"What Kind of 'Democracy' Is This?" New York Times, 4 de Enero 1997
¿Qué aspecto tiene Rusia para Europa en el momento actual? Por lo general, la atención de los observadores occidentales no está enfocada sobre las condiciones generales de Rusia y las fuerzas que operan en el país sino sobre los últimos acontecimientos tales como las elecciones a la Duma (Parlamento), la contienda presidencial, el despido de Aleksander Lebed o la cirugía cardíaca de Boris Yeltsin. Se pierde así cualquier mirada amplia y en profundidad.
Por lo que puedo juzgar, hay dos opiniones fuertemente sostenidas y ampliamente compartidas en Occidente: que durante los últimos escasos años la democracia incuestionablemente se ha establecido en Rusia, aún cuando bajo un peligrosamente débil gobierno nacional, y que se han adoptado medidas económicas efectivas para promover la creación de un mercado libre hacia el cual ahora el camino se encuentra abierto.
Ambas opiniones están erradas.
Lo que hoy se conoce como “democracia rusa” oculta a un gobierno de una especie completamente distinta.
Glasnost – libertad de prensa – es sólo un instrumento de la democracia; no es la democracia misma. Y en una gran medida la libertad de prensa es ilusoria desde el momento en que los propietarios de los diarios establecen tabúes estrictos contra la discusión de temas de vital importancia mientras que en las regiones alejadas del país los diarios se encuentran bajo la presión directa de las autoridades provinciales.
La democracia, en el sentido estricto del término, significa el gobierno del pueblo – es decir, un sistema en el cual las personas están realmente a cargo de sus vidas cotidianas y pueden influenciar el curso de su propio destino histórico. No hay nada de eso en la Rusia actual.
En Agosto de 1991 los “Consejos de Diputados del Pueblo”, que nunca fueron más que fachadas del Partido Comunista, terminaron siendo abolidos en todo el país. Desde entonces, la resistencia concentrada de la maquinaria compuesta por el Presidente, el gobierno, la Duma Nacional, los líderes de los partidos políticos y la mayoría de los gobernadores, ha impedido la creación de cualquier agencia de autogobierno local.
Existen asambleas legislativas a nivel regional pero se encuentran enteramente subordinadas a los gobernadores, aunque más no sea porque las dietas las pagan los Poderes Ejecutivos provinciales. (La elección de gobernadores es un desarrollo reciente y se encuentra lejos de estar generalizada; la mayoría de los gobernadores se compone de personas nombradas por el Presidente).
No existe un marco legal ni medios financieros para la creación de autogobiernos locales. La gente no tendrá otra alternativa que obtenerlos mediante la lucha social. Lo único que realmente existe es la jerarquía gubernamental, desde el Presidente y el Gobierno Nacional hacia abajo.
Esa jerarquía se encuentra duplicada por una segunda, formada por aquellos que han sido designados como “Representantes del Presidente” (espías) en cada región. La Constitución de 1993, que fue votada de apuro y no de un modo que inspire confianza, gime bajo el peso del poder del Presidente. Los derechos que le confiere a la Duma Nacional se encuentran excesivamente limitados.
Dada esta estructura de poder, las elecciones presidenciales – que tienen lugar cada cuatro años – se convierten en lo más importante para el destino de la nación.
Pero la elección de 1996 no fue, ni pudo haber sido, una ocasión para deliberaciones serias.
Una “nube comunista” pendía sobre las elecciones - ¿podrían los comunistas realmente regresar al poder? – y eso amedrentó a los votantes. El bando del Sr. Yeltsin explotó esa amenaza presentándose a si mismo como la única salvación posible para el país. Sin embargo, hasta los comunistas mismos temían llegar al poder ya que no veían la manera de salir de la crisis generalizada.
Se escenificaron costosas campañas de la peor especie, con gastos a cargo del Estado, por supuesto. Bajo estas condiciones, no hubo debates ni discursos con algo de sustancia.
