lunes, 20 de diciembre de 2010

La necrológica del último marxista



André Glucksmann: «Espero escribir la necrológica del último marxista»
Filósofo francés, premio de los Derechos Humanos en Auschwitz

André Glucksmann, que intervino en La Noche de los Libros y publica «Los dos caminos de la filosofía» (Tusquets), abomina del comunismo, del estalinismo, del maoísmo: «Europa fue escuela de horrores y revoluciones totalitarias. Inventó las revoluciones de la mayoría en pro de la libertad: Portugal, España, el Muro». Y se enorgullece: «Mario Soares me dijo que mi libro «La cocinera y el mayordomo» le ayudó para mantenerse firme ante el último mamut comunista que quería perpetrar un golpe de Estado».
ANTONIO ASTORGA
-¿Francia sigue esquizofrénica por la momia del 68?, ese cadáver putrefacto, nada exquisito.
-En París nos manifestamos contra la intervención de los tanques en Praga. El Mayo francés era un movimiento anticomunista. Se dijeron estupideces. Hoy celebramos su entierro. En las paredes del 68 había retratos de todos los asesinos del siglo: Stalin, Lenin, Mao, Che... La izquierda que se aferra a la rancia momia del 68 es la representación de la muerte de ese 68.
-Se acaba de reeditar en España el silenciado «Libro Negro del Comunismo» (Ediciones B). ¿Qué supuso leerlo en Francia?
-¡Nada! Ya lo sabía todo. Había escrito sobre esas atrocidades veinte años antes, y me asusté: las mismas disputas estúpidas llegan a repetirse. Poco a poco, por fortuna, hay menos marxistas ya. Algún día, si Dios me deja vivir, espero escribir la última necrológica del último marxista.
-¡Que no sea la de Groucho!
-Los hermanos Marx sí que son fantásticos. Se puede leer a Carlos Marx, profesor y autor. Pero a mí los que me extrañan son los marxistas que no se han dado cuenta de que Europa ha liquidado el comunismo. Por lo menos hemos sabido salir del infierno comunista. El marxismo salió de Europa del Este. Quedan los discursos y las palabras, aunque la economía ya no es marxista.
-Los carcas del 68 dicen de usted que no fue «fiel» a la revolución. Afile la navaja de Ockham.
-A los viejos profesores que tienen mi edad les digo: «A ti lo que te pasa es que sueñas con la Revolución, y yo, sin embargo, he hecho una Revolución enorme, democrática, que recorrió toda Europa y que ha conseguido acabar con los restos del fascismo y con el Imperio Soviético». ¡Cincuenta años después de Yalta, y sin derramar una gota de sangre! Me reprochan no ser fiel a la Revolución, pero sí que lo soy. Yo tengo una idea nueva de la Revolución, que viene de Juan Pablo II.
-Con Wojtyla, comparte el premio Derechos Humanos en Auschwitz, que le entregó el Papa.
-Toda la obra de mi vida es lo que esto representa. Contra Auschwitz, frente a aquellos asesinatos, hemos renovado todos los derechos de la persona. Antes de la Segunda Guerra Mundial, esos derechos eran una utopía idealista, ¡la bella Europa, y al mismo tiempos se colonizaba!... Los derechos humanos sirven para frenar la inhumanidad. Y esta es mi idea común a Unamuno, que no soporta el grito de «¡Viva la muerte!», que le espetan los falangistas el «Día de la Raza», año 1936, en la Universidad de Salamanca.
-San Miguel Bueno, Unamuno. -Recuerdo lo que dijo Unamuno: «Acabo de oír el necrófilo e insensato grito «¡Viva la muerte!». El general Millán-Astray es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor». -Al rector le salvó el pellejo de la barba la señora de Franco.
-Carmen Polo tomó del brazo a Unamuno y le escoltó a su casa. Él murió tres meses más tarde. Cervantes encarna el valor del hombre solo frente a las masas. Como Unamuno y Picasso. Les marcaron los horrores de la batalla. Veo un acercamiento maravilloso entre los dos, que explica el final de la guerra y el comienzo de la democracia española.
-¿Por qué se quiere desenterrar la infamia en nombre de extrañas legitimaciones políticas?
-La masacre del bosque de Katyn muestra bien que después de un cierto tiempo hay que intentar enfrentarse al crimen de unos y de otros. La Guerra Civil española fue el anuncio de todo lo que está pasando incluso hoy en día. Cuando fui a Argelia, me acordé de ese grito, «¡Viva la muerte!», al ver las bombas humanas integristas.

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