Hannah Arendt identificaba la cobardía con la negación a valorar los hechos y los propios actos, la no aceptación de las contradicciones en el propio pensamiento que está en relación con la negativa a informarse, todo lo que permite sacar conclusiones que pueden no agradarnos. Adolf Eichmann, el burócrata nazi encargado de la organización del traslado a los campos, para el cual los judíos eran meras estadísticas y que no era siquiera antisemita, es considerado como la consecuencia de una cultura. Creo que lo suyo excedía la cobardía como concepto aristotélico y se hundía en la más extrema pusilanimidad. Pero tengo por seguro que el nazismo hubiera sido imposible sin estos hombres sin cualidades. Inger Enkvist es una pedadoga francesa, de formación filológica, que vivió en Suecia donde hizo la mayor parte de su obra que revoluciona- la palabra está podrida pero no encuentro otra- la educación contemporánea cuestinando al angelismo- esa afinidad cada vez mayor de la educación con el juego que según Arendt que cada vez exige menos al alumno y conspira contra el principio de autoridad, cuya ausencia da lugar al totalitarismo- y de las formas de constructivismo y multiculturalismo. Defiende un tipo de educación que no ha perdido su conexión con lo antiguo tal como se da en el Reino Unido donde se enseñan las lenguas clásicas y lo antiguo se conguja con lo moderno. También, agrego, ha tenido a bien no participar en las fantasías reguladoras de la Comunidad Antieconómica Europea.
A Eichmann me pareció a haberlo conocido, de hecho lo vi varias veces en mi vida sobre un fondo de estafa masiva: supe de los Eichmann de derecha, que durante la dictadura decían de los que se llevaban entre gallos y medianoche ALGO HABRÁN HECHO, de los Eichmann de izquierda, que no quieren saber nada del comunismo, sistema que asesinó más gente de izquierda que todas las derechas juntas y de lo que no quieren todavía enterarse y también de otros, más democráticos del menemismo, que nadie votó y del kircherismo que mañana nadie habrá votado y que son indiferentes a las flagrantes violaciones a la constitución con el dicho ROBAN PERO HACEN. Eichmann, en fin, es un sujeto inanalizable en términos psicoanalíticos pero demandado por los ideólogos de la servidumbre voluntaria porque la dimensión del Otro está totalmente colonizada y drogada, un ejemplo de los hombres de granito.
Eichmann no sabe que es Eichmann. No puede leerse ni escucharse a sí mismo.
Si el dadaísta Tristán Tzara decía que el único que leyó a Spinoza fue el mismo Spinoza, podría decir que una de las mayores tragedias de nuestro tiempo es que Eichmann no puede leer a Eichmann y la educación contemporánea hace grandes aportes para eso. L. T.
Hannah Arendt (1906-1975) es una pensadora de cultura alemana y origen étnico judío. Estudió latín, griego, teología y, con Jaspers y Heidegger, filosofía. Con la llegada al poder de Hitler tuvo que exiliarse y pasó varios años en Francia; logró salir de Europa en el último momento y fue recibida en los Estados Unidos, donde desarrollaría una intensiva actividad intelectual. En el plano personal, tuvo una relación con el propio Heidegger, estuvo casada brevemente con Günther Stern y después, en el exilio en París, encontró al que sería su compañero y marido para el resto de su vida, Heinrich Blücher, un refugiado como ella, un ex comunista que ni siquiera se había sacado el bachillerato pero que resultó un magnífico interlocutor para los temas políticos. No era de origen judío.
Hannah Arendt se interesa sobre todo por la teoría de la política, pero ya que sus escritos tratan de qué es ser humano, cómo funciona la convivencia social y qué es carácterístico de la vida intelectual, en realidad se puede sacar de sus escritos una filosofía de la educación. Arendt no se preocupa por mantenerse dentro de tal o cual campo disciplinar porque su meta es comprender el mundo valiéndose de su propia mente. La palabra alemana que usa es Selbstdenken, el pensar por sí mismo, una expresión tomada de Lessing. En lo propiamente filosófico, Arendt cita en particular el pensamiento de Sócrates y Kant. Quiere mejorar el pensamiento más que enseñar talo o cual contenido. El punto de partida de una reflexión suele ser algún dato histórico y el resultado se caracteriza por la imparcialidad.