Nadie jamás discutió los programas de los candidatos. Los programas publicados, presentados al público unos 10 días antes de la elección, consistieron de 100 a 200 páginas de texto ambiguo. No hubo tiempo para que el electorado se sentara a leer las propuestas, para analizarlas ni para responder preguntas.
Hasta el último canal de la red televisiva estatal emitió incesantes oleadas de propaganda favorable al actual jefe de Estado; no hubo posibilidad alguna de presentar opiniones opuestas.
Después de numerosas invitaciones de la supuestamente independiente emisora de televisión NTV, consentí en dar una entrevista de 10 minutos en la cual manifesté que sobre ambos contendientes principales, el líder comunista Gennadi A. Zyuganov y el Sr. Yeltsin, pesaban serios crímenes cometidos contra el interés del pueblo – el primero a lo largo de 70 años y el segundo durante cinco.
Urgí al electorado a votar en contra de ambos, algo que podría ocasionar el diferimiento de las elecciones abriendo la posibilidad a que se presentaran nuevos candidatos.
Pero la NTV recortó mi entrevista a escasos dos minutos y mis opiniones resultaron incoherentes y sin sentido.
Así es como el Presidente llegó al poder por segunda vez, sin haber sido hecho responsable por todos los errores cometidos durante su anterior mandato.
Este sistema de poder centralizado no puede ser llamado democracia.
Los motivos profundos del gobernante, sus decisiones, sus intenciones y sus acciones, así como los recambios de personas en el elenco gobernante resultan completamente opacas para la sociedad en general y sólo ven la luz como hechos consumados.
Los reacomodamientos de personas se presentan con fórmulas que no significan nada: “de acuerdo a un informe remitido” y “en relación con una transferencia a otro puesto” (con frecuencia no especificado). Incluso cuando una persona es claramente culpable de algún exceso, no hay explicación pública alguna.
Las autoridades operan bajo un imperativo moral: “No traicionamos a los nuestros y no revelamos sus infracciones”. De este modo, el destino del país se decide ahora por una oligarquía estable de 150 a 200 personas, la cual incluye a los miembros más astutos de los rangos superior y medio del sistema del viejo Partido Comunista, a los cuales se suman los nuevos ricos.
No existe un árbol del Estado que haya crecido desde las raíces hacia arriba. Lo que hay es una estaca de madera seca clavada en la tierra o bien, tal como se encuentran las cosas ahora, más que estaca de madera lo que hay es una barra de hierro.
Los miembros de esta oligarquía combinan el afán de poder con cálculos mercenarios. No exhiben ningún deseo superior de servir al país y a su pueblo.
Podría decirse que a través de los últimos 10 años de frenética reorganización nuestro gobierno no ha dado un solo paso que no haya estado signado por la ineptitud. Peor todavía: nuestros círculos gobernantes no han demostrado ser en lo más mínimo moralmente superiores a los comunistas que los precedieron. Rusia ha sido agotada por el crimen, por la transferencia a manos privadas de billones de dólares del patrimonio nacional. No hay un sólo crimen grave que haya sido aclarado, ni ha habido tampoco un sólo juicio público.
Los sistemas investigativo y judicial se encuentran severamente limitados tanto en sus acciones como en sus recursos.
Mientras tanto, desde el momento en que la Corte Constitucional es meramente un juguete y la Duma Nacional sólo se dedica a un monitoreo por demás superficial, se están formando alrededor del Presidente una docena de “consejos” (comenzando con el notorio “Consejo de Seguridad”) y varias “comisiones” (con su personal instantáneamente creciente). La Constitución no prevé estas instituciones que duplican la función del gobierno y sus ministerios creando un caótico e irresponsable sistema de múltiples decisiones superpuestas.
¿Fue hace tanto tiempo que pensábamos que no podía existir una burocracia más absurda y más inabarcable que la del régimen comunista? Sea como fuere, durante los últimos 10 años el tamaño de la burocracia se ha duplicado y triplicado, estando toda ella sostenida a expensas de una nación que está siendo reducida a la mendicidad.
Cuando un pueblo está privado de autogobernarse y cuando los derechos no están ni garantizados ni defendidos, los que se destacan por su iniciativa y talento encuentran pocas salidas para sus potencial creativo al quedar emparedados a cada rato por los muros de piedra de la burocracia.
