lunes, 14 de febrero de 2011

Separando Egipto de Túnez. Por Bernard Henry Levi




Por supuesto que la Revolución del Jazmín de Túnez y la rebelión en Egipto tienen algunos puntos en común. Pese al anuncio del presidente egipcio Hosni Mubarak el 1 de febrero de que no buscaría la reelección este otoño, su despotismo ha sido al menos tan despreciable como el de Zine el-Abidine Ben Ali de Túnez. El mismo muro de temor se está desmoronando en ambos países, y están brotando niveles igualmente sin precedentes de libertad de expresión como si fuera un campo de flores. (¿No decían en Egipto que el único lugar donde uno tenía derecho a abrir la boca era en el consultorio del dentista?)La belleza de la insurrección de Egipto está en su dignidad; evidente, por ejemplo, en la cadena humana que se formó espontáneamente para proteger al Museo de El Cairo cuando estallaron los saqueos. También está en la demanda de democracia. En Occidente, se nos ha recalcado que la idea de demandar democracia es ontológicamente ajena a algunas personas; y que, en realidad, quizá no tengan derecho a la democracia. Bueno, esto ha resultado mentira, y actualmente la prueba está en El Cairo así como en Túnez.Por no mencionar la sensación de inquietud que estas revoluciones han provocado entre las grandes potencias del mundo; incluida China, a la cual uno debe acostumbrarse a situar en las primeras filas de las más grandes de las grandes potencias. ¡Dos de los portales de internet más grandes de China, así como su sitio de micro-blogueo estilo Twitter, llegaron al grado de bloquear todas las búsquedas que contuvieran la palabra "Egipto"!Sin embargo, el hecho sigue siendo que Túnez y Egipto no son lo mismo, y cualesquiera que sean las ideas preconcebidas en otras partes del mundo, las diferencias entre estos movimientos pesan más que sus semejanzas.Para empezar, Mubarak no es exactamente Ben Ali. Déspota contra déspota, Mubarak ofreció una resistencia más dura en las primeras etapa del movimiento contra su gobierno: Ha sido acusado de retirar a la policía, abrir las puertas de las cárceles y permitir que los mafiosos salgan a arrasar con la capital y a aterrorizar a las masas.Lo que es más, el régimen de Ben Ali era un estado policial, mientras que el de Mubarak es una dictadura militar. Los estados policiales, con sus redes de informantes, agentes dobles e infiltrados secretos, sobreviven en tanto la gente tenga miedo de sostener una revolución; pero las dictaduras militares, revolución o no, se mantienen en tanto lo haga el ejército, desmoronándose sólo cuando los servicios amados les retiran su apoyo.El ejército egipcio no es el ejército tunecino. Dio pie al régimen de Gamal Abdel Nasser en los años 50 y fue pilar de la presidencia de Anwar Sadat en los 70. Ahora Egipto está llegando al fin de un estado de emergencia oficial de 30 años bajo Mubarak; las fuerzas militares han ofrecido desde hace tiempo el marco no sólo para el gobierno, sino también para gran parte de la sociedad.Pero la democracia se aprende rápidamente. Nada ni nadie puede condenar a una sociedad a la falta de democracia perpetua. Y sería absurdo negar que el mismo potencial encontrado en Túnez -la madurez del pueblo tunecino, su cultura política, su tasa de alfabetización- falta en Egipto, desde la megalópolis de El Cairo hasta comunidades en todo el país donde millones de ciudadanos están sobreviviendo con apenas dos dólares al día. El pueblo egipcio no ha probado aún los límites de su potencial.Más aún porque Egipto carga con un obstáculo que sería considerado insignificante en Túnez: el del islamismo radical. La Hermandad Musulmana de El Cairo ha sido extremadamente prudente hasta ahora; eso es cierto. Pero no es menos cierto el grado de la influencia política del grupo: En 1987, la Hermandad fue una fuerza propulsora detrás de la asunción de la Alianza Islámica a 60 escaños en el Parlamento; resultado, supuestamente, de un fraude electoral masivo.
No es menos cierto el control del grupo sobre las organizaciones sociales del país: En 2009, por ejemplo, la Hermandad ganó la mayoría de los escaños en la barra de abogados.También es cierto que han empezado a asistir a las manifestaciones; como anunciaron públicamente que harían el 27 de enero. Entonces, no puede decirse que es insignificante el riesgo de que la Hermandad trate de tomar el control cuando Mubarak debe el poder; sin duda con la idea de guiar al país hacia el fundamentalismo, haciendo de Egipto para los sunitas lo que Irán es para los chiítas.Eso significa que los rebeldes en El Cairo no tienen un enemigo, sino dos: Mubarak y la Hermandad Musulmana.Eso significa que lo que está ocurriendo ante nuestros ojos no es siquiera un acontecimiento, sino dos: una revolución exitosa en Túnez y otra, en El Cairo, que aún trata de definir su identidad.Eso enfatiza que, para contemplar estos acontecimientos, para concebirlos en su singularidad y especialmente para ayudarles, uno debe deshacerse de todas las ideas preconcebidas; primero que todo, que exista algo a lo que pueda llamarse "revolución árabe"; que no haya necesidad de diferenciar entre revueltas en Túnez y Sanaa y Alejandría, y que debieran todas ser aclamadas en términos idénticos.Después de todo, la Revolución Francesa tuvo su propia fase democrática, seguida por el Reinado del Terror y la Reacción Termidoriana; por no mencionar un interludio teocrático con el ascenso del Culto del Ser Supremo. ¿Qué tal que eso sucediera, no a escala de un solo país, sino en toda una región del mundo?¿Y si la misma región pudiera ser simultáneamente el escenario de una revolución democrática espontánea (Túnez), una que inmediatamente se volviera terrorista (Teherán), y otra con el potencial de ser teocrática (si, por el momento, Egipto eligiera no bloquear el camino de la Hermandad)?¿Y qué tal si, para esta región como para otras antes, nos atreviéramos a soñar revoluciones que se saltaran sus fases destructivas y se encaminaran directamente a una etapa termidoriana más mesurada? Es sólo una hipótesis. Pero también es, mientras escribo estas palabras, la aspiración y elemento vital de la revolución de Egipto. Y tiene el mérito de explicar por qué -y contra quiénes- están combatiendo los revolucionarios.(Las preguntas de los lectores pueden ser contestadas en columnas futuras. Por favor, envíenlas a bhlevy@nytimes.com. Por favor incluya su nombre, país dirección de correo electrónico y el nombre del sitio o publicación donde usted leyó la columna.)(Bernard-Henri Levy es el autor, más recientemente, de "Public Enemies: Dueling Writers Take On Each Other and the World". Traducción de Héctor Shelley.)The New York Times Syndicate .
Sol de México. 12 de febrero de 2011.

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