Arendt escribe dentro de la tradición occidental, y nada parecerle serle ajeno: la filosofía, la religión, la historia, la literatura, la etimología y en particular todo lo relacionado con la Antigüedad. También reflexiona sobre las revoluciones americana y francesa, el antisemitismo, el imperialismo, el nazismo y el comunismo soviético. Además, escribe una gran cantidad de artículos que comentan hechos políticos de relevancia, como la creación del Estado de Israel, el juicio a Eichmann, el mayo del 68 o la política norteamericana durante la guerra del Vietnam. Elaborará una antropología en La condición humana (1958).
"La crisis en la educación"
"La crisis en la educación" es un ensayo de unas 20 páginas publicado en Entre el pasado y el futuro (1954), y constituye el único escrito de Arendt dedicado exclusivamente a la educación. A los quince años de estar en los EEUU, y sin ser experta en la materia, Arendt ve claramente por qué se ha producido una crisis en la educación norteamericana:
La influencia de la psicología y del pragmatismo ha dado origen a la idea de que es posible aprender a enseñar sin hacer referencia a lo que se enseña. Por eso, la formación de los futuros profesores subestima la necesaria preparación académica del profesor. Así, el profesor es despojado de la autoridad natural de quien tiene conocimientos, porque no los tiene.
Se pretende que los niños pueden ser autónomos de los adultos. Se trataría de liberarlos como antes se había liberado a los obreros y a las mujeres. Esto es un error, sostiene Arendt, porque no están siendo oprimidos cuando se les educa, sino que están aprendiendo lo que necesitarán pronto, en su vida de adultos. Además, cuando la autoridad del profesor desaparece, la autoridad se desplaza, por lo común en beneficio del alumno con más voluntad de ejercer el poder sobre sus compañeros.
Una nueva teoría sobre el aprendizaje dice que sólo puedes aprender lo que has, de algún modo, manipulado tú mismo. El aprendizaje, que en principio cae en el terreno de lo teórico, ha pasado a ser algo práctico. Y como lo inmediatamente constatable es que lo que los niños hacen mejor es jugar, la conclusión es que deben aprender jugando, con lo que desaparece la línea divisoria entre el esfuerzo, el trabajo y el juego.
Todo esto lleva a una práctica que no funciona, porque el mundo en que nacen los niños es viejo, sobre todo si se le compara con los propios niños. Éstos, cuando aprenden, necesariamente aprenden cosas que ya existen. No pueden tener ningún conocimiento sobre el mundo previo a su nacimiento, por lo que han de aprender de otros. La educación significa, necesariamente, la conservación de lo elaborado. Los niños necesitan estos conocimientos, ya que su tarea, forzosamente, será de la renovar el mundo manteniéndolo, adaptándolo y mejorándolo. En otras palabras, la conservación, la tradición y la autoridad dentro de la educación no tienen nada que ver con el conservadurismo político, y todo con el bienestar y la futura libertad y capacidad de actuar de los niños.
El sueño americano, para los inmigrantes del mundo entero, está íntimamente ligado a la idea de igualdad. Las ideas descritas arriba parecen colocar a todos en el mismo nivel. Sin embargo, en un país de inmigración, la escuela sirve también para mostrar a los niños inmigrados cómo funciona el nuevo país, y una pedagogía que no enseña cómo es el mundo no puede cumplir esa labor.
Arendt nos recuerda en La condición humana que los griegos solían referirse a los niños como "los nuevos". Y como lo son, necesitan ser guiados y ayudados. Compete a los adultos que los han traído al mundo orientarlos... y preparar al mundo para recibirlos. Según esta perspectiva, tener hijos es tener una responsabilidad tanto para con los niños como para con el mundo.
