Esta reflexión la escribo como una carta tardía a Enrique Linh.
Le cuento- más que respondo- por qué no contesté algunas cartas. La historia tiene que ver. El, en exilio, viajaba por el mundo libre y yo estaba bajo una dictadura. No existía Internet.
No por pedantería sino porque no sabía qué decir.
La mía no era una "situación irregular" sino un no lugar como situación regular. Digo por qué más adelante.
En los setenta captaba lo que pasaba en política y con él estábamos en general de acuerdo- Lihn no era un enemigo de la democracia, entonces depreciada como burguesa por la izquierda- pero en la cultura las cosas me resultaban enredadas, poco comprensibles, especialmente cuando un escritor a partir de que era excomulgado de un grupo o secta se convertía en bestia negra. Pero más me interesaba, mejor dicho, me resultaba repugnante el momento en que eso se colectivizaba. Los casos de Murena y Sánchez eran ejemplares en esto: ¿qué habían hecho?
Bajo una dictadura pasaba que no había política y ésta era sustituida por la política cultural. Hoy la ideología argentina ha sustituido a la política y la cultura es sinonimia de esa ideología que no es sino una pésima literatura.
Caída la dictadura tras la aventura suicida de Malvinas, bajo el gobierno radical, la política volvería con el intento de limitar los sindicatos mafiosos, y el juicio a la Junta militar, que irritaba al peronismo. Afectaba a su lógica fetiche el que alguien metiera una cuña en el evidente pacto sindical- militar, hoy silenciado. Pero la política cultural que venía desde antes se mantendría intacta hasta convertirse en una religión: la ideología argentina que había sido derrotada con Luder en las urnas- que con todo el peronismo, los K incluidos, apoyaba la amnistía para los militares- reaparecía vigente en la escena cultural en una revaluación de sus fetiches. Pero lo más impresionante fue ver que cuando el populismo estaba literalmente muerto, algunos radicales empezaron a extrañarlos, actuar de ellos, incluso superarlos.
Roberto Bolaño se preguntaba en su reflexión sobre la literatura como exilio: “¿Merecimos los chilenos tener a Lihn? Esta es una pregunta inútil que él jamás se hubiera permitido. Yo creo que lo merecimos. No mucho, no tanto, pero lo merecimos”. Sin duda, Chile se merecía algo más que un Neruda, apólogo de Stalin.
Conocí a Enrique Lihn en una librería. Fue un verdadero encuentro por azaroso. Yo escribía en la revista Pluma y Pincel y me había interesado mucho La Orquesta de Cristal, recientemente aparecida. Era chileno, país que admiraba:los chilenos eran los anglosajones de América Latina. Por eso no hay "ideología chilena", hay política o hay literatura. Con Uruguay pasa lo mismo:ahí un ex tupamaro, José Mujica, propone una revolución liberal, que en esta orilla sonaría a derecha o menemismo, mientras volvemos a ganar la Batalla de Obligado.
Hoy el populismo, que se sostiene en el Símbolo y el fetiche, cansado de anunciar un default en Chile que no sucedió, lo odia porque somos la caricatura de sus instituciones. El goce de que el Estado recaude impuestos semejantes a Suecia para enriquecer a una casta de delincuentes y los chicos mueran de desnutrición en Formosa suena "revolucionario".
¿El argumento que lo justifica? Las políticas anteriores al populismo que es inculpatorio en sí mismo: no sólo porque llevan ocho años en el poder sino porque fueron los ases del menemismo en los noventa, de súbito clonados en 2003.
Algo que no hubiera sido posible sin la religión de la ideología argentina.
Nadie suele reparar la trama en que está viviendo, pero la música es Víctor Heredia, el color León Ferrari y la letra la dicta La Campora. Un paisaje irrespirable, incestuoso, sin traducción porque no hay corte, para evocar a Linh.
