lunes, 6 de diciembre de 2010

Pensar de nuevo el antirracismo por Pierre André Taguieff

Artículo Tomado de Label France. Enero del 2000. No. 38.

¿Cómo funciona la ideología racista? ¿Qué relaciones mantiene con el nacionalismo, la xenofobia o el autoritarismo? ¿Qué escollos debe evitar el antirracismo en su lucha contra este enemigo de la democracia pluralista? Pierre-André Taguieff, especialista francés, sugiere algunas pistas de reflexión.

El pensamiento racista se basa en el postulado de que la "esencia" o "naturaleza" que se supone que todo individuo posee por "nacimiento" o por pertenecer a un origen, primigenio o determinante, son inalterables. La unidad de la humanidad se rompe, se fragmenta en "categorías esenciales" entre las cuales no existen, en principio, ni puertas, ni ventanas, ni puentes. El racismo funciona como un método de disociación: separa y diferencia, antes de clasificar según un orden jerárquico. De esta forma, fabrica elementos que se pueden o no "asimilar".

El racismo doctrinal implica normas y prescripciones tan sólo cuando se conjuga con una ideología política capaz de provocar movilizaciones -como el nacionalismo. Incita a "limpiar" o "purificar" los elementos "indeseables" de la sociedad, a mantener a raya a ciertas categorías de la población, a prohibirles el acceso a un estatus social o a una profesión. El racismo puede reconocerse por sus efectos o sus consecuencias, directos o indirectos: discriminación, separación o segregación, subordinación, eliminación.

Desde finales del siglo XIX, el racismo se manifiesta sobre todo bajo la forma del nacionalismo. En principio, aparece en el nacionalismo xenófobo clásico, dirigido preferentemente hacia el país vecino, después en los etnonacionalismos contemporáneos, que rechazan a las minorías y a los ''inmigrantes'' por considerarlos un peligro para la identidad u homogeneidad del pueblo dominante, o para el orden interno, incluso para la soberanía del estado nación.

Así pues resulta necesario que en la lucha contra el racismo se tengan en cuenta estos vectores privilegiados del racismo, como son las movilizaciones nacionalistas, ya se apoyen en estados naciones existentes, ya se afirmen frente a estos últimos, bajo la forma de micro- nacionalismos separatistas.



Los frentes del antirracismo

Durante los años 80 y 90, el antirracismo a la francesa se caracterizó por una lucha en dos frentes: por un lado, la lucha contra la extrema derecha política, y por otro, por una movilización a favor de los "inmigrantes" o de ciertas categorías de "extranjeros" (de origen extraeuropeo), percibidos como víctimas reales o virtuales del "racismo". Sin embargo, la estrategia ofensiva contra la extrema derecha enseguida se impuso a la estrategia defensiva de ayuda y protección a los "inmigrantes" convertidos en víctimas.

Desde 1984-1985, esta estrategia, seguida por los medios de comunicación y que combinaba ataques políticos cada vez más radicales con una indignación moral encarnada por cantantes de variedades, periodistas famosos, actores, etc., ha ido saliendo de la esfera de influencia de las organizaciones antes especializadas en la lucha contra el racismo, el antisemitismo y la xenofobia.

Desde la Segunda Guerra Mundial, las representaciones antirracistas del racismo se constituyeron, en particular en Francia, como una reacción frente al nacionalsocialismo hitleriano (reducido simbólicamente al antisemitismo exterminador que encarnó y llevó a cabo). Por ello, el discurso antirracista contemporáneo ha sido durante mucho tiempo tributario del antifascismo histórico -sería más correcto llamarlo "antinazismo"-, a pesar de que los regímenes que combatía con la propaganda antifascista desaparecieron hace más de medio siglo.

Y sin embargo, es necesario reconocer y conocer la novedad de los procesos y las movilizaciones consideradas peligrosas para la democracia plural. Hoy en día, suele tratarse de reacciones de identidad (basadas en la etnia, la lengua o la religión), provocadas o fomentadas por la mundialización salvaje y dirigidas hacia uno de sus aspectos (uniformización, pérdida de soberanía de los estados, desarticulación de los vínculos sociales, precariedad, etc.), o hacia los estados nacionales existentes.

