De Souad:
Quedé embarazada y me quemaron viva,
cubro con una máscara mi rostro
fue el mío un carnaval de fuego
Mi máscara es hermosa, seductora,
pero, detrás, soy el Momo de un horror
que alguna oscura diversión da al mundo
gruesa, encinta sin estar casada
y en mi aldea, esa era mi costumbre
De su nombre no quiero ya acordarme
a orillas del Jordán en la que Cristo
escribió el bautismo: no fue el mío
de agua; y mi tío, no fue, tampoco,
para mi desgracia, San Juan Bautista
(Teníamos, créanmenlo, teléfono
y baño instalado, éramos familia acomodada
y todos instruidos)
la sorpresa del líquido y su olor
era la nafta con la que mi tío
me rociaba; rápido, me prendió
fuego, más rápido, era yo una tea
que aullando clama auxilio, ayuda,
una tea ardiendo por la calle
hasta que alguien se apiadó de mí
Y fui a parar al hospital: mi carne,
derretida, el mentón y los brazos
-¡me lo creen, soldados a mi pecho!-
En carne viva fueron arrancándome
tiras de piel quemada, una por una:
reducida quedé a algunos kilos:
los de mis huesos y de mis quemaduras
Al bebé estrangulároslo mis padres
siguiendo otra costumbre(era una niña).
Mi tersa máscara, siguiendo el albayalde
es ahora mi rostro, me acostumbro
Souad, es mi nombre: escribo un libro
doy reportajes, hay que seguir viviendo.
(La risa canalla, ediciones Paradiso, 2004)
El integrismo del fuego.
Se trata de una cultura sin tercero: entre la familia y ella no hay lugar para otra palabra- la justicia, por ejemplo, el psicoanálisis es herejía-, por el contrario, los otros, la masa, la persigue como una jauría que es una extensión de la familia. Se salva sólo porque algunos se apiadan y actúan como individuos. En Souad, quemada viva, su autobiografía cuenta su historia: cuando corre en llamas, unas mujeres la llevan al hospital para que muera ahí.
Bernard Fougéres, resume la historia: "Souad tiene diecisiete años cuando se enamora del joven Faiez. Estamos en Jordania, que puede llamarse Trasjordania, Cisjordania. En el pueblito, se sabe que una mujer debe sangrar en la primera relación matrimonial. Souad rompe el tabú, se entrega de puro amor, sin bodas, queda embarazada. Es sinónimo de muerte. Frente a la deshonra que representa semejante culpa, la familia designa al cuñado como ejecutor del castigo. Souad debe lavar la afrenta, compartir con todo el pueblo el rito de la expiación. Más de cinco mil casos de este tipo cada año han sido recopilados."
Si es cierta la cifra que da Fougéres, un periodista para nada tendencioso- cinco mil casos por año- en este articulo reciente, y sumamos cincuenta años el femicidio sería sinónimo de un genocidio a puertas cerradas. Souad se salvó de la muerte escapando, y vivió para contar su historia. ¿Cuántas habrán sido sacrificadas desde hace medio siglo? No lo sabemos, ahí no hay prensa independiente, no es un tema que quieran tratar los medios locales a fondo por temor a pasar por incorrectos políticamente. Cuando Leónidas Lamborghini publicó esto en Comedieta- 1995 y luego en La Risa canalla- había quienes se burlaban como diciendo: este tipo está gagá, de qué está hablando. Esto viene de antiguo: Platón en la República expulsa a Homero y Esquilo y a otros que dicen que la peste existe, invitando a mirar el horror de frente. Pero lo trágico es inseparable de la hibris, la desmesura y la némesis que mediante el castigo del que sobrepasó los límites restablece el equilibrio. Leónidas es un trágico en un mundo sin hibris que se encontró con Dante. Los nuevos republicanos quieren saber menos que el filósofo griego de que la peste existe. Dante creó una nueva dimensión, que no es un agregado a las clásicas sino que supone otra lógica: el purgatorio. Fue un modo de evitar el todo o nada del integrismo: de ahí brotará el purgatorio moderado de los derechos del hombre. Pero sólo quienes han podido acceder a la "risa del Paraíso" pueden entrar sin miedo en las zonas más desconocidas del infierno, decir ahí donde la unanimidad colectiva se refuerza en la complicidad con el crimen. El burgués y el comunista- cada vez se diferencian menos- participan de un combate común: sacarse al infierno de encima. Siempre que le fue posible, el burgués, dejando de lado los principios, asesinó al comunista que cuando tuvo el poder no sólo exterminó al burgués sino a sus propios compañeros, además de obreros y campesinos. Pero sus intenciones, se dice, eran buenas. Ahora es cosa del pasado: el burgués paga para ser parte de una gesta revolucionaria y el comunista le ha tomado el gusto a pertenecer a la clase de los millonarios. Dos personas honorables que no quieren saber nada de este integrismo que mediante el fuego purifica a las mujeres para que aun muertas sean del Templo. Ahí se juega un miedo fundamental vinculado a la castración, como dice Freud en Cinco ensayos sobre psicoanálisis, "la más profunda raíz inconsciente del antisemitismo." El ideal de un mundo sin castración ha dado lugar a alianzas prodigiosas.