Rafael Chipollini, que suele evocar a un Leibnitz leído por Wharhol, interviene como un mordaz y lúcido antisociólogo, ha sido uno de los pocos que lo ha advertido: "El realismo es Matrix: un estado de ficción dominante que, antes que nada, da cuenta de nuestra mala conciencia burguesa. Y si el realismo (tal como lo conocimos en su abanico: desde el realismo socialista al surrealismo) será por siempre el Gran Proyecto de la burguesía (una vez más aquí el reino de la Diosa del Progreso) después del 20 de diciembre del 2001, los argentinos nos volvimos más y más burgueses (la lengua vuelve a ser la construcción de los pequeños ahorros semánticos estafados). El 20 de diciembre, en políticas estéticas, dimos un gran paso hacia Matrix."
Adviértase: políticas estéticas. Fusión que neutraliza. Mi lectura: la burguesía prebendaria argentina que nació en los setenta al calor del Rodrigazo y la dictadura cierra su ciclo con fachada "socialista", con cachivaches subvencionados que pasan por la mítica industria nacional, liderada por quienes votaron a Luder, fueron los primeros ases del menemismo y desde el Estado se hicieron multimillonarios a fuerza de turbios negocios.
Lihn me preguntó como al pasar sobre libros y le recomendé el suyo sin saber quién era. Después mi lectura le agradó mucho y lo recuerda en el reportaje de Pedro Lastra. Se llamaba La traducción y el corte y se refería precisamente a la inversiones de lo nacional y lo europeo, las refracciones- tema del borde- en los cristales de una orquesta: Lihn estaba ya en contra del nacionalvanguardismo antes de que aconteciera.
Pero el suyo no era un universalismo difuso, general, sino que se encontraba con lo mejor de la literatura. Extravié mi nota.
No me cayó bien que me llamara "joven", aunque lo diga elogiosamente.
Entonces creía que los argumentos podían tener algún peso y que no contaban si quien los decía era "joven", epíteto que quitaba autoridad a quien lo decía pero le daba cierta inmunidad compensatoria para salirse de la vaina. Hasta cierto punto. Me acuerdo que a inicios de la democracia cuando con Hugo Savino nos referimos al libro de Franqui Retrato de Familia con Fidel, nos amonestaron: no había que ser gusanos.
La ideología argentina es una mixtura entre los nacionalismos populistas del cuarenta y el setentismo traducido a neomontonerismo.
Una épica que lee el presente a imagen y semejanza del pasado.Hasta se escuchaba en lacanianos el largo adiós al Freud de la psicología de las muchedumbres. La cultura Argentina de las últimas décadas es efecto de la estratificación fetiche de ciertas lecturas que evitan sistemáticamente los libros que llamo "peligrosos" porque disuelven la servidumbre voluntaria que responde a tal ideología. Hoy dormirse con Jauretche y levantarse con Chávez atenúa la angustia del eterno despotismo pequeño burgués.
Entonces no sabía que la ideología era el patrón de los pesos y valores que atraviesa las generaciones. Hoy cualquier disparate que diga un joven tiende a convertirse en dogma siempre que acuse una marca lenino chavista. Basta hacerse un autoservice, borocotizarse, para de golpe y porrazo estar de lado del Pueblo, es decir, del Símbolo y el fetiche. Aun si la mayoría vota en contra del gobierno, como en la última elección, no se acusa recibo, la prensa subvencionada los da ganadores. Algo de cierto hay en eso: aunque el gobierno pierda las elecciones, el nacionalvanguardismo perdurará por mucho tiempo ya abraza gran parte de la cultura. Ahí los sujetos funcionan como cuadros de la nada, de nobles almas bellas se transforman en barrabravas, iluminados por los tragamonedas de Cristóbal López que lidera una armada Brancaleone con los camiones de Moyano, y Hebe oficia de Madre Coraje.
Por un tiempo, Enrique Lihn me escribía cartas y me mandaba sus libros. Yo casi no le respondía, no me atrevía a contarle lo que pasaba en la Argentina, la carta podía ser abierta, y parecía miserable en un país donde se asesinaba y se secuestraba a la gente hablarle sólo de literatura. Ahora también. Las políticas estéticas de las editoriales vetan de antemano al libro donde hay una idea- posición- respecto a la historia o la política que suene a incorrecta.