Los niños quedan insertos desde que nacen en una cultura preexistente y, por tanto, que no pueden elegir. La familia ha de adentrarlos en ese ambiente; de lo contrario quedarán a la deriva, sin anclaje. Sin embargo, dotados de una base sólida, serán después perfectamente capaces de aprender y apreciar otras culturas. En realidad, aprender otras maneras de pensar es característico de un ser humano desarrollado.
Por otro lado, lo humano está en constante renovación. No sólo estamos en el mundo, sino que somos el mundo; y con cada nuevo ser humano, el mundo cambia, constata Arendt en El concepto de amor de San Agustín (1929). Además, todos nosotros tenemos la capacidad de tomar iniciativas. Y, porque la vida es imprevisible, es importante el empleo de la promesa y el perdón. La promesa convierte el mundo en un lugar algo más previsible, y el perdón nos permite convivir luego de que se haya cometido una infracción. Las instituciones sociales como el matrimonio, la familia y la escuela funcionan sobre la base de las promesas, no todas explícitas, a resultas de lo cual dotamos de cierta estabilidad a la vida, tan sometida al cambio. En el mundo escolar, todo esto se puede traducir en la aceptación de ciertas reglas de conducta, así como en la posibilidad de redimir una conducta negativa y recuperar un examen suspendido.
Según Arendt, hay que transmitir a los nuevos el amor por el mundo. Sin sentir amor por el mundo, los hombres podrían destruirlo. Esta observación es especialmente importante si se piensa en la exigencia actual de que se enseñe a los alumnos a ser críticos. Arendt sostiene que el joven debe aprender a amar el mundo, para que, después, cuando sea adulto, lo critique con vistas a su mejora. Primero hay que dar tiempo a los nuevos a instalarse en el mundo; ya les pediremos después su colaboración.
En otras palabras, Arendt rechaza la politización de la enseñanza a pesar de que la política constituye el centro de su pensamiento. Arendt subraya que los hombres conformamos una pluralidad, y somos a la vez distintos e iguales. Somos iguales porque todos tenemos libertad de cambiar el mundo; y somos iguales porque hemos decidido serlo, a pesar de ser distintos. Para Arendt, la política es lo que permite esa convivencia de individuos iguales pero diferentes y libres.
Echando mano de la Grecia antigua, Arendt dice en La condición humana que para que funcione la vida en común tiene que haber límites. Para los griegos, la política tenía que ver con la ciudad, la polis; fuera de la polis, el ciudadano no tenía asegurado derecho alguno. La ley era lo que mantenía unidas a las personas que formaban parte de la polis. Infringir la ley era colocarse fuera de la polis, de ahí que la expulsión de la misma fuera un castigo apropiado. El que infringe la ley ha elegido dejar la comunidad. Los romanos concebían el Estado como un acuerdo legal entre los ciudadanos, y el que no honraba un contrato se colocaba fuera de la comunidad de las gentes honradas. Arendt no omite el hecho de que sólo los hombres libres eran considerados ciudadanos.
Esto nos lleva al gran problema de la sociedad moderna, que no es tanto combinar la igualdad con la libertad como combinar aquélla con la autoridad. En Sobre la revolución (1963), Arendt subraya que el profesor es el representante de una institución. Si el alumno acude a dicha institución para que le enseñen los fundamentos de la cultura, el hecho de que el profesor le exija cierto orden y esfuerzo no constituye una imposición o un ejercicio de autoritarismo. Ahora bien, el profesor puede perder la autoridad que le confiere el cargo de dos maneras: empleando la violencia o negociando con los alumnos. Arendt cree que el profesor no debe negociar para no colocarse en el mismo nivel que sus alumnos, a los que debe educar.
En Sobre la violencia (1969),Arendt analiza el estudiantil y otros movimientos de protesta entonces de actualidad. Destaca que la burocracia es el ejercicio del poder por parte de nadie, y que por ello puede generar violencia: por ejemplo, los estudiantes del 68 no tenían con quién discutir. Esta constatación se podría interpretar como una llamada a la conformación de unidades escolares no muy grandes, en las que todos se conozcan. Así, la responsabilidad se puede exigir y ejercer.
