miércoles, 2 de marzo de 2011

La inmolación, último recurso de las jóvenes afganas. Por Vicent Vulin




Los Budas de Bamiyán y las mujeres afganas.













Esta nota que traduje de Vicent Vulin, que se basa en un informe de la ONU, desmiente de modo descarnado que haya una guerra entre Occidente y el Islam en cuanto vagas abstracciones, común a ideólogos maniqueos o antropólogos convencionales. La simplificadora "guerra de civilizaciones" para colmo explicada por Feimann omite que el Islam está dividido y en crisis. De Occidente ni qué hablar: de jugemos en el bosque hasta a la carga barracas, de quiénes son los amigos y quiénes los enemigos, si el enemigo de mi enemigo es mi amigo y si el amigo de mi enemigo que es mi amigo puede ser mi enemigo y así sucesivamente. Mientras tanto, hay voces que gritan para que se escuche su silencio, víctimas.



Las mujeres en Afganistán hoy pueden votar, leer libros y estudiar y han demostrado no sólo interés sino pasión por eso y se las arreglaron como pudieron cuando estaban bajo el dominio de los talibanes que están lejos de haber sido vencidos. Pero hay zonas donde predomina el talibán o sus secuelas culturales se lo sigue padeciendo.




Los talibanes destruyeron los grandes Budas de Bamiyán en 2001, ubicados en un lugar estratégico en Oriente, la famosa Ruta de la Seda, lugar de pasaje que vía Afganistán une a China e India. En esa montañas vivían los monjes budistas en el siglo II en pequeñas cuevas y las embellecieron con estatuas religiosas y frescos que tuvieron influencia occidenal. Los dos inmensos Budas fueron la expresión ampliada de una tradición, lugar de los devotos budistas en el siglo II. Fueron construidos con roca arenisca, barro mezclado con paja y bañados con estuco aproximadamente en el siglo V y sobrevivieron la invasión islámica en el siglo IX que los dejó vivir en paz.



Fue un acto de guerra...contra una civilización que ya no existía. ¿Cual era el peligro que representaban? No tenían la mirada de las estatuas de Giacometti. Una guerra para que nadie estaba preparado si se tiene en cuenta que ésta no se reduce a tirar tiros o bombas sino que es ante todo un estado mental que- fui comprobando- un enemigo que tiene tantos amigos interesados en Occidente quiere desarmar mediante la guerra psicológica, por un lado victimizándose, por otro tratando de imponer la Sharia en la legislación occidental y para la cual las mujeres son más peligrosas que los Budas.



En Canadá la Sharia estuvo a punto de legitimarse si Bush no hubiera ganado las elecciones. Obama hoy no pega una: cree que transformando a EEUU en un país tercermundista lo va a favorecer. No sabe cómo sacarse de encima a Israel. Irán gracias a los precios del petróleo avanza cada vez más en la región- el compañero Evo Morales acaba de recibir al ministro iraní Ahmad Vahidi, seriamente acusado de su participación en el atentado a la Amia y lo dejó ir en vez de enviarlo aquí para que sea interrogado -, Argentina miró para otro lado, Israel se agazapa en sus fronteras, y China ya habla como patrón de la estancia planetaria: pagame Tio Sam o te hago defaultear, ni el tío Cámpora te va a salvar.



Además de la siempre impotente ONU de la que este informe es una excepción, la mismísima Conferencia islámica, compuesta por países musulmanes, simuló contener a los dinamitadores como tirando la oreja a niños traviesos que utilizaron misiles. ¿Cuál fue el argumento? El ministro de relaciones exteriores reconoció que las reliquias eran de importancia cultural pero «su presencia en el Emirato Islámico (de Afganistán) va contra los principios del Islam». Tendría que haber dicho sobre lecturas literales del Corán como el wahhabismo sin meter a todos en la misma bolsa. Lecturas occidentalizadas porque el actual fundamentalismo responde menos a tradiciones árabes que al nihilismo occidental tal como se lee en Los Demonios de Dostoiesky.




Hubo cierto repudio internacional por la voladura de esos monumentos considerados patrimonios de la humanidad. También risas cínicas que aumentaron después cuando los kamikases se estrellaron contra las Torres. Los talibanes, en el fondo, luchaban por los pueblos oprimidos...
Nadie advirtió o quiso saber que estaban vinculados a un proceso de limpieza étnica y que los barbudos polígamos asesinaban a niñas camino a la escuela.