La situación excedía lo irregular: me habían hecho simulacros de fusilamiento en el Departamento- central de policía con Omar Borre, que escribió un estudio sobre Arlt- por nada. Encendían las luces, las apagaban, estábamos en fila, hasta que cansado le pregunté al que dirigía el operativo. ¿Y, para cuando? Nos sacó a los dos de las filas y nos mandó a una pieza donde había gente tirada en el piso con ojos desorbitados. Mi expresión le resultó tan desafiante que nos tomó por drogadictos. Me pareció conveniente no hablar de eso y otros espantos en cartas que no sabía si podían tener destino directo. Le había hecho un reportaje insólito a Osvaldo Lamborghini en el diario de Massera, escrito el primer texto sobre Néstor Perlongher y sobre Los lenguajes totalitarios- libro todavía actual- de Jean Pierre Faye...los militares no leían esa parte, les chusmearon algo y fueron a preguntar por mí, qué mierda está diciendo este tipo que escribe en chino básico. Jorge Dorio les dijo que escribía en griego y decidieron abandonar la indagación.
No tenía obra publicada, aunque varios libros escritos, quería hacerlo con Siglo de Manos, había concentrado ahí el tiempo como cantidad hechizada.
No estaba de acuerdo con Piglia por plantear una antítesis imaginaria entre Borges y Arlt, que para mi estaban del mismo lado y dejaban en las sombras a Nestor Sánchez y Di Benedetto, dos ases de mis libros predilectos, con Cerretani y Girondo. Para entrar en el asunto había que elogiar a Piglia que bien podía merecerlo por sus cualidades de escritorcomo pero no estaba de acuerdo con la Aduana universitaria, yo que era lector de Alberdi, elogiado entonces por Piglia mismo.
Defendía a Sánchez, y peor, mucho peor, a Murena. Rodolfo Fogwill, que me elogió en Vigencia, quería hacerlo pero yo no quise: no tenía nada en contra suyo, pero no me gustaba cómo trataba a la gente, no a mi, que según Hugo Savino me tenía miedo.
Nunca dejó de difamar a Murena y a Néstor Sánchez, inventar escritores para convertirlos en apólogos del star system que es la misma ideología argentina, había que convertir la vanguardia al nacionalvanguardismo que lleva a la exasperación la antítesis amigo-enemigo ahí donde sólo hay espectros y fetiches.
El estallido final fue en el 2002.
El populismo encontró su éxtasis sublime: el momento de vengarse del enemigo había llegado, aunque no se supiera quién era, no ellos, por supuesto, que nada habían tenido que ver con la historia del país, los menemistas eran los otros. Algunos atacan tumbas judías, viven peleando con los muertos al no poder matarlos fácilmente como vivos. El enemigo sería el que les dijera que entraban en una fase acentuada, organizada del delirio. La historia está otra vez con nosotros, dijeron en coro mirando de reojo a Chávez. Ayer nomás se ganó la batalla de Obligado y los yanquis van a invadirnos con analgésicos y matafuegos. ¿Que política puede nacer de esta "literatura"?
Rafael Chipollini llama Matrix a ese efecto. Para otros no tiene nombre o lo dará el final feliz de la historia cuando estemos bien fritos. Todavía nadie quiere saber lo que pasó cuando se urdió la coalición duhalde-kircherista, así nombrada por el gran bulldog que quiso evitar el aplaudido default, una de las mejores pruebas del descerebramiento nacional.
Hay que reconocerle a Fogwill que siguió rebajándolos cuando Murena y Sánchez tuvieron esos diez segundos de fama que nunca reclamaron. Fama y lectura suelen ser opuestos.
Con su vida y obra probaron que se puede vivir fuera de la servidumbre voluntaria.
Fue a partir de mediados del menemismo, tal vez porque pensaron que la política cultural que propiciaban estaba vencida y nunca imaginaron que llegaría a la Casa Rosada.
