Hace más de treinta años, el escritor de izquierda Eduardo Galeano comenzaba su tristemente célebre libro Las venas abiertas de América Latina diciendo que "la división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder"(1). Fue una frase rotunda que con el tiempo permitiría designar a una ideología nefasta, el tercermundismo, cuya creencia básica consiste en sostener que unos países son ricos a causa de que otros son pobres, entendiendo la riqueza, no como algo que puede ser generado a través del esfuerzo, la iniciativa individual y el conocimiento racional sino como un botín que cambia de manos según diversos momentos de la historia. En otros términos, es la típica enfermedad mental latinoamericana que perpetúa desde hace décadas la pobreza, el hambre y la miseria en nuestro continente; un "sarampión ideológico"(2) que postula que la riqueza está mal distribuida merced a la explotación capitalista, el imperialismo yanqui, el Fondo Monetario Internacional, la rapiña de las multinacionales y, por sobre todo, el mal de todos los males: el neoliberalismo. No Logo (3), el libro de cabecera de los movimientos antiglobalización, encuentra sus raíces en toda una vieja tradición de pensamiento de izquierda que se remonta desde Karl Marx hasta el sub-comandante Marcos.
Su originalidad consiste en camuflar las ideas del Che Guevara con los fundamentals del marketing empresarial denunciando que, en la aldea global que nos toca en suerte, algunas multinacionales, lejos de nivelar el juego global con empleos y tecnología para todo el mundo, "están carcomiendo los países más pobres y atrasados del planeta para acumular beneficios inimaginables"(4). Más aún, la globalización se caracteriza por conectarnos a través de una red de marcas conocidas por casi todos (Nike, Shell, Tommy Hilfiger), pero cuyo orden esconde en su trastienda la explotación inhumana de obreros, el pago de salarios miserables y condiciones de trabajo casi esclavistas en varios países del Tercer Mundo. "El Tercer Mundo, según dicen, siempre ha existido para mayor comodidad del Primero"(5), escribe su autora, la periodista canadiense Naomi Klein. De ahí que su área de estudio abarque el origen de las zapatillas Nike en los infames talleres de Vietnam, la producción de las ropitas de la muñeca Barbie a través del trabajo de los niños de Sumatra, la cosecha de café de Starburck en los cafetales ardientes de Guatemala y la extracción de petróleo de Shell en las miserables aldeas del delta de Níger.
Falacias del pensamiento ideológico. Los postulados de No Logo son propios de aquello que Jean-Francois Revel denominó "pensamiento ideológico": un conjunto de ideas fosilizadas tendientes a acabar con un enemigo determinado en forma fanática. Lo que explica el éxito del libro de Klein es la sutil maniobra de disfrazar un antiamericanismo furioso y un marxismo rococó con los ropajes de la justicia social, la ecología y los gastados slogans contra el neoliberalismo.
Revel considera que las características del pensamiento ideológico son la ignorancia deliberada de los hechos, el culto a las incoherencias y las contradicciones, y su capacidad para engendrar a través de consignas progresistas lo contrario de lo que pregonan sus fines. Analicemos a partir de estas consignas cómo se configura y organiza el mapa doctrinario de No Logo. En primer lugar, llama la atención el hecho de que Klein muestre como pruebas del fracaso de la globalización y el libre mercado sus experiencias en diversas ciudades de Indonesia, Nigeria, Birmania, Filipinas y la India, todos ellos países que si por algo se caracterizan es por haber quedado fuera de la mundialización de capitales y los procesos de inversión a nivel global. ¿Es deliberada su ignorancia frente a la paupérrima realidad política, social y económica que somete a esos países fruto, principalmente, de odios tribales ancestrales, rencores e intolerancia religiosa y guerras intestinas que cosecharon por décadas persecuciones, hambrunas, despotismos y millares de muertes? Por otro lado, cuesta creer que empresas multinacionales elijan esos destinos para hacer inversiones. La miopía ideológica de Klein le impide constatar que, a contracorriente de lo que se escucha habitualmente, los empresarios de ahora no se instalan donde la mano de obra es menos costosa sino allí donde el Estado ofrece la mejor relación entre los servicios que provee (orden, seguridad, calidad de vida, educación, salud) y las reglas de juego legales y fiscales que se le presentan al empresariado(8). A pocos miles kilómetros de los talleres de niños que Klein describe en forma tan dickensiana existen países como Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur o Singapur que con instituciones sólidas, reglas de juego claras, sin protestas ni sindicalismo combativo y con un gran respeto por los derechos de propiedad han logrado multiplicar por doce en 25 años la riqueza de esos países adaptándose instantáneamente a los humores de la globalización. En segundo lugar, el punto más débil de los argumentos de Klein tiene que ver con su denuncia acerca de los miserables salarios que pagan las multinacionales en el Tercer Mundo. Según No Logo, esos salarios son producto de las desigualdades inherentes al libre mercado y al incumplimiento de normas comerciales internacionales que impedirían semejante abuso. Ahora bien, ¿cómo explica Klein que los obreros de su Canadá natal no sean explotados como sus pares de Indonesia? ¿Acaso no hay sobrados ejemplos de países tan poco imperialistas como Canadá, Holanda o Australia que basan sus economías en la competencia y el libre mercado y permiten que sus obreros estén entre los más calificados y mejor pagados del mundo? Esta repuesta no convencerá a Klein quien, antes de ir a dinamitar un local de McDonalds, nos acusará de ingenuos y nos hablará de ... ¡la mundialización salvaje de las marcas! En fin, el típico tic nervioso del pensamiento único progresista que pretende ocultar la evidencia de los hechos con la pancarta y el slogan. En realidad, la respuesta se encuentra en que los ingresos y los salarios reales se elevan de acuerdo con los incrementos en el stock de capital. Aquí la clave no pasa ni por la generosidad de los políticos y por la agresividad de los sindicatos. Pasa por el capital invertido en instalaciones, máquinas, tecnologías de punta, almacenamiento y transmisión de información, apoyo logístico y el abaratamiento de los costos de las comunicaciones.
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