En conexión con las reivindicaciones a veces poco inteligentes de diferentes grupos de protesta, Arendt denuncia la curiosa pasividad de la mayoría, que se niega a ejercer el poder que tiene como tal y adopta el papel de observador, de modo que la mayoría pasiva se convierte en aliada de las minorías violentas. Comenta que ésa fue la manera en que llegó Hitler al poder.
Pensar por sí mismo
En los textos sobre Kant y en el primer volumen de La vida del espíritu (1978) Arendt desarrolla sus ideas sobre lo que significa pensar. Estructura sus ideas en torno a las que encuentra en Kant y se detiene en el pensar por sí mismo, el colocarse en el lugar del otro y el estar de acuerdo con uno mismo.
Arendt considera fundamental, en el ejercicio de la facultad de pensar, la interrelación entre la percepción y la facultad de crear esquemas o imágenes. Nuestras facultades mentales nos permiten crear imágenes y comprender lo que algo sea. Lo que inicia el proceso de pensamiento es la vida misma, la experiencia y la observación, y es fundamental adecuar lo que se dice con lo que se observa. Arendt subraya la importancia de pensar por sí mismo para entender el mundo. La narración y la valoración son pilares en este pensar por sí mismo.
En cuanto al ponerse en el lugar del otro, nos permite no caer en el egocentrismo. Arendt apunta que Homero cantó tanto al héroe de los griegos como al de los troyanos, es decir, se mostró imparcial, y este dato merece ser destacado y relacionado con el avance griego hacia la filosofía y la ciencia. Arendt habla también de Sócrates y su búsqueda desinteresada de la verdad, y de los denostados sofistas, que a pesar de ser enemigos de Sócrates dejaron un valioso legado: la costumbre de dar vueltas a un argumento para barajar diferentes puntos de vista. Arendt considera que estas posturas son auténticas virtudes en política. Tanto Kant como Arendt se interesan por el pensamiento como actividad pública, como la costumbre de dar cuenta de actos y argumentos, por ejemplo, en un contexto político.
Turno ahora para la no aceptación de contradicciones en el propio pensamiento, que guarda relación con la aceptación de informarse, valorar los hechos y sacar las conclusiones correctas, por mucho que no nos agraden. Arendt se interesa por la facultad de juicio, y sostiene que se aprende a usarla más con la práctica que mediante la enseñanza.
Arendt distingue entre el saber y el pensar. Su interés se centra en éste, que a su vez presupone a aquél. Asimismo, se concentra en la comprensión. Cree que la vida es comprensión, y que para llegar a ella es importante valorar. Considera que el negarse a valorar es un defecto importante, una cobardía. En la vida diaria, todos tenemos que valorar lo que sucede a nuestro alrededor, así que es posible valorar. Además, si no fuéramos capaces de discernir el bien del mal, nuestro sistema jurídico sería impensable, porque presupone dicha distinción.
Llegados a este punto, podemos sacar algunas conclusiones para la educación según el pensamiento de Arendt. Arendt pone el énfasis en los conocimientos históricos, literarios, lingüísticos, en una palabra, humanísticos; pero no como simple acumulación de datos, sino como generadores de comprensión y valoración de lo que supone ser humano. Cita una y otra vez las palabras de William Faulkner de que el pasado no está muerto y ni siquiera es pasado; también las de René Char: la cultura nos es legada sin testamento previo. Lo histórico es la base de la condición humana.
Se puede encontrar una reflexión concreta sobre el modo de operar del pensamiento en la propia obra de Arendt. Cuando, en 1961, Eichmann fue capturado en Argentina y llevado a Israel, Arendt pidió a la revista New Yorker que la mandara a Jerusalén para dar cuenta del juicio al que sería sometido. Eichmann en Jerusalén salió en 1963 con el subtítulo "La banalidad del mal", que generó no poca controversia. En ese libro, Arendt viene a ser un ejemplo de alguien que se informa y que elabora conceptos; que se coloca en el lugar del otro; y que no acepta la contradicción. Eichmann es un ejemplo de lo contrario.