¿En qué clase de democracia el gobierno dormita plácidamente mientras grandes cantidades de personas no han recibido desde hace medio año los salarios que se les adeudan? Hace poco, en varias partes ha surgido una nueva idea: los “comités de salvamento”; un término para designar agencias ad hoc locales que constituyen un gobierno alternativo para salvar lo poco que le queda a la gente de sus vidas arruinadas.
En otros países la situación actual de Rusia sería motivo suficiente para desatar una explosión social mayor. Pero después de 70 años de casi total desangramiento, después del aniquilamiento selectivo de quienes activaban la protesta, y ahora, después de un deslizamiento de 10 años hacia la pauperización masiva, Rusia ya no tiene fuerzas para semejante explosión y no hay ninguna en ciernes.
Las llamadas reformas económicas – las de Mikhail Gorbachev entre 1987 y 1990, y las del Sr, Yeltsin desde 1992 hasta 1995 – son otro problema. Después de haber anunciado ruidosamente el slogan de la perestroika, el Sr. Gorbachev probablemente se preocupó por transferir sin sobresaltos el personal del partido hacia la nueva estructura económica y por salvaguardar los propios fondos del partido.
No dio ningún paso hacia la creación de una manufactura privada de nivel pequeño o medio, aunque sí supo arruinar el sistema de vínculos verticales y horizontales que existía en la economía comunista, un sistema que, aunque funcionaba mal, por lo menos funcionaba.
De este modo, el Sr. Gorbachev abrió las puertas al caos económico, un proceso perfeccionado más tarde por la “reforma” de Yegor T. Gaidar y la “privatización” de Anatoly B. Chubais.
Una reforma genuina consiste de un esfuerzo coordinado y sistemático para combinar numerosas medidas tendientes al logro de un solo objetivo. Pero desde 1992 en adelante jamás se anunció un programa semejante. En contrapartida, existieron dos acciones separadas, sin coordinación entre si, y ni hablemos de que estuviesen en sintonía con los beneficios económicos que necesitaba el país.
Uno de ellos fue la “liberalización de precios” impulsada por el Sr. Gaidar en 1992.
La ausencia de todo entorno competitivo significó que los productores monopólicos pudieron inflar sus costos de producción mientras, al mismo tiempo, reducían sus volúmenes y sus inversiones.
Esta clase de “reforma” pronto comenzó a destruir la producción y, para la mayor parte de la población, los bienes de consumo y muchos bienes alimentarios se volvieron prohibitivamente caros.
La otra acción fue la frenética campaña de privatizaciones.
El primer paso de la campaña consistió en la entrega de bonos que el gobierno entregó a cada ciudadano, supuestamente representando su “participación” en la riqueza nacional acumulada bajo los comunistas. En realidad, el valor total de todos los bonos representó solamente una pequeña fracción del 1% de esa riqueza.
El segundo paso fue la liquidación, por no decir dilapidación, de una multitud de empresas estatales, incluidas algunas gigantescas. Esas empresas terminaron en manos privadas. La mayoría de los nuevos dueños fueron personas que buscaban ganancias fáciles, sin experiencia en la producción y sin deseos de adquirir experiencia alguna.
El caos económico de Rusia se está haciendo peor por el crimen organizado que nunca ha sido perseguido seriamente y que está acumulando un enorme capital robándole al país hasta lo que no tiene. La brecha entre los ricos y la mayoría pauperizada ha llegado a proporciones que no tienen comparación alguna ni en el Occidente, ni en la Rusia pre-revolucionaria. Y cada año, no menos de 25 billones de dólares fluyen hacia cuentas privadas radicadas en el extranjero.
El destructivo curso de los eventos durante la última década se ha producido porque el gobierno, mientras trataba de imitar con ineptitud modelos extranjeros, ha despreciado completamente la creatividad del país, a sus características particulares, así como las seculares tradiciones espirituales y sociales de Rusia. Sólo si esos caminos se liberan podrá Rusia salir de su casi fatal condición actual.
