12 de febrero de 1974 - Llamamiento a sus compatriotas rusos.
Hubo una época en que no nos atrevíamos ni a murmurar en voz baja. Ahora, en cambio, leemos y escribimos en forma de Samizdat y, desde luego, cada vez que nos reunimos en los fumaderos de la "oposición", nos lamentamos vivamente: ¿Que nueva jugarreta nos gastarán? ¿A donde nos arrastrarán? Sin embargo, nuestras quejas no se limitan a esto. Lamentamos también la vana jactancia que se manifiesta en el Cosmos mientras nuestra patria se halla sumida en la desolación y la indigencia; y la consolidación de distantes regímenes felices; y la exacerbación de las guerras civiles; y el hecho de que, insensatamente, hayan creado a Mao Ttse-tung a nuestras expensas, y luego nos inciten contra él; y si nos viéramos en la necesidad de marchar, ¿Qué sería de nosotros? Pero "ellos" juzgan a su antojo, y vuelven locos a los sanos. Son capaces de todo eso, y nosotros nos confesamos impotentes.
Algunas veces se llega al fondo el abismo; en otras, la común ruina espiritual hace presa de todos nosotros, e inmediatamente la miseria nos aqueja y nos consume, tanto a nosotros como a nuestros hijos; pero, como de costumbre, sonreímos a todo cobardemente, y de modo confuso, murmuramos: ¿Cómo vamos a impedirlo? Nos faltan fuerzas. Tan desesperadamente nos hemos deshumanizado que al frugal comedero de hoy le consagramos todos los principios de nuestro espíritu, todos los esfuerzos de nuestros antepasados, todos los recursos destinados a nuestros descendientes, con tal de no perturbar nuestra desdichada existencia. No nos queda ya firmeza, ni orgullo, ni cordialidad. Y ni siquiera tememos que se produzca un cataclismo universal de origen atómico; que se declare una tercera guerra mundial (quizás podríamos ocultarnos en algún escondrijo).
¡Lo único que nos aterra es que los ciudadanos se enfrenten a la realidad con valentía! Con tal de no separarse del rebaño se eludirá cualquier sendero solitario, porque el día menos pensado podemos quedarnos sin pan blanco, sin calentadores de gas, sin el permiso de residencia en Moscú. Tanto nos insistieron sobre este punto en los círculos de formación política que acabó por arraigar en nosotros el afán de vivir rodeados de comodidad y bienestar por los siglos de los siglos. Y es que no resulta posible desprenderse del ambiente, de los convencionalismos sociales, pues la vida condiciona el pensamiento; pero, ¿Qué culpa tenemos nosotros? La solución no está en nuestras manos.
¡Y el caso es que lo podemos todo! Sólo que, para tranquilizarnos, nos engañamos a nosotros mismos. No son ellos en modo alguno los culpables, sino nosotros mismos. ¡Nosotros somos los únicos responsables! Se objetará: ¿Pero es que, realmente, podemos conseguir algo? Nos han amordazado, no nos escuchan, no se nos pide nuestra opinión. ¿Cómo forzarlos a que nos atiendan? Disuadir a la gente de esta idea es imposible. ¡Lo más natural sería elegir otro Gobierno! Lo malo es que en nuestro país no se acostumbra a celebrar nuevas elecciones.
En Occidente la gente conoce la huelga, las manifestaciones de protesta; nosotros, por el contrario, estamos tan atemorizados que tal cosa nos parece monstruosa. ¿Cómo es posible que alguien se niegue a trabajar? ¿Cómo es posible abandonar la tarea y marcharse a la calle?. Todos los demás procedimientos que se ensayaron en los últimos siglos de la amarga Historia de Rusia, aparte ser funestos, les interesan a "ellos" más que a nosotros; y, en todo caso, son absolutamente estériles. Ahora cuando todas las hachas han asestado su postrer golpe, cuando ha germinado todo lo que fue sembrado, se nos revela con claridad meridiana el modo en que esos presuntuosos han descarriado y corrompido a la juventud, la forma en que se ha pretendido, por medio del terror, de una sublevación cruenta y una guerra civil, forjar la justicia y la felicidad del país. ¡No, gracias, padres de la cultura! Al fin nos percatamos de que la ignominia de los métodos engendra la ignominia de los resultados. ¡No nos mezclaremos en sucios manejos! ¿De modo que se ha cerrado el círculo? ¿Es qué, realmente, no hay salida posible? ¿No nos queda más solución sino esperar, cruzados de brazos, a que de la noche a la mañana se arregle el conflicto, por sí solo?
