viernes, 30 de marzo de 2012

Por qué Muray nos falta o la charlatanería de los sabios. Por Pierre André Taguieff.






A Philippe Muray, in memoriam

En el curso de los años noventa se podía creer que el especialista de las fórmulas huecas y de generalidades vacías no era sino un recuerdo o un fenómeno histórico destinado a ser objeto de tesis académicas. El tipo híbrido de intelectual semi literario, semi propagandista, escritor « comprometido », esta excepción francesa desdichadamente globalizada, parecía haber hecho historia. Sus últimos representantes parecen pálidos simulacros o vulgares bufones, que imitan a los grandes ancestros con tanto de torpeza como de arrogancia. Nadie puede más tomar a lo serio esto charlatanes narcisistas celebrando incansablemente les «valores universales» (nunca definidos) o pretendiendo defenderlos en una época como en las que retóricamente triunfantes, eran afirmados y defendidos por múltiples instituciones, nacionales o internacionales, y por todas las instancias oficiales del «El imperio del Bien” (Muray).
El «funcionario de lo universal» caro à Husserl sólo podría sobrevivir volviéndose funcionario de la UNESCO o de cualquier instancia “europea”.
Pero en tanto los «valores universales» sufrían una torsión para metamorfosearse en “respeto por las creencias” y la «diversidad cultural”, «derecho a la diferencia” o “deber de memoria”(etno-comunitaria) o todavía diluirse en el imperativo nunca pasado de moda de «creolizasión», de «mestizaje» o de la '«hibridación» de las culturas.
Se sigue que la absolutización de la diferencia cultural coexiste con su negación presupuesta del ideal « mezcolanza». ¿Contradicción flagrante? ¿Incoherencia chocante? Para los retóricos encargados de celebrar el buen pensamiento, las contradicciones son desatendidas, las incoherencias no tienen importancia.
Cuando el bien pensante formaba parte de la categoría de los autodidactas, podía esperar volverse un editorialista más o menos célebre. La pérdida de aura parecía condenar a la indiferencia o al desprecio esta categoría social en desuso, que se parece a la de quiénes no saben nada pero que saben hablar más o menos brillantemente de todo.
El tipo de intelectual «generalista», especializado en la intervención pública permanente, parecería ser no solamente inútil, sino medianamente ridículo. Todos los candidatos al estatuto de intelectual glorioso (antes bien Sartre, o Camus) han sido “bachellizados”
Y, aquí como en otra parte, el público con rostro humano y las vacas curiosas prefieren el original a la copia.
Con el triunfo del intelectual único, verdadero, «intelectual terminal» (Régis Debray), se ha terminado la historia de los intelectuales. Pero no la post historia de esta categoría con rostro humano.
¿Cómo este generalizador inagotable, ignorando todo, salvo lo que lee en los diarios o escucha en televisión, que reaccionaba el mismo día, podía continuar siendo creíble en las sociedades que se caracterizan por la conciencia de una complejidad creciente, que implica la especialización de los saberes?
La conclusión lógica de este declive de los sostenedores de la “cultura general” ha sido extraída de quienes se han reconvertido al periodismo “cultural”.
O en Internet. Después de todo, mejor vale animar apaciblemente un debate sobre los temas de actualidad o excitarse sobre los sitios propios que agotarse en enseñar materias devaluadas a liceos o estudiantes apáticos o rebeldes. (los «traviesos de Panurgo» sometidos a la ironía humorística del rechazado Philippe Muray).
En la sociedad de la información y de la comunicación, los periodistas bien formados, bastan para cubrir la tarea modesta pero necesaria de difundir informaciones establecidas, seleccionadas y jerarquizadas según las reglas deontológicas del oficio, y de dar esclarecimientos requeridos sobre los acontecimientos.
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Luego, es un hecho, muy sorprendente, que el tipo de incompetente en todas las cosas, salvo en retórica de obediencia literaria, interviniendo sobre todo lo que llega con su mal humor o con sus buenos sentimientos, transfigurados en juicio autorizado, no ha desaparecido.
El intelectual clásico persiste y firma siempre y se muestra ávido de estar presente en los medios. Híbrido auto-contradictorio: es a la vez soporífero, frase rimbombante y propósito edificante, ultra-moderno agitado, viajero, oscuro y cínico, ávido de comunicación y de visibilidad. Tartufo post-moderno. Debe sin embargo golpear fuerte para forzar las puertas del sistema comunicativo, actuar las imprecaciones o las profecías, denunciar a los poderosos, revelar escandalosas injusticias y designar a los responsables, variar en el género catastrófico anunciando lo peor para mañana. El no existe sino por los terroríficos enemigos que se da o se inventa: es el hombre de la polémica permanente. Su universo es aquél de las abstracciones aproximativas, que opone, asocia y confunde, según sus necesidades. En cuanto a la realidad histórica, con sus guerras sin fin y sus injusticias irremediables, se sitúa en un universo que no frecuenta. Se contenta con formar parte de sus sueños de otro mundo. Sueños convenientes, éticamente correctos. Incluso cuando son ferozmente agitados por un piadoso «nietzschano de izquierda» de espíritu estalino- libertario. Costados « filosóficos » o nuevos maestros de sabiduría, entre aquellos que incitan con la mayor seriedad a beber y comer bien (¿hay que citar al pavo real llamado Onfray?).