¿Qué aspecto tiene Rusia para Europa en el momento actual? Por lo general, la atención de los observadores occidentales no está enfocada sobre las condiciones generales de Rusia y las fuerzas que operan en el país sino sobre los últimos acontecimientos tales como las elecciones a la Duma (Parlamento), la contienda presidencial, el despido de Aleksander Lebed o la cirugía cardíaca de Boris Yeltsin. Se pierde así cualquier mirada amplia y en profundidad.
Por lo que puedo juzgar, hay dos opiniones fuertemente sostenidas y ampliamente compartidas en Occidente: que durante los últimos escasos años la democracia incuestionablemente se ha establecido en Rusia, aún cuando bajo un peligrosamente débil gobierno nacional, y que se han adoptado medidas económicas efectivas para promover la creación de un mercado libre hacia el cual ahora el camino se encuentra abierto.
Ambas opiniones están erradas.
Lo que hoy se conoce como “democracia rusa” oculta a un gobierno de una especie completamente distinta.
Glasnost – libertad de prensa – es sólo un instrumento de la democracia; no es la democracia misma. Y en una gran medida la libertad de prensa es ilusoria desde el momento en que los propietarios de los diarios establecen tabúes estrictos contra la discusión de temas de vital importancia mientras que en las regiones alejadas del país los diarios se encuentran bajo la presión directa de las autoridades provinciales.
La democracia, en el sentido estricto del término, significa el gobierno del pueblo – es decir, un sistema en el cual las personas están realmente a cargo de sus vidas cotidianas y pueden influenciar el curso de su propio destino histórico. No hay nada de eso en la Rusia actual.
En Agosto de 1991 los “Consejos de Diputados del Pueblo”, que nunca fueron más que fachadas del Partido Comunista, terminaron siendo abolidos en todo el país. Desde entonces, la resistencia concentrada de la maquinaria compuesta por el Presidente, el gobierno, la Duma Nacional, los líderes de los partidos políticos y la mayoría de los gobernadores, ha impedido la creación de cualquier agencia de autogobierno local.
Existen asambleas legislativas a nivel regional pero se encuentran enteramente subordinadas a los gobernadores, aunque más no sea porque las dietas las pagan los Poderes Ejecutivos provinciales. (La elección de gobernadores es un desarrollo reciente y se encuentra lejos de estar generalizada; la mayoría de los gobernadores se compone de personas nombradas por el Presidente).
No existe un marco legal ni medios financieros para la creación de autogobiernos locales. La gente no tendrá otra alternativa que obtenerlos mediante la lucha social. Lo único que realmente existe es la jerarquía gubernamental, desde el Presidente y el Gobierno Nacional hacia abajo.
Esa jerarquía se encuentra duplicada por una segunda, formada por aquellos que han sido designados como “Representantes del Presidente” (espías) en cada región. La Constitución de 1993, que fue votada de apuro y no de un modo que inspire confianza, gime bajo el peso del poder del Presidente. Los derechos que le confiere a la Duma Nacional se encuentran excesivamente limitados.
Dada esta estructura de poder, las elecciones presidenciales – que tienen lugar cada cuatro años – se convierten en lo más importante para el destino de la nación.
Pero la elección de 1996 no fue, ni pudo haber sido, una ocasión para deliberaciones serias.
Una “nube comunista” pendía sobre las elecciones - ¿podrían los comunistas realmente regresar al poder? – y eso amedrentó a los votantes. El bando del Sr. Yeltsin explotó esa amenaza presentándose a si mismo como la única salvación posible para el país. Sin embargo, hasta los comunistas mismos temían llegar al poder ya que no veían la manera de salir de la crisis generalizada.
Se escenificaron costosas campañas de la peor especie, con gastos a cargo del Estado, por supuesto. Bajo estas condiciones, no hubo debates ni discursos con algo de sustancia.
Nadie jamás discutió los programas de los candidatos. Los programas publicados, presentados al público unos 10 días antes de la elección, consistieron de 100 a 200 páginas de texto ambiguo. No hubo tiempo para que el electorado se sentara a leer las propuestas, para analizarlas ni para responder preguntas.