Pero jamás nos libraremos de este caos si al unísono hemos de reconocerlo, ensalzarlo y reafirmarlo a diario, si no rechazamos siquiera su lacra más evidente: la mentira.
Cuando la violencia se clava en la pacífica vida de un pueblo, el semblante de la misma se inflama de vanidad, y en su estandarte luce la misma expresión por ella pregonada: "!Soy la Violencia ! ¡Aléjate, apártate, o te aplastaré!" Mas la violencia envejece muy pronto, y pocos años después, cuando ha perdido la confianza en si misma, a fin de mantenerse firme y conservar un aspecto aceptable, busca irremediablemente el apoyo de la mentira. Pues a la violencia sólo se la puede encubrir con la mentira, en tanto que ésta solo puede perdurar a costa de la violencia. Y no todos los días, ni en cualquier hombro apoya la violencia su pesada zarpa. Solamente nos exige sumisión a la mentira, participación cotidiana en la mentira, máxima fidelidad a sus designios.
Y aquí es justamente dónde radica la clave de nuestra liberación, desdeñada por nosotros, pero más sencilla y asequible: ¡No debemos estar dispuestos a dispensar nuestra colaboración personal con la mentira! Aunque la mentira lo cubra todo con su ponzoña, aunque la mentira reine por doquier, nosotros no debemos claudicar. Afirmemos, en cualquier situación: “¡No dominará con mi ayuda !”
¡Y esto constituye una brecha en el cerco imaginario de nuestra desidia! Para nosotros es lo más fácil; para la mentira, lo más demoledor. Porque basta que la gente se aparte de la mentira para que ésta deje de existir. Al igual que una epidemia, solo puede persistir sobre la base de un contingente humano.
No nos movilizamos, pues la formación que hemos recibido no nos inclina a salir a la plaza y proclamar allí la verdad, a manifestar con voz estentórea nuestro pensamiento: es una costumbre poco recomendable y, además, inútil. ¡Pero ello no obsta para que nos neguemos a decir aquello que no pensamos!
Y fijémonos en que nuestro sistema es el más sencillo y accesible que puede suplir la cobardía hipertrofiada que padece nuestro organismo; mucho más fácil (aunque parezca exagerado afirmarlo) que la desobediencia civil propugnada por Ghandi.
Nuestra consigna es: “no patrocinemos la mentira a sabiendas, bajo ningún pretexto”. Y una vez adquirida plena conciencia de los límites de la mentira (para que resulte a todos claramente discernible) abjuremos de ella, alejándonos de su perniciosa influencia. No recompongamos los fragmentos dispersos de esta ideología caduca, no reparemos ni un desgarrón producido por las polillas. Y nos producirá estupefacción comprobar cuan presto la mentira queda destruida y reducida a la impotencia. No obstante, para ello, es preciso estar limpio, es decir, mostrarse limpio ante el mundo.
De manera que, por encima de nuestra indecisión, cada uno de nosotros tendrá que elegir entre permanecer conscientemente al servicio de la mentira (¡cuidado: se sobrentiende que tal error no se comete por una propensión al mismo, sino para procurar el sustento de la familia y la educación de los hijos en el espíritu de la mentira!), o admitir que ya es hora de reaccionar como una persona honrada, para granjearse la justa consideración de hijos y contemporáneos. Quien opte por esta última posibilidad deberá en lo sucesivo:
-Abstenerse totalmente de escribir, suscribir o imprimir una sola frase que contenga opiniones que distorsionen la verdad.
- No pronunciar tales frases ni en conversaciones privadas ni en disertaciones públicas; ni de motu propio ni por medio de notas; ni en calidad de agitador, ni de profesor, ni de preceptor, ni en representaciones teatrales.
- No manifestar, ni corroborar, ni comunicar, ya sea mediante la pintura, o la escultura, o la fotografía, ya técnica o musicalmente, ni un solo pensamiento falso, ni una sola manifiesta alteración de la verdad.
- No citar de viva voz, ni en la correspondencia, ni en un artículo de fondo, por complacer a alguien o para asegurarse un puesto de trabajo o alcanzar el éxito en el mismo, determinados juicios de autores, cuando no comparta plenamente las opiniones expresadas en ellos, o éstas no se ajusten a cuanto aquí se expone.
