El Circo fue inventado para que el poder ejecutivo no lo sustituya según la tradición que inauguró Benito Mussolini donde el payaso de opereta también es asesino. Cuando toda la sociedad se convierte en un Circo y descubre lo costoso que resulta el haber despreciado las instituciones, el payaso suele ser colgado por los mismos que lo vivaron y aplaudieron y el circo y quienes trabajan de payasos recuperan su dignidad. Fidel Castro comenzó como revolucionario- promesas de un proceso democrático a Huber Matos, Camilo Cienfuegos, Carlos Franqui- se volvió estanilista- criminal- y ahora es el mayor bufón de la Isla. Los otros comenzaron como bufones pero se están tornando cada vez más represivos porque lo que es cómico en el circo resulta siniestro en la sociedad. En la otra orilla hay un tal José Mujica que vive con lo que tiene y tiene mucho más que dar que con lo que vive. Se podría aprender algo de él. Luis Thonis.
¿Cuánto cuestan los presidentes-payasos? Primero, ¿qué es un presidente-payaso? Se trata de esos tipos que tienen una idea circense de la función pública. Creen que han sido elegidos para entretener, no para servir y cumplir con las leyes. Hablan nueve horas, cantan, insultan, dicen barbaridades.
Fidel, por ejemplo, cuando actuaba en la pista mayor del gran circo habanero, acusó a Estados Unidos de desviar los huracanes hacia la Isla. Muchos años más tarde, su discípulo Hugo Chávez aseguró que el terremoto que destruyó medio Haití fue un arma secreta probada por el Pentágono en el Caribe. Todo vale para salir en los papeles y para generar noticias.
Uno de los rasgos más notorios de los presidentes-payasos es su candorosa irresponsabilidad. No advierten, o no les importa, el daño que les hacen a sus países. Viven tan pendientes del aplauso y del titular de primera plana, que son incapaces de calcular o prever el costo de sus acciones. Incluso, sucede algo más grave: sus compatriotas suelen reírles las gracias sin percatarse de las adversas consecuencias económicas generales que acarrea tener como rostro visible de la sociedad a un presidente-payaso.
Un caso reciente es el del presidente ecuatoriano Rafael Correa. Correa acaba de armar un espectáculo absolutamente mediático con su demanda triunfal de cuarenta millones de dólares contra un respetado diario, El Universo de Guayaquil, que acabará confiscado o clausurado por una crítica columna de opinión publicada por Emilio Palacio.
Los propietarios del diario, además, como el autor del artículo, fueron condenados a tres años de cárcel y tuvieron que exiliarse antes de acabar tras las rejas. Durante las semanas que duró el sainete, Correa mantuvo en vilo al país y a la prensa internacional, generando una enorme cantidad de información, culminada en una manifestación muy fotogénica encabezada por él el día de la sentencia, con velas incluidas.
¿Qué fue lo que trascendió de este lamentable show? Muy sencillo: que Ecuador es un país poco fiable en el que no vale la pena invertir. Es una sociedad amable, desgraciadamente administrada por un gobierno poco serio. Se trata de una nación “bananera”, de acuerdo con el editorial del Washington Post, en la que “tras cuatro cambios de jueces, un magistrado temporal asume el caso, ordena una vista, y 33 horas después emite una resolución de 156 páginas, probablemente escrita por un abogado de Correa”.
A los dos días de la trágica payasada contra El Universal, un panel especial administrado por la Corte Internacional de Arbitraje de La Haya, emitió un laudo provisional a favor de Chevron, a reserva de un fallo posterior, para detener una sentencia ecuatoriana que condenaba a la empresa petrolera a pagar miles de millones de dólares como compensación por un discutido daño ecológico infligido al país hace varias décadas por otra compañía.
Chevron, según su testimonio, descubrió pruebas de fraude, corrupción y, como en el caso de El Universo, que la sentencia había sido escrita por los demandantes y no por el juez encargado de dictarla. El sistema judicial ecuatoriano, presumiblemente, estaba podrido y funcionaba como un brazo de los deseos y caprichos de la presidencia de la República y como una fuente de enriquecimiento ilícito dentro de las alcantarillas del poder.
Todo eso es carísimo. En los tiempos de la globalización y de la información instantánea, los presidentes están obligados a cuidar la marca-país con el mismo celo con que los empresarios tratan de proteger el prestigio de las compañías que dirigen y los productos que manufacturan.
Los países y las ciudades proyectan ciertas imágenes muy importantes para la toma de decisiones. Existe un baremo internacional ( TheAnholt-GfK Roper Nation Brands Index) que mide y contrasta la calidad de la imagen de las naciones y, lógicamente, Ecuador aparece por los suelos. Por eso los capitales se refugian en Zurich y huyen de Quito.
