miércoles, 3 de noviembre de 2010

¿Militantes o ciudadanos? Carlos Mira




La palabra “militante” debe ser, sino la más, una de las más antidemocráticas del vocabulario político. Su significado denota una tarea tendiente a suprimir al otro, en lugar de convivir con él.

La muerte de Néstor Kirchner ha servido, entre otras cosas, para revelar o confirmar ciertos aspectos de la vida argentina que, a su vez, son útiles para entender muchas de las cosas que nos pasan. La palabra que quizás más se haya escuchado en estos días, desde que el ex presidente falleció el miércoles por la mañana, es la palabra “militante”. No ha sido pronunciada por los que se declaran como pertenecientes a esa raza, sino también por periodistas, analistas, comunicadores sociales, líderes de opinión, etcétera. El modo que éstos profesionales de los medios han usado para utilizar la palabra es también, de por sí, muy ilustrativo. Si una palabra define ese tono, esa palabra es “naturalidad”. Todos han dado por sobreentendido que ser “militante” es algo bueno y que el “militante” era el que había estado presente en el velatorio del ex presidente. Lo cierto es que estas comprobaciones, que lo hacen caer a uno en la cuenta de que gente supuestamente pensante y educada reivindica una categoría de la existencia que tiene que ver con el sectarismo, con el partidismo y, en última instancia, con la pre-violencia que implica “lo militar”, son devastadoras para la esperanza de una vida apacible, armoniosa y en paz. Resulta sobrecogedoramente paradójico que una sociedad que aparentemente se ha expresado tan fuertemente en contra de lo que significa “lo militar”, “los militares” y todo lo que tiene que ver con esa manera cuartelística de entender la vida, rinda culto al “militante”, que no es otra cosa que un adherente a un bando con una jefatura. Compatible con esta definición son algunas voces que se escucharon describiendo el pasaje de personas frente al féretro de Kirchner como la despedida de los “militantes” hacia su jefe. La palabra “militante” debe ser, sino la más, una de las más antidemocráticas del vocabulario político. Su significado denota una tarea tendiente a suprimir al otro, en lugar de convivir con él. El “militante” gana o pierde, pero no convive. Los “militantes” tienen una concepción militar de la vida. Se reconocen parte de un color y se juntan con los de su mismo color. Identifican a un jefe, del que reciben órdenes como si estuvieran en un cuartel. No aceptan el disenso, porque su organización mental es vertical; y tienen un desprecio radical por todos aquellos que no sean de su bando. Están enfrente de los “militantes” de otros bandos y no dudarían en entrar con ellos en una lucha violenta para dirimir disputas en el espacio público, al que toman como el campo de batalla de sus trifulcas. ¡Qué lejos está este modelo de la horizontalidad democrática y del concepto de “ciudadano” sobre el que se edifican las repúblicas modernas! El “ciudadano” es la antítesis del “militante”. El ciudadano no pertenece a un bando; pertenece a la nación. Más allá de sus opiniones, que pueden tener un sesgo u otro, se reconoce parte de un todo con el que tiene una empatía que supera sus divisiones. Sus vaivenes serán suaves y siempre acordes con la base de sustentación común que comparten todos, más allá de las preferencias personales. El ciudadano no anda por la calle con banderas partidarias porque su bandera es la misma del que piensa diferente a él. Puede tener métodos distintos para la realización de un mismo ideal, pero no pone en discusión el formato de ese ideal. El “militante”, en cambio, tiene su propio ideal: el de su bando. Ese objetivo suele diferir dramáticamente del que tienen otros bandos, y la pelea por la imposición de unos sobre otros no tiene otro lenguaje que el de la violencia. El ciudadano es conciliador porque sus diferencias procedimentales son de un rango menor a sus coincidencias de fondo con otros ciudadanos. El “militante” es intransigente porque resignar su objetivo sería negar la existencia de su bando. Su vida consiste en imponer el ideal de su bando por sobre los ideales de otros bandos. Su cotidianeidad busca la victoria, no la convivencia. El entramado social de una sociedad compuesta por ciudadanos y de otra compuesta por “militantes” es completamente diferente. En realidad, donde hay “militantes” no puede haber sociedad en sentido estricto, porque en una sociedad hay, justamente, ciudadanos “socios” de un proyecto común que los enlaza a todos más allá de sus diferencias; en cambio donde hay “militantes” no puede haber “socios” porque no hay proyecto común, hay distintos proyectos, incompatibles entre sí, que luchan por la victoria. No es extraño que Néstor Kirchner haya bautizado su facción con el nombre de “Frente para la Victoria”, porque en su concepción su trabajo no estaría terminado hasta que no impusiese su proyecto por sobre los demás. Para eso precisaba “militantes”, no ciudadanos. No necesitaba gente que transija, necesitaba intransigentes. No necesitaba pacíficos: si con la paz no se obtenían los resultados, necesitaba gente que estuviera dispuesta al uso de la fuerza, si los demás no se avenían por las “buenas” a aceptar su “victoria”. Un esquema de esta naturaleza es, en la práctica, inviable. ¿Qué harían realmente con la gente que no se “aviniera”? ¿La matarían? ¿La encarcelarían? ¿Podrían seguir hablando de “democracia”, aunque sea formalmente, en esos casos? Julio Cobos y Eduardo Duhalde no pudieron acercarse al velatorio del ex presidente. Son de otro “bando”; se les sugirió que se abstuvieran. Francisco De Narváez logró entrar, pero no le permitieron saludar personalmente a la Presidenta. Lo mismo le ocurrió a Mauricio Macri, con el agregado de que, en su caso, alguien dio la orden para que las cámaras de la transmisión oficial (la única permitida) no lo enfocaran. De nuevo los bandos… Si de todas estas muestras debiéramos sacar una proyección acerca de cuál será el perfil de la Argentina a partir de ahora, esa proyección no sería halagüeña. La naturalidad con que algunos periodistas y comunicadores han manejado en estos días este vocabulario sectario realmente asusta. Asusta no sólo por las implicancias que tiene, sino porque permite adivinar el bajísimo nivel de formación que estos profesionales tienen, con el peligrosísimo agregado de que su palabra influye, forma opinión y tiene un peso social muchas veces incontrastable. La Argentina deberá decidir más tarde o más temprano si quiere ser una república de ciudadanos con un ideal común o un campo de batalla de “militantes” que luchan para imponer su ideal a los demás. Las palabras del ex jefe de gabinete Alberto Fernández explicando por qué Kirchner no cuidó más su salud después de las advertencias que tuvo no entregan un buen indicio. Dijo Fernández: “Kirchner no quiso enviar a sus soldados una señal de que su general estaba débil”. ¡Ay Argentina…! ¡Qué será de ti si tu futuro lo diseñan soldados militantes y no ciudadanos que convivan en paz! © www.economiaparatodos.com.ar

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