jueves, 29 de diciembre de 2011

Estela y los entenados. Digresiones Por Luis Thonis.




Aquí no voy a hacer referencia al caso diario Clarín, que fue decisivo en la hechura del llamado relato K, no me refiero al giro posterior a 2007 donde por las tapas del paro del campo se convirtió en el enemigo princial del gobierno sino a los tiempos donde el suplemento Zona celebraba esperanzado el eje jurásico latinoamericano liderado por Fidel Castro y Chávez, donde Felipe Pigna llamaba "prócer" a Duhalde- con entusiasmo de gran parte de la izquierda- mientras este expropiaba los ahorros de trabajadores y jubilados para salvar a sus amigos empresarios. Me refiero sólo a dos seres dos seres humanos.


En un tris Estela de Carlotto dijo que el caso Noble Herrera “quedó resuelto por la ley”. Sus hijos adoptivos no eran los que buscaban las Abuelas.


Tanta verborragia y tanta cólera- ¡devuelvan a los nietos!, pero sobre todo persecuciones, intimidaciones y arbitrariedades donde de entrada se desestimó el principio de inocencia cerraron una historia que tuvo la forma de un drama policial y familiar y ni siquiera tuvo el final de un mediocre culebrón. ¿Colorín colorado?.


Nada de eso: Carlotto no sólo no pidió disculpas por la producción de lo falso por lo falso que generó cientos de historias sino que lamentó que no fueran hijos de desaparecidos para que recibieran “amor”, un modo de desear indirectamente que sus padres fueran asesinados para sumarlos a los nietos recuperados.


Este tipo de amor recuerda al de Don Juan que quiere sumar no importa qué mujeres a su lista para batir sus propias cifras aunque creo que a ella le interesaba mucho más el caso Clarín que los dos jóvenes que no eran sino un medio para abrirle proceso a la directora.


Pensar el amor en términos biológicos, considerar imposible que un hijo adoptivo pueda querer más a quien lo adoptó que a tal o cual abuela, además de ignorar que la función paterna siempre es ficticia supone un biologismo afín al pensamiento nazi.


Todas las voces daban por hecho que la directora del diario tenía secuestrados a los jóvenes para mejor victimizarlos: sus palabras no contaban, todo lo que decían era fruto de un lavado de cerebro, aunque eran ellos los que lo hacían a toda la sociedad.
¿Cómo el mismo gobierno que juzgó y puso presos a criminales como Benjamin Menéndez y Astiz entre otros fue cómplice del sindicalismo que asesinó a Mariano Ferreyra y no afectó a sus estructuras y es el mismo que propone la ley antiterrorista? Por el mismo objetivo de acumular poder, haciendo uso político de los derechos humanos o violándolos.

Carlotto ya no tiene nada que ver con los derechos humanos- salvo que no sean universales sino tuertos- y lo evidenció cuando Castro le permitió venir a la argentina a la médica Hilda Molina que esbozó una tímida crítica al régimen: en vez de enterarse de los desaparecidos, asesinados y torturados por el régimen, de los operativos que hace la Seguridad del Estado según Vaclav Havel para encarcelar a inocentes y sembrar el terror, le pidió que se calle la boca e hizo apología de una Revolución que ha sido el flagelo del pueblo cubano que vive encerrado en un gran campo de concentración. No olvidemos que Fidel Castro declaró que el cerebro de la médica le pertenece, a él o al Estado, son lo mismo. Carlotto actuó como una funcionaria de una dictadura que a toda costa niega rabiosamente sus crímenes.

Carlotto dilapidó el prestigio bien ganado en su lucha contra los crímenes de la dictadura. El “amor” al poder fue más fuerte. Y no a cualquier poder: el caso Herrera Noble revela que su ideal hubiera sido el de poseer el ADN de los jóvenes- lo único que faltó es que se lo inyectaran- como Fidel Castro “posee” el cerebro de Hilda Molina.