Nuestros intelectuales, agapazados en el ombligo de su imaginario Kindergarten, decían que eran "mentiras imperialistas" pese a que tenían la evidencia ante los ojos porque ¿qué pueden hacer con los seres humanos unos tipos que destruyen piedras, talladas cuidadosamente en diamante, por sagradas que sean, qué pasa por su cabeza?

Había una conexión entre este acto y la esclavitud a la que sometían a las mujeres y la limpieza étnica de cristianos que continúa todavía en muchos lugares del mundo.

La inmolación está en una situación inversa al hacerse estallar en medio de civiles, acto que llamo homisuicida y que el Islam prohíbe expresamente.

Es un grito por la vida en medio del fuego.

"De Hitler no se me ocurre nada", decía Karl Kraus.


"Interpretarlo"- si sufría por las penas del tratado de Versalles, si se armaba hasta los dientes en honor a las tradiciones militares germanas, si de chico no tenía niñera y padeció la oscuridad- era permitirle ganar tiempo, fortalecerlo y dejarlo avanzar.

Tampoco se me ocurre nada de los barbudos polígamos, salvo que hay que darles satisfacción y enviarlos al cielo con su vírgenes, si es que todavía les queda alguna.

Sin embargo, es muy poco lo que el Occidente actual puede ofrecerles: una mezcla de Yale- centro de la progresía yanqui, donde incluso estudió George Bush y que aloja hoy a uno de los talibanes que atentó contra las Torres- y de la impotente Europa, Zeropa Land, que fue incapaz de construir formas de soberanía y que dio a luz los dos peores totalitarismos de la historia. Nadie mueve un dedo para abandonar insituciones obsoletas y fundar un polo de soberanía occidental que con base en la OTAN actúa en acto contra los crímenes contra la hunidad.


El resultado de la inacción: un engendro demo-matriarcal igualitario donde pronto Europa será Eurabia. No hay otra cosa para ofrecer. Construir instituciones democráticas no será fácil. Piénsese en la Argentina: hay provincias donde todavía no llegó la revolución de 1810: desnutrición, falta de educación, corrupción acentuada, etc. Ahora me ocupa pensar que puede pasar por la cabeza de esas niñas y jóvenes torturadas para tomar decisión de encontrar en la inmolación un último apego a la libertad que todavía no ha podido ser erradicada definitivamente del género humano.


Del lugar que den a las mujeres depende hoy que la llamada primavera árabe siga floreciendo y tantos charchos de sangre no se congelen en una invernada teológico política. Los olvidados sufíes, sabios, deberían tomar la sartén por el mango. No será así. Ya es mucho que no se los considere dhimis como a los cristianos, hoy reales o potenciales blancos de la furia fundamentalista. Porque por el peso de lo teológico político que viene desde siglos, sin una experiencia que haya separado el Estado de la sociedad civil, puede de golpe y porrazo transformarse en un invierno regimentado por los Hermanos Musulmanes de donde emergió el terrorista caviar Osama Bin Laden. Luis Thonis.

Las mujeres, o asimismo las niñas, se han vuelto en ciertas tribus una moneda de cambio. Ellas no encuentran otros medios para escapar a un casamiento forzado, a los malos tratos. Fatima gime, a medias consciente, sobre su lecho de hospital. Su madre sentada a sus costados, la mirada inquieta, vela sobre ella. A veces, la joven muchacha abre los ojos e intenta articular algunas palabras. Fatima tiene una profunda quemadura sobre la parte delantera del cuerpo, en las espaldas hasta en las nalgas. Según su familia, hace quince días, estaba cocinando en la oscuridad, porque no había más electricidad y confundió un bidón de agua y un bidon de gasolina. Rápidamente se prendió fuego. El Dr Djalil, jefe del servicio de grandes quemaduras en el hospital de Herat, no cree en esta versión. «Es típico. Las familias de las mujeres que se han inmolado rechazan decir la verdad. Pero estamos habituados, sabemos reconocer este género de quemaduras.» Después de diez meses, estima el médico, sesenta y cuatro pacientes fueron recibidas en el hospital luego de haber intentado inmolarse. Entre ellas, cuarenta y cinco mujeres han buscado, a menudo, vengarse de los sufrimientos sufridos en sus nuevas familias. Las mujeres habían comenzado a inmolarse bajo los talibanes a fin de 1990, según el Dr Djalil. Habían perdido su autonomía, no les quedaba más que la amenaza de suicidio para hacer presión sobre su entorno. A pesar del nuevo régimen, esta práctica ha continuado «Tenemos el caso de Djamila, que ha prevenido tres veces a su marido que ella se inmolaría si continuaba pegándole. Ha terminado por hacerlo.» Djamila ha sobrevivido a sus heridas, pero ha dejado a su marido y vive con sus parientes. Busca un medio de financiar una operación de cirugía plástica con el fin de reparar su rostro quemado.


