domingo, 6 de marzo de 2011

Ocho falsos tópicos sobre el hambre en el mundo



Alrededor de 840 millones de personas pasan hambre en el mundo. Sin embargo, África es el único continente en el que esta lacra ha aumentado en los últimos veinticinco años. Técnicos y líderes políticos de 200 países se reúnen a partir del próximo día 13 en Roma, en una Cumbre Mundial sobre la Alimentación organizada por la FAO Sobre el sempiterno drama del hambre en el mundo gravitan una serie de falsos tópicos que distorsionan la realidad: estamos ante un problema humanitario de primer orden que repugna las conciencias y que hay que seguir combatiendo a diario, hasta su total exterminio; pero sin despreciar los espectaculares progresos alcanzados en los últimos 40 años.

“Los discursos sobre el hambre en el tercer mundo son generalmente tergiversados por las ideas falsas (…) El Tercer Mundo no sufre hambre, sino pobreza, que no es lo mismo, y que no exige las mismas soluciones”. Habla así el doctor M. S. Swaminathan, considerado el padre de la “revolución verde” en la India y, por tanto, una de las personas que más ha contribuido a salvar vidas en nuestro planeta. Veamos cuáles son estos tópicos y las razones que delatan su falsedad.

1. La población mundial es demasiado grande para ser alimentada adecuadamente.

Falso. Nada más lejos de la realidad. El mundo produce suficientes alimentos para todos. La producción agrícola se mantiene al nivel del crecimiento de la población, incluso la supera. Se ha triplicado en los últimos treinta años y ello “a pesar de los temores sobre la degradación de la tierra cultivable y la falta de crecimiento de las cosechas”, explica Rafael Pampillón, catedrático de Economía Aplicada.

Hoy en día existe un 40 por ciento más de cereales disponibles por persona que en 1960. “Esto significa una cantidad de 2.700 kilocalorías por individuo, que es una media superior a la normalmente requerida (2.200)”, afirma Sylvie Brunel, directora científica de Ayuda Internacional Contra el Hambre, una ONG que lleva 16 años luchando sobre el terreno contra la malnutrición en el mundo. La FAO ofrece más detalles: “El suministro de alimentos per cápita ha aumentado en los países en desarrollo de 1.950 kilocalorías a principios del decenio de 1960 hasta 2.475 kilocalorías en la actualidad”.



El aumento de la producción de cereales ha sido posible gracias a las innovaciones técnicas. En este sentido, la India y su “revolución verde” son el caso paradigmático. Desde 1980 la India se ha convertido en exportador de cereales. La malnutrición persiste, pero ahora por culpa de causas sociales (pobreza, desigualdad). “Si en 1950 le hubieran preguntado a alguien qué ocurriría si se duplicara la población mundial, habría dicho que sería una catástrofe. Sin embargo, eso es lo que ha sucedido, y estamos mejor que antes. El progreso no pertenece sólo a los países industrializados”. Pampillón esgrime datos oficiales: en los 55 países más pobres de la tierra la esperanza de vida ha pasado de 53 a 62 años desde 1970; la mortalidad infantil por cada mil nacidos ha bajado de 110 a 73; la escolarización ha crecido un 36 por ciento desde 1974; la dieta calórica media per cápita ha crecido más de un 21 por ciento desde 1965 y el consumo de proteínas se elevó desde 52 gramos por día hasta 61.

La “revolución verde” acabó con las milenarias hambrunas de la India

El hambre identificó a la India durante miles de años. Parecía que la poderosa nación asiática nunca podría liberarse de esta lacra. Todo comenzó a cambiar, sin embargo, en 1967.

Aquel año, producto de una pavorosa sequía, centenares de miles de niños y ancianos murieron de hambre en el estado de Bihar, al nordeste del país. Los Estados Unidos se hicieron de rogar. El presidente Jonson intercambió los camiones cargados de grano por la adhesión de la India a su política en el Vietnam. Indira Gandhi decidió no volver a pasar por otra humillación semejante.