Leónidas escribió el poema mucho antes que Jean Claude Milner escribiera su libro extraordinario sobre la función del paradigma palestino: todavía no se había inventado al "pueblo palestino", que aparece después de la Guerra de los Seis Días. Era sólo una región, parte de Jordania. Leónidas corría con ventaja, llevaba a Dante en el bolsillo. Le ocurrió lo mismo que todavía les pasa a los periodistas que han hecho crónicas de la crueldad en acto que reina en esta cultura: no les creen, los acusan de sionistas, etc. Así escuchan los “interpretadores”. Es difícil no leer el poema sin experimentar un fuerte sacudimiento. Era difícil de aceptar que los jordanos de ayer- los palestinos de hoy- no son carmelitas descalzas victimizados por otros sino víctimas de su propia victimización propiciada por sus dirigentes. Es, creo, el primer poema argentino que asume directamente el tema.
Lo personal está implícito: Leónidas conoció a la mujer, tenía su retrato con máscara en su habitación, puede leerse como una historia de amor donde el silencio desborda al odio que es lo único que se promete al futuro. Una frase clave es la que se refiere a la familia- “éramos una familia acomodada, y todos instruidos”, tan “normal” como el hecho que refiere. Da pavor comprobar que esta práctica se ha naturalizado.
Si esto sucede con las personas comunes qué será, hay que preguntarse, con las "vanguardias" fundamentalistas. Hay que atreverse a leer la carta fundacional de Hamas, apoteosis del integrismo, para ver que el odio al judío excede el tema territorial o político y entre tambores y resonancias auditivas a lo Schreber se planea el banquete de comer judío. En su agudo libro sobre Céline, Philippe Muray, escribe: "Se podría arriesgar una hipótesis: es antisemita aquél que considera fundamentalmente al verbo como una infección del cuerpo, y no a la inversa. Es ya antisemita cualquiera que se siente médico ante la literatura, verbo encarnado."
Entre el negacionismo de Pedro Brieger y la ignorancia sin límites de Beatriz Sarlo- los dos consideran a Israel "genocida"- se podría decir que la impunidad para los hitlero islamitas está asegurada. Hay muchos que participan de este banquete del integrismo del fuego que parece ser el futuro de la idiotez de la Humanidad según Leónidas Lamborghini.
Rodolfo Fogwill, molesto por el enérgico pedido de Kirchner de los funcionarios iraníes vinculados al atentado a la Amia, se refirió- revista Zoom, 2009- a esa cultura milenaria a la que no había que hostilizar.
La risa canalla suena más ética que tantas palabras edificantes y vacías.
Leónidas Lamborghini participó en las luchas del setenta como todos los de su generación. Pero no las explotó como si fueran un fetiche sagrado, se apartó de negatividad donde "la muerte sólo vive una vida humana"(Hegel) y el sacrificio tiene como fin un orden definitivo: el integrismo ateo es totalitario. En los noventa había aparecido otro tipo de sacrificio: el de los integristas, que comenzó a fascinar a los antiguos castrotercermundistas de la negatividad que una vez derrumbadas las madrigueras de los socialismos concretos olvidaron que para Marx la religión era el opio de los pueblos y como nuevos penitentes interpretaron a los hitlero islamitas como aliados para continuar el negocio de los "pueblos oprimidos por el imperialismo", salvando la ropa de sus dirigentes y silenciando las decenas de miles de Souad que asesinan década tras década.
¿Es el mismo soplo? En el desierto y los salones se bebe de una misma fuente común, el nihilismo. El integrismo invierte esta nueva vuelta de tuerca del sacrificio en la Umma: ahí van a parar todas las sangres. Y el antimperialismo actual es sinónimo de los capitalismos mafiosos: ahí cree haber encontrado el final de su historia, que el resto lo haga el integrismo.
Agamenón inmola a Ifigenia para que las naves sigan su curso y el viento comienza a soplar. Es sólo un medio para entenderse con los dioses. El sacrificio integrista no procede así, integrando por disyunción sino que desintegra por conjunción y en ese proceso necesariamente se autodestruye. En vez de venerar o idealizar esa tradición que supone siglos del imperio otomano pero a la que ahora se añadía la huella del integrismo, Leónidas Lamborghini la considera un ejemplo de la idiotez humana. Tiene interlocutores que nunca sospechó como Ibn Warraq que en libros como Why I am not Muslim, reivindica el derecho a la sátira, la blasfemia y a burlarse sobre lo que considera una religión opresiva. Muchos islamitas critican duramente la cultura occidental, pero si alguien lo hace desde occidente es acusado de racismo. Sobre Warraq pesa una fatwa, ha sido condenado a muerte porque su risa suena a canalla para los intachables doctores. Joumana Haddad no menos atrevida, introduce a Sade en las noches árabes. Y así.
Leónicas supo leer y escuchar y no se dejó intimidar: es un poema de amor sobre el fondo de una comunidad suicidada. Y lo que se enuncia en su poema no puede ser leído por los que chapotean en el agujero de los setenta a través del discurso del mito y prácticas fetichistas.
Trato de esto en La lengua que lapida a propósito de la condena a la lapidación de Shakineh Ashtianí, que reactiva el poema con una memoria amarga y actual. Por el fuego o por las piedras, el integrismo persigue integrarlas al Templo, mejor muertas que vivas, ante el silencio del burgués y el comunista asimilados uno al otro a la misma negación. Esas culturas milenarias han quedado reducidas, aplastadas a un código penal, la lengua que hablan, que es adversa a las formas de creación poética o artística: carecen de todo humor en cuanto a la guerra de los sexos sobre la que no habrá solución final, salvo que quemen o lapiden a todas las mujeres.
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