La resolución del caso, el reconocimiento a medias tintas de Carlotto, informan que todavía falta para un tipo de régimen así, todavía hay límites en la Argentina, no somos aun Argenzuela. Por ahora tendrá que conformarse con un gobierno que con su adhesión incondicional trató a Schoklender como a un príncipe, a Julio Grondona como un patriarca nacional y popular y a los hijos de Noble como reos y entenados, con ese ese terror jugoso que le corría a ella en los labios y a periodistas oficiales cuando hablaban del caso y por la virulencia con que procedieron ciertos jueces.




















Cuando dos piensan lo mismo siempre uno piensa por el otro. Esa es la norma, lo habitual, no tengo nada en contra porque siempre hay alguien que dirá las cosas mejor que otro. Los argentinos quieren en conjunto pensar lo mismo que todos como si hubiera un conjunto de todos los conjuntos, una x donde creen ser “ellos mismos”. De modo que cada uno queda reducido a lo que es y a empezar de nuevo en una circularidad interminable en donde cada uno cree ser un ser de excepción aunque cada vez más queda reducido a lo que es. De ahí el desprecio de la mayoría de nuestros intelectuales por los demócratas medios y la pasión por los dictadores iluminados y la preferencia por la oratoria histérica a la retórica republicana.




La oratoria es una técnica de persuación que apunta a una segunda persona, el Pueblo, todos y a orientar y modificar sus emociones. El talento del orador se basa no en la capacidad intelectual sino en responder a una demanda de la multitud. Hitler en cuanto a resultados fue sin duda el mejor orador del siglo XX: no alucinó a una masa de ignorantes sino al pueblo más culto- pero resentido- de Europa que demandaba que alguien le dijera que no era él responsable de sus fracasos. Cuando la demanda de una mutitud resentida encuentra un orador que se hace eco de ella, la justifica y la aumenta, los efectos políticos suelen ser nefastos.




La retórica, en cambio, supone argumentación, no tiene un referente fijo, sino plural, como sucede en el debate parlamentario donde lo verosímil no excluye la verdad en el juego de las figuras. Ernesto Sanz, por ejemplo, hacía un buen uso, seductor, de la retórica republicana pero los radicales lo botaron por Ricardo Alfonsín que pretendía sostenerse más en el traje del padre que en un juego de figuras. Alfonsín padre fue el gran orador de la democracia, pero tampoco escapó a la tentación de un tercer movimiento histórico. Kirchner fue sin duda un notable orador: redimió a toda la clase política de los noventa como si él no tuviera nada que ver con ella, como si no fuera representante del PJ menemista en Santa Cruz donde no gobernó de modo distinto a los gobernadores feudales y a su vez se refirió " a las cosas que nos pasaron a los argentinos" como si ninguno hubiera nunca votado a Menem. Su furia de converso contagió a la multitud que al verse absuelta de toda responsabilidad le permitió obrar a gusto.




Carrió no es ni oradora ni retórica sino performativa: dice la verdad descarnada, algo que cae mal a la población porque no la hace cómplice suya como la oratoria, más bien indirectamente le hace pensar que está en convivencia con la Mafia, no le da tregua al anhelo de dormir en paz a la que apunta la demanda de populismo.




El inconveniente que tiene esta forma de hacer política es que cuando cae en una hipérbole fallida que suena a mentira- como cuando comparó a Kirchner con Hitler- derrumba todas las verdades anteriores.
El modelo de la oratoria actual es el de la Elite y el Populacho: que marchen los choriplanes. La clase media es una enemiga potencial porque aun frívola tiene signos de autonomía, participa a su modo en la demanda general de populismo pero no quiere renunciar a ella. Prefiere identificar “izquierda” con el populismo y no, por ejemplo, con el Partido Obrero porque éste tiene posiciones de izquierda y tan reales que la burocracia sindical asesinó a Mariano Ferreyra, hecho que los medios K con técnicas de Mein Kampf atribuyeron a Duhalde.
La clase media prefiere el “como si”, ni una democracia liberal como la de Mujica en Uruguay, por ejemplo, ni una dictadura del proletariado para hablar bien y pronto. Y es en el mundo del “como si” donde desde los setenta gobierna una casta política depredadora cuyos personajes si no son los mismos son intercambiables.



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