La actual presidente elogió a Chomsky a pocos días de asumir, demostrando analfabetismo ilustrado: el estado universitario global nunca pudo entrar en la Casa Blanca, se conformó con la Rosada. Quien quiera enterarse del funcionamiento del estado universitario a nivel global lea La Mancha Humana, de Philipe Roth, que narra el canibalismo de ese nosotros "coactivo, inclusivo, histórico, ineludiblemente moral con su indidioso E pluribus unum". Y hoy vivimos en Chomskylandia, una Disneylandia gestionada por la Princesa de Macondo. La cara verosímil, "humana", de Matrix, con la voz catacúmbica de Heredia y ningún color de Jorge Pirozzi. La letra ya no tiene autor, es un disco rayado, que creen "nuevo" porque no gira en el winco
En aquellos tiempos fui advirtiendo que era un pecado capital de decir lo que pensaba: mientras exploraba el continente mujer lo hacía con el continente "verdad", casi siempre antitético.
A propósito de mi libro, Osvaldo Lamborghini me dijo que no fuera boludo, que esa editorial, donde habían publicado él y Perlongher era el porvenir del poder futuro, para él sinonimia de vanguardia. Veía en Fogwill un futuro mariscal de campo. El maldito a la medida de los crédulos que sólo leen al dictado del star system.
"No soy de vanguardia y vos tampoco" le dije, argumentando acerca de los nombres propios que sobreviven a los movimientos.
Finalmente le doblé el brazo: la vanguardia es un negocio, me confesó, casi culposo. Fogwill quiso que escribiera sobre su primer libro de poesía, una mezcla de Rimbaud y Girri que no me gustó y se lo argumenté. Nunca lo publicó.
A partir de eso comenzó su campaña contra mí, Charlie Feiling, de gustos sofisticados y tendencias cosmopolitas, crítico acérrimo del populismo de Osvaldo Soriano, que "porque era un gordo bueno" hacía echar de lo que creía era su pravda criollo a quien no tuviera sus mismos sentimientos- hoy se ha progresado: serían expulsados como Símbolos de la derecha-, elogió Eunoe y eso puso furioso.
Estaba parado a unas mesas de distancia en Ghandi y se burlaba, amagué servirlo con un directo de derecha pero Feiling se interpuso y le dijo que parara la mano. Me di cuenta de que no tenía nada contra el hombre, tal vez eso lo amargaba. Fogwill trabajaba incansablemente para ser reconocido por lectores o críticos que no comulgaban con las bendiciones masivas y sólo contaba con el aplauso de pupilos o periodistas amigos. Lectores sofisticados de primera línea como Nicolás Rosa, Américo Cristófalo, Ricardo Ibarlucía, Laura Estrin, Silvio Mattoni y otros que no menciono escribieron u opinaron sobre mi obra como la "otra" literatura en tiempo suplementario, porque de los suplementos Fogwill era el mandamás invisible, más irritado cuanto más exaltado por migajas que le tiraban periodistas o sociólogos para premir sus oficios de clown posmoderno.
En unas de sus últimas notas pide con tono justiciero que los K comparezcan ante la justicia. Toda una parábola del nacional vanguardismo: ¿tanto trabajo, tanta droga, pucho y trasgresión para terminar por donde debía haber empezado, me refiero a las declaraciones juradas de dos empleados públicos que son por donde se mire ladrones de siete suelas?
Es zombi comprarse el vehículo que se va a usar sin llevarlo antes al mecánico, basta una vuelta para darse cuenta cómo pude llegar a funcionar. Los K se vendieron como resistentes de la dictadura y antimenemistas, lo contrario de lo que fueron y el compre argentino funcionó como suele suceder en un país sin moneda, devastado a fuerza de inflación. Todos sabían quienes eran pero la ideología argentina necesitaba algún fetiche de qué agarrarse.
Algunos se enojaron conmigo por ser un indocumentado la Chomskylandia criolla y rescribieron la historia.