Estos heraldos de «la era hiperfestiva» se encuentran en perfecta comunión con los altos responsables políticos bien bronceados, reconocibles a la cabeza de todas las manifestaciones «festivas» de « las minorías discriminadas». Estos personajes son a menudo políticos neo socialistas de la edad de la «videopolítica», cuya existencia se reduce a apariciones mediáticas con efectos cuidadosamente calculados. Pero los «bronceados» con sonrisa afable, minoría ultra-visible de cielo político, sometido a una doble disciplina del régimen «bajas calorías» y footing, se reencuentran de más en más en la derecha, rivalidad mimética obliga.
Estas divagaciones «alter-alguna cosa» tienen por principal efecto aburrir a los miembros más despiertos del auditorio universal, no sin asegurar a los otros, encantados de ver bendecidos los eslogans de época, aquellos que hacen las veces de pensamiento.
Las gruesas evidencias morales forman parte de las ideas muertas. Ellas no elevan más las almas. Elles no se desgranan menos plegarias laicas recitadas en rosario. Pues los infieles tampoco escapan a la cuestión de ¿cómo vivir? La Iglesia abstracta de los «buenos sentimientos” es la flor estéril salida del ecumenismo y del «diálogo inter- religioso». La vulgata nacida de una concepción edulcorada de los «derechos del hombre» y de un antiracismo de bien pensantes se ha globalizado. Los «truismocrates» (Muray) son los grandes comunicadores.. Lo religioso disuelto en la moral y aquella diluida en el moralismo.
.Se hace política «impolítica» con este sentimentalismo hipermoral. Una moral minimalista que no compromete a nada, una política sentimental sin anclaje en lo real. Nadie puede estar en contra, pero nadie se siente obligado por las prescripciones vagas y dulces. ¿Quién estaría, por ejemplo, contra el dulce mensaje de ¿Paz y Justicia en el mundo ? ¿Quién rechazaría la cariñosa afirmación «Nosotros somos todos hermanos» o el tierno imperativo: «Seamos todos hermanos» ? Quién osaría recusar el “vivir –juntos”, el “reparto » y el “diálogo”? ¿Cómo no estar en comunión festivamente en la “lucha contra las discriminaciones”? Hay “jornadas”, “semanas” o “quincenas” para eso. Con los stands a veces sostenidos por grotescas damas patrocinadoras de un nuevo género, suministrando peroratas confusas del tipo «¡ Socialezemos nuestras diferencias!» (¿Quién no conoce sin embargo a esta gran profesional de la «com» que es Madame Benbassa ?) (1) Los malignos que poseen la boutique de los buenos sentimientos esloganizados, por insípidos que sean, se pavonean sobre la plaza pública.
Las canillas de agua tibia no tienen enemigos.
Este tipo de intelectual «literario», salido en Francia de la tradición dreyfusista (¿todas las grandes cosas tendrían un fin piadoso?), coexiste a menudo con un temible rival, el tipo de experto en ciencias sociales cuya lengua se aproxima a la de los ciudadanos ordinarios, pero que sabe sacar de su sombrero en tal momento, las cifras que asientan son autoridad en el mundo mediático. Los insulsos sub-Péguy de los actuales boulevards de la información se encuentran una vez más, pero en la insignificancia, confrontados con sus enemigos y rivales: los especialistas fríos, los expertos perentorios, aquellos que son supuestos saber. Ilustración: los «moralistas» a la Edwy Plenel frente a los Nicolas Baverez de todas las obediencias y de diversos niveles. El experto comunicador puede permanecer neutro y contentarse en hacer puntualizaciones en su dominio de competencia, pero también hacerse el porta palabra de un movimiento o de una causa hasta transformarse en propagandista. En este último caso se ve proliferar un nuevo tipo de intelectual militante que entra en concurrencia con el intelectual clásico: el experto consultado, comprometido, a menudo consejero de El Príncipe (los ministerios hormiguean de tales personajes).