Ello significa que cuando Rafael Correa gana 40 millones de dólares por medio de detestables trucos legales –aunque luego los asigne a una causa caritativa–, no sólo arruina a una familia y a centenares de trabajadores de El Universo, sino, además, perjudica a todos sus compatriotas. Con esos escándalos, los ecuatorianos pierden miles de millones en inversiones que nunca se van a hacer, o en negocios que no se llevarán a cabo, porque nada hay más importante que la seguridad jurídica para cualquier inversionista serio del planeta, y en Ecuador no hay siquiera vestigios de ese fundamental clima institucional.
Los payasos, sin duda, son criaturas adorables, pero es muy conveniente mantenerlos alejados de la política. Cuestan demasiado.
Fidel, por ejemplo, cuando actuaba en la pista mayor del gran circo habanero, acusó a Estados Unidos de desviar los huracanes hacia la Isla. Muchos años más tarde, su discípulo Hugo Chávez aseguró que el terremoto que destruyó medio Haití fue un arma secreta probada por el Pentágono en el Caribe. Todo vale para salir en los papeles y para generar noticias.
Uno de los rasgos más notorios de los presidentes-payasos es su candorosa irresponsabilidad. No advierten, o no les importa, el daño que les hacen a sus países. Viven tan pendientes del aplauso y del titular de primera plana, que son incapaces de calcular o prever el costo de sus acciones. Incluso, sucede algo más grave: sus compatriotas suelen reírles las gracias sin percatarse de las adversas consecuencias económicas generales que acarrea tener como rostro visible de la sociedad a un presidente-payaso.
Un caso reciente es el del presidente ecuatoriano Rafael Correa. Correa acaba de armar un espectáculo absolutamente mediático con su demanda triunfal de cuarenta millones de dólares contra un respetado diario, El Universo de Guayaquil, que acabará confiscado o clausurado por una crítica columna de opinión publicada por Emilio Palacio.
Los propietarios del diario, además, como el autor del artículo, fueron condenados a tres años de cárcel y tuvieron que exiliarse antes de acabar tras las rejas. Durante las semanas que duró el sainete, Correa mantuvo en vilo al país y a la prensa internacional, generando una enorme cantidad de información, culminada en una manifestación muy fotogénica encabezada por él el día de la sentencia, con velas incluidas.
¿Qué fue lo que trascendió de este lamentable show? Muy sencillo: que Ecuador es un país poco fiable en el que no vale la pena invertir. Es una sociedad amable, desgraciadamente administrada por un gobierno poco serio. Se trata de una nación “bananera”, de acuerdo con el editorial del Washington Post, en la que “tras cuatro cambios de jueces, un magistrado temporal asume el caso, ordena una vista, y 33 horas después emite una resolución de 156 páginas, probablemente escrita por un abogado de Correa”.
A los dos días de la trágica payasada contra El Universal, un panel especial administrado por la Corte Internacional de Arbitraje de La Haya, emitió un laudo provisional a favor de Chevron, a reserva de un fallo posterior, para detener una sentencia ecuatoriana que condenaba a la empresa petrolera a pagar miles de millones de dólares como compensación por un discutido daño ecológico infligido al país hace varias décadas por otra compañía.
Chevron, según su testimonio, descubrió pruebas de fraude, corrupción y, como en el caso de El Universo, que la sentencia había sido escrita por los demandantes y no por el juez encargado de dictarla. El sistema judicial ecuatoriano, presumiblemente, estaba podrido y funcionaba como un brazo de los deseos y caprichos de la presidencia de la República y como una fuente de enriquecimiento ilícito dentro de las alcantarillas del poder.
Todo eso es carísimo. En los tiempos de la globalización y de la información instantánea, los presidentes están obligados a cuidar la marca-país con el mismo celo con que los empresarios tratan de proteger el prestigio de las compañías que dirigen y los productos que manufacturan.
Los países y las ciudades proyectan ciertas imágenes muy importantes para la toma de decisiones. Existe un baremo internacional ( TheAnholt-GfK Roper Nation Brands Index) que mide y contrasta la calidad de la imagen de las naciones y, lógicamente, Ecuador aparece por los suelos. Por eso los capitales se refugian en Zurich y huyen de Quito.
Ello significa que cuando Rafael Correa gana 40 millones de dólares por medio de detestables trucos legales –aunque luego los asigne a una causa caritativa–, no sólo arruina a una familia y a centenares de trabajadores de El Universo, sino, además, perjudica a todos sus compatriotas. Con esos escándalos, los ecuatorianos pierden miles de millones en inversiones que nunca se van a hacer, o en negocios que no se llevarán a cabo, porque nada hay más importante que la seguridad jurídica para cualquier inversionista serio del planeta, y en Ecuador no hay siquiera vestigios de ese fundamental clima institucional.
Los payasos, sin duda, son criaturas adorables, pero es muy conveniente mantenerlos alejados de la política. Cuestan demasiado.
1 comentario:
Muy cierto, los payasos no deberían participar de la politica. Por desgracia, los pueblos adoran los payasos y las payasadas son las mas exitosas campañas electorales...
¡Al pueblo pan y circo!
Saludos!
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