Puso al agrónomo Swaminathan al frente de una intensa política de apoyo a la agricultura. “Indira Gandhi me exigió que creara, en cinco años, un stock de cereales de diez millones de toneladas. Yo farfullé: ‘¿Por qué diez millones?’. Porque era exactamente la cantidad que la primera ministro había tenido que mendigar a los americanos”. La “revolución verde” había comenzado.

Veintidós años después, cuando Swaminathan narraba en una entrevista con Guy Sorman cómo había sucedido todo, la India disponía de una reserva de cereales no de diez, sino de 50 millones de toneladas, el equivalente al de la CE de aquel año. En 1987 esta reserva permitió a la nación asiática afrontar una sequía que en otra época hubiera sembrado de muerte su territorio.

La “revolución verde” fue posible gracias al arroz I.R.36, un fruto de laboratorio obtenido tras cruzar especies salvajes. Tiene todas las virtudes que desean los campesinos del Asia de los monzones: crece rápidamente, su tallo es corto, la espiga cargada y muy resistente a las enfermedades y a las inclemencias. El I.R.36 triplicó los rendimientos y revolucionó las agriculturas india, paquistaní, indonesia y filipina.

Veinte años después de la fecha histórica que marcó el comienzo de la “revolución verde” la India producía más arroz por habitante que en 1966, pese a que en el mismo periodo la población aumentó en más de 100 millones. La “revolución verde” desmintió todos los sombríos pronósticos de los demógrafos maltusianos y, sin embargo, aún muchos parecen no haberse dado cuenta.

2. Cada año son millones de personas las que mueren de hambre en todo nuestro planeta.

El hambre mata. Pero no existe ningún lugar del mundo en el que la muerte por inanición sea un problema permanente. En la actualidad, esto sólo sucede en situaciones extremas, generalmente provocadas por la guerra. Lo que padecen los habitantes del Tercer Mundo es una malnutrición crónica producto de su pobreza. Es, en palabras de Brunel, el “hambre silencioso”: una alimentación desequilibrada en cantidad y calidad que no tiene las dramáticas consecuencias de las hambrunas pero que lastra el desarrollo físico y mental de sus víctimas.

3. Los países pobres están atrapados por la espiral del hambre, que impide su desarrollo.

Falso. Aunque de determinados reportajes de la televisión podría deducirse lo contrario. La malnutrición retrocede en el mundo. La proporción de personas mal alimentadas en todo el planeta en 1950 era del 34 por ciento; en 1980, el porcentaje se había reducido ya a la mitad (17 por ciento). En la actualidad, según datos de la FAO, son 330 millones de personas las que viven en países donde el suministro de alimentos per cápita es extremadamente bajo (inferior a 2.100 kilocalorías). Esta cifra equivale al 8’5 por ciento de la población de los países en desarrollo. Hace treinta años la cifra absoluta era de 1.700 millones, y la proporción, el 80 por ciento. Hoy, unos 650 millones de personas (el 17 por ciento de la población de los países en desarrollo) viven en países con suministro de alimentos per cápita superior a 2.700 kilocalorías. Hace treinta años sumaban sólo 35 millones. Si la esperanza de vida es uno de los principales indicadores del desarrollo, sorprenderá a los catastrofistas comprobar que ésta no ha cesado de crecer desde 1960 en los países más atrasados del Tercer Mundo: en Tanzania ha pasado de los 41 a los 52 años; en Etiopía, de los 37 a los 47; en Sudán, de 40 a 53.

Las mejoras son también para los más pequeños. Según UNICEF, una cuarta parte de la población infantil mundial vive en Asia meridional. Pues bien, a pesar de la extremada pobreza de esta región, “las perspectivas de supervivencia han mejorado considerablemente durante las tres pasadas décadas: en 1966 uno de cada cuatro niños moría antes de cumplir los cinco años; en 1993 esta relación era uno de cada ocho”. En África al sur del Sahara, la tasa de alfabetización pasó del 40 por ciento en 1970 al 63 en 1990. Es evidente, aún estamos muy lejos de la situación ideal, sobre todo en algunas regiones de África (donde los gobiernos corruptos y las políticas equivocadas han causado estragos), pero no se puede decir, sin faltar a la verdad, que el subdesarrollo y la malnutrición constituyan un callejón sin salida para aquellos países que los padecen.