Quizá lo más interesante es lo que dice Arendt de Eichmann como persona. Lo tiene por un hombre en todo mediocre. Un hombre no muy alto, pálido y sin rasgos distintivos, que habla con cierto tonito y se expresa a través de clichés. No parece sentir las cosas profundamente, tampoco sabe expresar su pensamiento de manera matizada, sino que recurre a frases hechas, aprendidas durante su juventud o tomadas de los periódicos. No da la impresión de ser una persona con una verdadera vida interior. Vive según reglas que no ha examinado, y parece que podría vivir igual sometido a otras, pues las opiniones aceptadas en su sociedad funcionan como una pantalla entre su conciencia y la realidad. No compara lo que se dice con lo que sucede. Si hubiera vivido en un Estado no criminal, es posible que no hubiera tenido un comportamiento criminal. Eichmann cumplió las leyes según su propia manera de ver porque consideraba que las palabras de Hitler tenían rango de ley, lo cual por otro lado era cierto. Rechaza toda valoración propia de los hechos.
Arendt concluye que Eichmann no sabe pensar y que se niega a valorar. No es tonto porque, evidentemente, sabe realizar las tareas diarias, pero no sabe verse a sí mismo desde fuera. El ejemplo más impresionante es que el policía israelí que conduce el interrogatorio previo al juicio intenta sonsacarle si se arrepiente pero no da con indicio alguno en tal sentido. Todo lo contrario: Eichmann considera que ha cumplido con las tareas que le han sido asignadas. Se jacta de los contactos que ha tenido con oficiales importantes. Lo que le corroe es que considera que tenía méritos para ascensos que no llegaron. O sea, que los propios oficiales nazis lo consideraron un mediocre. Todo esto lleva a que Arendt considere que Eichmann, más que profundamente malvado, es un ser muy limitado que no ha desarrollado su humanidad. No ha aprendido a ponerse en el lugar del otro. No entiende lo que pueda pensar el policía israelí que le está escuchando, o quizá le da lo mismo. Padece una suerte de autismo social. Eichmann no leía más que los periódicos y los documentos que tenía que leer en su trabajo. Así que tampoco por la vía de la literatura llegó a ver el mundo desde otras perspectivas.
Lo real y lo verdadero
En las dictaduras, los consejeros del dictador no se atreven a contarle los datos negativos. Así, el dictador puede resultar el último en enterarse de ciertas cosas. En los estados totalitarios, la mentira está ligada a la violencia, porque la única manera de hacer coincidir la mentira con la realidad es cambiar la realidad a través de la destrucción. Pero también existen mentiras en los Estados democráticos. En The crisis of the republic (1972), Arendt publica un artículo sobre los Papeles del Pentágono. El secretario de Defensa, Robert McNamara, pidió en 1967 a destacados expertos civiles y militares que analizaran por qué se habían cometido tantos errores en la guerra del Vietnam. El informe llegó a la opinión pública por varios artículos publicados en el New York Times en 1971. Para Arendt, los Papeles del Pentágono llegaron a ser una ocasión para reflexionar sobre el concepto de verdad, es decir, sobre la relación entre los datos y lo que se dice.
Arendt descubre dos nuevas variantes de la mentira. A la primera la llama de relaciones públicas. Los funcionarios del gobierno maquillan los datos no para confundir al enemigo sino para quedar bien ante su propios conciudadanos. Durante la guerra del Vietnam, esto se convirtió en una rutina. Había personas que recogían datos verdaderos, pero no fueron escuchadas. Este tipo de mentira equivale a un autoengaño.
El segundo tipo de mentira fue muy utilizado por los consejeros inteligentes del presidente de los Estados Unidos que trabajaban con teorías o fórmulas. Trataron de ajustar la realidad a sus esquemas previos mediante la manipulación de los datos.