Hasta el último canal de la red televisiva estatal emitió incesantes oleadas de propaganda favorable al actual jefe de Estado; no hubo posibilidad alguna de presentar opiniones opuestas.
Después de numerosas invitaciones de la supuestamente independiente emisora de televisión NTV, consentí en dar una entrevista de 10 minutos en la cual manifesté que sobre ambos contendientes principales, el líder comunista Gennadi A. Zyuganov y el Sr. Yeltsin, pesaban serios crímenes cometidos contra el interés del pueblo – el primero a lo largo de 70 años y el segundo durante cinco.
Urgí al electorado a votar en contra de ambos, algo que podría ocasionar el diferimiento de las elecciones abriendo la posibilidad a que se presentaran nuevos candidatos.
Pero la NTV recortó mi entrevista a escasos dos minutos y mis opiniones resultaron incoherentes y sin sentido.
Así es como el Presidente llegó al poder por segunda vez, sin haber sido hecho responsable por todos los errores cometidos durante su anterior mandato.
Este sistema de poder centralizado no puede ser llamado democracia.
Los motivos profundos del gobernante, sus decisiones, sus intenciones y sus acciones, así como los recambios de personas en el elenco gobernante resultan completamente opacas para la sociedad en general y sólo ven la luz como hechos consumados.
Los reacomodamientos de personas se presentan con fórmulas que no significan nada: “de acuerdo a un informe remitido” y “en relación con una transferencia a otro puesto” (con frecuencia no especificado). Incluso cuando una persona es claramente culpable de algún exceso, no hay explicación pública alguna.
Las autoridades operan bajo un imperativo moral: “No traicionamos a los nuestros y no revelamos sus infracciones”. De este modo, el destino del país se decide ahora por una oligarquía estable de 150 a 200 personas, la cual incluye a los miembros más astutos de los rangos superior y medio del sistema del viejo Partido Comunista, a los cuales se suman los nuevos ricos.
No existe un árbol del Estado que haya crecido desde las raíces hacia arriba. Lo que hay es una estaca de madera seca clavada en la tierra o bien, tal como se encuentran las cosas ahora, más que estaca de madera lo que hay es una barra de hierro.
Los miembros de esta oligarquía combinan el afán de poder con cálculos mercenarios. No exhiben ningún deseo superior de servir al país y a su pueblo.
Podría decirse que a través de los últimos 10 años de frenética reorganización nuestro gobierno no ha dado un solo paso que no haya estado signado por la ineptitud. Peor todavía: nuestros círculos gobernantes no han demostrado ser en lo más mínimo moralmente superiores a los comunistas que los precedieron. Rusia ha sido agotada por el crimen, por la transferencia a manos privadas de billones de dólares del patrimonio nacional. No hay un sólo crimen grave que haya sido aclarado, ni ha habido tampoco un sólo juicio público.
Los sistemas investigativo y judicial se encuentran severamente limitados tanto en sus acciones como en sus recursos.
Mientras tanto, desde el momento en que la Corte Constitucional es meramente un juguete y la Duma Nacional sólo se dedica a un monitoreo por demás superficial, se están formando alrededor del Presidente una docena de “consejos” (comenzando con el notorio “Consejo de Seguridad”) y varias “comisiones” (con su personal instantáneamente creciente). La Constitución no prevé estas instituciones que duplican la función del gobierno y sus ministerios creando un caótico e irresponsable sistema de múltiples decisiones superpuestas.
¿Fue hace tanto tiempo que pensábamos que no podía existir una burocracia más absurda y más inabarcable que la del régimen comunista? Sea como fuere, durante los últimos 10 años el tamaño de la burocracia se ha duplicado y triplicado, estando toda ella sostenida a expensas de una nación que está siendo reducida a la mendicidad.
Cuando un pueblo está privado de autogobernarse y cuando los derechos no están ni garantizados ni defendidos, los que se destacan por su iniciativa y talento encuentran pocas salidas para sus potencial creativo al quedar emparedados a cada rato por los muros de piedra de la burocracia.