4. Los excedentes agrícolas bastan por sí solos para alimentar a los 800 millones de hambrientos que hay en el mundo.

Un 10 por ciento de los “stocks” mundiales bastaría para erradicar la malnutrición en nuestro planeta. No obstante, si el hambre existe no es tanto por una disponibilidad de recursos como por el reparto que se hace de ellos. Se da la lamentable paradoja de países con excedentes alimentarios (Brasil, India) a cuyo suministro, sin embargo, no acceden grandes capas de su población.

5. Si las parejas de los países pobres tuvieran menos hijos, estarían menos hambrientos.

Es un tópico utilizado para promocionar el aborto y las técnicas anticonceptivas. Pero no hay una relación directa entre densidad de población y nivel de nutrición. Existen países muy densamente poblados cuyos habitantes están bien alimentados y, por el contrario, naciones con escasa densidad de población cuyos súbditos se mueren de hambre (Etiopía, Zaire, Tanzania, etc.). “Paradójicamente -explica Sylvie Brunel- una alta densidad de población ha estimulado normalmente las innovaciones agrícolas y la población está por ello mejor alimentada. Lo que sí es peligroso es un incremento brusco del crecimiento de la población mientras los sistemas siguen anclados en las tradiciones, sin enfatizar en su modernización”.

6. Los países desarrollados deben incrementar la donación de alimentos a las naciones más pobres.

No, como norma general. Sí, en situaciones excepcionales de emergencia. “Las donaciones hacen que los beneficiarios dependan de la ayuda exterior y pierdan el interés en su propia producción”, responde Sylvie Brunel. “Muchos países de África -añade- podrían producir mucho más si sus agricultores recibieran más apoyo y no fueran objeto de la competencia desleal que supone esta ayuda y de las importaciones baratas de alimentos”.

“En los países pobres -apunta el profesor Pampillón- no suele haber infraestructuras que permitan, de una manera eficaz, el recibir y mucho menos el distribuir y aprovechar estos donativos”.

Lo que los países subdesarrollados necesitan no es ayuda, sino comercio. Los fracasos más estrepitosos desde la II Guerra Mundial (Sudán, Afganistán, Nepal, Mozambique) son precisamente los de los países menos integrados en la economía mundial. La victoria contra el hambre será definitiva cuando las naciones que ahora sobreviven gracias a las donaciones externas sean capaces de producir por sí mismas los recursos necesarios para alimentar a sus poblaciones.

7. Las hambrunas son fruto de crisis climáticas que afectan siempre a los países menos desarrollados.

“Desde hace dos decenios, las crisis climatológicas (sequía, inundaciones) no deberían desembocar en una hambruna, entendida ésta como una situación extrema de hambre donde no hay ningún alimento disponible y cuyo resultado son muertes rápidas y numerosas si no se cuenta con ayuda urgente”, recuerda Sylvie Brunel. Las situaciones de hambre extrema que esporádicamente se producen hoy son siempre resultado de enfrentamientos bélicos. Somalia, Etiopía, Liberia... Nuestras retinas conservan aún patéticas imágenes de las últimas hambrunas. Todas fueron resultado de dantescos conflictos que generaron miles de víctimas y desplazados. El último informe de Médicos Sin Fronteras denuncia cómo las facciones en guerra crean “situaciones de hambre para conseguir el suministro de alimentos y medicinas, que luego son desviados”. Así, la ayuda humanitaria se convierte, de forma involuntaria, en alimento de las guerras.

8. Los países subdesarrollados necesitan comida antes que libertad individual y política.

El mapa del hambre coincide con el de las falsas ideologías. Azota a naciones en las que los errores y corrupciones o la incompetencia administrativa son manifiestas. Y en esto, los países socialistas se llevan la palma. De los más pobres, basta analizar el camino recorrido por países relativamente democráticos y con respeto a la propiedad privada de los campesinos (la India, Costa de Marfil, Tailandia), con el de naciones seducidas por el modelo soviético de las colectivizaciones (Ghana, Tanzania, Vietnam) para dar la razón al barón de Montesquieu: “Las tierras producen menos en razón de su fertilidad que en razón de la libertad de sus habitantes”.
Publicado por ABC el domingo 1o/11/1996

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