Los porta palabra de lengua florida, vestigio de un mundo desaparecido, deben hacer frente al consultado armado de sus cifras y sus datos, movido por la voluntad de imponer sus tesis o sus modos de inteligibilidad.
.En la « lucha de los lugares”, fuera del campo de las ciencias duras, los más ambiciosos se hacen estrategias. Los apremiados sub-Braudel saben sin embargo como contornear los obstáculos del sistema. El deseo desenfrenado de empleo justifica los medios, pero no favorece el compromiso en el largo trabajo de los sabios. Numerosos universitarios al principio de su carrera se afirman así, en el espacio mediático, por la demagogia o la provocación calculada, sobre cuestiones juzgadas sulforosas, volcadas a crear polémica en razón de sus lazos (justificados o no) con los debates políticos de la hora. Hoy, por ejemplo: la historia de la esclavitud o de la colonización, puestas en relación con los problemas planteados por la inmigración y los delirios de identidad en rivalidad mimética. El pensamiento -MRAP hace estragos. Las «víctimas» imaginarias se reproducen miméticamente, en el mundo protegido de los funcionarios. Los universitarios están en primera línea. En el mundo gris de los clones de Bordieu, de Touraine y algunos otros, existir es distinguirse. Poder participar del espectáculo político cultural. Los Claude Ribbe (el «nazificador» de Napoléon) y otros. El Patio Grandmaison (el maestro de conferencias que se toma por un «indígena de la República») saben cómo, por la provocación, no hacerse olvidar.
¡Para un buscador ejemplar- amenazado e insultado por malos periodistas -, cuántos Dieudonné travestidos en universitarios!
Para estar presente en la actualidad, hay que comentar la actualidad, incansablemente, con la
agitación requerida. Los amantes distinguidos de «bellas frases» reconfortantes como les expertos – militantes un poco frustrados lo saben.
.Para intervenir con la suficiencia y el ardor que impresiona al advenedizo los primeros («filósofos »
«psicoanalistas » o «escritores») deben olvidar su ignorancia o su saber aproximativo, los segundos («sociólogos», «politólogos», «economistas» o «demógrafos», retomados por les «historiadores del presente» y asimismo los «geógrafos», transfigurados en especialistas de «geopolítica») el hecho que ellos intervienen más allá de los límites de su minúsculo dominio de competencia. Para los directores
del conformismo intelectual, los pensamientos todos hechos, prudentemente censurados, deben bastar, tanto las de los charlatanes elegantes como aquellas de las pesadas “cifras de apoyo”.
Pero, en estas condiciones una pregunta tan cruel como inevitable se plantea: ¿para qué tales intelectuales en un espacio de debates que ellos contribuyen a volver oscuros, amargos e interminables? :

La época odia el pensamiento libre. Odian aquellos que hacen parecer cómicas las charlatanerías de los dadores de lecciones y grotesco el espíritu serio de los expertos arrogantes. Si Muray nos falta, es porque el solo encarnaba una de las vías posibles del pensamiento libre, de un verdadero pensamiento odiado por todos los conformismos, inseparable del estilo sobre el cual se extiende siempre su singularidad. La República tiene necesidad de verdaderos sabios y de buenos profesores. Ella no tiene nada que hacer con retóricos o gurúes.
Elle puede dejar a los embaucadores sacar pecho sobre la pequeña pantalla. Pero no podría prescindir de artistas, poetas y pensadores críticos.

1) Porqué no «socializar» el fanatismo, la necedad, las faltas de sintaxis o la gripe aviar que, como las «diferencias», son parte de lo real ?.
Pierre André Taguieff
(Traducción : Luis Thonis)

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