiera y sindical- condenada históricamente y que a través de uno de los suyos se convirtió en "socialista". Lo que en el menemismo causaba indignación es tolerado, festejado y encubierto por el fans K que se sostiene contra viento y marea en el derecho de mentirse a sí mismo.
Estaba “muerto” en vida como ahora “vive” cuando está muerto y la mejor prueba de ese fetichismo es el faraónico monumento que se está construyendo en Rio Gallegos ante el cual quedan opacados no sólo nuestros próceres sino Churchill, Kennedy, Teresa de Calcuta, lo que usted quiera, y sólo puede competir con Stalin, Keops o Tutankamon.
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