La inmensa biografía de Ricardo Strafacce de Osvaldo Lamborghini tiene como función la de reforzar el star system vigente presentándome como enemigo de Osvaldo Lamborghini. Cuando uno pelea en el ring con su mejor amigo tiene que olvidarse que lo es. Después habrá tiempo para hacer migas. Con Lamborghini ni siquiera hice guantes como con el inolvidable Raúl Zoppi. Pero la ideología argentina selecciona las migajas, único cultivo de la política cultural que cumple una doble función: la eliminación de la política- limitada al autoservice: de la noche a la mañana me paso del lado del Pueblo y del Bien- y la neutralización de la literatura, salvo la que refuerze el star system.
Es evidente que esa hostilidad procede a que desde La Anunciación a Una Generación de granito recorro el funcionamiento idólatra, fetiche de la sustitución estético cultural de la política que ahora ha alcanzado definitivamente su ideal al fusionarse con el Estado mafioso, prebendario y narco. Las cópulas perversas lo saben bien: nada más estabilizante que el fetiche. La ideología argentina se sostiene ahí. Jauretche repudiando mocasines y vikinis, los yanquis van a invadirnos con matafuegos. La estética queda limitada al electroskock permantente y la cultura son las palabras que suceden a esa intimidación.
También Linh destacó el libro de Héctor Libertella en Nueva literatura latinoamericana, libro que en ese momento causó indignación en los apólogos del llamado Boom, molestos de que se abriera otro mercado: Monegal llegó a descartarlo por "calvo". Libertella fue uno de los pocos que sostuvo la vanguardia en el peso mismo que implican sus pronombres.
Tampoco agradó a cultores del nacional vanguardismo como Ricardo Zelarrayán, futuro manager de Cucurto que dice escribir para una nueva raza, los paraguayitos.
El racismo es un concepto científicamente inconsistente, salvo cuando suena a "izquierda", el fascismo se vuelve derecho. Son los personajes de la Argentina Matrix.
El nacionalvanguarismo se estabiliza definitivamente en el 2001 en pleno duhalhismo.
Lo que antes era simplemente vanguardia se acopla con el revisionismo del cuarenta en una única política cultural con menos diferencias que en tiempos de la dictadura.
La servidumbre voluntaria se ha democratizado.
Se es "autoritario" si por el solo hecho de hablar un criollo básico- Ascasubi contra Rosas- ajeno a la ideología argentina. Se acusa de señor feudal para empezar a quien no entra en la intimidación.
La fusión sigue en curso. Es imposible ser "destituyente" de lo que no está constituido.
La palabra mayúscula la tienen los sociólogos que hablaban de las maravillas de las multitudes mientras Duhalde hacía la pesificación asimétrica, la mayor apropiación de las mayorías después del Rodrigazo, gracias a la sovietización "industrial" de la política de Gelbard: congelamiento de precios, subida de salarios y a partir de la cual la involución argentina no cesa. Con efectos inversos: al campo le fue muy bien con Gelbard y después sufrió las retenciones de Martínez de Hoz, sólo superadas por la zombi economía actual.
En Argentina Matrix se procede como si estuviéramos en la década del cuarenta: se quiere completar el proceso de sustitución de importaciones- que a diferencia de Brasil, que estuvo en la segunda guerra del lado aliado y recibió inversiones, no se hizo entonces- en función de unos amigotes, despreciando como "oligárquico" el sector agroindustrial privilegiado por nuestros países vecinos que usan el sentido común.
Nos encontramos con la furia de los histriones- más que la de los conversos- asociados a un grupo de la burguesía rentística que adoptaron la estética nacional vanguardista y a los intelectuales cuya función es la producción del sujeto como zombi terminal.
Al principio, Zelarrayan me anunciaba su segura y próxima muerte por tal o cual enfermedad. No sabía qué hacer para ayudarlo, Germán García y Luis Guzman, me decían que no le hiciera caso. Me fui dando cuenta de que era un gran histrión, que apelaba a los recursos más bajos para ganarse al otro.
Si se lee Sekkupu se notará en qué Lamborghini hizo trizas a la "ideología argentina" esa fusión de los extremos que encarnan la ultra izquierda y la ultra derecha que sobreviven en El Fiord y que van a fundar la nueva Argentina. Lo leo al revés de quienes lo usan para reforzarla pintorescamente.