- Negarse a asistir, por fuerza, a una manifestación o mitin, sí ello contraria la libre voluntad. No aceptar en propia mano, ni divulgar, pancartas o consignas que no concuerden totalmente con la verdad.
- No levantar la mano para votar en favor de propuestas con las que no se esté sinceramente conforme; no votar, ni abierta ni subrepticiamente, a personas a las que se considere indignas o sospechosas.
- No acceder a intervenir en asambleas, donde se sospeche que van a someterse a discusión ciertas propuestas, de forma coactiva y falaz.
- Abandonar al instante toda reunión, asamblea, conferencia, espectáculo o sesión cinematográfica, en la que el orador sólo emita mentiras, disparates ideológicos o propaganda descarada.
- No suscribirse ni comprar ejemplares de revistas o periódicos en los que la información este armada falsamente o se escamoteen hechos fundamentales.
No hemos enumerado, por supuesto, todos los medios posibles e indispensables de rechazar la mentira. Pero lo que sí queda claro es que, una vez desenmascarado, el absurdo se reconocería fácilmente; y otro gallo cantaría.
Ciertamente, al principio, tal sistema no dará el resultado apetecido. Durante cierto tiempo, algunos perderán su empleo. La vida de aquellos jóvenes que deseen practicar la verdad se complicará mucho al principio, por la razón siguiente: que también es preciso desechar de las lecciones explicadas aquellas que estén plagadas de mentiras. Pero ni al que decide ser honesto le queda escapatoria: ni un solo día dejará ninguno de nosotros, aún tratándose de las más inocentes disciplinas técnicas, de aplicar uno solo de los puntos mencionados, tanto si se halla en la zona de la verdad como en la de la mentira, tanto en los dominios de la independencia intelectual como en los del servilismo ideológico. Y quien no tenga el suficiente valor para defender su propia alma, que no alardee de opiniones vanguardistas, que no se jacte de ser académico o artista popular, político honorable o general. Que reconozca, en cambio: "Soy un zopenco y un cobarde; con hartarme de comer y andar bien calentito, me conformo."
Aún cuando este sistema es el más moderado de cuantos constituyen la oposición, a nosotros mismos, que nos hemos mantenido fieles al mismo, nos resultará penoso. Sin embargo, es mucho más sencillo que el rociarse con combsutible y prenderse fuego o la huelga de hambre. En efecto: las llamas no han de envolver tu cuerpo, ni van a saltar tus ojos fuera de las orbitas por la fuerza abrasadora del calor, y siempre hallarás lo indispensable: pan moreno y agua clara para tu familia.
Hay en Europa una gran masa de personas que nos es adicta, pese a haber sido embaucada por nosotros. ¿Acaso los checoslovacos no nos han demostrado que es posible enfrentarse incluso a los tanques, a pecho descubierto, cuando en el interior de ese pecho late un corazón justo?
¿Será éste un camino difícil? Tal vez sí; pero también es el más sencillo posible. Es opción ardua para el cuerpo, pero la única admisible para el alma. Sí, realmente es difícil este camino. Sin embargo, se cuentan entre nosotros decenas y decenas de personas que observan fielmente durante años todos estos puntos, viviendo con ello de cara a la verdad.
Así, pues, aunque no seamos los primeros en emprender este camino, ¡seámoslo en prestarle nuestra adhesión ! ¡Tanto más fácil y corto nos parecerá el camino , cuanto más unánime y compacta sea nuestro tránsito por el mismo! Si se nos unen sólo mil personas, probablemente nadie cumpliría el plan trazado ni se podría contar con nadie. ¡Pero, si se pusieran de nuestra parte varias decenas de millares de personas, pronto nuestro país resultaría irreconocible hasta para nosotros mismos!
¡Si no nos atrevemos a protestar airadamente porque nos impiden respirar, somos nosotros mismos los que nos estamos ahogando! Y así nos iremos encorvando, y nos mantendremos a la expectativa. Y nuestros hermanos los biólogos acudirán en nuestra ayuda para pronunciar una conferencia acerca de nuestro pensamiento y la mutación de nuestros genes.
Si ante tan sencillos propósitos nos acobardamos, es que somos unos pelafustanes sin remedio, merecedores de que recaiga sobre nosotros el desprecio que Pushkin plasmó en estos versos:
¿Qué rebaño posee
el don de la Libertad?
De generación en generación
no dejarán otra herencia
que el yugo y las esquilas
bajo el látigo.
12 de febrero de 1974
Fuente: Panorama Católico internacional.
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