El efecto del empleo de estos dos tipos de mentira fue doblemente negativo para los Estados Unidos, subraya Arendt. Por un lado, los norteamericanos perdieron la fe en su propio gobierno; por otro, los norvietnamitas tomaban buena nota del descenso del apoyo a la guerra entre la población de su enemigo.
Arendt enfatiza el respeto por los datos. Dice en un ensayo que suele entrar a la primera clase del curso diciendo a los alumnos que no van a tener que vérselas con la teoría: quiere que los estudiantes lean documentos y reflexionen. El dar prioridad a una teoría puede llevar a la ideologización de la enseñanza, lo que vale tanto como decir al autoritarismo intelectual. Los textos históricos arrojan datos complejos e imprevisibles como la vida misma, lo cual los convierte en un buen material de estudio.
Para Arendt, el estudio debe centrarse en tratar de comprender lo que sucede en el mundo y, sobre todo, entrenar la facultad de valorar lo que sucede. Rechaza la corriente de pensamiento que dice que no se puede saber si algo es bueno o malo. Ella, como judía alemana, sabe perfectamente que hay cosas buenas y cosas malas. Llama realismo a la actitud respetuosa con la realidad y rechaza el uso de teorías que la deformen.
Palabras finales
No hay diferencia entre teoría y práctica en la obra de Arendt. En sus propios escritos destaca el respeto por los datos y la imparcialidad. Para sólo mencionar algún ejemplo, en Hombres en tiempos de oscuridad describe sin hostilidad la vida y obra de una serie de escritores, la mayoría de cuales son alemanes no judíos. El apartado dedicado al antisemitismo en Los orígenes del totalitarismo no viene a ser una defensa de los judíos, sino una explicación imparcial de su conducta como grupo a través de los tiempos. En Escritos judíos (2007), una antología, impresiona la imparcialidad con la que describe el conflicto entre judíos y árabes en Palestina.
Algunos comentaristas han intentado descalificar a Arendt como científica porque no trabaja con teorías previas y dentro de un campo disciplinar delimitado. Eso es cierto, porque su meta es otra y lo que quiere es fomentar la reflexión y la capacidad de elaborar juicios. Utiliza la historia de manera selectiva pero no caprichosa, y se opone radicalmente a la relativización de la verdad. Posiblemente el aspecto menos bien comprendido de su método de trabajo ha sido la imparcialidad. Las personas comprometidas con cierta línea no quieren creer que otra persona intente ser imparcial.
Resumiendo, ¿cuál es la filosofía de la educación de Arendt?
Los niños necesitan ser enseñados y exigirles esfuerzos y una buena conducta no significa ser autoritario.
Los maestros y profesores necesitan buenos conocimientos para poder enseñar y para cumplir su papel de líderes en la educación.
La escuela constituye una mini sociedad y, como la sociedad de los adultos, tiene sus límites y sus reglas.
La cultura, y en especial las humanidades, son la base de la educación porque nos permiten entender lo que es ser humano.
Para aprender a pensar, es importante aprender a informarse y a formar conceptos, a colocarse en el lugar del otro y a valorar.
El respeto por los datos y por la realidad constituye la base de la vida intelectual y social.
Finalmente, ¿cómo era Hannah Arendt en el trato personal? En su biografía de 1982, Young-Bruehl habla de ella como un genio para la amistad. Hasta el final de su vida quería reunirse con amigos cada noche para conversar. Como conferenciante, tenía una personalidad carismática. Como pensadora, se podría destacar su voluntad y capacidad de colocarse en el lugar del otro. Su amigo Jarret dijo que tenía "un sentido infalible para la calidad y la relevancia (…) un juicio infalible tanto para los asuntos artísticos como para los humanos" (en Young-Bruehl, p. 198).
La educación está muy necesitada de una teoría no psicologizante, y en la obra de Arendt no sólo se puede encontrar una crítica de la pedagogía de hoy, sino una teoría alternativa y unos ejemplos muy claros.
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