No fue suficiente porque lo propio de esta ideología parasitaria es reproducirse apropiandose de la lucha de los otros- ejemplo, la abolición de las leyes del perdón por parte de Patricia Walsh y Carrió- y fusionado los antónimos fuera de las instituciones, como el caso Moyano con Bonafini, que ayer lo acusaba por pertenecer a las tres A marplatenses.
La ideología argentina cubre cada espacio del star system, hasta los que mejor leen pagan tributo, la Aduana se ha vuelto impersonal.
A veces las mujeres están en el centro, en lo no dicho de odios inconfesos. Son obviadas pero funcionan, ofician en las tramas discursivas.
Zelarrayan, además de la rubia del momento que manoteaba como podía sin conseguir una cita- lo tomaba como el cronista de policiales que era- mientras que ella me amenazaba con treparse a mi casa por el balcón si no la tenía en cuenta, estaba desesperado por uno de los primeros libros de Louis Aragon, poemas de tono dadaísta si bien me acuerdo. Se lo di, es decir, se lo regalé, sabía que no lo vería más.
Era un fanático del surrealismo pero atacaba públicamente a los franceses, especialmente a Claudel, siguiendo la ortodoxia. Su anticatolicismo furioso era ridículo, era de los que creía en películas como El Vicario, escrito por un declarado negacionista que difama al Papa que fue el primero en escribir contra el nazismo - encíclica de 1937-con clisés de Hollywood.
A mi, antes que Lacan lo exaltara, me gustaba el Aragón de Las lilas y las rosas, el de Los ojos de Elsa y Licantropía contemporánea:
Es probable que todos me juzguen un criminal
guiándose sólo por las debilidades y el aspecto
Ese hombre que según los diarios de la mañana decapitó a su amante
mientras dormía a su lado sollozó en el juzgado
La había asesinado en el cuarto después
en el sótano primero con un cuchillo luego con una sierra
separó la cabeza adorable para poner
el cuerpo en una bolsa lamentablemente algo pequeña
Sollozó en el juzgado.(traducción:Aldo Pellegrini)
Ya se sabe que terminó escribiendo odas a la policía soviética. Zelarrayán era un pseudo surrealista, en el sentido que ni Aldo Pelegrini ni Rodolfo Alonso lo reducían a la "ideología argentina". No lloraban en el juzgado ni querían extenderlo. No acoplaban el surrealismo a la ideología de masas. Los ismos cuentan poco en relación a los poemas. Nada que ver tampoco con Ricardo Ibarlucía que analiza el surrealismo, no lo refuerza como iglesia ni lo extiende licantrópicamente.
Una pasión anticosmopolita que hoy converge con los apólogos del Eje como Scalabrini Ortiz que se mezcla con el castrocercermunismo setentista.
Cuando me fui de Literal por negarme a firmar el manifiesto 4/5- escrito antes del golpe de estado- Zelarrayán empezó una campaña contra mi por "traidor". No sabía nada de las disidencias que tenía con Germán García y Guzmán, generosos conmigo y que no significaban enemistad. Pero la palabra traidor estaba al borde de sus labios. Se habló mucho, pero nadie quería saber de qué se trataba. Era algo simple: estaba de acuerdo con las críticas al realismo y a la izquierda pero no en ese momento. Nada más. Pero la cosa alcanzó la paraonia cuando escribí El surrealismo envejece mal.
Los pupilos del enterriano más sordos que tapia casi le hacen un tribunal moscovita a José Vila, director de 18 Whyskis por haberme publicado.
Alejandro Rubio en la revista Planta, escandalizado, indignado, me sitúa en el grupo Ultimo Reino, exalta a Perlongher que publicaba también en esa editorial- parece que a Víctor Redondo no se perdona su generosidad- , pero pasa por alto las opiniones del autor de Austria Hungría sobre mi. Fui el primero en escribir sobre su libro y lo dice en La Parodia diluyente.