¿En qué clase de democracia el gobierno dormita plácidamente mientras grandes cantidades de personas no han recibido desde hace medio año los salarios que se les adeudan? Hace poco, en varias partes ha surgido una nueva idea: los “comités de salvamento”; un término para designar agencias ad hoc locales que constituyen un gobierno alternativo para salvar lo poco que le queda a la gente de sus vidas arruinadas.
En otros países la situación actual de Rusia sería motivo suficiente para desatar una explosión social mayor. Pero después de 70 años de casi total desangramiento, después del aniquilamiento selectivo de quienes activaban la protesta, y ahora, después de un deslizamiento de 10 años hacia la pauperización masiva, Rusia ya no tiene fuerzas para semejante explosión y no hay ninguna en ciernes.
Las llamadas reformas económicas – las de Mikhail Gorbachev entre 1987 y 1990, y las del Sr, Yeltsin desde 1992 hasta 1995 – son otro problema. Después de haber anunciado ruidosamente el slogan de la perestroika, el Sr. Gorbachev probablemente se preocupó por transferir sin sobresaltos el personal del partido hacia la nueva estructura económica y por salvaguardar los propios fondos del partido.
No dio ningún paso hacia la creación de una manufactura privada de nivel pequeño o medio, aunque sí supo arruinar el sistema de vínculos verticales y horizontales que existía en la economía comunista, un sistema que, aunque funcionaba mal, por lo menos funcionaba.
De este modo, el Sr. Gorbachev abrió las puertas al caos económico, un proceso perfeccionado más tarde por la “reforma” de Yegor T. Gaidar y la “privatización” de Anatoly B. Chubais.
Una reforma genuina consiste de un esfuerzo coordinado y sistemático para combinar numerosas medidas tendientes al logro de un solo objetivo. Pero desde 1992 en adelante jamás se anunció un programa semejante. En contrapartida, existieron dos acciones separadas, sin coordinación entre si, y ni hablemos de que estuviesen en sintonía con los beneficios económicos que necesitaba el país.
Uno de ellos fue la “liberalización de precios” impulsada por el Sr. Gaidar en 1992.
La ausencia de todo entorno competitivo significó que los productores monopólicos pudieron inflar sus costos de producción mientras, al mismo tiempo, reducían sus volúmenes y sus inversiones.
Esta clase de “reforma” pronto comenzó a destruir la producción y, para la mayor parte de la población, los bienes de consumo y muchos bienes alimentarios se volvieron prohibitivamente caros.
La otra acción fue la frenética campaña de privatizaciones.
El primer paso de la campaña consistió en la entrega de bonos que el gobierno entregó a cada ciudadano, supuestamente representando su “participación” en la riqueza nacional acumulada bajo los comunistas. En realidad, el valor total de todos los bonos representó solamente una pequeña fracción del 1% de esa riqueza.
El segundo paso fue la liquidación, por no decir dilapidación, de una multitud de empresas estatales, incluidas algunas gigantescas. Esas empresas terminaron en manos privadas. La mayoría de los nuevos dueños fueron personas que buscaban ganancias fáciles, sin experiencia en la producción y sin deseos de adquirir experiencia alguna.
El caos económico de Rusia se está haciendo peor por el crimen organizado que nunca ha sido perseguido seriamente y que está acumulando un enorme capital robándole al país hasta lo que no tiene. La brecha entre los ricos y la mayoría pauperizada ha llegado a proporciones que no tienen comparación alguna ni en el Occidente, ni en la Rusia pre-revolucionaria. Y cada año, no menos de 25 billones de dólares fluyen hacia cuentas privadas radicadas en el extranjero.
El destructivo curso de los eventos durante la última década se ha producido porque el gobierno, mientras trataba de imitar con ineptitud modelos extranjeros, ha despreciado completamente la creatividad del país, a sus características particulares, así como las seculares tradiciones espirituales y sociales de Rusia. Sólo si esos caminos se liberan podrá Rusia salir de su casi fatal condición actual.
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