Recrudescencia en las zonas rurales.




El Dr Djalil piensa que el suicidio por inmolación muestra una recrudescencia en zonas rurales. «En el campo el encierro de las mujeres es hoy el mismo que bajo el régimen taliban. Entre 2003 y 2004, 10% de los casos venían del campo, ahora han ascendido a 65%.» La guerra afecta las zonas tribales alejadas de los centros urbanos. El empobrecimiento de las regiones explica probablemente el acrecentamiento del fenómeno. Las mujeres, o asimismo las niñas, se han vuelto en ciertas tribus una moneda de cambio: «A veces las familias venden sus hijas a un hombre para tener dinero. En el campo las cambian por un animal.» Según un informe de la ONU, aparecido en diciembre último, en el sureste de Afganistan, existen numerosos casos donde las jóvenes, bajo la cobertura de casamiento, son en realidad vendidas a un hombre. Este «casamiento» proporciona de 2000 a 6000 dólares y el marido puede comprometerse a sostener las necesidades de su familia política. Así sucede que un hombre de edad madura se casa con una joven adolescente. En la misma sala de Fatima, otras dos jóvenes reciben cuidados. Una de ellas, Sabdja, de 13 años de edad se ha casado con un hombre de 20 años. «Por cierto, no estoy contenta de mi situación, pero no tengo elección», confiesa. Sabdja ha vertido, por accidente, agua hervida sobre sus piernas. Durante un mes, su abuela rechazó llevarla al hospital. Finalmente su padre lo hizo. Sabdja, parece, forma partes de las jóvenes a las cuales se fuerza casarse. Sometidas a la autoridad de su nueva familia, sufren a veces malos tratos. «Hay un lazo entre la inmolación y el casamiento forzado. El 80% de las mujeres que recibimos han sido casadas a la fuerza», asegura el Dr Djalil. Massouda, una joven periodista que trabaja en Herat, cuenta que su tía, también ha elegido inmolarse luego de su casamiento forzado. Muy jóvenes, ellas pierden enseguida toda esperanza, reducidas al estado de mercancía, terminan por pensar que el suicidio es, para ellas, el único medio de escapar a los sufrimientos. «Tenemos niñas de todas las edades que se encuentran en esta situación, tienen a veces 9, 10 o 12 años», confirma le Dr Djalil. En las regiones del norte del país, según la ONU, niñas todavía bebés son prometidas al matrimonio simplemente para reforzar los lazos entre dos clanes, o todavía para sellar su reconciliación. Según un estudio de la ONU que data 2008, del 70% al 80% de los matrimonios son declarados sin el consentimiento de los esposos. Algunos responsables locales comienzan a tomar conciencia de la gravedad de esta práctica y sus consecuencias nefastas, después del informe de la ONU publicado en 2010. El nuevo régimen, instalado después de la caída de los talibanes en 2001, castiga, al menos oficialmente, la mayor parte de estos usos. Sobre el terreno, los responsables de la ONU constatan pocos cambios. Las mujeres que recurren a la justicia civil o religiosa han raramente ganado en la causa. Las autoridades judiciales se oponen poco a estas prácticas y los mulás, los jefes religiosos defienden raramente a las mujeres. Después de la ONU, numerosas cortes judiciales eligen condenar a las que han sufrido las torturas en lugar de perseguir a los verdaderos culpables. Una mujer que se escapa luego de los malos tratos es a menudo acusada de haber tenido la intención de cometer adulterio, una falta pasible de prisión. Sin ningún recurso, algunas prefieren poner fin a sus días.


Traducción: Luis Thonis. Le Figaro. 18/2/2011

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