Este es el cosmopolitismo miserable que trasmite el nacionalvanguardismo.
Hoy se reescribe la historia.
La complejidad de la novela de Lihn también estaba en contradicción con las pautas formales de la novela progresita en boga. Se analizaba hasta las comas de Garcia Márquez, pero no porque admiraran su literatura: querían saber cómo hacía para vender tantos libros y mantener la superioridad moral que a priori se atribuye la izquierda.
Libertella en su libro recorre varios autores entonces "ilegibles" como Néstor Sanchez. En las reuniones culturales a las que me invitó no tenía mucho que decirse con los interlocutores que cultivaban una literatura a la que se sentía ajeno. Contaba lo político: Lihn estaba exilado de Pinochet pero se burlaba de la revolución cubana y eso era una herejía. Terminaba yéndose conmigo a hablar a solas de Baudelaire, de Darío, del mismo Homero que yo trataba de leer en el griego que me daba la Facultad.
Creo que se divertía conmigo.
Tuve como pocas veces la sensación de estar ante un autor cosmopolita de la cabeza a los pies en un medio donde provincianos descerebrados se presentaban como fundamentalistas antiporteños para que éstos se babeen mientras construyen vía el mito al clown transgresivo. Hablar de política está prohibido, salvo que sea un autoservice. No escriben sobre literatura o política sino que reproducen el dictado de la ideología argentina: el nacionalvanguardismo transita desde la farándula a la poesía y el límite de lo pensable lo marcan Juan Pablo Feimann- la historia argentina asimilada a la sociomanía ideológica- la Moral donde el patetismo de Orlando Barone hace las veces de Kant con doble K.
Las provincias tienen poetas como Alejandro Schmidt que no necesitan planes canje: presentarse como provinciano salvaje y resentido para ocupar la tapa de los suplementos oficiales y convertirse en modelo de la trasgresión como autoservice. Este tìpo de buzones se siguen vendiendo: el nacional vanguardismo es un elemento importante de la gran corporación anticosmopolista que caracterizo como "ideología argentina."
Los jóvenes que recientemente tomaron las escuelas, independientemente de su reclamo, sorprendieron citando a Lenin como uno de sus héroes.
En 2010. Uno puede imaginarse del lavado de cabeza que reciben. Confirma mi hipótesis de la tentativa nacionalvanguardista de constituir al sujeto- haciendo como si la constitución no existiera- como zombi terminal.
En esa época también escribí sobre Di Benedetto, Néstor Sánchez, Cerretani, Murena, incompatibles con el castrotercermundismo ilustrado y el nacionalismo "salvaje", que hoy convergen en la producción del zombi cultural.
La "ideología argentina" no pudo hacer nada con ellos. La difamación o el ninguneo sustituyó la lectura.
Ricardo Strafacce, autor de un libro de más de ochocientas páginas, en su biografía llega a decir que es sabido que en todos mis reportajes he sido "incontinente" cuando sólo hice dos en mi vida- que no fueron reportajes sino diálogos con Lamborghini y Néstor Sanchez, léaselos-, me considera "periodista" como si hubiera ido como tal a Pringles y no invitado a un Coloquio que nunca se realizó: era una movida para hacer un poco de ruido en el momento que la dictadura había aflojado las tuercas.
El star system que reina en nuestros días estaba en nacimiento.
En el colmo, dice que Lamborghini me dictó las preguntas- debieron parecerles inteligentes- que le hago, especialmente las referidas a Martínez Estrada a quien Lamborghini no había leído y consideraba un "gorila".
Ignora que era Lamborghini quien me buscaba a mi a través de un amigo común, Sergio Rondán, y que yo lo eludía para no entrar en conflicto con mis amigos de Literal con los que estaba peleado. A mi me encantó Brillos, de Guzmán. Sabía por Rondán que eso no le gustaba al "negro"- a veces le brotaba, lo axfisiaba un corazón populista- y no iba a cambiar de parecer. Me di cuenta que se amaban en la bronca y me pareció prudente hacerme a un lado. El fue el quien propició el encuentro en Pringles.