Así pues, el antirracismo contemporáneo, a pesar de situarse en la tradición antifascista (sin por ello replantearla), se ha centrado en una lucha contra la extrema derecha ultramediatizada. Puesto que parece ser que la extrema derecha complace más al "pueblo" que a las élites, este tipo de antirracismo no hace sino ilustrar el antipopulismo de las élites de la cultura y de los medios de comunicación. Ahora bien, el "populismo", aunque dé lugar a derivas demagógicas o autoritarias, también constituye una de las dimensiones de la democracia moderna: la soberanía del pueblo. De esta forma, al convertise en "antinacionistas" y en antipopulistas, los antirracistas no pueden evitar negar el principio de la soberanía nacional y popular. En definitiva, sólo pueden elegir entre volver al viejo internacionalismo revolucionario o caer en la utopía de la resplandeciente mundialización.

Por el contrario, el antirracismo de los años 50 a 70 estaba dominado por la convicción de que las "tesis racistas" representaban errores por ignorancia o por prejuicios, errores que los científicos podían y debían corregir, tras haberlos denunciado. El antirracismo se definía, de forma ideal, como la continuación del combate del Siglo de las Luces contra las tinieblas de la ignorancia o de las ideas preconcebidas. El antirracismo científico contenía un ideal relacionado con el humanismo racionalista (uno de cuyos testimonios es la misión de la UNESCO), ya que gracias a la instrucción y la educación creaba un mundo en el que el racismo no sería más que un arcaísmo, una huella del pasado. Esa fe en la futura desaparición del racismo parece haberse desvanecido.

Durante los años 90, la reciente transformación del antirracismo en antinacionalismo, incluso en "antinacionismo" y antipopulismo, ha fomentado la tendencia a recurrir exclusivamente a la sanción judicial. Reducir el racismo a una delincuencia más refuerza la tendencia a explicar los comportamientos o las actitudes de los demás según una predisposición "natural" cuando nos parecen condenables, en lugar de explicarlos según factores de situación (inculcación precoz de prejuicios, educación insuficiente, compe- tencia de cara a un trabajo, etc.). Nadie nace de "extrema derecha".



¿Qué se puede hacer?

Ningún demócrata pone en tela de juicio el principio según el cual una democracia constitucional debe defenderse de sus enemigos, incluso y sobre todo de los que tan sólo aceptan provisionalmente la legalidad para ganar las elecciones y destruir el régimen democrático. Durante el siglo XX, varios grupos que denunciaban violentamente la democracia parlamentaria han respetado sus reglas por razones tácticas.

El conflicto empieza cuando se plantea la cuestión de los medios con los que combatir a los enemigos de la democracia. ¿Quién tiene autoridad para distinguir los partidos "democráticos" de los "antidemocráticos", y según qué criterios? O, ¿cómo definir, de una forma tanto objetiva como consensual, el intolerable extremismo político?

Si se considera que la extrema derecha constituye, en cierto modo, una amenaza para las libertades fundamentales, recurrir a formas de represión judiciales puede justificarse. Aún así, es necesario tener en cuenta la naturaleza política del movimiento que se considera peligroso para la democracia plural e inscribir la acción judicial en el marco más amplio de la acción política. Sin embargo, no todo está permitido frente a un adversario político en el marco de una democracia constitucional. Debe mantenerse el reconocimiento del derecho de existencia de adversarios, valiosa invención moral del pluralismo político moderno.

También hay que evitar restablecer, en nombre de la lucha frente a propósitos racistas, el delito de opinión, contrario a los presupuestos de la democracia constitucional, que implica el principio de pluralismo y proscribe por ello la idea misma de "delitos políticos".

Por lo tanto, el combate contra el racismo debe ser polimorfo y desarrollarse en varios frentes: lucha intelectual, educación, actuar en sus causas sociales y económicas, sanción judicial y acción política. En lo tocante al antirracismo, como en lo demás, no hay un arma absoluta.

Pierre-André Taguieff
Filósofo, politólogo e historiador,
director de investigaciones en el CNRS
y profesor adjunto en el IEP de París*


* CNRS: Centro Nacional de Investigaciones Científicas; IEP: Instituto de Estudios Políticos.

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