No fui para nada enviado por un diario, eso surgió después a su pedido, para continuar el reportaje que le conseguí vía Ernesto Shóo de quien era amigo.
Para los medios entonces Lamborghini no existía.
Siempre nuestra relación fue así: el siempre anotaba las cosas que yo decía, creo que me tomaba más como alguien fantástico que vino al mundo a decir esas tres cosas que siempre se olvidan...
Si Strafacce se hubiera tomado el trabajo de leer Un Guante para Osvaldo Lamborghini - en la revista La Buraco- se hubiera dado cuenta de qué tipo de relación se trataba: la de pagar para no escucharlo- andaba mal de fondos- hablar del "giro" de Lorenzo Miguel y de leer libros peligrosos como Guksmann, que se cita de paso cuando era para él un autor fundamental en tanto nos colocaba delante de un Gulag que los europeos tuvieron casi medio siglo cruzando la calle y se negaron a ver.
Yo poco que ver con el periodismo.
Angustiaba "comprometer" a quien le abría a uno las puertas porque mediante una sinonimia delirante se asocia lo que uno escribe al que dirige el medio- como el caso de José Villa- y a éste con la supuesta ideología del Diario. No quería que otro pague la asunción de mis palabras. Lo que se escribe en La Nación lo dictó Mitre- el que mejor le plazca elegir-, lo que se escribe en Clarín la señora de Noble y así sucesivamente.
Así es la lógica del nacionalvanguardismo para la cual los únicos medios independientes son los subvencionados por el Estado. Otra vez: el objetivo es siempre el mismo, producir un sujeto absolutamente crédulo y manipulable. Siempre la intimidación funcionando, imponiendo a Gelman como poeta nacional.
Sólo envié notas a periodistas que tuvieron que tratar exclusivamente conmigo. Literal tampoco era un grupo, no tenía otro proyecto que no matar la palabra y evitar que los maestros cantores enviaran a más gente al muere.
Se trata de una biografía a la medida de los suplementos y la promoción de la servidumbre voluntaria. Strafacce no le ahorra elogios a la Princesa de Macondo, que no movió un dedo cuando Osvaldo estaba en la vía y le negó una beca que le hubiera permitido vivir a Néstor Sánchez sin la ayuda de unos pocos amigos.
Ni la más mímima noción en este libro incontinente de la "ideología argentina"- la que como muestro en Seppuku, Lamborghini convierte en miembros dispersos donde la causa justa se da a sí misma una cuchillada final.
Hitler en Mein Kampf oponía el nacionalismo acérrimo y "fuerte" al cosmopolitismo "débil" y el lenguaje emprende su descenso hacia los ídolos sagrados de la sangre y la tierra. Si la gran farsa de Heidegger apunta a hacer hablar al mismo Ser cuando no quede no ario sobre la tierra, la estatocracia nacionalvanguardista quiere que el sujeto se extinga para que en él hable la Sociedad misma. En su último libro póstumo, Diario de la muerte, se lee en el primer poema: "Nada tiene que ver el dolor con el dolor / nada tiene que ver la desesperación con la desesperación / Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas / No hay nombres en la zona muda". Atravesando el país del cáncer se limitó a organizar el silencio.
Orwell intervino en política para defender las garantías inviduales. El panfleto tiene a veces un efecto poético que permite zafar y aliviarse de miles de clisés, saltear cientos de idénticos mamotretos y tratar con libros peligrosos en directo.
Los Hitler o los Stalin nacen a fuerza de politiquería: ustedes ocúpense de la estética, nosotros de las masas. Volviendo a la pregunta de Bolaños: no sé si los chilenos merecen o no a Linh, aquí si es seguro que nos merecemos a la runfla nacionalvanguardista. No pertenecer a ella es ser apátrida o estar loco para el incesto colectivo.
Lihn pertenece a un territorio cero donde no se trata de viajar por el mundo sino de una respiración y una forma de vida que encuentra en el Kafka que no quiere salir de su habitación. Luis Thonis.
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